Tar y la Teoría de las Catástrofe

La isla de Djerba

La pequeña isla de Djerba -algo más de 500 km²- pertenece a Túnez, está a una distancia de unos 2 km de la costa y, en la actualidad, es conocida por un turismo exclusivo y, por tanto, dispone de medidas especiales de protección, tanto activas (policía uniformada y secreta) como pasivas (cámaras evidentes y ocultas). En su extremo oriental hay un saliente con forma de morro y, en él, hay una finca, que ocupa casi todo ese terreno, en la que existen más dispositivos de seguridad invisibles que en la mismísima Casa Blanca de Washington. Hasta tal extremo se cuida la vigilancia en ese lugar que, todos los días, a horas aleatorias, despegan y aterrizan en alguno de sus dos helipuertos naves simulando la llegada y la salida de visitantes. De esta forma, cualquier persona interesada en saber los momentos más adecuados para un ataque no podría disponer con seguridad a quien dañaría. Y a uno de esos helipuertos se acercaba un moderno helicóptero, un AW101 VVIP, Fátima Tar, una de las mujeres más ricas y poderosas del mundo y, en consecuencia, una desconocida total para el gran público y para la mayoría de la gente VIP.

-Hola, amiga mía. Es un verdadero placer verla –dijo Omar, que la esperaba con una sonrisa tras la cristalera blindada que separaba la zona de recepción de la de aterrizaje-.

-Omar ibn Musa Al-Waritzmi –replicó la aludida-, es un honor estar en su presencia otra vez, después de tanto tiempo –respondió Tar, que mostraba signos de satisfacción al saludarle con una inclinación-.

-Según creo, no ha mucho mantuvo una interesante reunión con Mosés, de la que él me hablo elogiándola a usted por su ingenio y perspicacia –añadió Omar-.

-Es probable que ambos, usted y él, me valoren en exceso ¿Podría ser?

-No. No lo creo. No obstante, en seguida lo veremos –contestó enigmáticamente Omar-.

Tras indicarle la distribución de la casa e indicarle que podía considerarse libre de ir por donde le pluguiere, Omar le presentó a su ayuda de cámara –un mozo de notables y equilibradas proporciones-, y, tras las obligadas fórmulas de cortesía, le indicó que el aperitivo se serviría sobre las dos en la amplísima terraza que daba al mar. Sin más, Omar se retiró, no sin antes sugerirle que disfrutara de un baño en la playa.

Tar, por su parte, fue a sus habitaciones; echó un vistazo a su entorno y, acto seguido, salió a la terraza, contempló el colorido del Mediterráneo a aquellas horas y, desde allí, observó que varios drones volaban permanentemente sobre el mar frente a la casa. Al volver a entrar, la mujer se detuvo ante el espejo y, sin dejar de contemplarse, se desnudó y, al verse reflejada a sí misma, sintió una irresistible tentación hacia lo que veía, lo que provocaba en ella un irreprimible deseo sexual. En eso estaba cuando, al elegir el conjunto de playa que pensaba vestir para su baño y aún desnuda, vio a “su ayuda de cámara”, cuya única vestimenta era una bata blanca que le cubría desde el cuello hasta los pies; se aproximó a él; lo contempló con delectación, todo alrededor; se plantó ante él y, con decisión, a través de la bata, tomó entre sus manos los genitales del hombre -que no se inmutó- los palpó y evaluó con calma; hizo lo mismo con los pectorales y los hombros. En todo el proceso, la mujer se tomó su tiempo, con calma y, al dar por concluida tan profesional valoración, se alejó del mozo, abrió su neceser y de él sacó un billetero; volvió a situase frente a él y, mientras le decía mirándole a los ojos “Ya hablaremos”, le arrojaba a los pies dos billetes, de 500 €. Cuando se alejaba rumbo al cuarto de baño y sin volverse preguntó “¿Cómo te llamas?”

Después, durante un par de horas, disfrutó de un baño como hacía tiempo que no lo hacía. Allí, en el litoral que se podía ver a izquierda y derecha, no se veía a nadie, sólo estaba, a pie firme, su ayuda de cámara que no la perdía de vista listo para atender cualquier cosa que ella deseara. Tar caminó arriba y abajo sobre la arena de la playa justo en el territorio que anega y abandona el agua tras cada ola. En un cierto punto, justo en frente de la casa, ella se metió en el agua y, ya dentro, se sacó el breve bañador y lo lanzó a la arena. Inmediatamente, Yeray, que tal era el nombre del ayuda de cámara, se acercó a la orilla y lo recogió. Al cabo de un rato, salió del agua con calma y cierta discreta teatralidad convencida, como estaba, que Omar la estaría contemplando desde algún lugar de la casa. Finalmente, tras una breve exposición al sol, un breve gesto le hizo ver a Yeray que le acercara un pareo. Ella se lo colocó bajo los brazos y volvió a la casa. Una vez en sus habitaciones, Tar le pidió a Yeray que se desnudara y, contemplándole, se metió en la enorme bañera yacuzzi totalmente repleta de espuma y, de vez en cuando, la mujer daba muestras de extasiarse. Al fin, tras dar por concluido el baño, pidió Yeray que le lavara el pelo con un buen masaje en la cabeza, asunto éste en que resultó ser un maestro de delicadeza y energía.

-Si sigues así, ten la seguridad que habrás hecho el año –dijo Tar mientras indicaba Yeray que la dejara sola y esperara en antesala.

-Y cámbiate para bajar al salón –ordenó ella-.

A las trece horas y unos minutos, Tar, seguida por Yeray a algunos pasos, hacía entrada en el salón que daba a la gran terraza.

Nada más verla aparecer, Omar se acercó a recibirla y le explicó que, casualmente, la había visto en la playa y que, por lo visto, se podía asegurar con total certeza que su belleza y atractivo había aumentado desde la última vez que se vieron.

A lo que ella contestó mirando a los ojos al hombre:

-La única variación cierta desde aquel momento a éste solo puede ser debida al vestuario.

Omar, mientras servía sendas copas de un cava ciertamente especial, un brut nature de bodegas Gramona, Enoteca 2000, contestó:

-Será así, si usted lo dice pero, en cualquier caso, es usted una dama ciertamente deseable –y la miró con toda intención-.

-En ese caso, espero que los hechos confirme las palabras –ella le devolvió la mirada sin ninguna expresión-.

A partir de aquí, Omar se dedicó a explicar los exquisiteces que se mostraban en una mesa atemperada a unos 10º y mantenida permanentemente por la vigilancia constante de un criado.

La Ley de Hooke

Inopinadamente, como si se le acabara de ocurrir, Omar comentó:

-¿Qué sabe usted sobre la Ley de Hook?

-Jamás he oído, ni me ha ocupado nada relacionada con un tal señor –respondió ella, mientras simulaba no hacer caso de lo que acaba de oír mientras disfrutaba de un sorbo de aquella delicia espumosa, aunque sabía sobradamente que Omar no daba puntada sin hilo-.

-Pues, déjeme que le diga que la ley de elasticidad de Hooke o ley de Hooke establece que el alargamiento que experimenta una varilla de acero es proporcional a la fuerza aplicada para alargarla, y que tal alargamiento es reversible hasta que llega a un límite, denominado “límite elástico”, a partir del cual la deformación es permanente. Quiero decir que…

-Sé lo que quiere decir –cortó ella, y continuó:-

-A ver. A ver si entiendo la situación: un hombre atractivo como usted, invita a una mujer como yo, con la que estoy seguro que se le ocurren entretenimientos mejores; la hace viajar miles de quilómetros; la invita en una maravillosa mansión al borde del Mediterráneo; y, mientras ambos toman un delicioso aperitivo, usted aprovecha la ocasión para explicar un principio físico que, tal vez, solo tal vez, le interese a un ingeniero que ya haya olvidado todo lo que estudió –Tar soltó ese párrafo sin alterar lo más mínimo su aspecto plácido ni, mucho menos, parecer ofendida-.

-Efectivamente –recalcó Omar-, Mosés tiene razón. Es usted una mujer muy interesante, además de extraordinariamente atractiva. Pero, antes de entrar en otros detalles de su argumentación, déjeme que le recuerde que usted nos planteó un problema con el que el director del Proyecto Revitalización se enfrentaba y, a juicio suyo, la única solución parecía ser el uso de la violencia –Omar se había puesto de pie y seleccionaba alguna exquisitez de las que se mostraban en la mesa de aperitivos. Al cabo de unos segundos, continuó:-.

-Según lo entendimos, parece que, en su opinión, lo más conveniente sería provocar cambios de gobierno apoyados por políticos complacientes con nuestros intereses ¿Fue así o lo interpretamos mal? –argumentó Omar-.

-Fue exactamente así –confirmó Tar-. Saffár, el director general del Proyecto Revitalización se enfrenta a serias dificultades con la mayoría de los gobiernos de los países de la ribera sur del Mediterráneo que, como sabéis, están gobernados por unos sátrapas megalomaniacos que, con la excusa de la religión, hacen y deshacen sin contar  con la gente. Y lo más grave es que son unos incultos y unos pueblerinos. Al parecer, según Saffár, es imposible llegar a acuerdos razonables con ellos, lo que nos obligará a tomar medidas, las que fueren, para cambiar el signo de las cosas –Tar dejó pasar unos instantes y continuó:-

-En mi opinión, la única solución sería provocar golpes de estado que  coloquen a políticos con los que se pueda negociar en beneficio de todos. Pero antes de llegar a ese extremo, he pensado que, probablemente, vosotros, desde el Valhala en el que yo os sitúo, podríais aportar una solución práctica y más beneficiosa a nuestros intereses que si usáramos de la fuerza bruta. Eso es todo –argumentó Tar-.

-Pues, has hecho bien –respondió Omar-. De nuevo has tomado la decisión más acertada. Y, por eso, para explicarte el camino que vamos a seguir, te he pedido que vinieras ¿Te parece ahora nuestra conversación algo más interesante? Tal vez, una mujer como tú y un hombre como yo deban empezar con una charla de este tipo ¿No cree? Al menos a mí estas conversaciones me predispone hacia estados y sensaciones superiores.

-Sí, verdaderamente este es el tipo de plática que hay que tener en todo tipo de preámbulo. Y estoy deseando escuchar lo que sea que tenga que decir. Vamos, por favor, comience –dijo Tar-.

-Bueno, verá. Comenzar no creo que sea el infinitivo adecuado. Continuar, sin embargo, es más apropiado, ya que tengo que volver al Sr. Hook.

-Bien. De acuerdo, pues continúe, si lo prefiere, pero explíquese, por favor, estoy verdaderamente interesada –replicó ella un tanto impaciente -.

-Paciencia. Así lo haré. Pero, antes, debe tomar consciencia de que, a nosotros, en el Valhala, no nos interesa la Física, ni la Química, ni las Matemáticas, ni la Sociología, ni, en resumen, todas las ciencias del mundo, sino sirven para nuestro único propósito: el Poder ¿Entendido? –preguntó Omar-.

-Sobreentendido –contestó ella-.

-En ese caso. Escuche con atención. De forma algo similar a una varilla metálica que puede, dentro de unos límites, alargarse y encogerse, una y otra vez, por efecto de una fuerza, los grupos humanos, sean sociedades o simplemente agrupaciones de personas, pueden ser oprimidas un día tas otro hasta que un día se llega a un límite a partir del cual, el día siguiente ya no es igual al anterior: todo ha cambiado. Ese instante de cambio puede producirse por azar o provocándolo –Omar hizo una pausa y dio un pequeño sorbo de cava y continuó:-

La Teoría de las Catástrofes

-¿Has oído hablar de la Teoría de las Catástrofes?

-No. No he oído nada ni sé nada de ella ¿¡Qué pasa!? ¿Ahora todo va a ir de matemáticas? –refunfuñó Tar-.

Omar hizo caso omiso del comentario y continuó:

-En 1950, el francés René Thom planteó un modelo matemático de la morfogénesis. Es decir, el proceso por el que un organismo desarrolla su forma (y no otra). En los 70 del siglo pasado el trabajo de Thom tuvo su momento de gloria al ser impulsado por los estudios de Christopher Zeeman en el terreno de las ciencias humanas, la sociología, entre ellas. Gracias a los avances logrados en estos terrenos, hoy día se puede representar la propensión de los sistemas estructuralmente estables (de cualquier tipo, un sistema político, por ejemplo) a manifestar discontinuidad, lo que equivale a decir que ciertos cambios intempestivos (pequeños, tal vez) se pueden dar en ellos; también, se sabe que esos sistemas tienden a magnificar las pequeñas variaciones convirtiéndolas en grandes (cadena de acontecimientos insignificantes); igualmente, se sabe que el estado de esos sistemas estructuralmente estables dependen de su historia previa, pero si los comportamientos se repiten y se sobrepasa el límite, entonces el sistema en cuestión no vuelve a la situación previa, sino a otra que puede colapsar el sistema –de nuevo, Omar se detuvo y volvió a echar un trago de cava antes de proseguir-.

-En general –comenzó-, las aplicaciones derivadas de estos conocimientos son, en principio, simulaciones utilizables en geología, en mecánica, en hidrodinámica, en óptica geométrica, en fisiología, en biología, en lingüística, en dirección estratégica y, lo más importante para nosotros, en sociología. La teoría de las catástrofes comparte ámbito de conocimiento con la teoría del caos y con la teoría de los sistemas disipativos desarrollada por Ilya Prigogine (Premio Nobel). Basándonos en todo ello, vamos a provocar un colapso en cadena de los regímenes políticos que nos convengan, sin la más mínima intervención militar.

-Básicamente, hablo de la Teoría de las Catástrofes, pues a este asunto apunto y me estoy refiriendo y, gracias a lo cual, a la violencia sólo se recurre cuando las ideas excelentes se agotan.

Tar, a la que la sonrisa de superioridad de Omar la estaba escociendo, abruptamente dijo:

-Perdone, amigo mío, pero no he entendido nada. Ahora bien, si lo que pretende es poner de manifiesto mi ignorancia en terrenos que no me importan en absoluto, debo decirle que lo ha conseguido –comentó Tar algo amoscada-.

-Ja, ja –rio sin complejo Omar- No se ofenda, por favor. Tengo la seguridad de que, cuando acabe mi exposición, usted sabrá agradecer la confianza que Mosés y yo estamos depositando en su discreción e inteligencia ¿Me permite seguir? –preguntó él, mostrando una franca sonrisa—

Tar hizo un gesto pacificador con el que mostraba el deseo de seguir escuchando.

-Evitaré cuantos detalles técnicos le puedan resultar aburridos o incomprensibles –dijo Omar- y me concentraré en los hechos y conclusiones más relevantes. Según los analistas de que disponemos, que no son pocos y todos ellos muy buenos, si se dan ciertas circunstancias en un cierto punto del interior de Túnez, aún sin determinar, un día en concreto del invierno de este año, todavía sin precisar, el momento catastrófico se habrá dado y, a partir de ahí, el gobierno tunecino caerá sin la menos dificultad. Y otros similares de la zona, harán lo mismo como un castillo de naipes.

La cara de Tar reflejaba sorpresa e incredulidad y, en consecuencia, dijo:

-Desde luego, no tengo la más mínima duda que todo lo que me dice responde a lo que usted, muy sinceramente, cree, pero deberá disculparme si tengo mis dudas, más que sobre la veracidad, que será como usted dice, sí sobre la precisión del momento y el lugar.

-Claro, claro –respondió Omar con rapidez-. Ya lo suponíamos. Sus dudas son lógicas. Por esa razón la hemos invitado: para que sea consciente de lo que va a suceder. Y pronto sabremos exactamente el lugar y la hora en que se ha de dar la acción que desencadene la catástrofe, si me permite usar el término matemático. Y, si tenemos alguna duda al respecto es porque no sabemos hasta qué punto la vorágine desencadenada afectará a los sistemas políticos próximos, no sólo físicamente, sino culturalmente. En este sentido, nos parece seguro que Argelia y Libia sufrirán cambios profundos como consecuencia del suceso catastrófico y, muy probablemente, Egipto. En fin, no voy a anticipar más mientras no disponga de algunas conclusiones matemáticas, que ya le comunicaremos.

Tar, sin ocultar su asombro, comentó casi para sí:

-¿Quiere decir que todo sucederá como me dice? ¿Me está asegurando que se puede jugar con las sociedades humanas con tal libertad y anticipación?

-¡Oh, vamos! –exclamó Omar- Me va a decir que usted no suponía algo así ¿O no es esto lo que siempre ha estado buscando, lo que nos pidió en su primera visita a nuestra casa de Nueva York?

-Bueno, sí. Pero no suponía que fuera algo tan limpio… tan simple –contestó ella-.

-Sí, limpio, tal vez, según se mire, pero, simple, no –dijo Omar-. De hecho tenemos a varias decenas de matemáticos estudiando el asunto y sus derivadas. Además, financiamos a un grupo multidisciplinar de científicos que investigan permanentemente la forma de aplicar cualquier avance en cualquier ámbito del saber humano a la sociología práctica. Por otra parte, una vez establecido al “plan catastrófico” hay que llevarlo a la práctica, lo que no es tan “limpio” –concluyó Omar-.

-¿Tiene en cartera algo para dejarme aún más sorprendida? –preguntó Tar con doble intención-.

-En el medio y largo plazo, sí, tenemos toda una serie de “sorpresas” que, a todos, nos harán mucho más ricos, si cabe. Y, sin duda, increíblemente más poderosos –contestó Omar-. Pero en el muy corto plazo tengo una secuencia completa de distracciones que espero superen cualquier expectativa.

-Ah, bien. Jamás he tenido dudas al respecto –dijo Tar, muy seria y con ojos chispeantes.

La siesta y la sensualidad de Tar

Tras una delicada y exquisita comida, Tar se fue a descansar preparándose para lo que el atardecer y la noche depararan. Así, la siesta de aquel 28 de febrero de 2010 tomó a aquella exuberante mujer adormilándose mientras se dejaba hacer, totalmente relajada, lo que Yeray, su ayuda de cámara, en su verdadero papel de ayudante del interior de las habitaciones, hacía lo que, en cada momento, se le ocurría… cosa en la que se esmeraba ya que sus próximos ingresos dependían de su imaginación y habilidad.

Corrían los primeros días de marzo de 2010