Capítulo 20
Nualart la contempló dormir el resto de las horas. No dejó de abrazarla en ningún momento, tenía claro que era Karen. Le gustaría levantar la máscara para que no hubiese rastro de duda en su cabeza, pero no quería despertarla. Habían trabajado mucho, y no solo en la oficina.
La aferró con más fuerza cuando se dio cuenta de que quedaba muy poco tiempo para estar juntos y dejó escapar el aire al pensar que una noche a la semana era muy poco para saciarse.
Estaba hecho un lío. Por un lado, no quería que ella se alejara, por otro no veía una mejor solución. No podía ser, tenían que trabajar juntos y eso solo dificultaría las cosas. Estaba en un buen aprieto, no sabía con quién hablar, a quién contarle lo que pasaba por su cabeza y que fuera capaz de comprenderle. Tal vez Sasha, él tenía que haber pasado por algo similar. Todavía recordaba su primer encuentro hacía tantos años, apenas si parecía un hombre. Aquella mujer lo había dejado destrozado. Había clavado los tacones de sus zapatos con fuerza en el corazón del hombre.
Había sufrido mucho y lo había pagado con inocentes, también se había metido en negocios poco recomendables y se había aliado con gente a la que la mayoría querría bien lejos de ellos. Así había sido él también. Ahora… ahora pensaba en que existía esa pequeña posibilidad de perdonarse y de tener algo, o al menos intentarlo, con esa mujer que tenía entre sus brazos.
Esa mujer que le había dado mucho y no había pedido nada. Esa mujer que hacía que la esperanza retornara a su corazón. Sonrió al recordar su osadía. Si en un principio le había resultado extraño, ahora comprendía los motivos. Tenía que haber sido complicado para ella contenerse; estaba seguro de que ella sabía quién había bajo la máscara.
La imagen de ella desnudándolo y mirando el tatuaje antes de firmar apareció para confirmar que ella lo sabía desde hacía más tiempo que él. La apretó contra su cuerpo de nuevo. ¿Cuándo se lo confesaría? ¿Le diría que era ella alguna vez? ¿O lo mantendría en secreto? No podía imaginarlo siquiera, porque era una mujer que no dejaba de sorprenderle al hacer justo lo contrario de lo que pensaba. Esperaría, quería ver cómo se sucedían los acontecimientos.
Miró hacia la ventana y la agitó con suavidad. Ya casi amanecía, y él mejor que nadie sabía que serían unos días intensos preparando la fiesta y la presentación del nuevo suplemento. Al menos, la mujer de su socio se había encargado de la celebración y les había aliviado algo de tensión.
—Es tarde, nuestro tiempo se ha terminado.
Karen se desperezó y parpadeó al comprender sus palabras. No lo deseaba, hubiese preferido quedarse allí por siempre, entre sus brazos, arropada por el calor de su cuerpo.
—¿Por qué «Akuma»? ¿Qué significa? —masculló con voz pastosa.
—Es un nombre japonés que hace alusión a un demonio. Lo prohibieron para que nadie pudiera llamar así a sus hijos. Mi padre intentó llamarme así, pero no pudo, así que imagino que lo adopté en su honor.
Karen lo escuchaba en silencio. Quería saber todo lo que pudiera de él, y parecía que estaba dispuesto a hablar.
—¿Por qué un dragón con cuerpo de serpiente? ¿Por qué escupe mariposas negras? —La voz de la mujer sonaba lenta por el cansancio, incluso a sus oídos la escuchaba extraña.
—Algunos dicen que los dragones son el símbolo de la sabiduría, de la fuerza. Otros que son algo espiritual… Las mariposas negras son la representación del Akuma. Por eso mi dragón las libera de su interior. Porque tiene un interior lleno de pecados.
—¿Cuál fue el tuyo?
—¿El mío…? —Hizo una pausa, tal vez para rememorar el pasado—. Ya no importa. Solo te diré que debes alejarte de mí, soy peligroso.
Karen parpadeó. Esas palabras eran las mismas que Nualart le decía. ¿Ahora hablaba Akuma o su jefe? ¿Le hablaba a ella o a Karen? ¿Lo sabía?
Se levantó con cuidado y caminó descalza y desnuda para encontrar su ropa, hasta que se acordó de que él la había destrozado.
—Abre el armario; allí hay algo de ropa de tu talla. Usa la que quieras, son todas para ti, las compre para ti.
Karen asintió y caminó hasta el lugar indicado. Cogió un pantalón vaquero y una suave camisa de color verde, un tono parecido a sus ojos. Se puso la ropa bajo la mirada atenta de Akuma y con los zapatos en la mano dejó la habitación. Tenía que darse prisa porque no tenía claro si deseaba abrazarlo y curar su alma o desaparecer para siempre de su vida.
Nualart la vio alejarse, cuando cerró la puerta se acercó a la ventana para verla salir. Algo había cambiado en ella. Era una mujer inteligente, así que lo más probable era que hubiera deducido que la había descubierto.
Cuando Karen llegó a la calle, tenía el rostro al descubierto; se había quitado el antifaz. Allí estaba, vestida con la ropa que había elegido para ella, con el antifaz en la mano mientras se colocaba los zapatos.
Durante un segundo levantó el rostro hasta dónde él estaba y Nualart se apartó, alarmado, de la ventana. Su corazón protestaba agitado, era ella. Lo había sabido desde el principio, aunque no quiso admitirlo. Era lógico, lo extraño hubiera sido que se hubiese sentido de igual forma con dos mujeres diferentes. No tenía claro qué iba a hacer y llegó a la conclusión de que lo correcto sería cortar el asunto de raíz. Después de la fiesta de presentación pondría alguna excusa y desaparecería por una larga temporada. Lo haría, ¿verdad?
Si trabajar junto a Karen era una dura prueba, hacerlo ahora que tenía la certeza de que era la misma mujer con la que disfrutaba como con ninguna otra, sería una verdadera tortura. No podía engañarse diciendo que tenía la fuerza necesaria para lidiar con esa situación, porque no era real. Si seguía a su lado, iba a ceder, era lo único que sabía con seguridad.
Caminó molesto por la habitación y se llevó las manos a la cabeza en repetidas ocasiones. ¡Iba a volverse loco! Se vistió a toda prisa y de camino a la oficina, y aunque era muy temprano, llamó a Petrov para reunirse con él.
Pasó por su ático a toda prisa. Ni siquiera se puso un traje, optó por un pantalón de vestir y un jersey de cuello vuelto, todo negro. Salió a la calle y silbó a un taxi, eso le recordó a Karen. Parecía que todo le recordaba a ella. ¿Cómo era posible, en tan pocas semanas? Quizá tenía que ver el hecho de que habían compartido demasiado en tan poco tiempo, muchas horas en la oficina y varias noches intensas en las que habían desnudado algo más que sus cuerpos.
Al llegar saludó con un gesto de la cabeza a la nueva recepcionista y se fue directo al ascensor. Pulsó el botón de la última planta y caminó a toda prisa hasta el despacho de Petrov.
Una vez en la puerta, se detuvo con la mano en el picaporte y respiró profundamente, ¿estaba nervioso? Lo estaba. Le sudaban las manos, el corazón le latía a toda máquina y su pecho se agitaba. Tocó a la puerta tras un par de respiraciones y esperó a oír la voz de una de las pocas personas a las que podía considerar algo así como un amigo.
—Adelante. —La voz de Petrov sonó amortiguada al otro lado.
Nualart abrió la puerta y entró en el despacho. No dijo nada, tan solo caminó hasta la gran ventana que daba a la calle. Era una estancia parecida a la suya. Paseaba de un lado a otro y no dejaba de llevarse, de forma inconsciente, las manos a la cabeza.
Petrov observaba la escena con una sonrisa en la cara. Podía imaginar qué era lo que pasaba por la cabeza de Nualart porque, no hacía mucho tiempo, él mismo había pasado por algo parecido. Todavía recordaba cómo se preocupó cuando se dio cuenta de que estar con Paula era diferente…
—¿Es por Karen?
Escuchar esa pregunta de boca de su socio, le hizo detenerse en seco y girarse para enfrentarlo. Se acercó unos pasos hasta dónde Sasha esperaba con una sonrisa de suficiencia y las manos en los bolsillos de su pantalón.
Nualart no dijo nada, tan solo asintió y se dejó caer sobre la mesa de despacho a modo de asiento. Petrov dio un paso y dejó escapar una carcajada.
—He de reconocer que no ha sido idea mía. La verdad es que fue Paula la que se dio cuenta el otro día. Durante la comida. Me confesó que pensaba que había algo entre vosotros porque observó que en la noche de La Elección todas las candidatas se parecían físicamente a Karen.
—Tienes suerte. Tu mujer no solo es una mujer muy atractiva, también es inteligente. Y seguro que menos atrevida que… Karen. —Murmuró esta última frase para sí mismo, aunque Sasha lo oyó y sonrió.
Los recuerdos de cómo y cuándo conoció a Paula, su estrella, de cómo se enamoró, de las dudas y miedos de los que no podía deshacerse…
—Si piensas eso, ¿por qué estás así? ¿No quieres tener, por una vez, esa suerte para ti?
—No me lo merezco, Petrov, lo sabes.
Nualart se levantó de nuevo y con las manos en los bolsillos caminó hasta la gran ventana para dejar que su mirada vagara por la vacía calle a esas horas tan tempranas. No sabía qué pensar; por un lado quería quedársela, por otro… seguía pensando que no la merecía. Además, le daba miedo que las sombras del pasado regresaran y pudieran hacerle daño.
—Nunca pensé que lo que ocurrió fuera culpa tuya, lo sabes. Así que no comparto tu opinión respecto a eso, ni entiendo por qué te has autoimpuesto ese tipo de castigo. También entiendo por lo que estás pasando respecto a Karen. Todavía recuerdo cómo me sentí al reconocer que tenía sentimientos que nunca antes había experimentado, de cómo me convencí de que Paula se estaba convirtiendo en una enfermedad que no me dejaba respirar ni pensar con claridad. Que ella era un virus que estaba infectando poco a poco mi mente y mi cuerpo provocándome… felicidad. También pensé que no la merecía. También pensé en dejarlo pasar, en no arriesgarme…
—Sí, Karen es un virus que me provoca algo parecido. No sé si es felicidad, puede, pero lo más peligroso es que con ella tengo esperanza. Esperanzas de encontrar la paz, de que todo el pasado por fin quede atrás, de que existe una oportunidad en el futuro en el que pueda ser feliz…
—Lucien —lo llamó por su nombre de pila—, Akane era una mujer que se coló en tu vida con mentiras, te engañó, te hizo ir a la cárcel… Creo que has pagado de sobra lo que creas que hiciste mal.
—Murió por mi culpa —murmuró las palabras con culpabilidad.
—No, Lucien, murió por la suya.
—¡Me estaba follando a otra cuando sucedió! —gritó fuera de sí—. ¿No lo entiendes? Si hubiera estado con ella… —El tono de Nualart cambió de la ira a otro que destilaba arrepentimiento y dolor. Se sentía culpable, no había duda de ello, pero era algo que se había empeñado en llevar sobre sus hombros.
—Lucien, iban a por ella. No hubiera cambiado nada el hecho de que hubieses estado en casa, la única diferencia habría sido, quizá, que en vez de un cadáver la policía hubiera encontrado dos.
—¿De verdad crees eso?
—De verdad, lo creo. Igual que sé que ya es hora de que seas feliz, de que te des otra oportunidad.
—Creo que tengo que tomarme un tiempo para poner en orden mis sentimientos.
—¿Ella lo sabe?
—¿Qué?
—Que estás pensando en quedarte con ella.
Nualart no dijo nada y volvió a caminar por el despacho. Necesitaba asimilar la conversación y sus sentimientos. Todo estaba revuelto en su interior. Lo único que aparecía con claridad en su mente confusa era esa luz plateada que Karen proyectaba. No se había equivocado al llamarla Tsuki, porque de verdad estar con ella era como tocar la luna.