14.

A modo de epílogo:
 educar en la salud cerebral

 

«La experiencia es el maestro de todas las cosas.»

JULIO CÉSAR

 

 

Como muchos conferenciantes, me gusta concluir mis presentaciones con una imagen representativa del tema abordado. Para decidir qué foto debería cerrar las conferencias sobre salud cerebral busqué por internet y encontré muchas imágenes bonitas e inspiradoras de personas mayores derrochando vitalidad. Sin embargo, elegí una foto que nada tiene que ver con esta imagen que muchas personas tienen de un envejecimiento saludable, pero que para mí representa de una manera inequívoca los valores de salud cerebral. Se trata de una foto de un padre llevando a su hijo de 3 años de paseo en bici sobre la arena de la playa y con las olas del mar como telón de fondo. Al público le suele sorprender encontrarse con esta foto en una conferencia de este tipo, pero para mí incorpora los principales valores que quiero transmitir. Desde mi punto de vista, el mar representa una oportunidad para la serenidad y la meditación. No hace falta más que sentarse cinco minutos a contemplar las olas para sumergirnos en un estado de calma. El mar también representa una nutrición neurosaludable, ya que de él se obtiene el pescado que debería ser fuente de proteínas y grasas saludables para tu cerebro. El hombre joven montando en bici se identifica fácilmente con la importancia del ejercicio físico, que es tan saludable para tus arterias como para tu ánimo, como desvela la amplia sonrisa de este ciclista. ¿Y el hijo? El hijo cumple dos finalidades en la escena que te he presentado. En primer lugar, transmite la idea de compañía y puede ayudar a recordar la importancia de la socialización en el cuidado del cerebro, aunque posiblemente una escena con varios amigos o incluso una pareja montando en bici pudiera transmitir la misma idea con más eficacia. ¿Por qué entonces acabo la presentación sobre salud cerebral con un niño de tan solo 3 años?

Los investigadores en el campo de la salud cerebral coinciden en que cuanto antes comiences a desarrollar hábitos saludables para tu cerebro, mayores serán los beneficios que obtendrás. En ese sentido, una persona joven que adopta hábitos neurosaludables alrededor de los 30 años es mejor representante de la salud cerebral que aquel que comienza a preocuparse por su cerebro a los 60. Seguramente, si adelantamos la edad a la que las personas comienzan a cuidar su cerebro, observaremos cómo el nivel de protección aumenta y, de hecho, los estudios que hablan de los beneficios de la dieta, o del ejercicio físico, aseguran que a mayor precocidad, mayor protección. También hay estudios que identifican estos estilos de vida prolongados en el tiempo con un menor riesgo de sufrir enfermedades como el Alzheimer.

Educar a tus hijos, sobrinos o nietos en el cuidado del cerebro parece más que razonable. Si tienes en cuenta que sus neuronas les van a acompañar a lo largo de toda su vida y que es muy probable que su vida se prolongue más allá de los 100 años, con el consecuente aumento de riesgo de sufrir Alzheimer u otro trastorno neurológico, seguramente coincidirás conmigo en que es bastante sensato que las generaciones futuras aprendan a cuidar su cerebro. Si además valoras que tus hijos cultiven hábitos que les ayuden a ser más felices, seguramente pronto comenzarás a inculcarles algunas de las enseñanzas que te he transmitido. No conozco ningún estudio que hable de que educar a niños pequeños en hábitos saludables para su cerebro pueda repercutir positivamente en un mejor envejecimiento o un mayor nivel de felicidad a lo largo de su vida. Sin embargo, sí hay un sinfín de estudios que identifican que la infancia es el momento adecuado para desarrollar hábitos de vida saludables en general. Cuando uno es mayor siempre es más difícil desarrollar nuevos hábitos, y más aún cambiar viejas costumbres. Sin embargo, al igual que es más fácil para un niño aprender un idioma o desarrollar habilidades para el deporte, también lo es adquirir hábitos beneficiosos para su salud que se mantengan en la vida adulta. Los cardiólogos saben que los infartos que sus pacientes tienen con 50 o 60 años se gestaron cuando tenían tan solo 7 u 8 años y sus padres les transmitieron valores y hábitos en lo concerniente a su alimentación, el ejercicio físico o el afrontamiento del estrés. En este sentido, no me cabe ninguna duda de que la prevención debe comenzar en la infancia, y espero que este libro sea valorado por muchos lectores no solo como una guía para mejorar su propia salud cerebral, sino como una oportunidad para educar a sus hijos en hábitos de vida saludables para su cerebro.

Me siento muy orgulloso de decir que, a diferencia de su padre, mi hijo mayor adora el pescado. Le gusta de todas las formas y colores. El gran mérito de esto lo tiene mi mujer. En cuanto le dije que comer pescado en la infancia estaba estrechamente relacionado con una mayor inteligencia en la vida adulta y que a su vez el consumo de pescado en la vida adulta parecía ayudar a alejar las enfermedades neurológicas, enseguida tomó la determinación de que el pescado tuviera un gran protagonismo en la dieta de nuestros hijos. Parte del mérito también lo tengo yo. Aunque no es mi alimento favorito, me aseguro de que mis hijos me vean comer pescado varias veces a la semana. Cuando ellos están comiéndolo me aseguro de robarles un trocito para que perciban que es un alimento tan apetecible como una patata frita. De la misma manera que hago con el pescado, intento inculcar en mis hijos el gusto por la fruta. Cada mañana preparo un pequeño tupper con fruta para que lo lleven al colegio y a media tarde me siento con mis hijos a pelar una manzana y compartir con ellos ese destello de salud. Debo decir que rentabilizo cada pedazo de fruta que tomo, ya que siempre intento hacerlo delante de mis hijos para que vean cuánto le gusta a su padre la fruta. A veces mi mujer me recrimina esta imagen poco realista que les transmito. Sin embargo, yo sé que los hábitos no se pueden imponer a la fuerza ni se puede convencer a un niño de que adquiera una costumbre nueva. El aprendizaje de los hábitos alimenticios y, en general, de muchas conductas que tienen que ver con la salud se realiza a través de la imitación (el niño imita la conducta del padre), así como por la fuerza de la costumbre (pura repetición). En este sentido, y aunque implique transmitir una imagen distorsionada, creo que habituar a mis hijos a comer mejor que yo es un regalo que les hacemos hoy y que disfrutarán toda su vida.

Hay otra razón por la que me gusta incluir la foto de ese niño junto a su padre en mis presentaciones. Es una razón sentimental, pero que conmueve a muchos. He encontrado que la foto de la que te hablo es capaz de motivar en algunos casos a los hombres que, por norma, están menos comprometidos que las mujeres en su cuidado. Ellos están más asentados en hábitos poco beneficiosos para su cerebro y su salud en general, lo que, combinado con una mayor rigidez en el pensamiento masculino, suele originar que tengan una mayor resistencia a introducir cambios en su estilo de vida por muchos beneficios que presenten para su salud. Además, los hombres tienden a valorar los beneficios a corto plazo y les cuesta adoptar cambios bajo una promesa de bienestar futuro. Sea como fuere, siempre que muestro esta foto doy un último mensaje dirigido expresamente a los hombres que están en la sala. Explico que los beneficios de desarrollar un estilo de vida saludable para el cerebro son muchos, empezando por los beneficios psicológicos, que se inician en el mismo momento en que adoptamos hábitos como el ejercicio físico o una alimentación rica en frutas y verduras y baja en grasas. Recuerdo también que hasta un 80% de los casos de enfermedad cerebrovascular se pueden prevenir. Finalmente, reconozco que las evidencias en cuanto a la prevención del Alzheimer son todavía pocas, pero cuanto menos la inmensa mayoría de casos de Alzheimer y otras demencias se pueden retrasar varios años. Volviendo a la fotografía del padre con el hijo, me gusta terminar la conferencia preguntando a los asistentes cuál de ellos no cambiaría sus hábitos hoy sabiendo que retrasar en uno o dos años la aparición de la demencia asociada al Alzheimer supusiera la diferencia entre poder acompañar a su hija el día de su boda o llegar a conocer a sus nietos. Puedo observar cómo muchos asistentes ven en estos hechos tan significativos en la vida de un padre o una madre una poderosa motivación para dar el paso.

Los valores que pueden potenciar la salud cerebral son los de llevar una vida más tranquila, comer mejor y en compañía de la familia, introducir un grado moderado de actividad física en nuestro día a día, vivir la vida con asombro aprendiendo cosas nuevas, rodearse de seres queridos, cultivar emociones positivas y respetar nuestro organismo, alejando emociones negativas y dándole el descanso que necesita. Son ideas sencillas, lógicas y fáciles de aprender y poner en marcha una vez se han entendido. El mensaje de la salud cerebral es una oportunidad para que los que más quieres aprendan de ti estos valores que les ayudarán a mejorar el bienestar de su mente y prolongar la vida útil de su cerebro. Un gesto tan pequeño como tumbarse en un parque a tomar una manzana, volver un poco antes del trabajo o salir a hacer deporte con tus hijos puede ser un regalo de vida para ellos. Desde aquí te quiero animar para que hagas tuyo el mensaje de la salud cerebral y lo transmitas a cuantas más personas mejor, y cuanto más jóvenes sean esas personas mejor todavía.