Capítulo 11
Son las siete de la mañana y el sonido de mi despertador me obliga a abrir los ojos. Me levanto con entusiasmo y decido que hoy voy a ir clase de yoga antes de acudir al trabajo. Desayuno algo ligero y me preparo en la bolsa lo que voy a ponerme después de la clase, pero, justo antes de salir por la puerta, recibo una llamada del hotel. Miro el reloj sorprendida, son las siete y cuarenta. «¡Qué raro!», pienso.
—¿Sí? —contesto intrigada.
—Lola, soy Carlos. Hoy me voy, es mi último día, y quería acabar unas cosas antes de irme, por eso he venido un poco antes... y, al encender el ordenador, ¿cuál es mi sorpresa?
—Carlos, al grano —digo irritada.
—Perdón, Lola. Tengo un e-mail de Estela, de Turismo; dice que esta semana se prevé que un inspector visite nuestro hotel, para comprobar si seguimos mereciendo las cuatro estrellas.
«¡Mierda! Tendré que retrasar mi viaje y eso a Sebastián no le va gustar, pero para ese asunto aún tengo tiempo y ahora debo ocuparme de esto.»
—¡Claro que la seguimos mereciendo! Es más, si no fuese porque las dimensiones de las estancias generales y los metros cuadrados de las habitaciones son inferiores a los de cinco estrellas, nos correspondería una más, ya que en servicios y calidad estamos equiparados a uno de cinco estrellas —sentencio arrogante—. De todas formas, no perdamos los nervios, puede venir cuando quiera, todo está perfecto... pero ahora mismo voy para allá. ¿Dónde está Yago?
—No lo sé.
—Vale, da igual, ahora voy.
«¡Joder!», digo frustrada pensando en mis planes. Vuelvo a mi vestidor y elijo un traje amarillo que me compré hace poco; la falda es bastante corta y eso a los hombres les gusta demasiado. No sé cuándo aparecerá el inspector de Turismo por el hotel, pero debo estar preparada, así que esta semana, aparte de tener que cuidar el más mínimo detalle en el hotel, debo estar excesivamente arrebatadora, me digo mientras noto cómo la falda se ajusta a mis caderas, saco una camisa negra vaporosa sin mangas y dejo desabrochados más botones de los necesarios. Si hoy viene, o se fija en mis piernas o en mi escote, ése es uno de mis objetivos. Cojo la chaqueta. Me miro al espejo y veo a la mujer exigente, autoritaria, luchadora y segura de sí misma que soy en el trabajo. La Lola de estos días atrás se queda en casa, hoy no me puedo permitir ni un solo fallo. «Estás perfecta, Lola, este traje te queda fenomenal con tu piel morena», pienso contemplándome por última vez en el espejo antes de salir por la puerta.
Llego al hotel y voy directa a mi despacho; allí están Yago y Carlos. Veo cómo el primero me come con la mirada, pero en estos momentos no tengo tiempo para juegos, así que no le hago caso.
—Hola. ¿Sabemos algo más de Estela? ¿Ha dicho cuándo aparecerá por aquí el inspector?
—No —niega Carlos.
—Bien, ahora intentaré ponerme en contacto con ella. Yago, acompáñame, quiero comprobar que todo sigue en su sitio. Dejo la chaqueta en mi despacho y hacemos una ronda por el hotel. —Él asiente con la cabeza.
Nos disponemos a recorrer el hotel juntos y Yago me pregunta:
—¿De qué conoces a Estela?
—Estudió conmigo, somos buenas amigas.
—¿Estás nerviosa?
—No, para nada. ¿Por qué iba a estarlo? —Lo miro perpleja y con frialdad.
—No sé, una inspección siempre es motivo de nervios —replica frotándose la nuca.
—Bueno, en parte puede que tengas razón, pero no hay de qué preocuparse —afirmo segura de mí misma mientras comenzamos la ronda.
Bajamos al parking, cruzamos la lavandería y vamos ascendiendo por la zona del servicio. Entramos en la cocina y en el comedor. Pasamos por recepción y los baños, que ya funcionan a la perfección. Caminamos por los grandes pasillos del vestíbulo, las salas de conferencias y la de usos múltiples. Entramos en el bar/cafetería y observo la sala de cine. Paseamos por la zona exterior. Y es aquí, junto a la piscina, cuando nos quedamos solos. Y justo en un punto ciego desde el interior, Yago se sitúa frente a mí, posa su mano en la parte más baja de mi espalda y desliza un dedo por la abertura de mi camisa, acariciando suavemente la piel de mi escote, en el nacimiento de mis pechos.
—¿Sabes lo sexi que estás hoy? He tenido que hacer un gran esfuerzo cuando te he visto esta mañana y llevo todo el rato deseando hacer esto. —Me atrae hacia él y me da un beso exquisito; yo inhalo su embriagador aroma y eso hace que me excite.
Me aparto con brusquedad de él; sé que, si no me separo de Yago, no podré parar y ahora mismo no es el momento ni el lugar.
—¡Para! —Él me mira con ojos ardientes—. Lo digo en serio, ¡para! —insisto con firmeza y poniendo mi dedo índice en su pecho.
—¡Lola! —dice abriendo los ojos, doblando sus rodillas y suplicando al cielo.
—¡¡¡No!!! Si te portas bien, esta noche inauguraremos el ático. —Me giro completamente y salgo con paso airado.
—¡Arrgg! ¡Lola, me vuelves loco! —oigo que grita a mi espalda; yo sonrió triunfante y divertida, pero eso a él no se lo hago ver.
Entro de nuevo en el vestíbulo y lo miro tras los cristales. Veo cómo Yago se frota la nuca y camina en círculo, sin rumbo fijo, y no puedo evitar reírme. Lo espero sonriente, apoyada y de brazos cruzados, junto a la puerta.
—¿Seguimos? —propongo divertida cuando al fin entra.
—¡Cómo no! Detrás de ti, por favor —dice extendiendo su mano y haciéndome una reverencia. Noto a mi espalda como si gesticulase con las manos intentando estrujar mi cabeza. Yo me giro con rapidez con los ojos entrecerrados y él me sonríe disimulando, pero sospecho que no iba muy desencaminada.
Subimos en uno de los ascensores para huéspedes y Yago vuelve a abordarme, pero en ese instante se abren las puertas y yo vuelvo a reírme. Comprobamos varias habitaciones y doy gracias al cielo de que el servicio de limpieza anda por todas partes a estas horas de la mañana, pues, si no, estoy segura de que no me podría escapar de sus garras. Finalmente terminamos en la última planta, mi preferida, donde se encuentra el spa, con una gran piscina en el centro desde la que se divisa la ciudad a través de la enorme cristalera, el gimnasio, una peluquería y un salón de estética a mano izquierda, donde al fin suspiro aliviada de que todo está como debe de estar, como a mí me gusta, como corresponde a un hotel de cuatro estrellas.
—¿Sabes lo que le falta al hotel? —comenta Yago mientras bajamos por el ascensor del servicio.
—¿El qué? —pregunto tensando todo mi cuerpo, pensando que se me ha pasado algo por alto.
—Un casino —dice satisfecho por su ocurrencia.
—¿Un casino? Yago, ya tengo bastantes cosas de que ocuparme como para preocuparme por un casino. ¿Tú sabes la de permisos que tendríamos que pedir? Además, no tenemos sitio —corto contundente.
—¿Cómo que no? Tienes plazas de garaje de sobra, deberías comentárselo a Sebastián.
—Un casino quitaría demasiadas plazas de garaje y, además, te he dicho que no quiero uno, así que no pienso hablar más del tema y mucho menos con Sebastián —digo atravesando la sala de reuniones que está al lado de mi despacho.
»Hola, Carlos, está todo correctamente. El inspector puede venir cuando se le antoje —anuncio con suficiencia dirigiéndome a mi despacho—. Por cierto, ¿cuándo te marchas?
—Dentro de un par de horas, acabo estos papeles y me voy.
—Vale, luego te veo entonces.
Entro en mi despacho y, tras cerrar la puerta, me descalzo y dejo caer mi cuerpo sobre uno de los sofás negros. Antes de que pueda cerrar los ojos, suena mi móvil, es África. Al mirar el teléfono veo que no es el único wasap que tengo: Sara y ella han estado hablando toda la mañana, así que leo con atención cada uno de los mensajes.
África: Hoy es el gran día, chicas, hoy saldré de dudas y no puedo evitar estar acojonada.
Sara: No te preocupes, todo va a ir bien, ya verás.
África: ¿Cómo puedes estar tan segura?
Sara: Porque Juan te ha dicho que te quiere y que va a estar a tu lado.
África: Puede cambiar de opinión.
Sara: Lo puede hacer, claro que sí, pero también se podía haber largado nada más enterarse y no lo hizo.
África: En eso tienes razón, Sara, pero no puedo evitar pensar que lo puedo perder y eso me preocupa muchísimo.
Sara: ¿A qué hora tienes la visita?
África: A la una y media.
Sara: ¿Vas sola?
África: No, Juan vendrá conmigo, y eso aún me agobia más.
Sara: Bueno, si quieres te puedo acompañar, puedo escaparme una hora antes del curro.
África: Gracias, Sara, pero Juan quiere venir, aunque iría mucho más a gusto contigo, eso te lo aseguro. No puedo apartarlo ahora, se ofendería y con razón.
Sara: De acuerdo, pero mantennos informadas.
África: Eso ni lo dudes.
«Parece que no he sido la única que ha estado ocupada por la mañana», pienso antes de leer el último wasap que acabo de recibir.
África: Ya estamos en la sala de espera, ¡¡¡esperando!!! Esto se me está haciendo eterno.
Lola: África, sólo llevas diez minutos, así que no te quejes. Y tranquilízate, Juan está a tu lado y nosotras también, así que no tienes por qué ponerte nerviosa.
África: Vale, lo intentaré. Os dejo, que vamos a entrar. Luego os cuento y, pase lo que pase, esta tarde nos vemos en El Cultural.
Sara: No va a pasar nada malo, ya lo verás. Un besazo enorme.
Entiendo perfectamente cómo se siente África y no consigo quitarme esta sensación de malestar que noto en mi cuerpo, estoy nerviosa... pero ¿por qué? Creo que tengo una ligera idea... recuerdo la entrada del hospital, la agitación que se produjo en urgencias, la agonizante espera hasta que la hemorragia estuvo controlada y los calmantes hicieron su efecto. Claro que mi caso fue completamente diferente e iba sola, pero la cuestión es que no tuve el valor de afrontar la presión, no tuve el valor de seguir adelante. Me hundí, dejé de luchar antes de tiempo. Y ahora una pregunta me atormenta desde entonces... «¿Y si hubiera tenido el niño…? ¿Cómo sería mi vida ahora?», me cuestiono muchos días.
Unos golpecitos me sacan de mi propia lluvia de preguntas que nunca tienen respuesta; yo me siento rápidamente en el sofá. Yago abre la puerta, ve los zapatos a un lado y sonríe.
—¿Descansando? —dice levantando una ceja; yo vuelvo a tumbarme y él cierra la puerta tras de sí.
»¿Vas a comer en el hotel? —pregunta sentándose a mi lado.
—Sí, claro. —Yago coge mis piernas, las pone sobre las suyas y las acaricia lentamente—. No empieces… —le pido con dulzura.
—No era mi intención empezar nada, sólo quería darte un masaje en los pies, pero, si quieres algo más, sólo tienes que pedírmelo —propone con una sonrisa pícara.
—Después de comer quiero una reunión con el responsable de mantenimiento, que compruebe habitación por habitación, no quiero ni una sola bombilla fundida.
—Lola, acabamos de revisarlo nosotros —me recuerda poniendo los ojos en blanco—. No te pongas paranoica.
—Y mañana a primera hora de la mañana quiero una reunión con los gerentes de cada sección. Espero que estén atentos, pues no se nos puede pasar nada.
—Lola, todo está perfecto. Tu nivel de exigencia es insuperable y nadie se puede permitir relajarse un poco trabajando contigo. A veces puedes llegar a ser demasiado meticulosa y rígida con lo que se refiere al hotel.
Lo miro perpleja.
—Pero ¿qué te piensas, que he llegado hasta aquí por mi cara bonita? Claro que soy exigente y también perfeccionista; debo controlar hasta el más mínimo detalle para que todo funcione correctamente. Sé que muchos piensan que soy una arpía; Cruella de Vil, mejor dicho —pronuncio recalcando el nombre—, pero, si es la única manera de conseguir que todo esté perfecto para que luego, cuando viene un inspector de Turismo, de Trabajo o de Sanidad, no nos pille en bragas, pues perdóname, pero puedo vivir con ello —suelto a la defensiva.
—No pretendía ofenderte; ya sé que te ha costado mucho llegar a donde has llegado, pero a veces es bueno dejar que las cosas funciones por sí solas. Cada uno ya sabe lo que tiene que hacer, no hace falta que estés pendiente de todo en todo momento. Es bueno delegar obligaciones —me recomienda con un tono suave, intentando evitar mi enfado.
—Créeme, Yago, sé perfectamente que no soy Dios, que no puedo estar en todas partes, y por eso mismo me es imprescindible confiar en mi personal —le contesto de morros cruzando los brazos.
—Si de verdad confiaras, no lo supervisarías todo cada dos por tres.
—Yago, ése es mi trabajo, mi obligación, y me sorprende muchísimo que precisamente tú me digas esto. Tú sabes tan bien como yo cómo dirigir un hotel.
—Por eso mismo, porque lo sé, creo que es excesiva tu obsesión para que las cosas sean como a ti te gustan. Deberías relajarte un poco, tiene que ser estresante querer controlar todo en todo momento. —No replico nada porque, si abro la boca, me enfadaré, y ahora no tengo ganas de discutir—. Cuando dirigía el hotel de Tenerife, ¿qué tal lo hacía? —Como sigo sin contestar, él continúa hablando; no sé a dónde pretende llegar—. Bien, ¿no? Pues, créeme, era todo un alivio para todos cuando te marchabas, y eso que nunca tuviste nada que criticar en ninguna de tus inspecciones.
—Que yo recuerde… sí que hubo un par de cosas que criticar. Porque, si mi memoria no me falla, el servicio de mantenimiento dejó mucho que desear cuando os quedasteis sin luz por una avería —digo puntillosa.
—Eso fue un imprevisto y se solucionó pronto —contesta restándole importancia.
—Hasta los imprevistos deben estar contemplados; si los generadores hubiesen funcionado correctamente, ningún huésped se hubiera visto afectado, cosa que no ocurrió. Por eso soy tan exigente, para que el servicio que se dé a los clientes sea de alta calidad en todo momento. Porque ellos son los afectados cuando algo no funciona como es debido y ninguno de ellos va a ser comprensivo por una avería o un imprevisto. Todo el que viene aquí está pagando por unos servicios y una calidad muy altos. ¿Sabes qué es lo que nos diferencia de los demás hoteles? —Yago me mira como diciendo «ilústrame», y yo lo hago—. Que cuidamos hasta el más mínimo detalle; que, cuando vienen aquí, no se tienen que preocupar por nada; su comodidad es nuestra prioridad y ellos lo saben. Y te aseguro que, si no cumplimos con sus expectativas, no quedan contentos, y si no están contentos, no vuelven, y si no vuelven, todo esto desaparece, y si desaparece, ni tú ni yo cobramos. Así que… ése es mi principal objetivo: que el cliente quede satisfecho y vuelva año tras año. Y si para ello debo ser la jefa de las arpías, pues perdona, pero me siento orgullosa de serlo. Porque, gracias a mis manías, mucha gente trabaja aquí día a día —suelto levantándome del sofá toda ofuscada.
Veo cómo Yago se frota la nuca con la mano, derrotado.
—Creo que estás exagerando un pelín, ¿no crees? —contesta con sarcasmo juntando el índice con el pulgar delante de mi cara—. Sólo pretendía que vieses que nadie es imprescindible y que las cosas funcionarían igualmente sin ti. No siempre tu manera de hacer las cosas es la mejor, Lola.
—No te equivoques, Yago; sin mí no funcionarían igual. Eso te lo aseguro.
—¡Lola, un poquito de humildad, por favor! —objeta exasperado levantándose—. Será mejor que lo dejemos.
—Sé perfectamente que nadie es imprescindible y que el hotel funcionaría sin mí, pero también sé, y en eso estarás de acuerdo conmigo, que no sería igual. Por lo tanto, puedo enorgullecerme de ello. Y coincido contigo en que deberíamos dejar el tema o acabaremos discutiendo como de costumbre, cosa que hoy no me apetece nada —puntualizo, y me pongo de pie para mirarlo a los ojos a su misma altura y a punto de estallar—. Vamos a comer —le propongo intentando quitarme de encima toda esta crispación que me araña la piel, llevándome al borde de mis nervios. Necesito evadirme, cambiar de tema, o volveremos a enfadarnos. Me conozco demasiado bien y sé que, por muy pocas ganas que tenga de pelea, paso de cero a cien en un segundo y, si seguimos con esta conversación, el segundo se presentará en breve.