Capítulo 15
Karen estaba expectante, solo podía escuchar su respiración agitada a su alrededor. No podía dejar de mirarlo. Era el hombre más atractivo que nunca había visto y, aunque en la oficina tuviera que contenerse, ahora iba a poder disfrutar de él. Aunque tuviese fecha de caducidad, no le importaba. Lo disfrutaría al máximo. Y lo guardaría en su recuerdo para siempre.
Akuma se alejó para tomar aire. Tenía que realizar su ritual, crear la atmósfera. No se encontraba en plenas facultades, esa mujer le hacía perder la cabeza, pero tenía que intentarlo. Así que respiró profundamente y, más calmado, se metió en el papel de Akuma.
—Soy Akuma. Bienvenida a mi infierno particular. Soy un demonio que va a torturarte hasta que estalles de placer. Pero hay normas. ¿Estás dispuesta a aceptarlas?
Karen tragó saliva y asintió con la cabeza. Necesitaba saber qué iba a suceder a continuación y a la vez necesitaba alargar el momento para que durara… para siempre.
Akuma la rodeó, como era costumbre, y quedó a sus espaldas. Con manos delicadas retiró la melena hacia atrás y dejó su cuello expuesto para, a continuación, acercarse y perderse en el olor que esa mujer desprendía: un aroma que parecía estar pensado para alterar sus sentidos, para volverlo loco.
—No puedes hablar —murmuró mientras apretaba el nudo alrededor de su muñeca— ni pedir nada. No puedes proferir ninguna protesta, ni decir «no». No puedes elegir ni decidir. Lo único que tienes permitido es dejarte llevar y disfrutar, ¿lo has entendido?
Karen volvió a asentir con la cabeza, aunque no podía estar segura de si el gesto había sido real o producto de su mente, que se ahogaba en el mar de sensaciones que ese hombre provocaba en su interior.
—Buena chica. ¿Estás lista para el diablo?
—¿Y el diablo? ¿Está listo para mí?
Nada más pronunciar esas palabras se arrepintió. Tenía que ser cuidadosa, dejarse llevar. Aunque su voz, en esos momentos, no parecía la suya gracias al poco aliento que le cabía en el pecho y cuya falta la hacía salir como un leve y ronco susurro, no podía arriesgarse. Quería mantener su identidad en secreto todo lo que fuera posible, al menos hasta que el contrato de dos meses llegara a su fin. Cerró los ojos y se mordió el labio para impedir que nada más saliera de su boca.
Nualart sonrió. Ahí estaba, la había estado esperando desde que la vio: la osadía de esa mujer, que incluso en esa situación le plantaba cara. Le excitaba de forma incontrolable. Notaba cómo su miembro palpitaba bajo el pantalón, deseoso de perderse en ella. Quería seguir con el juego, quería que fuera algo único para ella… igual que para las demás, y en ese momento se dio cuenta de que con ella no iba a funcionar, porque un demonio no podía engañar a otro.
Había estado equivocado, había pensado que tenía el control, que era el dueño de la situación, pero no era así. Esa mujer era la tentación personificada y no estaba seguro de si él estaba listo para no perderse en ella.
Ciego por el deseo se colocó por delante y subió la falda del vestido hasta enrollarla en las caderas. Separó sus piernas y ató cada una a un extremo del sillón pensado para ese menester.
—Voy a tener que castigarte, Tsuki. No obedeces. Te comportas mal. No dejas de enfrentarme y por eso tengo que castigarte.
Karen no podía decir nada, solo observaba perdida en lo que sucedía. ¿Se había portado mal? ¿Por qué? ¿Por el comentario? Le daba igual, solo quería sentirlo. No le gustaba estar inmovilizada y, a la vez, la excitaba.
Akuma se alejó hasta el terrario, que no le había pasado inadvertido. Metió las manos y sostuvo una larga serpiente entre sus manos. ¿Qué pretendía? Un escalofrío recorrió el cuerpo ardiente de Karen, erizando a su paso el vello de su cuerpo.
Se acercaba a ella a ritmo pausado mientras el reptil se movía silbando entre sus brazos. No pudo evitar ver la similitud entre el animal que sostenía y el que llevaba grabado en tinta sobre su piel.
Una vez frente a ella sonrió. Karen no pudo evitar el aleteo molesto en su estómago. ¿Cómo podía el mismo hombre ser tan diferente? Era como si dentro de Nualart, de verdad viviera un diablo. Uno hecho para provocar deseo y volver locas a las mujeres. Y ella estaba ansiosa por perderse en esa locura.
—Creo que no hay mejor complemento para el deseo —murmuró, dirigiéndose a ella— que la encarnación de la tentación —y dejó al animal sobre su cuello.
Akuma esperaba que se asustase, como la mayoría hacía, pero se había confiado; no era como las demás y tenía que haberlo tenido en cuenta. No parpadeó, no se movió, tan solo cerró los ojos y disfrutó del tacto de la serpiente alrededor de su cuello, y Akuma pensó que iba a morir. Nunca había contemplado nada más hermoso ni sensual.
Cayó de rodillas fulminado. Apartó la fina y húmeda tela de la ropa interior y lamió el centro de su placer saboreando cada gota de flujo que destilaba por él, para él. Solo para él. Solo suya.
—Solo mía —murmuró entre los labios femeninos.
Y las palabras se colaron muy adentro, y cuando llegaron a lo más profundo de su alma, algo se removió inquieto. Una sensación de miedo que hacía mucho yacía dormida. Ahora, se despertaba con fuerza. Temía la magnitud de sus sentimientos, temía volver a sentir, pero lo que más miedo le daba era el hecho constatable de que se iba a perder para siempre en un infierno diferente, no en el suyo, sino en el de esa mujer que desprendía una luz más brillante que la de la luna.
El gemido profundo y sensual de Karen lo sacó de sus miedos y lo devolvió a la realidad. Esa en la que estaba arrodillado entre las hermosas piernas de una mujer diferente, de la que quería disfrutar de manera especial. Pero no podía contener al demonio que llevaba dentro y la tentación se había mezclado con el deseo para convertirse en un huracán de sentimientos que no podía controlar.
Se puso de pie y la desató. No solía hacerlo, pero necesitaba enterrarse en ella tan profundo como fuera posible, tan adentro que pudiera tocar cada fibra de su ser, incluida su alma.
Una vez libre, la cogió sobre su hombro y la dejó caer sobre la gran cama que nunca había usado. Tenía la intención de atarla allí, de poder disfrutar de su cuerpo, de hacerla suya de verdad…, pero todos sus pensamientos se nublaron cuando la mujer se enroscó a él como la serpiente que minutos antes los acompañaba y que ahora permanecía bajo el sillón de cuero, esperando pacientemente volver a ser el centro de atención.
La boca de Karen devoró la suya, que no pudo controlar los gruñidos que profería. ¿Era posible perder la razón de esa forma? Lo era, claro que era posible; de hecho, él había conseguido llevar a la locura a muchas mujeres antes… La diferencia residía en que era la primera vez que una mujer lo volvía loco a él.
Antes de darse cuenta, estaba tumbado sobre la cama con el cuerpo cálido sobre él, a horcajadas. Cerró los ojos cuando sintió la humedad del sexo femenino sobre su estómago y, cuando la lengua de la mujer lo lamió con ansia, creyó que iba a ir de cabeza al cielo.
Karen lo esposó a la cama y Akuma se preguntaba cómo era posible que se hubiesen cambiado las tornas. De nuevo ella llevaba las riendas y él no era más que un muñeco sin voluntad entre sus manos expertas.
Una vez inmovilizadas sus manos, la mujer desbotonó el pantalón y se lo quitó con cuidado, sin dejar de mirarlo. Lo contemplaba con una necesidad que nacía muy adentro y que él conocía muy bien.
Después lo esposó por los tobillos y lo dejó sin fuerzas cuando se arrodilló entre sus piernas en la cama y besó y lamió su sexo, que no dejaba de exigir más. Los jadeos lo llenaron todo, sintió que no era real, que un placer tan intenso rompería su cuerpo en pedazos incapaz de soportarlo, pero la mujer no se cansaba. Lamía y acariciaba con su boca cada centímetro de su hombría, sin darle tregua a respirar entre jadeo y jadeo. Y, de pronto, las manos de la mujer acariciaron sus testículos y el gruñido que escapó de sus labios fue como el de un animal.
Quiso soltarse y hacerla suya, penetrarla con fuerza hasta dejarla sin sentido, y que su boca solo pudiese pronunciar una palabra: Akuma. Pero, de nuevo, pareció adivinar sus pensamientos y, tras colocarle la protección, se sentó sobre él para cabalgarlo ferozmente.
Las manos de la mujer se apoyaron en su pecho agitado; no dejaba de acariciarlo a la vez que se movía sobre él, los movimientos pausados dieron lugar a un movimiento más rítmico que se aceleraba a la vez que los latidos de sus corazones.
Karen inclinó la cabeza hacia atrás y aulló de placer al cielo de luna llena. Aceleró el ritmo, apretándolo como si fuera una serpiente, dejando sin aliento a su presa, y el orgasmo llegó dispuesto a no dejar nada de ellos. Ambos gimieron su placer al unísono. Sus jadeos y gemidos se mezclaron para formar uno solo y los espasmos que los recorrían pasaban de un cuerpo a otro, alargando un placer que ninguno quería dejar de sentir nunca.