Capítulo 20

Sofía

 

Mi relación con Oliver cada día es más fructífera. Hay momentos que me lanzaría a su cuello para devorar esos labios que me llevan loca, pero al recapacitar, pienso que es el ligón de turno y antes o después me defraudará.

Desde la comida que compartimos el domingo pasado mi visión acerca de él ha cambiado, aunque no olvido que durante una semana trajo a casa a una mujer cada noche y ese es el miedo que paraliza mis sentimientos. «¿Y si solo soy un trofeo más que mostrar?», me recuerdo cada vez que flaquean mis fuerzas.

Aprovecho que no hay mucho trabajo en la oficina para regresar a casa a mediodía y comer junto a él. Hugo no ha vuelto y el único día que lo hizo fue para comenzar a recoger sus pertenencias.

Al principio dudé en quedarme en el apartamento a solas con Oliver, ahora no tengo ninguna duda, sé que podemos convivir sin conflictos por parte de alguno. Mi amigo me ha dado el permiso de comenzar a mudarme a la buhardilla. Esta semana he subido las primeras cosas, sobre todo lo que no uso a diario, al regresar de Las Vegas haré el cambio definitivo.

Las largas conversaciones con Dalibor, Diego, mi amigo virtual, dan sus frutos. Por fin, he sido capaz de desahogarme con alguien que no sea Hugo. Reconozco que me viene bien obtener otro punto de vista. Diego comprende mis sentimientos y aunque no trate de lanzarme a los brazos de Oliver, sí tiene gran parte de culpa de que mi enamoramiento vaya en aumento.

El viernes por la tarde lo dedico al juego. Estoy cansada de la semana y lo que menos me apetece es limpiar o trasladar cosas a la planta superior. Charlo con mis compañeros de tribu a través del foro, en más de una ocasión, me arrancan unas risas por las ocurrencias de todos. Organizamos una nueva ofensiva contra la tribu de Diego, la última fue todo un éxito, al igual que la de ellos. Ninguno de los dos avisa al resto de compañeros, si no sabrían que tienen un topo entre filas. Es media tarde cuando Diego se conecta.

Dalibor: Hola, preciosa.

Sigrún: Hola, tío bueno.

Desde que el domingo nos mandamos nuestras fotos y nos dijimos los nombres reales, nos saludamos así.

Dalibor: Que locura de día llevo, necesito un baño y descansar.

Sigrún: ¿Qué habrás hecho?

Dalibor: Llego ahora de la facultad, por fin he terminado los estudios. Bueno, a falta de saber las notas.

Sigrún: Seguro que lo apruebas todo, ya verás.

Dalibor: Eso espero, deseo poner fin a esta etapa de mi vida.

Sigrún: Paciencia.

Dalibor: De eso tengo de sobra.

Sigrún: Cuéntame, ¿qué tal la vida amorosa?

Dalibor: Un desastre. ¿Y la tuya?

Sigrún: Otro desastre.

Dalibor: Vaya dos.

Sigrún: ¿No ha habido acercamiento con ella? Venga, Diego, no me lo creo con lo romántico que eres.

Dalibor: Poca cosa. Le pasa como a ti, le cuesta confiar en el sexo opuesto.

Sigrún: Cómo la entiendo. A veces, cuando me hablas de ella me siento reflejada.

Dalibor: Sí, os parecéis mucho. ¿Qué casualidad, no?

Sigrún: Mañana es sábado.

Dalibor: Por suerte. ¿Tienes planes para el fin de semana?

Sigrún: Si te soy sincera, deseo con todas mis fuerzas que sea igual de bueno que el anterior.

Dalibor: Antes de que se me olvide. Mañana transferiré la cuenta en modo vacaciones, necesito desconectar del juego unos días.

Me extraña su cambio radical de conversación, aunque entiendo que tiene que estar un poco harto de mi monotema.

Sigrún: Yo lo haré el miércoles, me voy de viaje unos días.

Dalibor: ¿Dónde?

Sigrún: Las Vegas.

Dalibor: ¿Y no me has invitado? Vaya amiga estás hecha.

Sigrún: No te enfades, tonto. Voy por casualidad, quedaron dos plazas libres y como va mi compañero de piso, pensé que sería interesante pasar unos días juntos. Eh, pero no vamos solos, creo que somos unas quince personas.

Dalibor: O sea, que vas porque va él.

Sigrún: Se podría decir que sí. Y también porque es mi primer viaje de ocio.

Escucho un fuerte golpe que proviene de la habitación de al lado, presto atención para ver si necesita ayuda, pero por lo visto no, ya que está riéndose a carcajadas. Hablo un rato más con Diego, nos despedimos hasta la próxima semana, hasta que ambos regresemos de nuestras vacaciones.

Instalada en la cama lista para dormir me incorporo de golpe debido al intenso olor que desprenden las sábanas. Es como si alguien hubiese montado una orgía en ella, es una mezcla de sudor con sexo. Comienzo a repasar el tiempo que llevan puestas y descubro que solo hace unos días. Con cansancio las cambio por unas limpias. Al final descarto la tonta idea inicial y llego a la conclusión que será cosa del lavado. Antes de acostarme decido ducharme para desprenderme del mal olor.

El sábado despierto con energías renovadas, tengo el presentimiento de que va a ser un gran día. Tras una rápida ducha, me planto frente al armario, deseo ponerme guapa para que Oliver desee pasar la tarde junto a mí como el anterior sábado. Me decanto por un vestido ceñido negro y lo compagino con unos zapatos a juego. Aplico un poco de maquillaje antes de arreglarme el pelo. Al salir del baño nos tropezamos, su mirada se entretiene en recorrer todo mi cuerpo, se me eriza el bello al recordar nuestra intensa noche vivida.

Noto cómo traga saliva antes de saludarme.

—Estás preciosa —afirma mirándome a los ojos.

Echo un vistazo a su indumentaria antes de responder.

—Tú también —bromeo sin dejar de sonreír al ver el bóxer de minions que lleva puesto.

Se sonroja al verse reflejado en el espejo.

—Es cómodo. —Intenta disculparse.

Pongo la mano sobre la puerta para impedir que la cierre.

—¿Nos vemos luego?

Desvía la mirada.

—No sé si podré ir.

No me gusta la respuesta, pero no la tomo como una negativa.

Antes de salir a la calle donde Hugo ya me espera, me perfumo. El trayecto hasta el restaurante jamás me había parecido tan largo, deseo que sea la hora en la que suele aparecer, como es normal en él nos hará esperar, esta vez no me importa, quiero acortar la distancia entre los dos y estoy dispuesta a que suceda hoy sin falta.

En el interior del restaurante, el resto de amigos ya nos esperan. Nos acomodamos en nuestros asientos, como siempre yo entre Amanda y Alondra. Carla se sienta frente a nosotras. Durante más de media hora nos ponemos al día, no nos hemos visto durante toda la semana. Me extraño cuando el camarero comienza a servirnos la comida.

Golpeo con suavidad el brazo de Hugo para que me preste atención.

—¿No esperamos a Oliver? —inquiero.

La respuesta me decepciona de tal manera que lo único que quiero es irme a casa.

—No, no viene. Ha quedado con sus hermanos para pasar el día.

—Lo raro es que haya venido tantos sábados seguidos. Por lo general, solo nos hace compañía uno al mes —explica de forma inocente Carla.

El resto de la velada me mantengo ausente, no converso con ninguno de ellos. Lo único que deseo es finalizar rápido para pedirle a Hugo que me lleve de vuelta, al ver que eso no va a suceder, me despido de ellos y en la entrada pido un taxi. En el exterior maldigo por no recordar el nombre del local al que me llevó, si lo supiera podría ir hasta allí ya que estoy segura de que lo encontraré. Pero era tal la excitación que llevaba, que olvidé por completo el camino o el nombre del lugar.

Una mano sobre mi hombro consigue que regrese a la tierra.

—¿Si quieres te acerco a casa? —Es Fran.

—No es necesario. —Me excuso con una tímida sonrisa.

No deseo darle a entender que quiero algo con él, no después de que abriera su corazón el fin de semana que pasamos con Carla y Hugo.

Lo veo alejarse cabizbajo, sin medir mis actos lo llamo.

—Fran. —Se gira con una expectación que pronto pasará a furia tras mi pregunta—. ¿Sabes llegar al local que frecuenta Oliver?

Sin acercarse a mí, escupe:

—Oliver no nos hace partícipes de su vida. Así que tu respuesta es no. Y aunque lo supiera, tampoco te llevaría. —Se aleja a grandes zancadas de mi lado.

No entiendo su contestación cuando fui sincera con él al rechazarlo. Le ofrezco al taxista la dirección de casa, en menos de quince minutos me hallo sola en la estancia.

Son pasadas las once de la noche cuando aparece por la vivienda. Estoy tirada en el sofá viendo una película y sin saber bien los motivos, no respondo a su saludo cuando está frente a mí. Con desazón desconecto la televisión y me adentro en mi cuarto sin mirarlo siquiera. El resto de días que faltan para el viaje lo ignoro.

Como sola en la oficina a sabiendas de que él me espera en casa con la comida preparada. Es tal la decepción de no verlo el sábado que aún no lo perdono ni pienso hacerlo.

Por suerte, mi asiento en el avión está lo bastante alejado como para no verlo, porque en estos momentos, los únicos instintos que tengo hacía él son homicidas.

La empresa encargada de trasladarnos nos espera a nuestra llegada al aeropuerto de Las Vegas. Media hora después estoy frente a un lujoso hotel iluminado. Soy la última en registrarme, la azafata con amabilidad me entrega la copia de la llave de mi habitación, tras despedirme con gentileza, encaro el camino hasta el ascensor. La alegría de estar en la ciudad del pecado se desvanece al cruzar la puerta de la habitación.