El 11 setiembre de 2001
El 11S para Massimo Franccetti.
Se acabaron las vacaciones
Massimo tomaba el sol con su sombrero echado sobre las cejas de forma que sus ojos quedaban en una cómoda penumbra. Mantenía la cinta del barboquejo atada bajo su mentón para prevenir que un tirón de un ladronzuelo le dejara sin sombrero y, con él, la pequeña reserva monetaria oculta en el ala. Un vasito de cristal y una tetera humeante estaban sobre el pequeño velador junto al que estaba sentado. De esa guisa, sin ninguna prisa, Massimo se deleitaba escuchando las conversaciones que aquella gente mantenía en su plácido y sosegado convivir. Y así transcurrían los minutos hasta que un ajetreo absolutamente inusual alteró el estado de cosas del que disfrutaba: las personas a su alrededor comenzaban a agolparse en la puerta y ventanas del bar en cuya terraza estaba. De hecho, su silla, de espaldas a una de esas ventanas, se vio rodeada de gente que le apretaba contra ella, por lo que tuvo que ponerse de pie y, a duras penas, teniendo bien sujeta la bosa bandolera que portaba, se dio la vuelta para ver qué miraba la gente en el interior del local. Pasaron unos minutos hasta que logró que sus ojos se centrara en el foco de atención de todo el mundo: la pantalla de un televisor situado en una repisa a un par de metros en la pared del fondo. Cuando pudo fijar la vista pasaron unos instantes hasta que lo que veía en la televisión encajaba con algo que tuviera sentido. Entonces pudo entender que unos aviones comerciales habían impactado en las Torres Gemelas de Nueva York. Pasado la primera impresión, observó que algunas personas contemplaban con tristeza el hecho, especialmente tras el derrumbe de la primera torre, mientras otras sonreían y expresaban alguna especie de rencor con expresiones tales como “Así tendrán idea del dolor que ellos generan” o “Tarde o temprano Alá tenía que manifestarse”.
Tan pronto se formó criterio sobre lo sucedido salió del lugar, no sin dificultad, y se dirigió a su hotel para tratar de recabar tantos datos como fuera posible. Apenas se había alejado unos metros sacó su móvil para comprobar si había tenido actividad. En efecto, un par de llamadas perdidas, una de su tocayo y paisano, Massimo Romano, y otra, de Martín. También, un sms esperaba en su buzón con un texto muy simple: “Vuelva”.
Un giro inesperado
Así, el 11 de septiembre de 2001, la vida de Massimo Franccetti cambió de un curso previsto a otro imprevisto, en el que comprobaría que todo lo que aprendió era necesario pero no había sido suficiente, y que esa laguna de conocimiento, ese gap, es lo que los expertos llaman experiencia.
Massimo bajó directamente a la Sala de Oficiales de Base Atlantis y, después de avisar de su retorno e identificarse, solicitó entrevistarse con el Coronel Brown. Inmediatamente fue recibido. Tras las mínimas e imprescindibles expresiones de cortesía, el coronel Brown le dijo:
-Un viejo refrán español dice “Más vale llegar a tiempo que rondar un año”. Y este es su caso. Sin más trámites queda usted ascendido al grado de capitán de la Unidad de Operaciones Especiales del SIIO, por tanto, según lo establecido, nadie sabrá de este ascenso excepto nosotros. Por lo demás, para el resto del mundo, el teniente Massimo Franccetti está en una base polar del Ejército Italiano y, a todos los efectos, incomunicado por necesidades del servicio.
Sin dar tiempo a ninguna réplica, Brown continuó:
-Abandonará Base Atlantis y se incorporará al Equipo Occidente como miembro de ese grupo, de cuyo líder, objetivos y función tiene información en ese expediente –dijo mientras señalaba tres cajas selladas con precinto y marcadas como “Alto Secreto”-. No se le ocurra presentarse a su nuevo destino sin haber estudiado en profundidad, con todo detalle, el contenido de esas cajas. Cuente conmigo para cuantas aclaraciones precise.
-¿De cuánto tiempo dispongo? –preguntó Massimo.
-Antes del próximo lunes ha de estar allí. Usted actuará ante el Equipo Occidente como representante de la Unidad de Operaciones Especiales del SIIO,- y ante la Unidad de Operaciones Especiales del SIIO como representante del Equipo Occidente. Por lo demás, la parcela que está llamado a cubrir, respaldado por los recursos de Base Atlantis, es la relacionada con las necesidades tácticas de su nuevo destino.
Brown hizo un alto para dar oportunidad de alguna observación. Al no haberla, prosiguió:
-La Operación Grano de Arena ha quedado paralizada hasta que el Equipo Occidente, del que usted ya forma parte, considere adecuado reactivarla. Por último, al menos de momento, le anticipo que sus emolumentos seguirán el curso habitual, sin embargo, a partir de su incorporación efectiva al Equipo Occidente, todos los gastos derivados de su colaboración correrán a cargo de su nuevo destino.
Brown se levantó, caminó hasta situarse tras el montón de cajas de documentación del Equipo Occidente y, desde allí, dijo:
- Día a día, por encargo de muy altas instancias europeas, voy siguiendo las actividades del Equipo Occidente y, la verdad, al principio me parecía una pérdida de tiempo de unos cuantos teóricos jugando con ideas que igual pueden terminar significando esto, aquello y todo lo contrario. Pero hoy, tras los últimos acontecimientos, considero que su labor es una de las más interesantes a la que merece la pena dedicarse actualmente. Con toda sinceridad, este nuevo empleo puede llevarle a usted a posiciones profesionales envidiables, aunque también pudiera dejarle estancado en un lateral de la Historia. Todo dependerá del grado de certeza que el poder político reconozca al Equipo Occidente como grupo de expertos.
Massimo se despidió del coronel Brown; se encerró en su pequeño habitáculo con las cajas de documentación que componían el expediente a estudiar; leyó todos y cada uno de los papeles allí contenidos, y escuchó y vio todas las grabaciones; y, al cuarto día, consideró que estaba aceptablemente al corriente del propósito y actividades del Equipo Occidente. Ya podía cambiar de destino.
Así comenzó la nueva era en la vida de Massimo Franccetti.
El 11S para Saffár.
El Proyecto Revitalización se engendra
El día empezó, para Saffár, mucho antes de amanecer. De hecho, cuando llegó a su despacho sólo estaba el personal de seguridad. Por obra de su mente había concebido el Proyecto Revitalización dividido, en una serie de áreas delimitadas por líneas más o menos paralelas a la costa. La que iba desde el mar a la primera línea, estaba dedicaba exclusivamente al turismo, a la hostelería y al ocio. Esta zona comenzaba en la costa atlántica de Marruecos, siguiendo por la de Argel, Túnez, Libia, Egipto, saltando Israel y siguiendo por la de Siria hasta la turca. La segunda área estaba separada de la anterior por una gran avenida con fuentes, palmeras y jardines, en la que habría restaurantes, terrazas, centros comerciales y tiendas de mayor o menor categoría. La tercera área, de anchura variable e indeterminada, quedaba separada de la precedente por una amplísima franja de terreno, sin actividad de ningún tipo, tan extensa como fuera conveniente, donde se establecerían cuantas industrias, negocios y almacenes se requiriera en cada sector. Finalmente, la más profunda, tan amplia como fuere necesario y muy separada de la zona previa, la industrial, estarán las universidades, escuelas y las áreas residenciales para el personal de servicio y, también, las mezquitas y madrazas. Estas últimas deberán cubrir la función sanitaria, teniendo la misión fundamental de mantener la fe religiosa a pesar del cambio cultural que conllevará la evolución de la sociedad. Con respecto a los elementos esenciales para el desarrollo del proyecto como puertos, aeropuertos, vías de comunicación y centros de producción y distribución energética se situarán donde convengan a los diferentes propósitos del proyecto. Finalmente, en lugares sin definir por razones de seguridad, se establecerían las zonas de producción de material bélico, imprescindibles para las fases finales del plan de islamización total.
Saffár se sentía seguro de la meta a alcanzar y también tenía clarísimo cuales serían los primeros objetivos particulares. En primer lugar, habría que establecer el modelo general a seguir en las sucesivas fases de implantación de las infraestructuras sanitarias. A medida que esto se fuera logrando, en las zonas industriales habría que comenzar a establecer polos de desarrollo y, dentro de ellos, en muy primer lugar, cuantos centros de formación profesional hagan falta para preparar mano de obra cualificada. Todo ello supondría una fuente de trabajo inagotable, con lo que, en el medio y largo plazo, las tensiones previstas como consecuencia del aumento creciente de la población disminuirían si no desaparecían.
El Proyecto Revitalización superaba, con mucho, sus aspiraciones profesionales, no sólo por exigirle extraer lo mejor de sí mismo, sino, y nada despreciable, por el altísimo nivel de relaciones que le permitiría conseguir. Se retrepó en el sillón, miró al vacío desde el gran ventanal de su despacho y dejó la mente en blanco. El camino estaba trazado, convertirlo en realidad requeriría el sacrificio de tres generaciones, al menos. Pasados unos minutos miró el reloj y comprobó que llevaba más de cinco horas pegado a la mesa de trabajo. Sentía necesidad de estirar las piernas, en consecuencia, se levantó y, dejando todo tal y como estaba, se disponía a abandonar su despacho con la intención de salir de la oficina. En ese momento sonó su teléfono móvil, contestó y, sin darle tiempo a abrir la boca, una voz dijo “Hola, hermano, te espero en Alison Nelson’s Chocolate Bar. Dispongo de cinco minutos”. Tras este mensaje, la comunicación se cortó. Alguien se había confundido, pensó Saffár. No le dio mayor importancia y continuó su marcha. En el hall de entrada coincidió con Lambert.
-Buenos días. Voy a dar una vuelta. Tengo necesidad de andar por la calle durante un rato –dijo Saffár.
-Pues yo voy hacia el Alison Nelson’s Chocolate Bar, si no tienes inconveniente, te acompaño y, así, aprovechamos para cambiar impresiones sobre un par de asuntos corrientes ¿te parece? –propuso Lambert-.
Saffár no apreció la mirada de complicidad que le devolvió su compañero. Saffár asintió con la cabeza, mostrando una discreta sonrisa. En realidad, deseaba caminar sólo, sin ningún compromiso, sin tener que prestar atención alguna a nada. Pero, en fin, tendría que acostumbrarse cada vez más a soportar situaciones que le resultaran incómodas, simulando que no se lo parecían. Bajaron en ascensor hasta el nivel de calle hablando de generalidades relacionadas con lo acontecido el fin de semana. Caminaron por la acera sin prisa, tiempo que aprovechó Saffár para hacerle un planteamiento general de la topología que había pensado para Revitalización.
-¿Qué opinas? –preguntó Saffár- Por cierto, doy por supuesto, porque así me lo hizo ver Fat Tar, que estas al corriente de su deseo de que sea yo el Director General del Proyecto ¿es así?
-Sí, efectivamente. Ella tiene mucho interés en que todo resulte como una iniciativa muy musulmana. Como tú comprenderás, a mí y a todo el consejo, lo que nos interesa es el contrato firmado, y la explotación de todas sus derivadas. En fin, ya sabes: el éxito es lo importante. En todo caso, y por esta misma razón, ten la seguridad de contar, no sólo con mi apoyo, sino con el de todos los claveros ¿Qué te parece si tomamos un café?
El Mensaje Clave
En el momento exacto en el que Lambert hacía esa pregunta, arriba, en el cielo del World Trade Center, pilotando un avión de pasajeros, un Boeing 767, Mohammed Atta[15] pensaba, satisfecho, que ningún sacrificio era demasiado grande para mostrar el sometimiento total a Alá y sus designios. Él iba gozoso a la muerte y, así, con una leve sonrisa, fue muy consciente del momento en que la proa de su avión tocaba la fachada de la Torre Norte del World Trade Centre de Nueva York. Pero justo en el instante de duración cero en que la vida acaba y, sin embargo, el Gran Viaje aún no ha comenzado, en ese preciso momento en que el alma ya no está aquí ni tampoco allí, sino en juicio sumarísimo, Atta fue condenado a una eternidad de duda por una voz que, llenando el universo entero, le preguntó “¿Cómo sabes que quitarte la vida tú y arrebatársela a mis criaturas es mi placer?”
Mientras esto estaba a punto de suceder sobre la cabeza de Saffár, éste respondía a la pregunta de Lambert:
-Muy bien ¿Qué hora es? –y miró su reloj: eran las 09,02 horas-.
En ese momento su acompañante respondió con otra pregunta:
-¿Qué pasa? –mientras observaba a su alrededor tratando de localizar el objeto del creciente revuelo que apreciaba-.
Saffár, extrañado por la pregunta y, más aún, por el tono de voz empleado, desplazó la mirada de su reloj a la cara de su acompañante. Al ver que se había dado la vuelta y miraba con la boca abierta hacia arriba, él hizo lo mismo y, levantando la cabeza, fijó la vista en la parte superior de las torres del World Trade Center. Y lo que vio le grabó en el cerebro una instantánea que nunca lo abandonaría y que, en aquel momento, lo dejó sin palabras: la mitad trasera de un avión sobresalía de la fachada, como incrustada, muy arriba, en la Torre Norte. Allí mismo donde, hacía unos minutos, él estaba trabajando. El mismo lugar en el que estaban las oficinas de la STRATUM Ing.
Aún no había asimilado ni, mucho menos, interpretado lo que veía cuando otro avión entraba en su campo visual y, antes de que él alcanzara conclusión alguna, hacía explosión en el interior de la Torre Sur. En ese momento, de repente, la luz se hizo en su cerebro y, sin poderlo evitar, sus rodillas dejaron de sostenerle y quedó en cuclillas en medio de la acera mientras repetía, entre lágrimas, una y otra vez “Al·lahu-àkbar”.
Saffár en los Infiernos
Paralizados, al principio y andando como zombis, después, Lambert y Saffár se fueron desplazando para ver las dos Torres Gemelas arder como dos teas encendidas. Así pasó el tiempo, una hora, tal vez más, cuando ambos gigantes, uno tras otro, colapsaron, desplomándose sobre sí mismos. Tras esta increíble visión, Saffár, sentado en el borde de la acera continuaba mirando hacia arriba, hacia el lugar donde vio el impacto de los aviones. En realidad, no veía nada. Todo a su alrededor era un magma de polvo en suspensión por el que algunas figuras transitaban como espectros. Pasado un tiempo y poco a poco, se puso en pie y, trastabillando, caminó hacia el lugar donde, hasta hacía poco, estuviera su oficina. A medida que se aproximaba se respiraba peor, más gente corría aquí y allá. Y más escenas desgarradoras llenaban sus sentidos. A unos quinientos metros del lugar en el que había estado la Torre Sur, bomberos, policías y voluntarios ayudaban a impedidos, heridos y gente desorientada a aproximarse a los puntos específicos de ayuda. Escenas indescriptibles de dolor ponían de manifiesto la nada del ser humano. Saffár siguió deambulando, como un autómata, buscando el lugar por donde entraba todos los días para subir a su despacho. Imposible encontrarlo, su cerebro se negaba a aceptar que ya no existía. Todo era humo y polvo. Preguntó a uno de los bomberos con los que se cruzó, que le miró sorprendido y le dijo “Diríjase hacia aquellas luces –dijo señalando las ambulancias que se intuían- y lleve a este hombre”. Con las palabras, Saffár notó que el bombero le pasaba sobre los hombros el brazo inerme de un cuerpo que, de forma instintiva, sujetó con una mano y, con la otra, tomó por la cintura. El bombero, sin más, dio media vuelta y se alejó metiéndose en el infierno que había delante. Saffár, por su parte, al notar el peso de aquella persona, empezó a reaccionar, se giró y comenzó a acercarse a las luces rojas y azules que veía parpadear enfrente. Así, paso a paso, mientras asimilaba la rotundidad de lo que sucedía, oyó un balbuceo procedente del cuerpo pegado al suyo que le decía “Ponme en el suelo, por favor”. Con dificultad y con mucho cuidado, lo depositó en el suelo mientras él mismo se sentaba de forma que su pierna sirviera de almohada para la cabeza de aquella persona. En esta posición, sus ojos estaban a menos de treinta centímetros del rostro de aquel otro ser humano, del que nada sabía. Aquella cara estaba oculta por el polvo y la sangre y, también, por una mueca, mezcla de padecimiento y sorpresa. “Gracias”, notó que le decía el hombre. A Saffár le salió algo similar a una leve sonrisa. Tras unos instantes, los labios de aquella máscara decían “No me dejes solo, no me dejes” mientras que, simultáneamente, sintió que le apretaba la mano hasta hacerle daño. Finalmente, un temblor general de aquel cuerpo, seguido de un giro violento de su cabeza a derecha e izquierda fue el prólogo de una quietud ominosa. El hombre había muerto en sus brazos. Nunca antes en su vida había visto, oído y sentido todo lo que en aquellos últimos instantes había experimentado. La mente de Saffár, saturada de tanta tristeza, protegió su cuerpo aislándolo del entorno.
Y, así, catatónico, retirado de este mundo, sin nada que supusiera restricción mental alguna, abrazado al cuerpo yacente del desconocido y con su propia cara surcada de lágrimas, Saffár pensó: “Si Dios no es Amor y, por tanto, permite que sucedan cosas como ésta, para qué sirve, cuál es su función ¿qué necesidad tengo de él?; por el contrario, si Dios es Odio y, por tanto, las propugna y apoya, qué beneficios se derivan de reconocer su existencia ¿para qué adorarle? ¿Por miedo? ¿Únicamente para evitar el odio acrecentado de un Dios enfurecido por el desprecio humano? Si no es por esto o por aquello, si no hay odio ni amor en ese Dios que lo puede todo y, por eso, porque lo puede todo, hace lo que hace cuando le conviene sin ninguna consideración al sufrimiento humano, ignorando las penas que sus decisiones provocan en la Humanidad; si Dios es, fundamentalmente, indiferencia, pensó mientras sus pensamientos se movían como relámpagos que iban de un rincón a otro de su alma: ¿Por qué someternos a Dios? ¿Cuáles son los efectos esperados de ese sometimiento? El único espíritu singular percibido por mí, Hamar Ib Saffár, del que puedo hablar es el que flota y envuelve a los seres humanos, que los impulsa a ayudarse unos a otros cuando “el minuto de sesenta segundos” se acerca, que está presente en la catástrofe y quita soledad. Ese espíritu, que los cristianos llaman Amor al Prójimo y los agnósticos “solidaridad” es el Dios que, de verdad, en la realidad de las cosas, debe ser reverenciado y ensalzado. Esto lo he comprobado con mis propios ojos, lo he percibido con todos mis sentidos, ahora, cuando la destrucción se ha hecho presente. Ese espíritu singular es la única divinidad bondadosa que siempre está cuando hace falta”. En eso estaba cuando notó que las lágrimas llenaban la comisura de sus labios. Con la punta de la lengua comprobó el sabor salado de aquel líquido. Esta sensación le hizo retomar la consciencia del lugar y el momento. Y, también, de sus últimas reflexiones. Y esto le horrorizó: Iblis se había apoderado de él durante unos minutos y, sin darse cuenta, de algún modo se había transportado y estaba en un inframundo. Tenía que salir de allí, ya fuera real ya pesadilla. En ese momento notó como una voz le decía “Oiga ¿está usted bien?” mientras alguien le quitaba de encima el cadáver con el que había viajado al Infierno y donde había sufrido las tentaciones de los elegidos. Entonces comprendió: la ira del Todopoderoso es verdaderamente temible. Desde ese momento, su sometimiento a Sus designios sería absoluto y sin el más leve atisbo de duda.
Así comenzó la nueva era en la vida de Hamar Ib al Saffár.
El 11S en el Club.
Los últimos instantes de una vida plácida
Eran las 14:00 de la mañana, hora del Club, del día 11 de septiembre de 2001. A esa hora ya estaban casi todos en el salón, charlando, o en el office, desayunando. Hasta mediodía no había reunión ni actividad alguna. En realidad, la primera intervención, prevista para las 12 de la mañana, a cargo de Tom Skola, trataba sobre una primera aproximación a la vida diaria en una comunidad musulmana dentro de un país musulmán, pero Marcial cambió el programa del día con objeto de dedicar cuanto tiempo fuera necesario a asegurar que todos los esfuerzos futuros de cada miembro del Equipo Occidente fueran en el mismo sentido. En consecuencia, mientras los demás intercambiaban impresiones sobre esto o aquello, Marcial trabajaba en la planta sótano del Club, lugar en el que estaba situado el corazón tecnológico de la organización, escribiendo y enviando mensajes y llamando a teléfonos privados de los patrocinadores o de sus representantes, y todo para, por un lado, confirmar que se habían recibido los documentos enviados –en realidad, Marcial pretendía presionar para que dichos documentos fueran leídos a la mayor brevedad por las personas adecuadas- y, por otro lado, para solicitar la opinión de los patronos respecto a la conveniencia de ofrecer algún tipo de remuneración a los miembros del Equipo Occidente. A las 14:10 pidió a Segis que aplazara la reunión de las 12,00 para las 17,00 horas. A eso de las ocho y media subió al salón y buscó a Marius y a Álvar para tomar un café con ellos y aprovechar ese tiempo para cambiar impresiones sobre un par de cuestiones que le convendría aclarar antes de su próxima intervención. A Álvar lo encontró subido a la escalera deslizante consultando un libro. A Marius, practicando con el hierro 7 en el campo de golf. Aquel martes, 11 de setiembre de 2001, era un día espléndido, así que tomaron las tazas y salieron al aire libre. Todo era placidez, ni un ruido alteraba la tranquilidad que impregnaba el Club y su entorno. Al cabo de unos minutos, Álvar se levantó para depositar las tazas en una mesa y acercar unas botellas de agua a sus compañeros. Cuando se acomodaba de nuevo para seguir con la conversación, Marcial le preguntó:
El nacionalismo
-Álvar, perdona, pero debo hacerte una pregunta intempestiva a la que pido respondas, por favor, con sencillez. Creeré, sin más, lo que digas –Marcial hizo una breve pausa, miró a su amigo a los ojos –y dijo- ¿eres o te sientes nacionalista respecto a algún concepto de nación?
Al estaba perplejo por la cuestión planteada y, tras fijarse detenidamente en la expresión de Marcial, miró a Marius que, aparentemente, mostraba el mismo o similar grado de sorpresa que él. Al cabo de un cierto tiempo dedicado a una breve, profunda y rápida introspección, respondió:
-No sé a qué viene esto, pero con toda la sencillez de que soy capaz y sin más complicaciones te respondo: No, no soy nacionalista. Sin embargo, simultáneamente te digo que me percibo como un ser humano descendiente de todas las estirpes que han ido conformando España y, por tanto, me siento español con la misma naturalidad con que respiro; que, cuando tras una caminata por el campo, por cualquier campo de España, descanso sobre la tierra me veo como un árbol más de los que me rodean; y, en fin, cuando me relaciono con mi gente me siento a gusto hablando y conviviendo. Lo mejor de todo esto es la íntima satisfacción que me produce saberme así, como soy, independiente y libre, sin pertenencia a ningún “nosotros” que se manifieste como distinto a “otros” o, aún peor, a un “vosotros”. Y me encanta ver, saber y sentir que mis amigos ingleses, franceses, italianos y de cualquier lugar en el que haya vivido, son como yo en relación a su tierra y a su gente. Para concluir, pero para que sepas lo que pienso y, en consecuencia, tomes la decisión que tu magín esté triturando, te diré que siento una profunda repulsión hacia el nacionalismo de cualquier signo y, sin embargo, no sé y no tengo criterio firme respecto a los que se nacionalizan de este o aquel país sin saber nada o muy poco respecto a la cultura y costumbres de los nacionales, esa gente que, por la propia elección del nacionalizado, serán sus compatriotas. Probablemente, el hecho de nacionalizarse debiera ser algo más que jurar algo ante un trapo que nada significa para ellos más allá que una oportunidad de medrar.
Al concluir la respuesta y para quitar tensión a sus últimas palabras, Álvar miró la hora y comprobó que eran las dos en punto del mediodía. Quizá con el mismo propósito, Marius intervino:
-Tras tantos años de amistad, Marcial, no termino de acostumbrarme a tus digresiones, a veces desconcertantes. A través de esa pregunta y su réplica, veo con claridad el grado elevado de amistad que os une pero, también, percibo el desconcierto no disimulado de tu amigo, que desde ahora yo lo consideraré, igual que a ti, en gran estima por la paciencia, claridad y honradez de su respuesta. Vamos, en resumen, te agradecería nos expliques la razón por la qué haces una pregunta de ese tipo a un buen colaborador, como sin duda es el doctor Álvar Álvarez, y que lo hagas delante de mí tan explícitamente como él lo ha hecho –a lo que Marcial contestó:-
-Hasta el momento, en los seis últimos meses que este proyecto se ha estado gestando he contado, y ha sido más que suficiente, con Segis. Anteriormente, durante los años que me llevaron las gestiones para alumbrar el Club, todo la labor recayó sobre mis hombros, lo que, más que problema, resultó una diversión. Pero, a partir de ahora, cuando estamos a un paso de convertir el Club en un real y efectivo Centro de Estudios Estratégicos, me encuentro ante un obstáculo cuya superación requerirá de un equipo. Dicho claramente, necesitaré vuestra ayuda.
Marcial se apoyó en sus propias rodillas y se disponía a dar ciertas explicaciones cuando observó que Álvar no le prestaba atención sino que miraba atentamente lo que sucedía a su alrededor.
Lo impensable ocurre
-¿Qué sucede Álvar? ¿Qué miras? –le preguntó.
-Fíjate -dijo Álvar-, parece que todos los teléfonos móviles se han puesto de acuerdo para sonar a la vez.
En ese momento el móvil de Marius se puso a sonar. Casi en el mismo instante, el de Marcial también. Ambos contestaron e hicieron la misma pregunta “Pero ¿qué dices? A ver, tranquilízate y repite ¿Qué ponga la televisión?” Sin cortar la comunicación, Marcial dijo “Algo pasa en Nueva York” cosa que corroboró Marius con un “Sí, no sé qué, pero algo pasa”. Sin más, Marcial se levantó con la intención de correr hacia el salón para conectar la gran pantalla del salón cuando, desde la entrada, observó a Segis que ya lo hacía. Cuando llegaron Alvar y Marius, en el salón estaban todos los participantes boquiabiertos, sin comprender qué estaba pasando. De hecho ni los propios locutores sabían qué decir, cosa que se notaba en sus voces, en sus dudas, la improvisación con que tenían que comentar las increíbles imágenes que mostraba la pantalla en tiempo real . Cuando, a las 9,02 hora de Nueva York, las 15:02 en el Club, otro avión impactaba en la Torre Sur del World Trade Center ninguno de los presentes pensaba que se tratara de algún tipo de montaje. A partir de ese momento todo fue un hervidero de llamadas y conversaciones telefónicas buscando explicaciones, causas, posibles consecuencias y, sobre todo, tratando de imaginar los autores de semejante salvajada. Sin embargo, superando cuantas dudas la situación suscitaba, los miembros del Equipo Occidente estaban de acuerdo en que, al margen del odio y del afán de venganza, los autores debían tener la seguridad de obtener el perdón de Dios ya que, al ser unos suicidas, el perdón de los hombres carecía de sentido. En fin, para los presentes no cabía duda que, tras ese atentado, había una motivación religiosa. Y la única religión con el trasfondo necesario para respaldar el odio y con suficiente masa crítica como para organizar y sustentar tamaña operación era el islam.
A las 9:59 horas de Nueva York, las 15:59 en el Club, se desplomaba la Torre Sur del Word Trade Center.
Tras unos minutos para digerir la escena, Tom Skola, haciendo gala de la flema típica del gentleman inglés y de la practicidad británica dijo:
-Dear friends, the game starts.
A renglón seguido y en voz muy baja, apenas audible por Álvar y Marius, Marcial dijo “Lo imprevisible ha sucedido: el proyecto sigue adelante”
El resto del día el salón del Club se convirtió en el más encendido y apasionado foro en el que, curiosamente, el atentado como tal no era el principal tema de discusión, sino el Juego, que ya nadie lo consideraba tal, aunque seguirían aplicándole ese nombre para referirse a la labor que habían emprendido. Sobre la medianoche, el salón aún seguía a rebosar, con todas las mesas del office y los sillones del salón ocupados por grupos enzarzados en las consecuencias que tendría el atentado para ellos como grupo de trabajo. Marcial, en concreto, centraba su interés en el asunto de las políticas que deberían regir la elaboración del plan estratégico. De repente, inopinadamente, sintió la vibración del teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón, así que lo tomó en su mano y dijo “Sí, diga”, miró la hora y no imaginó quien podría ser. Una voz masculina preguntó “¿Señor Hessay?”
-Sí ¿quién es? –respondió Marcial.
Base Atlantis y el Club
-No cuelgue, por favor. Le va a hablar el General Frank McDonald, Director de Base Atlantis.
Era el 11 de septiembre de 2001
-En unas horas estaré allí –le dijo McDonald a Marcial-. Le agradecería que ninguno de sus invitados salga de sus instalaciones antes de oír lo que tengo que decir ¿Me he explicado con claridad?
-Sí, perfectamente. Pero seguro que percibe mi desconcierto y mi desconfianza. Me vendría muy bien alguna explicación creíble sobre usted y Base Atlantis ¿no cree?
-Le comprendo, no lo dude. La mejor respuesta se la dará el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, el señor Solana que, según él mismo me ha dicho, le conoce desde que usted era niño. Por tanto, hasta que mantenga esa conversación, supongo que no hay nada más que decir. Mañana hablaremos. Ah, se me olvidaba, según me acaban de indicar, desde este momento y hasta que no cambien las cosas, nadie podrá entrar ni salir de allí, como podrá comprobar si observa con atención su perímetro. Buenas noches, que descanse.
Así comenzó la nueva era en el Centro de Estudios Estratégicos.
El 11 de setiembre de 2001 en Valaskjáif Palace.
La llamada.
En el sótano de la desierta casa de Mosés y Omar sonó, por primera y última vez, el móvil situado en la vitrina de trofeos de Omar; emitió tres señales de llamada. A la tercera, la comunicación se cortó. Un par de horas después, alguien retiró el teléfono y lo destruyó. Omar y Mosés recibieron en sus respectivos smartphones unos mensajes sin texto. Sonrieron y pensaron: “El día ha evolucionado de bueno a excelente. Pasemos a la siguiente fase”.
Así terminó una era y dio comienzo la primera fase de una nueva.
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