EPÍLOGO

2 de agosto de 2010

Querida hija:

Hace muchos días que no sé nada de ti. Perdóname por todo el daño que te he causado, por no ser la madre que necesitabas y por no escribirte en todos estos años. La verdad es que no sé por dónde empezar. Siempre fuimos unas desconocidas y asumo que no supe decirte cuánto te quería. Y ahora, con el paso de los años, siento que ya no encajo en tu vida.

Solo te pido una cosa: no llores, por favor, no llores, amor mío. Sabes que te quiero, que eres mi vida entera. Así que, por favor, no llores. No soportaría que las lágrimas surcaran tus mejillas, o saber que te derrumbas y que no tienes ganas ni de hablar. Tú eres la fuerte de las dos, y sé que podrás salvar la distancia que nos separa, como has superado tantas otras cosas. ¿Acaso no te acuerdas de todo lo que pasamos juntas? Confía en mis palabras, por favor, y comprobarás que el dolor que te embarga es solo pasajero. Créeme si te digo que al final terminarás por darme la razón. El tiempo lo cura todo, hasta las heridas más profundas.

¿Te acuerdas, preciosa mía, de lo cabezona que eras cuando te empeñabas en algo? Yo me desesperaba, pero ahí estaba Mariam para mediar entre las dos. Y cómo os reíais en la cocina con los cuentos del abuelo. Ya ves, me he puesto sentimental. No te rías de mí... me siento un poco estúpida y yo también acabaré llorando... ¿Sabes una cosa que nunca te he dicho...? Sí, mi vida... jamás dejaré de quererte... Pero, por favor, cariño, deja que termine lo que quería decirte.

Sé que ahora tienes miedo y estás sufriendo, que tienes ganas de salir corriendo y gritar al mundo tu dolor. No temas decir al mundo o a Laura cómo te sientes. Para ti siempre fue más fácil que para mí. Y espero que eso no haya cambiado en ti.

Ahora sueño todos los días con ver de nuevo el azul del cielo, el color de la libertad, de tus ojos. Eso me empuja a seguir adelante, a luchar por ti, para que obtengas independencia y para que seas una mujer que mira al futuro con valentía, como hacemos muchas de las reclusas que estamos aquí. Y todas las mañanas oigo el trinar de los pájaros. Eso me recuerda lo feliz que soy por tener una hija como tú.

Dicen que la soledad no es buena, pero tus cartas me han ayudado a sobrellevar este encierro y a quererte más cada día. He memorizado tus palabras y las siento muy dentro de mí. Además, tengo una foto tuya que enseño a todas las reclusas. Manuel Rojas me la trajo la última vez que vino a verme. Estás cambiada, muy alta y guapa. Cómo has crecido, mi niña. Yo les digo a mis compañeras que tú eres mi blanca paloma y que pronto serás periodista. Desde aquí todas te envían un abrazo fuerte. Incluso una de ellas me dice que eres «Saira, la niña que ha aprendido a volar sola». Estoy orgullosa de todo lo que has conseguido.

Y, por favor, no llores. Yo hace años que dejé de hacerlo. Y te esperaré, porque allá donde estés, yo siempre te querré.

Te quiere,

tu madre

Saira leyó la carta una vez más. Aunque su madre le pedía que no llorara, era inevitable hacerlo. Aquellas palabras habían servido más que todos los años de silencio en los que había esperado una respuesta. Ahora sabía que Bahar pensaba en ella. Guardó la carta en una caja de madera en la que tenía todos sus «tesoros». Estaba la pulsera del abuelo, la carta que le había escrito a Mariam y hasta una rosa marchita que le había regalado Pablo antes de marcharse a Kenia. El corazón que le había regalado su madre lo llevaba colgado del cuello siempre.

Necesitaba hablar con él. Quería contarle que había recibido una carta de su madre. Encendió el ordenador y abrió su cuenta de correo. Había varios mensajes, aunque el que le interesaba era el de Pablo.

Para: Saira

De: Pablo

Asunto: ¿Sabes que te quiero?

Hola, Saira. ¿Cómo va todo por Valencia? Te escribo en un hueco que he encontrado. Aquí estamos trabajando muy duro, ya sabes, de doce a catorce horas todos los días. Y mi tío es tan entusiasta que nos mete caña incluso cuando el curro nos sobrepasa. Estoy seguro de que si lo conocieras un poco más también querrías ser médico.

Está siendo una experiencia maravillosa y estoy aprendiendo más cosas de las que pensaba. Hemos hecho algunos amigos, como un niño que nos traduce del suahili al inglés. Es bastante despierto y quiere ser médico, como mi tío y yo. Me paso los días conduciendo, recogiendo pacientes de los pueblos y llevando agua al hospital y a las mujeres. El equipo ha conseguido operar a más de ciento cincuenta personas, y aun así consideramos que no son suficientes. Nos faltan días, manos, material... En fin, que hacemos todo lo que podemos.

Ahora ya solo cuento los días que nos quedan para volver a estar de nuevo juntos. En una semana estaré en Valencia. No soy muy de palabras y, aunque me gustaría decirte muchas cosas, ya sabes que se me dan mejor las matemáticas. No puedo olvidarme de todos los días que me has regalado. Me has hecho feliz y, como te prometí, te digo todos los días cuánto te quiero. Ahora solo me gustaría tocar tus labios y jugar a besarnos, dibujar tu contorno hasta perdernos en el tiempo. Dime que tú también piensas en mí.

Sabes que siempre te siento.

Te quiero,

Pablo

Saira le contestó enseguida.

Para: Pablo

De: Saira

Asunto: Re: ¿Sabes que te quiero?

Hola, Pablo. Yo también te quiero. No me olvido de ti. Este mes y medio se me está haciendo muy largo. Echo de menos tus risas, tus payasadas y... sí, también echo de menos tus abrazos. No me hubiera perdonado que te quedaras aquí y no disfrutaras de esa oportunidad. Laura dice que estoy un poco insoportable porque no hago más que hablar de ti, pero me da igual lo que diga, ahora que te he encontrado no quiero que te marches.

Hoy es un día especial, estoy muy contenta. ¿Sabes que he recibido una carta de mi madre? Cuando llegues voy a enseñártela. A Laura se la he leído como cinco o seis veces. Bahar me ha dicho cosas increíbles y todavía no me creo que se haya decidido a escribirme. Al fin, todo sale como siempre había soñado.

Yo tampoco tengo mucho tiempo. Hoy vamos a recoger a Mariam. Nos han dicho que es una niña búlgara a la que su madre abandonó nada más nacer. Ahora tiene un mes y medio. Laura le ha comprado un montón de ropita de color verde. Se niega a que su hija vista de rosa. Y la abuela Elvira ya le ha hecho una manta y le ha bordado un cuadro a punto de cruz con su nombre para ponerlo en su habitación. No cambia, ella es así.

Ahora tengo que dejarte porque Laura me está llamando. También cuento los días para verte, y espero que todas esas cosas que me has dicho en la carta me las digas a la cara. ¿Sabes que te quiero? Te lo digo por si no te acordabas.

Ah, se me olvidaba decirte que hace dos meses y diez días que no me provoco una herida. ¿Verdad que es maravilloso? La psicóloga está muy contenta por cómo estoy respondiendo a la terapia.

Te quiero mucho

Saira

Laura y Juanjo la esperaban en el coche. En el asiento de atrás había un canasto vacío, que muy pronto lo ocuparía un nuevo miembro de la familia. Laura estaba tan radiante como nerviosa. Tantos años esperando una oportunidad y al fin lograban sus sueños. Los últimos análisis habían salido bien y en unos meses Laura ya no tendría que regresar al oncólogo. Aun así, seguía de baja. Saira y Mariam iban a necesitarla más que nunca.

El camino fue más corto de lo que esperaban. Laura no dejaba de preguntarles si creían que tal o cual música era la adecuada para una niña de un mes y medio, o si el vestidito que llevaba para ponerle era acertado para cuando la llevaran a casa. Y aunque no quería que los nervios la traicionaran, Laura se echó a llorar en el coche antes de recoger al bebé.

Juanjo la consoló posando una mano sobre su cabeza. Se miraron a los ojos y, sin decir una sola palabra, se dijeron un «te quiero» que hizo suspirar a Saira.

La abuela Elvira los esperaba en la entrada del hospital. La niña había tenido una pequeña neumonía, pero ya estaba totalmente recuperada. Había engordado medio kilo desde que nació, y ya no parecía una ratita desamparada.

Laura fue la primera en cogerla en brazos. La niña bostezó al sentir el abrazo de su nueva madre. Parecía estar tranquila en su regazo. Laura no pudo evitar emocionarse de nuevo. Ahí estaba su hija. La olió y la besó con ternura.

—Saluda a tu familia. —Laura alzó con suavidad la mano de la niña—. Este es tu papá, es un poco tontorrón...

—Eso, eso, tú ponla ya en mi contra —replicó Juanjo.

—Pero también es adorable. No quiero decirlo muy fuerte porque luego se lo cree —le susurró en la oreja—. Vas a ser una de las niñas de sus ojos, porque a la otra la tienes aquí. Esta es Saira y está deseando conocerte.

Laura colocó la niña en los brazos de Saira. Aquel gesto no se lo esperaba. Se humedeció los labios. Temía no cogerle bien la cabeza, y le preguntó con la mirada a Laura si estaba haciéndolo como correspondía. Con el gesto de Laura, Saira se tranquilizó. La niña parecía reír.

—Creo que le gustas —le dijo Juanjo.

Saira la miró con asombro. Era tan pequeña y tan hermosa que solo podía llamarse como su hermana.

—Hola, Mariam, soy Saira, tu hermana mayor, y voy a cuidar de ti.

AGRADECIMIENTOS

Llegar hasta aquí ha sido un camino largo, pero ha valido la pena. ¡Vaya que sí! Tengo tanto que agradecer que espero no dejarme a nadie.

Me gustaría dar las gracias en primer lugar a todo el equipo de Plataforma Neo, en especial a Miriam Malagrida, una editora que mima a sus autores y siempre mantiene una sonrisa.

A Lola Rodríguez, por hacer la portada perfecta.

A Francesc Miralles, por hacerme esa llamada tan especial y por todas las cosas que me has enseñado.

A Elena Martínez Blanco, que se resistía a leer esta historia y al final terminó rendida ante Saira, y a Mamen de Zulueta de ZW, por confiar en mí.

A mis padres (Marga y Paco) y a mis hermanos (Paco, Nuria y Marga), porque sin vosotros yo no sería la que soy. Os necesito siempre, aunque la distancia sea larga.

A mis suegros y a mis cuñados, por hacerme sentir una más de la familia.

A Dani Ojeda Checa, porque cuando decidí darle una oportunidad a esta novela me acompañaba al teléfono. ¡Pareces mi hada madrina!

A María Gardey y a Noemí Fernández, porque os debo varios paquetes de pañuelos.

A Sergio Rodríguez, porque durante un año le dio miedo enfrentarse a esta historia y cuando lo hizo se emocionó.

A Olga Salar, por todas las conversaciones telefónicas.

A las chicas de Juvenil Romántica, Rocío Muñoz y Eva Rubio, porque siempre me habéis echado una mano cuando la he necesitado.

A Vane y a Patricia Madrid, por vuestro entusiasmo.

A Anika Lillo, por su contribución a la literatura.

A José Manuel García Layunta, por el asesoramiento legal.

A Belén Vidallach y a Santi Morales, por vuestros consejos y por ser mis ojos en la base militar de Kabul-Herat. Sé que me he tomado algunas licencias, pero la historia me lo pedía así.

A mis amigas del café, María José, Lola, Araceli, Paqui, Consuelo, Rosa y Mari Carmen, con las que arreglo el mundo entre risas.

A los blogueros valencianos, Arantxa Marín, Arantxa Vázquez, Amparo Ramada (me encanta tu entusiasmo), Laura Blasco, Ali Rojo, Soraya Arán, Irene G. Fuentes, Mari Carmen Fombuena, Elena López-Botet y Alicia Santos (tú también eres una bloguera), porque siempre habéis estado a mi lado.

A los otros blogueros, Tamara Escudero, Laura Peláez, Mike, Selene, Verónica Fernández, Álex Campoy, Miryam Artigas, Verónica Giménez Fuentes y su hermana Jéssica, Zulema, Bella, Iria G. Parente, María Cabal, Anna Gallagher, Noelia Guirao, Lucía Rodríguez Gayo, Vanesa López, Da y Elo, porque me habéis acompañado en este viaje. Sois muchos más, lo sé.

A los chicos de las quedadas, David Mateo, Joe Álamo, Sergio R. Alarte, Carmen Cabello, José Vicente Ortuño y los demás, porque con vosotros he compartido momentos literarios maravillosos.

Y, cómo no, a todos los autores de los que tanto he aprendido, Francisco Fernández de Paula (no me cansaré de repetir lo generoso que eres), Javier Ruescas, Esther Sanz, Rocío Carmona, Javi Aráguz, Isabel Hierro, Isabel del Río, Antonio Martín Morales, Nuria Mayoral y Susana Vallejo.

A Juanjo, por tu amor, porque sin tu apoyo yo no podría escribir. Te quiero, siempre. A Ían, porque ser tu madre es el mejor viaje que puedo tener en esta vida.

Y por último a ti, lector, gracias por haber llegado hasta aquí. Deseo que nos leamos en la siguiente aventura.

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31/10/2013