Capítulo 12

Había llegado pronto, como siempre hacía desde que habían empezado a trabajar en el proyecto, pero no podía evitarlo. Estaba muy emocionada por la forma en la que su sueño iba tomando forma. Después de días de intenso trabajo, codo con codo, casi tenían todo listo. Tenían que ultimar los detalles finales y, más tarde, comenzarían a reunir profesionales para hacerlo realidad.

Era su oportunidad y lo último que quería era perderla, por eso no protestaba ni le importaba la cantidad de horas que estaban trabajando últimamente. Como tampoco le importaba el hecho de que la mayoría de los días comían en la oficina y ya se había olvidado de cómo sabía una buena comida casera.

Aunque, para ser honestos, eso quedaba en segundo plano, sustituido por un Nualart más relajado que de vez en cuando sonreía, sobre todo cuando le gustaba la idea o el formato que sugería. Eso alimentaba en secreto su corazón. No podía seguir negando que sentía algo por él, como tampoco podía negar el hecho de que no había olvidado al hombre del Velos y que anhelaba una nueva noche de Akane para reunirse con él.

Antes de que Nualart llegara, ya tenía preparado todo lo necesario para un último vistazo general al proyecto. Más tarde revisarían los detalles, pero ya iba cogiendo forma.

Salió a por un par de cafés; necesitaba un chute extra de cafeína para poder mantener el ritmo y, con prisa, se dirigió al ascensor. Las puertas se abrieron y, distraída, sin mirar al frente, fue a entrar en el momento en que alguien salía y la hizo quedar atrapada.

—Señorita Karen, ¿está bien? —oyó que preguntaba su jefe.

Pero no estaba bien. El tacón de su zapato había quedado atascado en la ranura entre el elevador y el suelo de planta.

—Sí, pero me he quedado atascada.

—Ya veo —murmuró.

Nualart se agachó e impidió con su cuerpo que la puerta se cerrara. Estaba de rodillas frente a ella, que no era capaz de quitarle la mirada de encima. Había dejado a un lado el maletín de piel negra que llevaba y fijaba toda su atención en ella.

Las manos del hombre se deslizaron por su pierna. ¿Era necesario? No era capaz de encontrar una respuesta ya que no pensaba con claridad. Todo se estaba volviendo rojo a su alrededor, tan rojo como el calor que envolvía su cuerpo en ese instante.

Las manos masculinas se posaron en su pie y maniobraron por un largo tiempo, sin poder sacar el tacón del ascensor. ¿Tenía que sacar el pie y dejarlo con el zapato a solas? Probablemente, pero no podía moverse. La situación era… única. Era la segunda vez que un hombre se fijaba en sus pies y en sus zapatos.

Los dedos de él continuaban con sus roces y no pudo evitar inclinar la cabeza hacia atrás y morderse el labio inferior. Era lo más sensual que le había pasado nunca; tener sus dedos sobre su piel le hacía sentir algo único.

Cuando pensaba que no iba a poder más con la tensión, su pie fue liberado.

—Creo que será más fácil si intento sacar el zapato sin su pie, por si acaso le hago daño.

—Claro, señor Nualart, no había caído en ello —mintió casi sin aliento.

Nualart sonrió, tenía que disimular lo afectado que estaba. Cuando el zapato quedó vacío, pegó un fuerte tirón y lo sacó de la ranura. Lo sostuvo entre sus manos, casi con reverencia, y examinó la parte afectada. El tacón estaba arañado y la ranura había dejado en él una profunda marca.

—Creo que va a tener que comprar otros —afirmó mirándola desde el suelo, en el que permanecía arrodillado, frente a ella. Alguien quería usar el ascensor, lo supo porque la campana no dejaba de proferir un ruido insistente, pero él no tenía la intención de dejar el ascensor libre—. ¿Me permite? —preguntó, señalando el zapato.

¿Quería ponérselo? Sí, quería ponérselo. Y las manos del hombre agarraron con cuidado su pie descalzo dejando calor allí por dónde pasaban. Le colocó el zapato con cuidado y sus manos acariciaron la piel bajo la media oscura hasta el tobillo.

Ambos permanecían en silencio. Él, por vergüenza, se había dejado llevar; ella porque era consciente de que si abría la boca solo iban a salir los jadeos y gemidos que estaba reteniendo.

La campana del ascensor incordió de nuevo, y esta vez Nualart se levantó, cogió el maletín y salió, dejando libre el espacio. Ella entró y puso algo de distancia entre los dos.

—Voy a por un par de cafés —explicó en voz baja.

—El mío con mucho hielo —murmuró a su vez justo cuando la puerta se hubo cerrado, dejando que esas palabras que ella no había oído flotaran en el aire. Ahora iba a tener que pasar todo el día con una erección de caballo y el pantalón húmedo. Al menos el traje era de un azul muy oscuro, por lo que la mancha pasaría inadvertida.

Tenía que alejarse de ella, cada día, cada segundo que pasaban juntos, lo hacía querer romper la fría barrera que los mantenía alejados y cambiarla por una cuerda que ardiera cuando la tuviera atada y a su merced.


Karen solo pudo respirar con normalidad cuando hubo puesto distancia más que suficiente y después de haberle dado un buen sorbo a su café. ¿Acababa de pasar lo que ella pensaba o era todo un invento de su mente? ¿Había oído que quería su café con hielo?

Distraída volvió al edificio de oficinas y se obligó a no pensar en su jefe. En nada relacionado con él, ni en el hecho de que pareciera sentir una atracción especial por sus zapatos, por sus pies, al igual que el hombre del Velos.

Entró en el despacho y se sumergió en el trabajo. Necesitaba dejar de darle vueltas al asunto, algo complicado cuando el objeto de los pensamientos se encontraba frente a ella.

Nualart no podía dejar de reprenderse por su comportamiento. No había tenido otra intención más allá de ayudarla, pero la tentación había sido demasiado fuerte y antes de darse cuenta estaba acariciando… su pie. Ahora, mientras trabajaban sin descanso, no podía evitar mirarla cada vez que se apartaba la melena, que se llevaba uno de los lápices a la boca para morderlo o que trazaba líneas que supuso que serían palabras sobre el esquema del proyecto, pero cuando la observó mientras se cogía de forma descuidada el cabello para hacerse un improvisado recogido y se frotaba el cuello por el cansancio acumulado, se levantó de golpe para evitar que sus pantalones explotaran.

—Señorita Karen, parece cansada. Yo también lo estoy, pero necesitamos seguir con el proyecto. Así que nos vamos, creo que un cambio de escenario nos vendrá bien a ambos.

Sin más, la obligó a seguirle. Bajaron a la calle y con su habitual habilidad para tomar taxis detuvo uno que los llevó hasta dónde vivía. Le sorprendió que viviera tan cerca; aunque su sueldo no era para alquilar una mansión, sí le permitía tener un bonito apartamento de un dormitorio en una de las mejores zonas de la ciudad, pero él… Él vivía en una de las mejores zonas. Conocía el edificio y, antes de darse cuenta, estaba en el ático de su jefe. No tenía ni idea de por qué habían terminado allí, pero ahí estaba, sentada en un taburete alto detrás de la isla que había en mitad de la cocina.

Las posibilidades iban y venían, imaginó que harían algún pedido de comida rápida para continuar con el trabajo. No le apetecía, pero no quería quejarse. Cuando el proyecto se hiciera realidad y se lanzara, deseaba seguir formando parte de él. Lo consideraba suyo y no estaba dispuesta a cederlo ni a perderlo.

Todo estaba en silencio y por eso sus pensamientos se oían tan fuertes. De repente vio cómo Nualart pulsaba el botón de un pequeño mando y una suave música llenó la estancia. Era agradable, aunque no entendiera nada de lo que decía, por lo que supuso que sería alguna canción en su idioma materno.

Nualart la miró con su habitual gesto serio y abrió un cajón frente a él para sacar un delantal de color negro y colocárselo de manera muy profesional. Karen abrió mucho los ojos, tanto que su jefe reparó en ello y fijó su mirada oscura y rasgada en la suya.

Sin apartar los ojos de los de la mujer, hizo un gesto que casi era una sonrisa y se remangó con lentitud las mangas de la camisa, dejando a la vista unos musculosos antebrazos. Karen tragó saliva. Nunca pensó que algo tan simple como ese gesto pudiese resultar tan sensual, aunque tampoco lo había pensado de algo tan cotidiano como ponerse un zapato…

Sin mirarla, se dio la vuelta y se lavó las manos en el fregadero, después se las secó con un paño que dejó perfectamente doblado a su lado, para, acto seguido, tomar un cuchillo que dejó sobre la tabla de cortar. Abrió el frigorífico y cogió algo que le pareció pollo. También zanahoria, tomate, manzana, patata, cebolla… y varios cuencos con líquidos que no supo identificar. Lo mismo ocurrió con varios botes que contenían especias.

—Voy a hacer pollo al curry al estilo japonés, espero que le guste.

—Seguro que sí —contestó sorprendida.

Nualart empezó a cocinar con destreza y Karen observaba cada gesto sin pestañear, nunca había sentido algo así. Esa atracción por alguien tan fuerte que era incontrolable, y el hecho de que estuviera cocinando para ella…, eso era lo peor. ¿Cómo iba a olvidarse de esa imagen? No iba a poder… ¡en la vida! Nunca había pensado que alguien, haciendo algo tan común como era cocinar, pudiese resultar tan brutalmente sensual.

Nualart se dio la vuelta de nuevo para tomar algo de uno de los muebles superiores, y la mirada de Karen se desvió hasta su perfecto trasero. Sin darse cuenta mordió su labio inferior, aunque no era eso lo que deseaba morder. Apretó las piernas ante la imagen y notó cómo el gemido que contenía a duras penas luchaba por escapar. Se lo tragó a regañadientes a la vez que se reprendía a sí misma por tener esos pensamientos sobre su jefe, pero es que… ¡joder! ¡Menudo jefe! Iba a tener que darle la razón a Mandy y admitir que, de verdad, si se lo propusiera, podía dejar embarazada a una mujer con solo mirarla.

Esa mirada, sus modales delicados y la reserva que mostraba…, todo junto era una combinación que la volvía loca, pero no podía permitirse traspasar la línea. Había luchado mucho por una oportunidad y no podía perderlo por un polvo de una noche, por más atractiva que fuera la idea. Para eso estaba el Velos.

Nualart volvió a darse la vuelta y al mirarla sonrió con picardía, como si supiera la dirección que tomaban sus pensamientos. A pesar de que no podía negar que su jefe la atraía, no iba a dejar que la sedujera, se conformaría con la noche de Akane y con ese hombre misterioso que rondaba sus sueños. Eso si él regresaba, y eso era algo de lo que no podía estar segura.

—¿Hambrienta, señorita Karen?

¿Por qué una pregunta inocente sonaba precisamente como todo lo contrario?

—No mucho —mintió. ¿Hambre? Tenía un hambre voraz que no iba a confesarle, el problema residía en que lo que le apetecía comer no era la comida, sino al cocinero.

Con la elegancia que lo caracterizaba, colocó dos manteles individuales, dos platos, dos juegos de cubiertos y dos copas de vino. Todo a su alrededor se llenó de un aroma tan exótico como el anfitrión que la invitó a sentarse en otra zona de la cocina más cómoda para almorzar.

Tras unos segundos y después de probar lo que había cocinado y darle su aprobación, sirvió un poco en el plato de Karen, después en el suyo y le ofreció un tazón con arroz. Después se dirigió a una pequeña estantería con forma de barril de madera partido por la mitad y seleccionó uno de los vinos que contenía.

Sin preguntar, abrió una botella que escogió, y sirvió un poco en su copa y luego en la de ella, que lo miró un poco sorprendida por el gesto.

—Cuando se abre una botella de vino que tiene el tapón de corcho —explicó moviendo el tapón entre sus dedos—, la primera copa se ha de servir al caballero por si ha quedado algún resto del material; después se sirve a las mujeres de la mesa.

Karen abrió los ojos por el dato. No lo sabía y había pensado mal, pero ahora, tras su explicación, volvía a dejarle claro que era todo un caballero.

—No lo sabía. Gracias, señor Nualart.

—No ha sido nada especial, tan solo es costumbre. ¿Cuántos idiomas habla, señorita Karen?

—Cuatro si contamos el materno.

—¿Que son…?

—Inglés, francés y alemán.

—No está mal. ¿Cómo es que ha ejercido como recepcionista durante tanto tiempo? ¿No tenía otras aspiraciones que no tuvieran nada que ver con su… físico? —puntualizó acompañando las palabras con un gesto de su mano.

—Bueno, como ya le comenté, no es algo de lo que me… beneficie. Nací así, no tiene ningún mérito. No puedo cambiar cómo me ven, y la verdad es que me cansé hace mucho tiempo de luchar para que de verdad me valoren. Estudié muy duro, aprendí varios idiomas, hice un máster en edición y, a pesar de todo, tuve menos oportunidades que mis compañeros. Les da igual que muestres entusiasmo y ganas por lo que te apasiona… así que supongo que llegó un momento en el que me harté de pelear y tan solo me rendí.

Después de soltar el monólogo de su vida, dio un sorbo largo a la copa de vino, que vació de un trago. Nualart la miraba sin pestañear. No entendía muy bien esa sinceridad espontánea que solo se permitía entre parejas, pero le había gustado porque había visto que había mucho más allá de su atractivo físico, aunque eso ya lo sabía. Él sí la veía cuando la miraba, aunque no estuviese dispuesto a reconocerlo.

—La verdad es que la belleza es relativa. No para todos los ojos es lo mismo. Por ejemplo, en Japón no tendría ese problema. Puede que la consideraran exótica, pero no la juzgarían por su belleza, porque nos gusta otro tipo de mujer. —Tal vez estaba siendo duro, pero tenía que alejarla de su mente y que ella sintiera rechazo por parte suya era lo más cómodo. No recordaba la última vez que había dicho una mentira tan descomunal.

Karen sonrió y lo miró con desconcierto, cogió la botella de vino y se sirvió de nuevo en la copa. ¿Así que la consideraba poco atractiva? ¿Exótica? ¡Joder! Para una vez que se sinceraba con alguien sobre cómo se sentía, la insultaban. Nunca le había importado lo que pensaran de ella los demás; sin embargo, ahora se sentía molesta después de que él confesara que no era su tipo.

—Coma algo, creo que está bebiendo mucho.

—No se preocupe, aguanto bien el alcohol.

—Me gustaría que se involucrara en la selección del nuevo equipo.

—¿De verdad? —preguntó sorprendida.

—Sí, creo que será bueno contar con su opinión ya que ha estado trabajando en el proyecto desde el principio. Va a ser mi mano derecha.

—Sí, claro, sin problema —afirmó feliz—. Habrá que celebrarlo —propuso, invitándolo a brindar.

Comieron en silencio, Nualart era una caja de sorpresas. El pollo estaba delicioso y disfrutó como hacía mucho que no lo hacía. Además, la noticia le había alegrado el día. Estaba como en una nube, en una nube rojiza que la hacía flotar entre aromas orientales y sabores afrutados.

Tras la comida llegó el postre, el café y… un licor delicioso que Nualart le ofreció. Karen bebió y entró en ese estado de liberación que suele acompañar al alcohol.

—Señorita Karen, ¿puedo hacerle una pregunta personal?

Karen lo miró con sorpresa, no esperaba algo así. ¿Qué querría saber sobre ella? Estaba claro que no era nada relacionado con el trabajo.

—Adelante —dijo, otorgándole el permiso que pedía.

—Me resulta curioso su nombre, no es muy usual, ¿verdad?

—La verdad es que mi madre pensó que era un buen nombre para mí. Lo leyó en algún lado, creo que en una revista de cotilleos. Significa «de pura raza», y se supone que la persona que lo lleve se dedicará en cuerpo y alma a lo que le apasiona.

—Parece, entonces, que eligió bien. ¿De dónde procede? No parece español.

—Del griego. Es una variante de Catalina. O eso creo. Nunca me ha parecido fiable la información que he encontrado, aunque, a decir verdad, todo coincide con lo que mi madre me contó.

Nualart dio un sorbo al vaso de licor. A Karen le pareció elegante y extraño, no estaba acostumbrada a la forma en la que tomaba el pequeño vaso con ambas manos y ocultaba su boca al beber con ellas.

—¿No tiene más familia que su madre?

No quería ser descortés, ni preguntar algo tan personal, pero tenía una necesidad imperiosa por averiguar más de esa mujer que tanto le intrigaba, porque no era para nada lo que parecía; era mucho más, y deseaba saber si en el fondo era la combinación perfecta que prometía ser.

—No, llevo sola mucho tiempo. Nunca supe quién era mi padre. No sé si tengo algún parecido con él o no. Mi madre siempre decía que tenía sus mismos malditos ojos. Cuando cumplí los dieciocho, me echó de casa. Me explicó que ya no podía seguir haciéndose cargo de mí y que debía vivir mi propia vida ya que era mayor de edad. Me fui, no miré atrás. Y desde entonces he estado sola.

Nualart no se esperaba para nada esa conversación. Nunca se hubiera imaginado algo así, aunque tampoco debía sorprenderle el hecho de que los padres renunciaran a sus hijos cuando él mismo había vivido algo similar.

—Ya hemos descansado, volvamos al trabajo —sentenció poniéndose de pie.

Karen lo siguió hasta una habitación interior que resultó ser un despacho. Estaba decorado con la misma sobriedad que el resto de la casa, y, sin más, se sentaron para continuar con la tarea.

Las horas pasaban, y llegó un momento en el que a Karen le costaba mantener los ojos abiertos, estaba tan cansada… y debía añadir que había bebido más de lo que acostumbraba y la cabeza empezaba a llenarse de una niebla que la invitaba a dejarse llevar. Lo último que vieron sus ojos antes de rendirse al placer del sueño, fue la silueta de Nualart saliendo de la habitación y confundiéndose con la oscuridad que, de repente, lo cubrió todo.

Nualart regresó y no pudo evitar sonreír al ver a Karen dormida sobre la mesa. La verdad era que habían estado trabajando muchas horas para tenerlo todo listo a tiempo. Se acercó y acarició su larga melena. El aroma que desprendió por la furtiva caricia aturdió sus sentidos.

Karen se agitó, estaba seguro de que la ingesta de alcohol había contribuido a su estado de sopor.

—Menos mal que aguantaba bien el alcohol, señorita Karen —murmuró para sí.

La contempló en silencio, sopesando si debía o no despertarla y acercarla a casa. Si era honesto consigo mismo, debía admitir que la idea de tenerla en su cama… era de lo más tentadora.

Sin tenerlo claro todavía, la tomó entre sus brazos para llevarla a su dormitorio. Karen parpadeó confusa, todavía perdida en el sueño profundo.

—Me gusta… —masculló con la voz pastosa.

Antes de que Nualart pudiera procesar sus palabras, se apoyó en él. Al principio no pudo reaccionar, no estaba acostumbrado a tener un contacto tan directo cuando no ejercía como Akuma. Y ahora… no tenía ni idea de cómo gestionarlo. Karen había apoyado la cabeza en su pecho, parecía tranquila, todo lo contrario de lo que le sucedía a él. Su pecho había comenzado a latir con fuerza, desenfrenado.

Tragó saliva y la llevó hasta su dormitorio. La recostó en la cama y pensó que con los zapatos puestos no iba a poder dormir con comodidad, así que de nuevo estaba de rodillas ante esa mujer quitándoselos. Y ese fue su gran error. Al hacerlo volvió a sentir la suavidad de la piel bajo la liviana media y ese aroma delicioso llegó hasta su nariz. Se permitió rozar los dedos que se hallaban presos por la media. Tenía unos pies preciosos, suaves y…

Y se levantó con brusquedad para alejarse. Tenía que mantenerse lo más lejos posible de ella. Abrió la ventana y sacó la cabeza por ella, respiró aire fresco y trató de relajarse. Una vez calmado, se acercó de nuevo a la cama y la metió bajó las mantas. Al moverla, un botón de la camisa se desabrochó y pudo ver parte de sus senos. El sostén era blanco, con encaje, algo demasiado inocente para un cuerpo como el de esa mujer.

Que no la verían hermosa en su país… No se lo creía ni loco. Esa mujer era preciosa, fuerte, inteligente…, brillante. Esa era la palabra para describirla: brillaba. Sonrió y apartó el cabello de su rostro, pero su mano no se detuvo ahí. Bajó hasta la camisa rozando la suave y pálida piel de su escote, solo quería abrocharle el botón, pero se mentía. Sentía un deseo inmenso de tocarla.

No podía estar seguro, pero algo le decía que era ella. La misma mujer que conoció en la noche de Akane. Sentía lo mismo que esa noche y no podía ser una coincidencia. Faltaban tres días para una nueva noche roja, y la estaría esperando. No cesaría en su empeño por averiguar si realmente era la misma mujer que le había dado todo sin pedir nada a cambio.

La tapó y se alejó; el pantalón empezaba a sentirse incómodo en la entrepierna. Hacía tanto que no deseaba a una mujer de esa manera que no podía controlarlo, y se sentía mal por dejarse llevar por ese tipo de sentimientos que siempre habían estado a su merced.

Salió de la habitación antes de cometer una locura, se sirvió una copa de vino y se sentó en la gran terraza con vistas a la ciudad. Le gustaba lo que veía. Le gustaba lo que estaba haciendo. Le gustaba sentir que podía llegar a perdonarse alguna vez y volver a ser feliz. Y le gustaba, aunque no quisiera reconocerlo, Karen. No podía quitársela de la cabeza, y después de lo que había visto esa noche, mucho menos.

Miró hacia el cielo que se había oscurecido y la vio brillar. A pesar de las nubes, la Estrella Polar resplandecía con fuerza y le recordó a Karen. Se empeñaba en no destacar, pero no había nada en este mundo, o en otro, que pudiera apagar su brillo.