10.
Aleja el estrés de tu vida
«Ten paciencia con todas las cosas de la vida, pero antes que con ninguna, contigo mismo.»
SAN FRANCISCO DE SALES
Existen muchos hábitos que pueden provocar daños irreparables en tu cerebro. De todos ellos el menos aconsejable es inhalar pegamento. Esta práctica provoca que las partículas de adhesivo que entran en los pulmones acaben adheridas en distintos rincones del cerebro, ocasionando lo que conocemos como el síndrome del queso gruyère. El cerebro queda literalmente agujereado.
Esnifar cocaína y fumar son las siguientes conductas que hay que evitar si quieres mantener tu cerebro sano. Me es difícil ordenar estos dos hábitos en función de su peligrosidad, ya que si el primero multiplica por ocho las posibilidades de sufrir un derrame cerebral y el segundo solo las triplica, fumar también aumenta considerablemente tus probabilidades de padecer Alzheimer y es responsable de más de 10 tipos de cáncer que pueden atacar al cerebro. No es de extrañar que el tabaco sea tan perjudicial, si tenemos en cuenta que sus efectos sobre el sistema cardiovascular son muy severos. La nicotina y el alquitrán aumentan la arterioesclerosis, la presión arterial y reducen el flujo de oxígeno que llega al cerebro, provocando dolores de cabeza, ansiedad y problemas de memoria a cualquier edad. No me quiero extender más allá con el consumo de tóxicos, ya que considero que la inmensa mayoría de lectores ni consumen cocaína ni inhalan pegamento, y que aquellos que fuman conocen de sobra los efectos perniciosos para su salud (aunque quizás algunos no supieran que aumenta el riesgo de Alzheimer).
Dejando a un lado estas sustancias que son claramente tóxicas, el siguiente hábito más perjudicial para tu cerebro es el estrés. Puede que te sorprenda leer esto, pero durante este capítulo vamos a hablar de cómo el estrés repercute en tu cerebro, en la forma en que este envejece, y cómo condiciona tu capacidad para pensar y sentir. El estrés es una auténtica epidemia de nuestra época. Si sientes la necesidad de hacer varias cosas a la vez, te molesta esperar, tienes una agenda demasiado apretada, trabajas demasiado o simplemente te cuesta relajarte, es posible que seas parte del 30% de la población que convive con el estrés crónico. Aunque no estés enganchado al estrés como forma de vida, es muy posible que la vida te sitúe con más frecuencia de lo que desearías ante retos que provocan reacciones de estrés, como sentirte apresurado por las exigencias del trabajo, la necesidad de compaginar vida familiar y vida laboral, o el que provocan situaciones personales como cuidar de una persona enferma o el desempleo.
El estrés es una respuesta del organismo frente a un evento amenazador. Ante un posible peligro el organismo segrega una serie de hormonas, principalmente cortisol y adrenalina, que dilatan tus pupilas, aumentan la presión arterial y aceleran el ritmo cardiaco y la frecuencia respiratoria. Es el estado ideal para enfrentarte al ataque de un oso o un león. Sin embargo, en tu día a día es poco probable que seas atacado por una fiera salvaje. A pesar de que no vives en un mundo que amenace con arrebatarte la vida, conoces de primera mano la sensación de estrés. De hecho, seguro que a lo largo de esta semana has vivido distintos momentos de estrés. ¿Cuál es la razón de que una respuesta fisiológica tan excepcional resulte tan familiar? La principal razón es que, una vez expuesto a una situación de estrés, tu organismo puede despertar dicha respuesta de una manera más o menos voluntaria. Lo que pudo comenzar como un último recurso para terminar un trabajo a tiempo o estudiar para un examen a última hora puede convertirse en un hábito muy pernicioso si se utiliza indiscriminadamente. Por desgracia, la facultad del estrés de llevarnos más allá de nuestros límites ha encontrado una gran acogida en una sociedad tremendamente competitiva y apresurada. A diferencia de culturas tradicionales como la de Okinawa o las islas del Mediterráneo, la vida moderna invita al estrés y provoca que sean muchas las personas que lo utilizan de manera cotidiana para alcanzar metas más ambiciosas superando el cansancio, el dolor e incluso la enfermedad.
Es cierto que un grado moderado de estrés nos permite trabajar o estudiar más rápido, mejor y durante más tiempo. Puede que sientas que el estrés te ayuda a progresar, que te hace sentir bien o que es tu forma de ser, aunque seguramente ninguna de estas afirmaciones sea cierta. Ante el lecho de muerte nadie desea haber pasado más tiempo en la oficina, sino en casa; nadie experimenta arrepentimiento por aquel expediente que no acabará, sino por todas las cosas que no llegará a decirle a sus seres queridos, y a nadie se le llenan de lágrimas los ojos pensando en los buenos ratos pasados junto a su jefe, sino en los que ha vivido junto a su familia. Lejos de acercarnos al éxito o la felicidad, cada día parece más claro que rebasar los límites de nuestro cuerpo de una manera continuada tiene consecuencias graves y, en muchos casos, irreversibles sobre tu salud, tu estado de ánimo e incluso sobre tu éxito profesional.
Durante la década de 1950 el estrés afectaba principalmente a hombres de negocios, y ya por aquel entonces los primeros estudios sobre el estrés comenzaron a revelar sus perniciosos efectos sobre la salud, incluyendo problemas de ansiedad y la depresión del sistema inmunológico. En la década de 1980 el estrés llegó incluso a ponerse de moda de la mano de películas sobre ejecutivos que comían a la carrera y hacían millones con unas llamadas. Enseguida se asoció estrés y éxito profesional. En los casos más graves, los ejecutivos toman cocaína para aguantar más horas y rendir al 200%. Por desgracia no hace falta mover grandes cantidades de dinero para padecer sus efectos. Hoy en día el estrés afecta a todos los estratos sociales. Recoger a los niños del colegio, llegar puntual al trabajo, enfrentarse a los exámenes, discusiones laborales, problemas de salud son todas situaciones que ponen a prueba nuestra tranquilidad.
Las consecuencias adversas del estrés van más allá de una perturbación de nuestra paz interior. Sus efectos sobre corazón y arterias son muy conocidos y colocan al estrés entre los principales factores de riesgo para sufrir un infarto cerebral. En mi trabajo suelo encontrarme con personas que han sufrido un ictus y que, igual que muchos lectores, sentían que el estrés les ayudaba a superarse o que simplemente formaba parte de su forma de ser. Con frecuencia estas personas que tenían una trepidante carrera profesional pierden la capacidad para hablar o moverse y muy rara vez vuelven a trabajar. Son muchos los factores que asocian el estrés con los infartos de miocardio y los accidentes cerebrovasculares, pero posiblemente los estudios más sorprendentes en este campo son los que asocian el estrés con un envejecimiento cerebral prematuro y con una mayor vulnerabilidad de sufrir Alzheimer.
Si conoces a personas que conviven con un alto grado de estrés, habrás podido observar cómo el color de su pelo, su piel o el contorno de sus ojos reflejan un aceleramiento del paso del tiempo. Hace unos años se descubrió que el estrés reduce la producción de una enzima encargada de retrasar el ritmo de envejecimiento celular haciendo que las células de una persona de 50 años puedan reflejar una edad biológica de 60. Por eso las personas que viven con estrés crónico tienen ojeras, arrugas y canas de forma prematura. Puede que tu aspecto físico no te preocupe demasiado, pero tu bienestar psíquico sí. En este caso debes saber que, si sufres estrés crónico y tienes 40 años, es posible que tus células cerebrales ya tengan 45 y que cuando llegues a los 65, si tienes la suerte de no haber sufrido un ictus, tus neuronas funcionen como las de una persona de 75. Por si esto fuera poco, un grupo de investigadores alemanes ha demostrado recientemente que el estrés también favorece o al menos acelera la aparición del Alzheimer. De acuerdo con estos investigadores, la exposición prolongada al estrés agota la respuesta inmunitaria del organismo y provoca inflamación cerebral, que está asociada a un mayor ritmo de progresión del Alzheimer.
El estrés también repercute negativamente en tus capacidades intelectuales. La secreción de hormonas de estrés provoca una reducción en los niveles de atención y concentración. Por otra parte, el estrés puede impedir la aparición de las ondas delta características del sueño profundo y reparador, tan importante para la memoria. En cuanto a la capacidad para razonar, muchas personas creen que el estrés les ayuda a tomar mejores decisiones, y la realidad es que puede ser así en situaciones en las que el tiempo apremie. Sin embargo, cuando el tiempo no es un factor determinante, las personas que experimentan estrés crónico toman peores decisiones, cometen más errores y son menos hábiles en las relaciones sociales.
Además de las consecuencias nefastas que puede tener sobre tu presión arterial, el sistema inmunitario, la memoria o la resistencia a enfermedades cerebrales, el exceso de estrés también afecta a tu bienestar emocional. La persona estresada está focalizada en las tareas pendientes y su agenda llena de responsabilidades, lo que le impide apreciar otros aspectos de la vida más placenteros y satisfactorios. En este sentido, el estrés secuestra la atención y limita la capacidad de disfrute de la persona. Si estás orgulloso de tu papel como padre, es muy posible que en una semana de estrés no te sientes ni un solo día a ayudar a tus hijos con los deberes; si te gusta pescar, pensarás muy poco en la pesca, y si cocinar te relaja, seguramente el estrés te apartará de los fogones durante días e incluso semanas. Sean cuales sean tus fuentes de disfrute, identidad o realización, podrás comprobar con facilidad que en épocas de estrés dedicas poco tiempo a esas facetas de tu vida. La neurociencia social aporta interesantes datos sobre el efecto del estrés sobre tu bienestar emocional. Si desde hace tiempo sabíamos que las personas estresadas experimentan una reducción significativa de las relaciones sociales y de la calidad de las mismas, un reciente estudio sobre nuestra capacidad de ayudar a los demás resultó muy revelador. Los investigadores descubrieron que el factor más determinante para predecir la probabilidad de que una persona practique conductas altruistas no es la generosidad o la disposición a ayudar, sino su grado de estrés. En otras palabras, las personas egoístas pero libres de estrés son más dadas a ayudar al prójimo que las que se consideran generosas pero conviven con las prisas o el estrés. Si has vivido épocas de estrés, habrás podido comprobar cómo, a medida que tu tiempo libre se contrae, las necesidades de los demás e incluso su propia existencia también se diluyen. Yo mismo he podido comprobar cómo durante los días previos a un congreso o curso importante casi no tengo tiempo para conversar con mi esposa e hijos y pueden pasar días sin hablar con mis padres, hermanos o amigos cercanos. Lo peor de todo es que en esos días no me doy cuenta de que casi les he borrado de mi mente. La verdad es que resulta triste comprobar cómo una vida apresurada puede anular la esencia generosa de una persona, su capacidad de hacer cosas que le gusten o le acerquen a un significado pleno de la vida. Todas ellas, como veremos más adelante, contribuyen de una manera generosa a encontrar la felicidad.
Además de limitar tu capacidad para prestar atención a aquellas cosas que te producen alegría, satisfacción o despiertan tu lado más amable, los estados prolongados de estrés pueden tener consecuencias aún más dramáticas para tu bienestar psíquico. De acuerdo con los estudios, la acumulación de estrés a lo largo de los años en tu sistema nervioso puede deprimir irreversiblemente la producción de hormona de la felicidad (serotonina). Las consecuencias de esto, como te puedes imaginar, son terribles, ya que cuando tu capacidad para producir esta hormona se ve comprometida, tus posibilidades de disfrutar de las cosas se verá también reducida de manera permanente. A este factor se añade que una exposición prolongada al estrés puede, literalmente, agotar tu organismo, reducir tu capacidad de respuesta para combatir las adversidades y aumentar los niveles de inflamación cerebral, lo cual contribuye a aumentar el riesgo de experimentar y cronificar estados de ansiedad y depresión.
La verdad es que vivir ajeno al estrés que impone la sociedad actual es realmente difícil. Si te pregunto qué es lo primero que has hecho al despertar esta mañana, estoy seguro de que no me responderás que has abrazado a tu pareja o que has leído plácidamente una revista. Ni siquiera ir al baño a aliviar tu vejiga habrá sido lo primero. Con toda probabilidad, lo primero que has hecho esta mañana al abrir los ojos ha sido mirar el reloj. ¿Me equivoco? Vivimos en un mundo obsesionado con la velocidad. Nos despertamos, vestimos, desplazamos, trabajamos y alimentamos a la mayor velocidad posible. El culto por la velocidad ha llegado a tales límites que a muchos les molestan las personas que conducen, trabajan, deciden o hablan despacio. Frente a esta cultura de lo rápido, un movimiento surgido a finales del siglo XX en Italia promulga los beneficios de ir despacio. El movimiento slow («lento» en inglés) nació en la Piazza di Spagna, en Roma, como protesta ante la apertura de un restaurante de cocina rápida junto a la escalinata donde tantos romanos se sentaban a reposar un plato de comida tradicional. Este movimiento propone ser una alternativa frente a la velocidad acuciante que contamina todas las actividades de la vida. Los seguidores del movimiento slow cocinan al estilo tradicional, pasean o circulan en bicicleta, hacen las tareas de una en una, dedican tiempo a escuchar, comen despacio, conducen despacio, hacen el amor despacio y limitan las actividades y las cosas pendientes. En su búsqueda por calmar todas las actividades humanas aseguran vivir más tranquilos y ser más felices.
La filosofía slow ha reconquistado varias ciudades y pueblos de Italia y se extiende por municipios de países como Noruega, Alemania, Inglaterra o España. Cittaslow International es una organización que permite apoyar y afiliarse a este movimiento, y que orienta a su vez sobre medidas dirigidas a crear espacios y actividades que ayuden a sus habitantes a desarrollar una cultura que les permita decelerar. Por algunos de estos pueblos y ciudades están apareciendo puntos libres de Wifi (sustituyendo a los de Wifi libre o gratuito) en los que se invita a la gente a sentarse a charlar sin mirar el teléfono móvil. Los padres dejan más tiempo libre a sus hijos y sustituyen las clases extraescolares por ratos padre-hijo de calidad. La filosofía se extiende fuera de estos pueblos y cada vez son más los ejecutivos y empleados de grandes compañías que han cambiado el ritmo frenético por algo más tranquilo. Los parques de las grandes ciudades reflorecen de personas que quieren desconectar un rato del ritmo de trabajo a la hora del almuerzo, la bicicleta gana terreno como medio de transporte y algunas personas incluso prefieren recortar su sueldo y horario de trabajo con tal de disfrutar del lujo de tener un poco más de tiempo libre.
Si eres una persona estresada, acercarte a la filosofía slow a través de alguna de las lecturas que te recomiendo al final de este libro puede ayudarte a abrir los ojos a una vida libre de estrés. Sabemos que hay factores genéticos que determinan que una persona sea más vulnerable a sufrir estrés. Sin embargo, cada vez tenemos más claro que dejarse seducir por el estrés tiene un componente de responsabilidad individual. Puede que seas de los que disfruta de los altibajos emocionales, el sufrimiento o la sensación de estrés porque, al fin y al cabo, uno se siente muy bien cuando esa sensación cesa, aunque sea por un instante. Sin embargo, esto puede ser como llevar unos zapatos pequeños para experimentar el inmenso placer de descalzarse al final del día. Lejos de tener como máxima aspiración unos instantes de alivio por la noche, un estado de bienestar libre de estrés o malestar es posible. En tu mano está tomar decisiones, organizar tus rutinas diarias, limitar tus metas o simplemente cambiar la forma de enfrentarte a situaciones difíciles. A muchos de los que vivimos apegados al estrés nos vendría bien que la filosofía slow se implementara en nuestras ciudades, trabajos o, mejor aún, en nuestro propio cerebro. La verdad es que sí se puede enseñar a nuestro cerebro a vivir más despacio. Encontrar una fuente de motivación puede ser importante, y una buena herramienta para conseguirlo puede ser tener el apoyo de un buen psicoterapeuta. Trabajando conjuntamente contigo te puede ayudar a aceptar las limitaciones del tiempo e incluso de tu propia persona y descubrir cómo un ritmo más lento no merma tus posibilidades de éxito (más bien al contrario), facilitando que puedas mantener el estrés a raya.
CONSEJOS PRÁCTICOS
Ya sabemos que el estrés es uno de los mayores enemigos para tu cerebro y tu felicidad. A continuación puedes descubrir unos pocos trucos que pueden ayudarte a alejar el estrés de tu vida:
• | No intentes abarcar más de lo que puedas hacer realmente. Con el trabajo, la pareja o los amigos es importante aceptar nuestras limitaciones. Si lo consigues habrás dado un paso de gigante hacia la verdadera paz interior. |
• | Haz las cosas una por una. Está demostrado que realizar varias cosas a la vez no ayuda a hacer más cosas ni a que el resultado sea mejor. Libérate del trabajo y la atención multitarea. |
• | Cultiva la asertividad. Saber poner límites a los demás puede ayudarte, y mucho, a reducir las demandas en tu vida y a vivir más tranquilo. |
• | Evita exigirte más de lo que exigirías a tu mejor amigo. No es justo para ti vivir a la carrera, no tener un minuto libre o tener que hacer siempre más y mejor que los demás, ¿verdad que no? |
• | Olvida las falsas promesas profesionales. Perseguir una carrera profesional de primer nivel puede suponer un tremendo sacrificio y la recompensa a nivel de reconocimiento o de dinero rara vez compensa el esfuerzo. No se cómo serás de bueno en tu trabajo, pero Serge Haroche, John Gurdon, Brain Kobilka o Alvin Roth son realmente buenos en el suyo. Los cuatro ganaron el premio Nobel en Física, Química, Medicina y Economía en 2012. A pesar de ello es muy posible que no les conozcas. |
• | Durante el fin de semana o las vacaciones busca momentos libres de Wifi o teléfono móvil. Quizás experimentes más estrés durante los primeros 15 minutos, pero luego notarás cómo una paz interior inunda tu vida. ¡No querrás volver! |
• | Tómate todos los días el tiempo suficiente para desayunar, comer y cenar tranquilo y sin prisas. |
• | Dedica todos los días un rato a hacer algo que realmente te guste, te haga sentir bien y disfrutes sin prisa. |
• | Rodeáte de personas que te hacen olvidarte de todo y sentirte lejano a los problemas, más tranquilo y relajado. Descubre qué tienen esas personas que te ayudan a sentirte liberado. |
• | Cuando te enfrentes a un problema estresante intenta parar un momento, serenar la mente y valorar la repercusión real de ese problema en tu vida. Si tu vida dentro de unos meses va a ser la misma sea cual sea la resolución de la situación, relájate y déjalo pasar. |
• | Si te exiges demasiado, no sabes decir que no, te estresas con facilidad o simplemente vives enganchado al estrés, busca ayuda profesional. Un psicoterapeuta puede ayudarte a vivir una vida más relajada y feliz y ser el mejor repelente de un infarto o un ictus cerebral. |