CAPÍTULO DOCE
Tras encontrar a Saira con una herida en el muslo, Laura corrió a por su maletín. Esta vez, como la anterior, el corte no había sido profundo, pero necesitaba dos puntos de sutura. Saira no apartó la mirada mientras Laura trabajaba con la aguja. Había algo hipnótico en ver cómo el hilo salía de su piel. Reconoció entonces que estaba enganchada al dolor más de lo que le hubiese gustado. Y esta vez la recaída había sido mayor que cuando era niña. No había sido normal no sentir dolor cuando Laura le dio el primer punto. Incluso experimentó un poco de placer. Lo que realmente le dolía era la opresión que crecía en su pecho.
—Estoy cansada... y triste —dijo Saira cuando Laura terminó, y miró al suelo.
—¿No te has parado a pensar que eso es mejor que no estar de ninguna manera? —le contestó.
—No sé cómo enfrentarme a esto... creo que nunca voy a ser feliz.
—Los adolescentes tendéis a dramatizar demasiado. —Laura no pudo eludir una sonrisa—. Mírame a mí, me considero feliz.
—Es que es muy difícil.
—Les prestas más atención a aquellos que se fueron que a los que estamos aquí y nos preocupamos por ti.
No pretendía ser un reproche, aunque Saira la miró con dureza. No obstante, se relajó cuando Laura le acarició la melena.
—Tienes que pasar página de una vez por todas —siguió hablando Laura—. Es la única manera de superar el dolor. Yo lo hice... y eso no quiere decir que no me acuerde de ella.
Saira hundió el rostro entre las manos. Había tocado fondo. Laura la dejó llorar, desahogarse. Le vendría bien echar todo lo que había acumulado durante años. Esperó a que fuera Saira quien volviera a hablar. Tras unos minutos de silencio, buscó la mirada dulce de Laura.
—He rechazado a Pablo.
Laura pensó la respuesta antes de contestar.
—Eso, como casi todas las cosas en esta vida, tiene solución. —Le limpió las lágrimas con un pañuelo de papel—. Ya sabes qué es lo único que no se puede enmendar. No podemos luchar contra la muerte, así que no remes a contracorriente.
Saira se cubrió el pecho con los brazos. Estaba temblando, aunque la temperatura en la habitación era de unos veintidós grados. Laura alargó un brazo para coger la manta de colores que la abuela Elvira le había hecho a ganchillo. Pero no fue que quisiera abrigarla lo que Saira agradeció, sino el abrazo firme de Laura. A su lado se sentía capaz de afrontar cualquier cosa.
—Me gustaría parecerme más a ti, a Mariam, y ser tan fuerte como vosotras.
—Es un halago que me digas eso, pero a mí me gustas como eres. Has sido muy valiente al pedir ayuda. Hoy has dado un paso más en tu recuperación.
—No te entiendo —dijo aferrada a la manta.
—Si has vuelto a recaer en la autoagresión es porque aún te sientes culpable por lo que ocurrió en Kabul —le explicó—. Eras una niña de apenas nueve años que no tenía poder de decisión. ¿Cómo enfrentarte a molinos tan altos tú sola? Era imposible. No puedes estar segura de que tarde o temprano Ramin no acabara con la vida de tu hermana. Dime, ¿cómo lo habrías impedido cuando te hubieras casado con Ahmad?
—Pero no fue eso lo que ocurrió —se justificó Saira.
—Ya, pero no permitas que la vida de tu hermana no tenga valor. Juegas al límite de la vida, de tu vida.
Saira se mordió el labio; seguía temblando. Cuando llegó a Valencia, Laura solía cogerla en brazos cuando tenía un problema y la cubría de besos mientras estaba en su regazo. Con dieciséis años no podía pretender que hiciera lo mismo, aunque aún seguía sintiéndose pequeña e insignificante. Había llegado el momento de coger el toro por los cuernos y enfrentarse a su problema. Era eso o rendirse definitivamente...
—Necesito poner orden en mi vida.
—Y pedir ayuda es el primer paso para la recuperación. No está todo tan perdido como crees. —Trató de desdramatizar la situación con una sonrisa—. El segundo paso es querer curarse.
—Te estoy haciendo sufrir mucho, ¿verdad?
—No eres muy diferente de la adolescente que yo fui —repuso Laura—. Y, si no, pregúntaselo a la abuela Elvira. Yo también tuve mis movidas con mi madre.
—Gracias por estar a mi lado.
Laura le despeinó la melena y Saira se metió en la cama. Estaba agotada y necesitaba descansar y asimilar todo lo que le había sucedido ese día. Laura se sentó en el borde de la cama y le ofreció su mano, como cuando era pequeña y no podía dormir. Había superado el miedo a la oscuridad gracias a ella. Sí, Laura no era su madre, pero jamás la había defraudado. En momentos como esos lamentaba no poder llamarla «madre», pues era lo que se merecía.
—Me encantará ser la hermana mayor del niño que os van a conceder —le dijo con una sonrisa cansada.
—¡No me digas que has consultado una bola de cristal!
Saira rió.
—No, pero ¿quién mejor que tú para ser madre?
Laura suspiró. Aquello sí que era todo un halago. Los ojos se le humedecieron y se mordió el labio para no echarse a llorar.
—Anda, duérmete ya, que al final vamos a terminar las dos llorando a moco tendido.
Los días pasaron lentos, pero cada vez que Saira iba a la consulta de la psicóloga salía con un peso menos encima. Iba a ser una terapia larga, tanto como Saira quisiera. A veces se resistía a avanzar y se provocaba una pequeña herida, pero siempre acababa recurriendo a Laura. Poco a poco, Saira estaba aprendiendo a mantener a raya la necesidad de provocarse dolor.

La última noche antes de que les dieran las notas de fin de curso, Saira estaba intranquila. Se había conectado al Messenger y el estado de Pablo no había variado. Vio que él también estaba conectado, pero no se atrevió a importunarlo. No sabía qué decirle ni cómo pedirle disculpas. Se decidió a cambiar el estado. Ya era hora de dar el paso:. Sabía que nadie lo entendería, pero para ella supuso un alivio. Se trataba de un mensaje muy claro y tenía un solo destinatario: Pablo. Era su manera de pedirle perdón y lo único que podía ofrecerle de momento.
No esperó una respuesta inmediata. Apagó el ordenador y cogió un libro que tenía a medias, una novela juvenil que le había dejado Isabel. Se puso los cascos y le dio a la lista de reproducción de su Mp4. Buscó la carpeta de Muse. Después de que Fabián le insistiera mucho, había acabado por gustarle a ella también.
Antes de la medianoche oyó un bip y cogió el móvil con manos temblorosas. Deseaba que Pablo hubiera entendido el mensaje y que el msm fuera suyo. Chasqueó los labios; era de Fabián, él tampoco podía dormir. «Stas despierta? T spero en el MSM. 1 kiss.»
Saira volvió a encender el ordenador. Además de hablar con Fabián quería comprobar si Pablo seguía conectado. Suspiró cuando vio que su amigo era el único que estaba disponible. Al menos sabía que con él las risas estaban aseguradas.
—Hola —saludó Saira—. Somos los únicos que quedamos en pie.
—Quería hablar contigo antes de hacerlo con Isabel... El año que viene me voy a estudiar a Madrid y viviré en casa de mi abuela ¿K te parece?? —soltó de sopetón.
Pero así era Fabián. Cuando tenía una idea en la cabeza, la soltaba antes de que nadie pudiera replicarle. Y, como esperaba Fabián, la noticia pilló desprevenida a Saira, que tardó un rato en contestarle.
—Pero todos los fines de semana vendré a Valencia —comentó Fabián al no tener noticias de Saira—. Terminaré el bachillerato allí y luego trataré de matricularme en el Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid.
—Me alegro por ti —respondió al fin Saira—. Cuéntame más detalles *_*.
—No, antes tienes que contarme qué has puesto en tu estado.
—Es un mensaje para alguien especial... —comentó.
—¿Para Pablooooo? Cuenta, cuenta, amore...
—Solo he puesto: «¿Cuándo me llamarás otra vez? ¿Cuándo volverás?».
—¿Y por qué no lo llamas tú? —A Fabián le encantaba poner emoticonos.
—Porque no sé cómo decirle que lo siento. ¿Tú crees que aún tengo alguna posibilidad?
Fabián tardaba en contestar.
—¿¿¿¿¿¿Sigues ahíííí??????
—Claro que sí... Llámalo mañana y ya verás como todo se soluciona. Yo creo que hacéis muy buena parejaaaa.
Saira sonrió. Eso mismo esperaba ella, que lo resolviera lo antes posible.
—No te pases, que me desconecto
—Vale, pero voy a contarte las últimas noticias de Sebas. Isabel me ha dicho que han encontrado en su ordenador material suficiente como para meterlo un tiempo entre rejas.
—Me alegro de que Isabel lo haya denunciado.
—Al parecer sufrió abusos cuando era pequeño.
—Suele pasar —respondió Saira.
—¿Cómo puede haber gente así...?
—¿Podemos hablar de otra cosa? —sugirió Saira.
Bastantes problemas tenía ella como para preocuparse de los de Sebas. Estaba segura de que, si Fabián seguía hablándole de cosas así, esa noche tendría una pesadilla y los recuerdos de su infancia la visitarían.
Fabián y Saira se pasaron una hora delante del ordenador, entre risas, enlaces de vídeos de YouTube y emoticonos. Antes de apagar el ordenador, Saira advirtió que Pablo volvía a conectarse. Esperó unos minutos, pero Pablo se desconectó enseguida. Había cambiado su estado a «Mañana...». A Saira le dio un vuelco el corazón. ¿Habría entendido lo que había escrito en farsi? ¿Tan rápido lo había encontrado?
—Buenas noches, Pablo. —Paseó los dedos por las letras que había escrito este en su estado de Messenger, recordando la última caricia de él.
El último día de clase, Isabel, Fabián y ella habían quedado a las nueve de la mañana en una cafetería de L’Eliana. Antes de que les entregaran las notas tomarían un buen desayuno. Saira solía comer churros con chocolate y un poco de nata, Fabián pedía siempre una napolitana de crema y un té verde, e Isabel, como estaba obsesionada con el peso, pedía una tostada integral con queso fresco y un café solo. Aquella mañana, cambió de opinión y pidió lo mismo que Saira. Fabián fue el primero en girar la cabeza hacia su amiga.
—No me mires así. Ya que me van a caer dos, voy a darle un gusto al cuerpo. Estoy cansada de hacer dieta. Total, todos los días hago trampas.
Fabián soltó una carcajada.
—¡Lo sabía! —soltó Fabián elevando una octava el tono de su voz.
—Y también he tomado una decisión. —Isabel se acomodó en la silla y sacó unas gafas de sol—. No voy a estudiar Derecho. Lo odio. No quiero convertirme en alguien como mi padre.
- Whaaaaat? —Fabián se atragantó con el té.
—Lo que has oído. —Isabel le dio un mordisco al churro que había en su plato.
—Ya, pero gente como tu padre es necesaria en el mundo de la abogacía... —repuso Fabián con una sonrisa sarcástica—. ¿Estás segura? Ganarías mucho dinero como abogada... La vida del actor es muy difícil y solo unos pocos triunfan.
—¿No me crees capaz de hacerlo? —contestó Isabel dando un sorbo a su taza de chocolate—. Primero quiero intentar ser actriz. Además, no quiero convertirme en la bestia negra que es mi padre. Todo el mundo le tiene miedo.
—¿Vas a hacer Arte Dramático? —le preguntó Saira emocionada.
—Sí. Solo se lo he dicho a la tata, que es a quien realmente le importa si soy feliz —afirmó Isabel—. Cuando llegue a casa les daré la terrible noticia de mis notas y dejaré caer la bomba.
—Entonces Saira y yo iremos siempre a todas tus representaciones y nos sentaremos en la primera fila. —Fabián dio un salto en la silla y aplaudió varias veces—. Y aplaudiremos tan fuerte que tendrás que taparte los oídos.
Saira imitó a Fabián y aplaudió tres veces.
—Sí, Fabián y yo te apoyamos y el día del estreno estaremos en la primera fila para que veas que estamos muy orgullosos de ser tus amigos.
Aquel comentario era lo más parecido a una promesa de futuro que Saira se atrevía a dar. Era un pequeño paso, y hasta unas semanas antes no se habría atrevido a formularlo. Poco a poco estaba soltando las cadenas que la unían al pasado para mirar hacia delante.
—¿Y este cambio, a qué se debe? —inquirió Fabián.
—Llevaba tiempo pensándolo, pero desde que vi a Saira dar aquella charla en el instituto algo se removió dentro de mí.
—Vaya, Saira, eres un modelo a seguir —dijo Fabián empujando con suavidad a su amiga.
Saira trató de sonreír, pero aquello no era cierto; aquel comentario le venía un poco grande. Aunque se alegraba de haber dado el paso y haber pedido ayuda, sus amigos no sabían nada al respecto.
—Yo no he hecho nada —se justificó Saira—. Isabel es mucho más fuerte que yo.
La aludida reaccionó ante las palabras de su amiga con asombro.
—Eso no es cierto.
Los profesores los habían citado en el colegio a las diez de la mañana. Los alumnos de primero de bachillerato subieron las escaleras juntos. Después de las notas, se encargarían de poner la música para la fiesta que se organizaba en el patio para los más pequeños. Además, un grupo de animación iba a contarles un cuento.
Las notas fueron muy buenas tanto para Saira como para Fabián. Isabel sabía que le quedarían dos: latín y matemáticas, así que ni lloró ni protestó, como algunos de sus compañeros. En parte se alegró de quedarse en casa ese verano. Ahora tenía pruebas de que sus padres no eran la pareja perfecta que pretendían ser. Su madre estaba liada con el guardia de seguridad de la urbanización y su padre, con la secretaria que conoció el día que detuvieron a Sebas. Sus padres se marcharían a Mallorca de vacaciones, y no le apetecía nada ir con ellos.

Antes de bajar al patio, Saira recibió un mensaje en el móvil:.[27]
Saira soltó una carcajada. Pablo era único: había conseguido descifrar su mensaje y encima había encontrado la manera de comunicarse con ella en farsi. Ya no quería marear más la perdiz, así que se decidió a llamarlo.
—Hola —dijo ella—. Al final lo resolviste.
—Sí, ya te dije que me gustaban los retos. Y el farsi no se me iba a resistir.
Saira sintió que le faltaba la respiración y tragó saliva antes de hacer la siguiente pregunta:
—¿Todavía sigue en pie la cena? ¿No te has arrepentido?
—Solo tienes que poner fecha y hora y yo pasaré a recogerte.
—¿Esta noche te va bien? —murmuró ella.
—¿Esta noche...? Espera que lo piense. Hum, esta noche es perfecta. Es la noche de San Juan. Te propongo que vayamos a la Malvarrosa y que pillemos algo de comer allí.
Saira no respondió enseguida. Su respiración comenzó a agitarse. Pedir perdón era difícil.
—Pablo, lo siento. Te debo una disculpa...
—Cuando te apetezca, Saira. No estoy pidiéndote explicaciones.
—Pero me gustaría dártelas ahora mismo... —comentó Saira.
—¿Ahora? ¿Ya?
—Sí. Bueno, cuando acaben las clases...
—Espera un segundo que me quite las gafas de Clark Kent, la camisa, la corbata, me meta en una cabina y saque la capa de superhéroe...
Durante unos segundos, Saira escuchó un sonido entrecortado que no entendió.
—¿Pablo...? ¿Estás ahí...? —Miró su móvil por si se había quedado sin cobertura.
Saira notó cómo una mano se posaba en su hombro. Dio media vuelta y se encontró con la sonrisa de Pablo.
—¡Vaya, el disfraz de Superman funciona...! Ya pensaba que me habían timado cuando lo compré en eBay.
Saira guardó el móvil en su mochila. A lo lejos, desde la puerta que daba al patio, Isabel y Fabián le hacían señas para que se marchara del colegio. Saira puso los ojos en blanco. Pablo se volvió hacia los amigos de Saira y los saludó con una mano. Fabián elevó el dedo pulgar y les guiñó un ojo.
—Eso es porque no tenían disfraces de payaso. —Saira esbozó una sonrisa—. Porque es el que te pega.
—No lo creas, estuve dudando entre este y el de payaso, pero alguien me aseguró que causaría mejor impresión con el de Superman.
—¿Tú crees? —preguntó Saira chasqueando los dientes.
—No lo sé, lo dejo a tu elección.
Saira elevó los ojos al techo, como si estuviera decidiendo algo muy importante.
—A mí me gustas así —dijo al fin.
—Uf... me parece que voy a darte una mala noticia. Esto también es un disfraz, que desaparecerá esta noche a las doce.
—¿Hay alguna manera de remediar ese contratiempo? —preguntó Saira con cara de preocupación.
—Sí, mi hada madrina me comentó que solo podría mantener el disfraz si invitaba a cenar a una chica esta noche.
Saira sabía que estaban alargando la conversación por miedo a decirse realmente lo que necesitaban escuchar. No quería esperar mucho más, así que le envió un mensaje a Isabel diciéndole que se iba con Pablo y que luego la llamaría.
Salieron del colegio evitando mirarse a los ojos. Ambos caminaban con la vista hacia el suelo y estaban nerviosos; los dos por el mismo motivo. La palabra «rechazo» pululaba por sus cabezas. Antes de abrirle la puerta del coche a Saira, Pablo tuvo el impulso de abrazarla y decirle cuánto la había echado de menos. Desde que la escuchó por primera vez, sintió que algo lo unía a ella. Y era extraño que eso le ocurriera, porque siempre había creído que el amor a primera vista no existía. Desde luego, si aquel día en el salón de actos de su instituto había un pequeño dios revoloteando a su alrededor, había acertado de lleno. Lo pilló tan desarmado que, cuando quiso darse cuenta, Saira ya se había colado en su vida.
Saira también percibió que Pablo se había contenido para no abrazarla. Esta vez quería tomarse las cosas con calma y no precipitarse, supuso. Una vez dentro del coche, la música se conectó sola. Alicia Keys cantaba: Empire State of Mind, Part II.
—¿No te gustaría conocer Nueva York después de escuchar esta canción? —le preguntó Saira.
—Eso depende de con quién fuera. La compañía es muy importante.
Saira eludió preguntarle si le parecía que ella era una buena compañera para ese viaje.
—Debe de ser increíble —comentó en cambio.
La mano de Saira chocó con la de Pablo antes de que este arrancara el motor. No se miraron, pero ambos entrelazaron los dedos. Saira se estremeció y Pablo contuvo el aliento.
Una vez que salieron del aparcamiento, Saira se decidió a contarle su secreto. Mientras le explicaba cómo solía mitigar su dolor, Pablo miraba la carretera. Cada palabra desgarrada de ella era como un latigazo que recibía él. Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Saira y el corazón de Pablo latía con fuerza.
Saira siguió hablando durante todo el camino. A veces se callaba unos segundos, pero estar cerca de Pablo la ayudaba a seguir adelante. Al final llegaron hasta la playa de la Malvarrosa. Había gente caminando por el paseo y algunos extranjeros tomaban el aperitivo en las terrazas que se sucedían a lo largo del mismo.
Pablo aparcó el coche. No sabía qué decir.
—Entendería que pasaras de mí...
Pablo no comprendió el comentario.
—¿Por qué dices eso? Conocía parte de tu historia y no me he asustado... a no ser que escondas algo más. ¡Ya está, vienes de Marte!
—Esto es serio. —Saira bajó la mirada al suelo.
—Lo sé. —La miró a los ojos—. ¿Qué te hace pensar que voy a pasar de ti?
—Tal vez no ahora, pero mañana quizás...
Pablo no dejó que Saira acabara con la frase. Posó el dedo índice en los labios de ella.
—Chist... no te adelantes, Saira. Tú tampoco puedes asegurarme que mañana no seas tú la que pase de mí. Así que vamos a disfrutar de lo que tenemos.
—Habrá días difíciles...
—Y los superaremos.
—Y habrá días...
—En los que disfrutemos tanto como hoy, ¿no crees?
Saira asintió a las palabras de Pablo. Parecía seguro de ellas, como si nunca hubiera dudado de sí mismo. Sin embargo, sabía que tras esa sonrisa había un chico tan frágil como ella. La única diferencia era que Pablo amaba la vida, mientras que ella todavía no había descubierto cuál era la puerta que tenía que abrir.
—¿Te apetece caminar por la arena? —sugirió Saira.
—Me apetece estar contigo y me da igual dónde.
Saira se giró sobre sus talones. Sus mejillas se habían teñido de rojo. Pablo conseguía ruborizarla, pero además sabía cómo arrancarle una sonrisa. Caminaron en silencio hasta la orilla del mar. Hacía un día tranquilo y el sol brillaba con intensidad en un cielo sin nubes. Pablo se quitó las sandalias para mojarse los pies, pero Saira se lo pensó. Llevaba un pantalón largo y no quería mojárselo.
—Está muy buena, ven, dame la mano.
Saira negó con la cabeza.
—No te fías de mí.
—Sí, pero prométeme que no me mojarás...
—¿Por quién me has tomado?
Antes de que Saira respondiera a la pregunta, sonó su móvil. Era Laura. Para ella utilizaba la canción de The Beatles Good day sunshine.
—Hola, Laura, ¿pasa algo? —se extrañó Saira, y entonces oyó un grito de júbilo.
—¡Sí, nos han concedido la custodia de una niña! ¡Vas a tener una nueva hermana!
Saira dio otro grito, aunque más contenido que el de Laura; se le habían humedecido los ojos. Pablo acudió a su lado.
—¿Qué pasa, Saira?
Esta le hizo un gesto con la mano para que se callara y así poder escuchar a Laura.
—¿Estás con alguien? —le preguntó ella.
—Sí, con Pablo.
—Entonces te dejo —respondió Laura soltando una carcajada—. Hoy es un día estupendo, ¿no crees? Ya hablaremos en la comida.
—Laura, espera...
Pero Laura ya había colgado. Saira se volvió hacia Pablo con una sonrisa. Sus ojos brillaban de una manera muy especial, y la alegría que desbordaba contagió a Pablo.
—A Laura y a Juanjo les han concedido la custodia de una niña. ¡Voy a tener una hermana!
—Me alegro.
—Se llamará Mariam... —Unas lágrimas cubrieron sus ojos—. Y yo voy a cuidar de ella...
Pablo sintió que debía abrazarla, y esta vez no pensaba reprimirse. Saira se perdió entre sus brazos. Era tan agradable sentir el ritmo de su pecho, de su respiración, que de repente supo qué puerta debía abrir. Todo lo que necesitaba era amor, pero amor en mayúsculas, como esa canción de The Beatles All you need is love. Con el tiempo aprendería, y Pablo se lo estaba poniendo muy fácil.
—Vas a hacerlo muy bien.
Saira asintió. Tenía miedo de ese nuevo reto, pero quería ser fuerte y darle un futuro a esa niña, como lo había tenido ella.
- Mâchem kon.[28]
—No me hagas esto. Ahora no tengo a Fabián para que me traduzca.
Saira se echó a reír.
—¿Así que fue Fabián quien te lo chivó? Me alegro.
—¿Y bien? ¿Qué quieres que haga? ¿Que te lleve a casa? ¿Que me calle? ¿Qué? —le preguntó Pablo, inquieto.
—Que me beses —dijo con miedo.
Pablo atrajo la cabeza de Saira y sus labios se juntaron como si fuera la primera vez.
- Asheqetam[29] —respondió Pablo cuando volvieron a mirarse a los ojos.
Entonces Saira supo que le gustaba más bailar con Pablo que sola. Y ese era el día perfecto para empezar.
27. «Me gustaría/desearía verte una vez más».
28. «Bésame.»
29. «Te quiero.»