Capítulo 7
Nualart caminaba con presteza. Karen trataba de seguirle el ritmo, pero sus pasos eran tan largos como sus piernas.
—Señor Nualart, ¿pido un taxi?
Al oírla hablar de forma entrecortada, detuvo el paso con brusquedad. La miró y cabeceó, molesto. Sin decir nada, algo que incomodó a Karen, sacó el móvil y marcó un número.
Ella se mantuvo alejada para no ser indiscreta, aunque no podía evitar preguntarse a quién estaría llamando. Hablaba con tanta suavidad que no era capaz de captar nada que le diera una pista de la conversación.
Al cabo de unos segundos, colgó y regresó sobre sus pasos para llegar hasta ella.
—Vamos a comer.
Y, antes de que pudiera decir algo, volvió a emprender la marcha, así que no le quedó más remedio que seguirle, aunque no le había gustado ese tono autoritario que había utilizado.
—¿Dónde vamos a comer? —preguntó una vez que lo hubo alcanzado.
La calle estaba a rebosar; era complicado andar con ligereza entre tanta gente, por eso no entendía cómo se las apañaba él para poder hacerlo a esa velocidad. Le faltaba el aliento. Además, ¿no había dicho que no conocía la ciudad? ¿Había mentido o iba a la aventura?
—Al restaurante de un conocido.
Karen lo siguió sin decir nada. Estaba claro que algo sí que conocía de la ciudad, aunque no podía molestarse; había arruinado su camisa y cómo mínimo debía acompañarle a comprar otra. También se ofrecería a llevarle la sucia a la tintorería y correría con los gastos; era lo mínimo que podía hacer.
Cuando se detuvo y volvió a sostenerle la puerta para que entrara se sorprendió al ver que no la había llevado a un restaurante japonés, sino a uno italiano. ¿Debía sorprenderse? ¿Por qué iba a comer fuera de casa algo que para él era común? La verdad era que se sentía un poco decepcionada; le encantaba el sushi, el sashimi, el ramen, la tempura… Para qué iba a mentir, le encantaba comer y le gustaba la buena comida, fuera de donde fuese.
—¿Italiano? —preguntó sin poderse contener.
—¿No es de su agrado, señorita Karen? —interrogó expectante.
A Karen se le pasó por la cabeza que, tal vez, si decía que no lo era, cambiarían de lugar. Había dejado claro que era todo un caballero.
—En realidad me gusta la buena comida, toda. Aunque para ser sincera, esperaba poder comer algo de ramen o de sushi.
De nuevo ahí estaba, esa pequeña sonrisa en su rostro que le hacía más irresistible.
—Para la próxima la invitaré a comida japonesa.
«¿Próxima vez? Bueno, eso tiene que significar que, por lo menos, no voy a perder mi puesto de trabajo».
Entró sin rechistar. Estaba claro que no iba a dejar de comportarse de esa forma por ella, y dejó que su mano, otra vez, la guiara por la cintura. Nada más verlos entrar, el encargado del lugar se acercó y los acompañó a una mesa alejada de las demás con un cartel de «reservado» en el centro.
El restaurante era elegante y cálido. Las mesas de madera oscura, los manteles blancos con pequeñas líneas en tonos azules dibujando cuadros imperceptibles, las lámparas con tulipas en forma de flor, los jarrones con margaritas de un amarillo pálido…, todo le daba un aspecto acogedor; era como estar en casa.
Como era de esperar, retiró la silla para que tomara asiento. No tenía sentido discutir con ese hombre, aunque le molestaran tantas atenciones. Nunca las aceptaba, pero él era el nuevo jefe, ¿cómo iba a discutir por tratarla con galantería?
El camarero apareció para tomar nota y Nualart pidió una botella de vino tinto para empezar. Cogió la carta y ordenó la comida: risotto, lasaña, pan genovés y ternera.
El joven tomó nota de todo con diligencia y al terminar los dejó a solas. No era su intención quejarse por nada, se jugaba mucho, pero había sido demasiado.
—Creo que ha pedido demasiada comida para usted solo —soltó con ironía.
Había querido sonar dulce e indiferente, pero había sonado enojada. Lo estaba, pero no era su intención que él lo supiera.
—¿La ha molestado el hecho de que pidiera por usted?
El hombre la miraba con atención. No había en su mirada nada que le indicara que había sido un acto guiado por la superioridad de su estatus o por el simple hecho de ser hombre. Sin embargo, no podía obviar que de nuevo la trataban como a un florero, un mero adorno más del local. ¿Acaso no tenía derecho a pedir lo que quisiera para comer?
—Ya veo —continuó serio—. No era mi intención, señorita Karen. La verdad es que no he pensado que fuera algo que pudiera molestarla. Supongo que todavía no he dejado atrás mis costumbres. Si no le gusta lo que he pedido, siéntase libre de elegir lo que le apetezca, por favor.
La declaración le había pillado desprevenida; en realidad no era que no le gustaran los platos escogidos, lo que no le gustaba era el hecho de sentirse… como una muñeca de porcelana: hermosa, pero sin cerebro.
—No quería ofenderle, es solo qué…
—Adelante, continúe.
Guardó silencio por un momento, debía pensar bien qué decir. ¿La despediría si era sincera?
—Esta mañana no parecía tímida. Diga lo que piensa, no crea que va a tener represalias en el trabajo por lo que se hable durante la comida.
Karen alzó la mirada. Notaba el calor calentar sus orejas, le había pasado desde niña. En realidad no entendía cómo era posible que siguieran intactas cuando cada dos por tres notaba cómo se derretían por el calor.
—No me gusta que me traten como un objeto decorativo, eso es todo.
—¿Así se siente? —interrogó sorprendido.
Karen asintió y dirigió la mirada hacia las rayas azules del mantel para evitar la de él, que casi parecía poder leerle el alma.
—Supongo que ser así no le habrá resultado fácil.
—Ser así me ha complicado mucho las cosas.
—¿De qué manera?
Iba a contestar, pero el camarero apareció con la botella de vino y guardó silencio; no era algo para contar con espectadores. El joven sirvió el líquido oscuro y el olor impregnó todo a su alrededor.
Al irse, Karen tomó la copa y dio un sorbo. Estaba delicioso; cerró los ojos para disfrutar de su sabor. Al abrirlos se percató de que Nualart la miraba sin pestañear y, de nuevo, el rubor tiñó su rostro.
—Si sacaba buenas notas —empezó—, las compañeras cuchicheaban. Decían que me las había ganado por ser guapa. En la universidad no mejoró; allí algunos de los profesores me propusieron subir de nota a cambio de pasar un rato a solas conmigo, uno incluso llegó a ofrecer un trabajo en un periódico a cambio de una cita.
—Ya veo. ¿Estudió periodismo?
—Sí, era mi sueño. Trabajar en una revista, escribir artículos, ser redactora… La verdad es que me daba igual. Cualquier cosa relacionada con mi profesión me apasiona, pero no he tenido suerte.
El camarero apareció con los platos, que dejó sobre la mesa, y la conversación se detuvo. Karen probó la comida y reconoció que todo estaba delicioso. Pensar en lo injusta que había sido su vida y lo estancada que estaba la puso triste. Parecía que no iba a avanzar nunca, y en el futuro, cuando la belleza que veían en ella los demás se desvaneciera, ¿qué iba a hacer?
Nualart no dijo nada, él mejor que nadie sabía los sacrificios que las mujeres hacían para estar bonitas. La belleza era algo imprescindible en su cultura, incluso las contrataciones se hacían en función de la apariencia. Había visto a su madre sacrificarse, comer mucho menos de lo que necesitaba, todo por alargar una juventud y una belleza efímeras.
—¿Le apetece un café? —preguntó al terminar. No quería volver a caer en el mismo error.
—Sí, por favor. Café con leche.
Llamó al joven y pidió un expreso y un café con leche.
No sabía qué decir, parecía que la conversación se había tornado demasiado seria momentos antes y ahora todo lo demás parecía banal.
—Voy a dirigir el suplemento deportivo. Quiero que sea algo diferente, que cuente con secciones que no sean las mismas que en las demás revistas.
—Suena muy interesante. Tal vez podría darle visibilidad a deportes que no son tan conocidos. Parece que solo existe el fútbol.
—Sería un buen enfoque para empezar.
—También sería algo diferente hacer una sección de entrevistas en las que los deportistas de moda nos hablen de qué deportes les gusta practicar por diversión o quiénes han sido los deportistas que los han inspirado. Creo que es otra forma de hablar de ello.
Nualart la escuchaba con atención; la verdad era que esa mujer tenía mucho potencial, la idea era buena, y bien llevada podría resultar muy atractiva y novedosa.
Dio un sorbo al café, que el camarero había dejado en la mesa con sutileza, y la observó de nuevo. No podía evitar mirarla, era muy diferente a las mujeres orientales, pero su mirada era clara, como si mantuviera la inocencia de la juventud, y, a pesar de tener el atractivo suficiente para jugar con los hombres, era insegura. De hecho, le daba la sensación de que le molestaba ser así. Y eso era curioso y despertaba su interés.
La mujer soltó la taza de café en la mesa e inclinó el cuello hacia atrás a la vez que con su mano derecha se tocaba la nuca, como si le doliera. Y ese gesto, le trajo de nuevo el recuerdo de la noche pasada.
No había posibilidad alguna de que se tratara de ella. La otra mujer había tomado las riendas con seguridad, parecía experimentada, esta no. Aun así, no podía evitar que de vez en cuando, su aroma o gestos como ese, le recordaran a la desconocida que se había colado en su mente y parecía no tener la intención de irse en una temporada.