Capítulo 21

Nualart salió del despacho de su amigo más confuso si cabía. Parecía que al final no iba a tener otro remedio que quedarse con ella. Y eso le hacía sentir bien, ¡malditamente bien!

Caminaba hacia su oficina cuando la vio salir del ascensor con prisa. Otra vez llegaba más tarde que él; se estaba convirtiendo en una fea costumbre. Iba a tener que cambiar el día en el que se encontraban, para que no llegara tarde de nuevo.

Apenas había dormido, pero no se sentía cansado.

—Buenos días, señorita Karen.

—Buenos días, señor Nualart.

—¿Un café antes de empezar?

Karen lo miró confusa. Si algo le gustaba de esa mujer, entre otras muchas cosas, era que sus ojos eran muy expresivos y podía leer en ellos como en un libro abierto. Desde luego no se esperaba la petición, la había pillado desprevenida.

—Pero… llego tarde.

—No se lo diremos al jefe —bromeó.

Karen abrió más los ojos, en su cara no había espacio para nada más que ese par de ojos grandes de ese tono verde esmeralda que tanto le había atraído desde el principio.

—¿Está bromeando, señor Nualart?

—Eso parece —confesó.

—Bueno, supongo que, si el jefe me pide que me tome un café con él, no puedo negarme.

Ambos salieron del edificio. La tensión de otras veces era más liviana y caminaron relajados el uno al lado del otro. Karen tenía ganas de hacerle muchas preguntas, pero guardó silencio, no quería romper la frágil camaradería que se estaba creando en ese momento.

Pidieron un par de cafés y Nualart, para sorpresa de Karen, se dirigió a la zona de mesas. Así que quedaba claro que iban a tomar café, no solo a comprarlo para llevar. Karen se sentó y, tras hacerlo, su jefe la imitó. Iba a poner el azúcar en el café cuando se dio cuenta de que no lo había cogido, y antes de tener tiempo de ir a buscarlo, Nualart se había levantado a por un par de sobres.

—No sé si lo toma con azúcar o edulcorante —comentó a la vez que le ofrecía un sobre de cada.

Karen cogió el sobre de azúcar y lo vació en la taza de café, después dio un sorbo largo.

—Gracias. No tenía por qué haberse molestado.

—Con dar las gracias era más que suficiente. De nada.

—Disculpe que se lo diga, señor Nualart, pero hoy parece… feliz.

—Lo estoy. He pasado una gran noche.

Karen agradeció no tener café en la boca, porque de ser así lo hubiese escupido como si fuera un aspersor. Había pasado una gran noche…

—¿Hay una mujer en la ecuación?

Nualart sonrió, se levantó y emprendió el camino de vuelta, durante el cual no dijo nada. Su mente estaba perdida en otros asuntos que eran más urgentes y de los que hablarían en cuanto estuvieran de vuelta. Entre otras cosas, quería hablar con Karen de la fiesta que se llevaría a cabo la siguiente semana para presentar el nuevo proyecto de la revista: su idea.

Estaba nervioso, tenía ganas de saber qué le parecería a la gente la forma en la que habían enfocado algo tradicional, dándole un giro para que fuera novedoso.

Nualart se planteaba decirle que era por ella. Que sabía que era ella. Que quería intentarlo. Saliera como saliese, pero que quería ir un paso más allá a ver a dónde les llevaba lo que fuera que había entre ellos. En realidad no sabía cuándo lo había decidido, ni le importaba. Ahora lo tenía claro.

Se detuvieron en la puerta del ascensor y Nualart se metió las manos en los bolsillos. Habían pasado varios minutos en los que no había pronunciado palabra, y ella tampoco.

—Hay una mujer en la ecuación, señorita Karen. De hecho, creo que es la mujer.

La puerta del ascensor se abrió justo en ese momento y Nualart entró. Karen se sintió un poco molesta porque no le había cedido el paso, la verdad era que no había quién la entendiese. Si era caballeroso se molestaba, si no lo era también. ¿Por qué todo era tan confuso cuando estaba con él?

—Me alegro por usted, señor Nualart. Y por ella.

¿Se alegraba? ¡Una mierda! Pero ¿qué más podía decir?

—Bueno, ella aún no lo sabe.

El ascensor volvió a interrumpirles con su molesto y musical timbre y ambos salieron para caminar hasta el despacho.

—Karen, tengo que hablarte de algo importante antes de la fiesta.

La fiesta, ¿cómo podía haber olvidado algo así? Era porque estaba distraída y cansada esos días. Era porque a su lado todo lo demás parecía dejar de existir…

Una vez en la oficina, comenzaron a revisar los currículos de los empleados. Al principio habían pensado en un equipo nuevo y propio, pero después Petrov les había señalado que tenían muy buenos profesionales que trabajaban para la revista y que debían ser los mismos lo que les ayudaran con los detalles del proyecto.

La mesa del despacho era enorme, y la sensación de que era inmensa se acrecentaba al estar ocupada por solo ellos dos. Karen seguía sintiéndose nerviosa cada vez que, por accidente, rozaba la pierna de su jefe, o sin querer sus codos se encontraban.

Por si no fuera bastante, tomaron a la vez otro de los currículos y sus dedos se rozaron, lo que provocó que sus rostros se giraran automáticamente y sus miradas se encontrasen la una con la otra.

—Este fotógrafo me gusta… —pronunció despacio y tragando saliva. Tener a Nualart tan cerca era abrumador, aún no se acostumbraba a ello—. Tiene unas fotos impresionantes. Creo que deberíamos elegirlo para las fotos de portada.

—Yo también creo que es el indicado. Aunque no será fácil que Ryan McKinley acepte, voy a conseguirlo. Cueste lo que cueste. El estreno del suplemento tiene que ser sensacional y lograr que nadie se quede indiferente al verlo. Y si hay alguien capaz de captar lo que queremos en una fotografía, ese es él.

—Decidido, entonces —sentenció Karen carraspeando de nuevo.

Si su jefe era atractivo de por sí, verle relajado, con las mangas de la camisa subidas, sin corbata y con un par de botones desabrochados era algo digno de retratar.

El móvil de Karen sonó. Respiró aliviada porque necesitaba una excusa para alejarse de Nualart o iba a hacer una locura, y al sacarlo del bolsillo miró a la pantalla con una gran sonrisa. Contestó a la vez que se alejaba, en busca de una privacidad que en realidad no era más que la excusa perfecta para bajar la temperatura de su cuerpo.

Al cabo de unos minutos colgó más risueña que de costumbre. Lo había conseguido. Lo tenía. Había logrado que uno de los jugadores de rugby más conocidos del momento aceptara hacer una entrevista para ellos. Se trataba nada más y nada menos que del mismísimo Daniel Evans, un hombre que no solo destacaba en el campo de juego.

Había aceptado a hacer acto de presencia en la fiesta y no podía esperar a tenerlo para la entrevista. Ya era hora de que hombres guapos se pasearan también por esas instalaciones, aunque para ser sincera, tanto Petrov como Nualart no tenían mucho que envidiarles.

Regresó al despacho y su jefe la observó con reproche. Tal vez no le había gustado que saliera sin pedir permiso. Suspiró y pensó que era el momento de decirle que sabía quién era en el Velos. Que sabía qué era Akuma.

Lo haría en la fiesta. Justo antes de que comenzara. Allí, rodeada de tantas personas importantes, no podría pasarle nada, estaría a salvo.

—¡Buenas noticias! He conseguido que Daniel Evans nos conceda una entrevista y que acuda a la fiesta de presentación del suplemento.

—¿Una exclusiva?

—No, primero tiene otro compromiso. Pero será fantástico ver su atractivo rostro en la portada del primer número. Es algo diferente, inusual. Creo que va a quedar…

—Señorita Karen, ¿ha dedicado tanto esfuerzo a conseguir a ese deportista por la revista o por usted?

No pudo evitar sonreír, la burla llenaba su mirada. Parecía molesto. Casi celoso. Y eso la hizo sentir de alguna forma tranquila, no le era indiferente como su empleada, y eso tenía que contar.

Caminó despacio, pero con paso decidido. No podía entender qué le sucedía, la alejaba y a la vez la acercaba. Sabía que la atracción no era solo cosa de ella, era por parte de los dos. Quizá su lucha se debía al contrato que había firmado con ella, aunque claro, él no sabía que ambas eran la misma. Se había cuidado bien de no desvelar su identidad. Pero lo haría. No soportaba más ese doble juego; estaba agotada.

—Señor Nualart, si no le conociera —susurró arreglando el nudo de la corbata, aunque no era necesario—, pensaría que está celoso.

—¿Celoso? Lo siento, esa palabra no forma parte de mi vocabulario.

—Por supuesto que Daniel Evans es un hombre muy atractivo, pero, aunque lo sea, no es mi tipo.

—¿No es su tipo? Y cuál es su tipo, ¿señorita Karen?

—Me gustan mayores. Educados. Tranquilos. Seguros de sí mismos. Me gustan los hombres que respetan a las mujeres y las valoran por lo que no dejan ver a casi nadie, no por lo que todo el mundo ve. Me gustan los hombres… No, perdóneme, me gusta un hombre. Solo uno. Aunque tengo la sensación de que no me corresponde.

Nualart no podía apartar la mirada del rostro de Karen que seguía arreglando su corbata sin necesidad. Sentir sus dedos juguetear sobre su pecho le distraía. Estaba hablando de él. ¿Qué debía hacer? ¿Seguirle el juego? ¿Qué daño podría hacer si estaba dispuesto a confesarle todo en apenas una semana? Una semana que se iba a convertir en la más larga y difícil de su vida.

—¿Cree que no le corresponde? ¿Qué le hace pensar eso, Karen?

—Creo que solo quiere jugar conmigo. Me tienta, me anima a acercarme a él, para luego alejarme. Es como si fuera un juguete atado de una cuerda que él tensa o destensa a voluntad y yo solo puedo esperar a que decida si me quiere tener cerca o no.

Nualart sonrió. Era cierto. Era una descripción bastante gráfica de lo que había entre ellos.

—Solo se me ocurren dos razones para que ese hombre no se sienta atraído hacia usted: o es ciego o, quizá, le asusta que lo rechace. Para algunos hombres no es fácil acercarse a una mujer de su aspecto.

—¿Qué aspecto tengo? ¿Doy miedo?

—Claro que da miedo. Es complicado estar cerca de alguien tan brillante como hermosa. Eso asusta.

—¿Me tiene miedo, señor Nualart?

—No se imagina cuánto.

Y tras esa confesión se alejó, dejando un gran vacío entre ambos. Karen seguía frustrada, pero todo terminaría en breve. Ahora, lo primero era terminar el borrador del suplemento y mandar a impresión unas copias de prueba. Si todo estaba bien, lo enviarían a imprenta, y su sueño, por fin, cobraría vida a través de esas páginas, que eran mucho más que papel impreso.

Los siguientes días pasaron a toda velocidad. Se habían implicado en todo lo concerniente al suplemento y estaban orgullosos del resultado. Todo el interior estaba acabado, solo faltaba la imagen principal de la portada; sería una mañana complicada. La sesión de fotos empezaría en cuanto Daniel Evans llegara. Estaba segura de que adivinaría el momento exacto, porque todas las mujeres del edificio empezarían a gritar sin poder contenerse.

—Karen, ¿a qué hora llegará nuestro famoso invitado?

De nuevo, ahí estaba, ese tono que no dejaba lugar a dudas: estaba celoso.

—Tiene que estar al llegar. De hecho, estoy segura de que en breve Mandy llegará hiperventilando. Se pone nerviosa cada vez que un hombre atractivo llega a las oficinas y no deja de decir… burradas. Estoy ansiosa por saber qué va a decir esta vez cuando vea al señor Evans.

La última frase la dijo para sí misma, pero Nualart la oyó.

—¿Decir burradas? ¿Qué significa? —interrogó acercándose a ella con las manos en los bolsillos.

—Nada, señor Nualart. No me haga caso, no tiene importancia… —se excusó avergonzada por haber hablado más de la cuenta.

—¿Acaso ha dicho algo referente… a mí?

Karen apartó el rostro, avergonzada. No podía decirle lo que Mandy había dicho de él, de ellos…

—¿Karen? —volvió a preguntar, insistente.

No quería, pero ¿qué podía hacer?

—Bueno, señor Nualart, no solo de usted. También lo dijo del señor Petrov —murmuró.

—¿Y qué dijo exactamente? —interrogó intrigado.

—Que conste en acta que son palabras de Mandy, no mías, señor Nualart. Yo nunca me atrevería a…

—Karen, por favor, deje de divagar.

—Está bien, usted lo ha querido. Del señor Petrov dijo que era un hombre al que batiría hasta dejarle la leche a punto de nieve —soltó en un susurro.

Nualart se quedó pensativo. Tardó un rato en comprender la metáfora y después se llevó las manos a los bolsillos, avergonzado. ¿Qué habría dicho de él? Ahora sentía más curiosidad, si cabía.

—¿Y de mí?

—Que es de los que pueden dejar a una mujer embarazada solo con mirarla.

Karen notó cómo su cara se calentaba, debía de parecer una amapola. Al menos agradecía estar a solas con él.

—¿Que puedo dejar embarazada a una mujer solo con mirarla? ¿De qué habla…? —trató de justificarse, aunque la verdad era que estaba azorado. ¿Qué ocurrencias eran esas? ¡Dios! ¿Embarazada con solo mirarla?—. Eso es imposible, de todos modos…

—Bueno, señor Nualart, la verdad es que tiene una mirada…

Nualart detuvo su paso nervioso para acercarse a ella, estaba preciosa con el rostro azorado. Con las manos en los bolsillos se acercó hasta ella, le gustaba que, de vez en cuando, perdiera esa seguridad y se viera tan inocente. Le excitaba y cada vez tenía más claro que iba a hacerla suya, tanto de noche como de día.

—¿Cómo es mi mirada, señorita Karen?

Karen dudó, pero después pensó que le gustaba verle jugar con ella, distendido. Parecía tan cómodo con ella que no pudo evitar unirse al juego; además, le gustaba que buscara su cercanía porque sabía que era reacio a ella.

—Intensa. Es un hombre muy atractivo, señor Nualart, pero nunca se lo diré. Es un secreto.

—¿Tiene muchos secretos, señorita Karen?

—No muchos, aunque los pocos que tengo lo incluyen a usted.

Karen se dio cuenta de que había ido caminando hacia atrás, para poner distancia entre ellos, pero ahora estaba atrapada. Había topado con la gran mesa de trabajo y Nualart, aun con las manos en los bolsillos, era imponente y la inmovilizaba sin necesidad de usar las manos, su mirada era más que suficiente. Quizá no la dejaría embarazada, pero sí era capaz de vencer su voluntad.

—No olvide, señorita Karen, que quiero decirle algo antes de la fiesta. Espéreme, necesitamos hablar —susurró acercando su boca a la de ella.

Karen contuvo el aliento, cerró los ojos y se preparó para ese beso inminente que deseaba desde… desde siempre. Ya casi lo saboreaba, apenas quedaba distancia entre ellos, ya casi lo tenía, pero alguien llamó a la puerta y el momento se esfumó, dejando a ambos con el corazón a mil y la boca seca.

Nualart dio permiso y Mandy entró seguida de Daniel Evans. Por más que quería disimular, Mandy no podía dejar de mirar de reojo y sonreír nerviosa. Cualquiera sabía qué demonios pasaba por su bonita cabeza. Daniel resultó ser un hombre imponente que era mucho más atractivo en persona que en las fotos, y eso que en las fotos parecía un dios griego. Perfecto, rubio, de ojos azules y unos abdominales esculpidos con esmero.

Karen se quedó mirándolo embobada y Nualart se adelantó para presentarse y, de paso, ocultar de la vista de Karen a ese joven que, seguramente, podía dejar embarazada a una mujer con darle la mano. Tenía una conversación pendiente con Mandy, ¿cómo se le ocurrían esas cosas?

—Lucien Nualart, socio y creador del suplemento.

—Encantado, señor Nualart. Daniel Evans, un placer.

Daniel alargó la mano para estrechársela, y Nualart se inclinó como era su costumbre, dejándolo con la mano extendida. Karen apareció a su lado y tomó la mano que Nualart no había estrechado.

—Karen Aranda, soy la redactora jefa.

Nualart los miró. La verdad era que hacían una pareja perfecta, parecían hechos el uno para el otro. Karen soltó la mano de Daniel y sonrió. Era un alivio estar tan cerca de un hombre así y no sentir nada especial. No sabría qué hacer si hubiera sido de otra forma.

—¿Redactora jefa? ¡Qué sorpresa! Pensé que era una modelo que iba a acompañarme en la sesión de fotos.

—Gracias por el cumplido, pero no me dedico a eso.

—Parece que las mujeres españolas que se dedican al periodismo no son solo inteligentes.

—¿Lo dice por Yas?

Evans la miró con un brillo poco disimulado en sus bonitos ojos azules. Era un hombre muy atractivo y cuando sonreía…

—¿Se conocen?

—Somos amigas, fuimos juntas a la universidad.

La sonrisa en el rostro de Daniel le dio una idea clara de que los rumores en torno a Yas y él no eran solo rumores.

—¿Me acompaña? —pidió Nualart saliendo primero de la sala junto a Evans.

—¡Madre del amor hermoso! Karen, ¿qué pasa con los hombres que vienen aquí? Desde luego son como una paga extra. Espera que veas al fotógrafo, no tiene desperdicio.

Karen sonrió, Mandy no dejaba de morderse el labio mirando el espacio vacío que había quedado tras la marcha de los hombres.

—Es atractivo. Eso es algo innegable.

—¿Atractivo, Karen? ¿En serio? ¿De qué te sirven esos dos grandes ojos que tienes? No puedo creerlo, casi te falta cara para tenerlos y no te sirven de nada. Espera, espera y verás al fotógrafo. No sé cómo vas a sobrevivir ahí dentro con todos ellos. No vas a salir viva, vas a morir por combustión espontánea.

Karen rio con ganas. Mandy siempre la hacía reír con sus exageraciones, aunque era cierto que eran hombres fuera de lo común.

—Dicen que los orgasmos atenúan las arrugas, me dan ganas de ofrecerme para una sesión antienvejecimiento gratuita. Es más, la que pagaría sería yo y le daría hasta las gracias.

—Vuelve al trabajo; ese hombre ya tiene a alguien en mente.

—Pero, pero… ¡Hay tres! No me importa con cuál, ¡no soy delicada!

—Eres incorregible, Mandy. Vamos, ¿no tienes algo mejor que hacer?

—La verdad es que no, pero como no me queda otra, regresaré a mi mesa.

—Tal vez la próxima vez te deje mirar —dijo entre risas mientras salía del despacho y se dirigía al lugar donde la sesión de fotos tendría lugar.