Capítulo 2
Habían pasado dos intensas semanas en las que se había llevado a cabo la remodelación y el cambio de algunas de las estancias para adecuarlas al nuevo ritmo que marcaría el Velos. Lucien no podía dejar de sentirse malditamente feliz, y eso le desagradaba porque sabía que sería un sentimiento pasajero.
Sasha Petrov seguía siendo un hombre lleno de secretos que no desvelaría con facilidad, aunque eso le hacía mucho más interesante. Era un socio con una visión de futuro que le permitiría llevar a cabo el concepto que tenía en su cabeza. Serían un club exclusivo aún, aunque ahora la invitación se haría extensiva a los hombres. Organizarían la noche llamada Akane en la que todo el mundo podía participar de los placeres del cuerpo sin miedo, sin prejuicios, sin reproches. Todos los que acudieran tendrían carta blanca para hacer realidad sus deseos más íntimos; esos que se empeñaban en mantener ocultos bajo capas de hipocresía podrían ser liberados en esa única noche. La noche en la que todo estaba permitido, la noche en la que todos podrían desnudar sus almas: la noche de Akane.
Él lo necesitaba y sabía que había más como él. Condenados en vida. Marcados por el diablo. Repudiados por los seres amados por ser diferentes, por desear cosas mal vistas ante los ojos de la sociedad. En su caso fue Akane, a la que quería rendir homenaje, la que le descubrió su verdadera alma. No era difícil dejarse arrastrar al infierno cuando la mujer a la que has amado tanto, esa que te ha dejado sin aliento, te traiciona de la forma en la que lo hizo ella.
A pesar de que, después de tanto tiempo, el rencor había desaparecido, la culpa seguía pesando sobre sus hombros y debía obligarse a disfrutar de ese momento, su momento.
Miró alrededor de nuevo y sonrió satisfecho. Se paseó por todo el local; la estética no había cambiado demasiado, no había sido necesario. Era lujosa y de buen gusto, elegante. Le gustaba, se sentía cómodo en su infierno personal. Lo único que no se había tocado era la sala que Petrov había marcado como suya; de hecho, estaba bloqueada con un cierre de seguridad especial al que solo podía acceder el propio Herr. Nadie más. Y eso lo hacía más interesante a sus ojos. ¿Qué secretos ocultaba tras esa puerta, tan semejante a una gran caja fuerte?
Estaba seguro de que tarde o temprano lo averiguaría, no le cabía la menor duda. Se detuvo un momento en su propia habitación privada y entró. Se distrajo con las vistas y se apoyó por un instante en la pequeña cristalera que daba al oscuro callejón para sentir el frío. Suspiró y su aliento, al contacto, empañó el nítido cristal. Era curioso cómo ese material, tan delicado y frágil, con el trato adecuado, se podía convertir en algo casi indestructible. Como le había sucedido a él. O, mejor dicho, a su corazón, si es que quedaba algo de él ahí dentro, bajo su pecho. Podía escucharlo latir, pero no era capaz de sentirlo.
Paseó la vista por la callejuela. Desde allí todo parecía tan empañado como lo estaba el cristal. Todo parecía tan solo un borrón, como si de un mal sueño se tratara, pero entonces, llegaba el recuerdo con fuerza y lo dejaba sin aliento. Se recompuso y fingió una sonrisa que no pretendía engañar a nadie más que a él mismo y pensó en lo que llegaría a continuación.
Se obligó a pensar en la noche de la inauguración, en esa noche para la que ya no quedaban plazas. Esa noche que le daría la oportunidad de resarcir un poco del dolor que causó convirtiéndolo en placer.
Después, pensaría qué hacer. De momento tenía que pasarse por la revista, conocer a los empleados y empezar a trabajar en la nueva sección. Esperaba que el Velos y su trabajo editorial le ayudasen a no pensar en por qué debía devolver en forma de placer todo el daño que había provocado. Esperaba, que tan solo por un segundo, la sensación de que era en realidad un demonio, no lo rondara.