Los Frappuccino
Su primer lance
Desde finales de junio de 2004, Segis y Álvar no se habían vuelto a reunir con Amina y Ahmed. Hacía, pues, más de cinco años sin que estos cuatro amigos, se hablaran personalmente. No obstante, de vez en cuando, aleatoriamente, conversaba por videoconferencia y, además, mantenían una fluida correspondencia por internet. A Segis y a Álvar les resultaba evidente que, tanto Amina como Ahmed estaban cambiando y, a su parecer, para mejor. Ambos mostraban más equilibrio, más calma y más moderación. Al concluir todas sus comunicaciones, Segis siempre le preguntaba:
-¿Cuándo volveréis? –a lo que indefectiblemente contestaban:-
-Cuando llegue el momento –y cambiaban de tema-.
Aquella tarde de domingo en su pequeño apartamento del Club, aquel 17 de enero de 2010, Álvar, hablando con Segis, echaba de menos a sus amigos, Ahmed, Amina y Massimo, con los que había compartido aventuras difícilmente olvidables: la búsqueda de un tesoro, su hallazgo y explotación; los esfuerzos de Massimo y él por impedir los atentados de Madrid; las vivencias de dolor y muerte en la Estación de Atocha; y, finalmente, la curiosa forma en que el anillo del pentágono sobre chatón negro marchó camino al Monasterio de la Vida, llevándose con él a sus amigos Amina y Ahmed.
Álvar, para cambiar el tema de conversación, se levantó localizó los conciertos para piano y violín de Tchaikovsky y puso en marcha el reproductor. A continuación, preparó un café y unas pastas. Las colocó sobre la mesita situada entre los dos sillones que la pareja utilizaba para descansar. Cuando todo estaba su gusto y la música sonaba como un fondo agradable, Álvar colocó su portátil en uno de los brazos de su sillón y dijo:
-Mientras tu tomas el café, yo quisiera leerte un mensaje muy personal que nos ha enviado Abu (todo el mundo llamaba así a Massimo porque su mujer Amina se refería a él de esta forma) ¿Tienes inconveniente?
-¿No sería mejor que me lo leyera yo misma? –dijo Segis con indiferencia-.
-Tal vez. Pero, como no tenemos prisa, me gustaría leerlo en voz alta y, si nos parece bien, comentar algunos de los pasajes que aparecen en el comunicado. En mi opinión, el asunto que trata es digno de una sosegada tarde de domingo ¿Tienes inconveniente?
-Que me place –contestó Segis que, de vez en cuando, gustaba de usar palabras y frases del castellano antiguo-. Me parece de perlas. Adelante. Ahora comprobaré tus dotes de narrador –comentó ella, acompañando lo dicho con una sonrisa-.
-Escucha con atención –y Álvar comenzó a leer-:
“Queridos amigos, os adjunto una historia vivida por nosotros –toda la “familia frappuccino”- y que os narramos en función de lo que hemos visto, oído y, en especial, lo sentido: [En este punto, Álvar lee a Segis el mensaje que los “Frapuccino” (Yasmina y Abu) les envían a título personal, que se puede ver en el Informe “Misiva de los Frappuccino para Segis y Álvar”[23], historia en la que aparece un arruhat]
Y esta fue la primera noticia que se tuvo en el Club de la existencia de los arruhats. Y, también, fue la primera vez que se relacionó a los hombres de negro de las narraciones de Álvar en su Camino de Santiago y en los informes del cabo Céspedes de la Guardia Civil en los que se hacía referencia a unos asesinos vestidos de negro. Ya sabemos que esos asesinos se hacen llamar “arruhats”.
Segis se quedó mirando a Álvar y dijo “Me parece que aún hemos de ver muchas maldades antes de que lleguemos a algún final”.
-Me pregunto si esas gentes son humanos. Tal vez parezcan homos sapiens pero ¿lo son?
Nada más hubo en el Club que fuera significativo aquel mes de enero de 2010.
Abu hace amistad, o algo así, con un arruhat.
-Es admirable tu entereza para hacer ver que nuestras costumbres y los principios de nuestra fe deben ser respetados –dijo Abu al arruhat cuando salía de la casa de Boulus-.
El de negro se volvió, miró a Abu y dijo:
-Y tú quién eres –preguntó con una mirada inexpresiva y sin detenerse-.
-Un buen musulmán que mantiene a su familia en orden, según los preceptos inalterables de Mahoma, y desea que todo siga así –respondió Abu-.
El arruhat se detuvo y preguntó:
-Quién es tu familia ¿está aquí?
-Sí. Aquella mujer, el varón que la acompaña, y las tres jóvenes . Esa es mi familia. Para mí, sería un honor que aceptaras compartir conmigo un cabrito y un rato de charla en mi casa –contestó Abu-.
-Me llamo Sharaf ben Tusi –dijo mientras echaba un vistazo de soslayo a la mujer y su prole-. Estaré aquí unos días, a no ser que mi presencia sea reclamada en otros sitios. Vivo en la casa anexa a la mezquita. Hazme llegar la invitación y, de inmediato, te contestaré ¿De acuerdo?
-Así lo haré Sharaf. Me has dado una profunda alegría –recalcó Abu-.
Los dos días siguientes fueron de una actividad fuera de la común ya que, no sólo se trataba de hacer las compras oportunas, sino de cocinar adecuadamente, cosa que Yasmina no sabía hacer. Por consiguiente hablaron con una de sus vecinas, famosa por su habilidad culinaria y le rogaron, por contraprestación generosa, que se encargara de preparar el ágape. Y así lo hizo. Y lo hizo francamente bien. Pasados dos días, un adolescente se acercó al lugar en que vivía el arruhat y le transmitió la invitación, haciéndole saber que, a la hora que él pensara partir hacia la casa de Abu, él estaría a su servicio para indicarle el camino. El asunto es que el 17 de enero, a las 20:00, Sharaf entraba en el jardín de la confortable casa de Ab. Todo estaba listo para homenajear el invitado: del jardín, baldeándolo, habían eliminado todo residuo del calor acumulado durante el día; una suave música alegraba el aire; una red de invisibles y minúsculas tuberías esparcían agua micronizada sobre la práctica totalidad del jardín, hacían que la estancia allí fuera especialmente reconfortante; varias alfombras cubrían la zona en que se desarrollaría la comida; y, en fin, las tres hijas del anfitrión actuarían como auxiliares ante cualquier demanda que pudiera presentarse, cosa improbable porque todo estaba previsto, o eso parecía. Tan pronto como el invitado llegó, un cocinero especializado en preparar carne a la brasa comenzó a condimentar y tostar un cabrito. Dos cómodos sillones enfrentados en una mesa con platos, cubiertos y todo tipo de salsas. A derecha e izquierda sendas bolsas térmicas repletas de botellas de agua mineral, con gas y sin gas, y diferentes tipos de refrescos estaba a disposición de los comensales. Dos cómodas hamacas estaban situadas a ambos lados de un narguile culminado por un contrafuego con dos boquillas. Tras la pipa había una mesita sobre la que había una cajita con todo tipo de molasses[24] para cargar la pipa y, junto a la caja, dos botellas: con distintas esencias. Bajo la mesita, una bolsa de regular tamaño aguardaba encintada.
-He comido muy bien. Gracias, Abu. Eres un excelente anfitrión ¿Cómo podría agradecértelo? –dijo Sharaf-.
-No tienes que agradecerme nada. Ahora, lo mejor si a ti te apetece, es que nos tumbemos en las hamacas y que, juntos, fumemos una pipa. Ahí tienes todas las variedades de tabaco. Elije la que más te cuadre y, añádeles la esencie que te resulte apropiada –comentó Abu-.
Sharaf se aproximó a la mesita y observó toda la variedad de tabacos disponibles, y las esencias disponibles. Lo observó todo cuidadosamente sin decir palabra pero, al bajar la mirada al entrepaño inferior de la mesita preguntó:
-¿Qué contiene esa bolsita tan engalanada?
-Marihuana, burdamente molida pero muy adecuada para mezclarla en una porción de molasses. Si lo deseas, elige un tabaco y prepara tú mismo una mezcla y, si lo haces, ponlo en el narguile para los dos –respondió Abu-.
Y el arruhat abrió uno de los paquetes y lo esparció sobre una de las hojas de papel de plata disponibles al efecto y, sobre ella, vertió una generosa ración de marihuana. Cuando todo estuvo a su gusto cargó el hornillo y se sentó en el borde de la hamaca. Abu lo imitó, tomó su manguera y se tumbó a la espera de que Sharaf encendiera la pipa. Una vez dispuesto todo para empezar a fumar, ambos se tumbaron y, a su discreción, chuparon de sus respectivas boquillas. Lo que no sabía el hombre de negro y ni tan siquiera sospechaba –tan grande era su soberbia-, que cualquier mezcla que se preparara contenía una adormidera y una suavísima droga que, en todos los caso, soltaba la lengua, de modo que, de una forma u otra, las ideas que se le cruzaran por la cabeza, él las soltaría con mayor o menor claridad, con frases inteligibles o como describiendo sueños. Tan pronto como el humo empezó a notarse, Marietta colocó sendas teteras de té de manzana al lado de cada hamaca, de modo que cada cual se sirviera a su gusto. Ambos infusiones eran idénticas excepto por el pequeño detalle de que, la de Abu lo iba despejando a medida que bebía y, la otra, la de Sharaf, con cada sorbo, lo sumergía más en su sopor. Y fumando y bebiendo pasaban los minutos hasta que a la media hora, el arruhat dijo:
-¿Qué haces que te permite vivir de la envidiable forma en que vives?
-Fui ayudante –en realidad sigo siéndolo- de un príncipe saudí, el Dr. Huyai, que, además, es un científico muy reputado. Al casarme me asigno, contra sus ingresos, una renta vitalicia que me permite la calidad de vida que observas. Viviendo así únicamente me preocupa servir al Magnánimo con todas mis fuerzas, con toda mi capacidad –respondió Abu-.
Sharaf, a quien se le notaba un cierto retardo en sus palabras, habló:
-¡Qué bien me siento, amigo mío! Y qué suerte tienes. No hay nada mejor que servir a un buen amo –dicho esto, se cayó, siguió disfrutando del humo que inhalaba y de la infusión que, de tanto en tanto, bebía y, al cabo de un rato, añadió:- Un creyente como tú debería formar parte del Gran Califato. Y con tu currículo ocuparías posiciones muy relevantes. Dime, Abu ¿entre tus responsabilidades con respecto a tu señor tenías la de defenderlo como guardaespaldas?
Sin dudarlo, Abu contestó:
-Por supuesto, fui entrenado por los mejores para esa labor mientras estudiaba mi licenciatura en Estudios Islámicos.
-Entonces no me cabe duda que has de tener una entrevista con Abu Bakr al-Baghdadi -en este momento, Sharaf de incorporó a duras penas y sacando de su faltriquera un bloc, escribió en una de sus hojas un breve mensaje que, tan pronto terminó, arrancó y entregó a Abu –inmediatamente, después el arruhat se volvió a tumbar y pareció que se iba a dormir pero, antes de que sucediera eso, añadió:
-Pero has de darte prisa y hablar con él antes de que Israel desaparezca de la faz de la tierra y la nueva reordenación de la umma se inicie.
-De qué me hablas, mi querido amigo –preguntó Abu sin levantar la voz, con delicadeza, sin mostrar premura ni ansiedad.
-Oh, sí –dijo Sharaf- Primero, será destruida Israel, y los perros judíos no serán más los señores de Palestina. De nuevo, ese pueblo maldito, quedará disperso por el mundo, que es su destino –su mirada se tornaba más vidriosa a medida que hablaba-. Después, todos los países musulmanes gobernados por dirigentes corruptos caerán, uno tras otro. Y en todos ellos se implantará el Gran Califato –tras estas palabras, Sharaf murmuró ya medio dormido:- Déjame descansar en tu jardín un rato, después me marcharé-.
Mientras Abu y Sharaf dormían, los frappuccinos recogieron el jardín y lo dejaron como si nada hubiera sucedido allí. Especialmente, retiraron el contenido de los paquetes de tabaco y de la bolsa de marihuana, que fueron sustituidas por otras originales sin alteración alguna.
Al día siguiente, dos palanganeros y las toallas correspondiente con sendos aguamaniles estaban sobre el césped en la proximidad de las hamacas esperando a los dos hombres que, tan pronto despertaron y se enjuagaron, se encontraron con Alex, el hijo mayor de Abu, que disponía sobre la mesa dos recipientes: uno, con café y otro, con té. Además, un sinfín de dulces y pastas, colocados en pequeñas bandejas se ofrecían pasivamente. También, en una panera térmica tapada había pan recién tostado. Aceite y sal completaban la oferta del desayuno junto a unas botellas de agua mineral fresca.
-Sharaf, se levantó y, al ver los palanganeros y sus aguamaniles, con todos los complementos dispuestos, dijo:
-En el nombre de Alá, el Misericordioso. Jamás me habían tratado tan bien y con tanto detalle. De nuevo, gracias Abu.
-No me des las gracias y disfrutemos del desayuno que nos han preparado –respondió el referido-.
Ambos desayunaron sin prisa y charlando como viejos amigos pero, cuando se disponía a marcharse, Sharaf preguntó:
-¿Tienes inconveniente o te parecerá una descortesía sin me quedo con un par de molasses y algo de marihuana para disfrutar de ellos en otra ocasión?
Sin dudarlo, Abu pidió a su hijo que trajera una bolsa y se la entregó a su invitado.
-Te ruego, mi querido amigo, que tomes lo que quieras y lo consideres un regalo que, como un recuerdo, te ruego aceptes.
-No te quepa la menor duda que no olvidaré esta velada tan agradable y acogedora –el arruhat se levantó, agradeció de nuevo las atenciones recibidas y, ya en la puerta, dijo:
-¿Guardas la nota que te di anoche?
-Sí –fue la escueta respuesta de Abu-.
Sharaf sacó de la cadena el medallón que llevaba colgando del cuello y tomándolo entre sus dos manos dijo:-
-Dame, por favor, la nota –colocó unos polvos sobre el medallón y, sobre el medallón, la nota. Sujetó todo con una especie de alicates que apretó con fuerza. Cuando terminó, devolvió a Abu la nota que, ahora, llevaba un sello en seco con la imagen de la cabeza de un perro, y dijo:-
-Entrega esto a Abu Bakr cuando le veas.
Abu tomó la nota y dijo:
-Pero no sé hacia dónde dirigir mis pasos ni cómo hacer para acercarme a ese hombre.
El arruhat parecía no haber escuchado el comentario de su nuevo amigo pero, cuando ya estaba fuera de la casa, se volvió hacia su anfitrión y dijo:
-Alá encuentra a sus guerreros.
Y el hombre de negro se marchó.
Los “frappuccino” deliberan
Yasmina, Alex, Marietta, Laura, Elsa y el propio Abu comentaban las implicaciones de lo vivido la última noche.
-Que los musulmanes quieran destruir Israel no es una novedad, pero que esté convencidos de “hacerla desaparecer de la faz de la tierra” supone, en mi opinión, una precisión conceptual nada despreciable –dijo Alex-.
-Una reordenación de los países musulmanes –comentó Marietta- supone una especie de revolución total que, unido al concepto de Estado Islámico o Gran Califato, debe avisarnos de que algo muy significativo se está gestando.
-Bien, en eso parece que estamos todos de acuerdo y, por tanto, debemos avisar al Club de nuestras sospechas pero ellos nada o muy poco podrán hacer con la información que les vamos a enviar –aseveró Yasmina-.
-No desesperemos. Con menos síntomas, los Yagos han detectado mayores enfermedades. Por tanto, avisemos a nuestros camaradas y nosotros, por nuestra parte, veamos qué podemos hacer.
Aquella noche, Abu revisó su documentación de viaje, especialmente la relativa a todo lo que le relacionaba con Arabia Saudí y con su “jefe”, el jeque Abendram bin Huyai, doctor en Historia y Arqueología. También, envió un mensaje al “doctor Huyai” en estos términos: “Querido amigo y respetado doctor, en unas horas inicio un viaje entre gente peligrosa y me resultaría muy tranquilizador saber que hay alguien ahí que mantiene mi currículo, como Abu Yusuf, activo. Gracias y hasta pronto”.
Así, más o menos, acabó la conversación interna de los “frappuccino”. La conclusión fue que Abu partiría tan pronto como algo o alguien le indicara el destino. En consecuencia, aquel mismo anochecer del 17 de febrero 2011, Abu tenía preparada su bolsa de costado, en la que llevaba un mono de trabajo azul oscuro; un par de camisas de manga larga; varios calcetines, todos iguales; un ancho cinturón, muy especial, de lona; y una cazadora de goretex con su forro térmico de quita y pon, todo ello ultraligero y plegable en extremo. Además, en sendos compartimentos situados en los laterales de la bolsa, guardaba la documentación que le resultaba necesaria: el pasaporte de Arabia Saudita y, hábilmente camuflado, el mensaje sellado de Sharaf; y un pendrive que contenía su currículo y otros papeles que podrían serle de utilidad según los casos como, por ejemplo, una carta de recomendación del Dr. Huyai. Sin embargo, lo demás, todo aquello que pudiera resultar comprometido visto por ojos que no fueran los adecuados estaba situada en la “nube”. Mención aparte merece el teléfono BQ-Y diseñado especialmente para el Centro de Estudios Estratégicos, cuya característica más relevante y utilísima para los agentes de campo de los Yagos era su capacidad de comunicación vía satélite consiguiendo comprimir, encriptar y transmitir un giga byte de información en menos de un segundo, lo que los hacía virtualmente indetectables por cualquier dispositivo de detección de comunicaciones.