Capítulo 18

Sofía

 

Me saca de la pista y antes de abandonar el local, recoge de la mesa nuestras pertenencias. Sin decirnos nada caminamos juntos hasta el coche. Callejea hasta estacionar el vehículo frente a una pequeña casa con apariencia de estar abandonada. Una vez fuera del auto, me ofrece la mano y me guía al interior. Dentro observo que se trata de un bar poco iluminado y atestado de gente.

Nos quedamos en la barra hasta que nos sirven nuestras bebidas. Observo con atención a la gente congregada en la improvisada pista de baile. Mi cuerpo comienza a balancearse al son de la música.

Oliver se ríe al verme, golpeo de forma cariñosa su brazo ante su gesto, solo consigo que ría más fuerte. Se hace con mi bolso y se lo entrega a la camarera. De un trago termina su bebida y me incita a hacer lo mismo. Deposito el vaso vacío sobre la barra y lo sigo a la pista. Antes de darnos cuenta, nuestros cuerpos están sudorosos.

Aquí el ambiente es distinto de los bares que he visto de la ciudad. No tienes una pareja estable, con cada canción se cambia de compañero. Debo esperar otras diez canciones para reencontrarme con él.

Poso la mano en su muslo mientras mezo mi cuerpo al son del suyo. Nuestras miradas se cruzan hasta que yo la desvío a sus labios de los cuales deseo beber hasta la saciedad. Se percata de mis intenciones y me sorprende que no dé el primer paso.

Nos ladeamos con el cambio de canción, así damos a entender al resto de personas nuestro deseo de no cambiar de pareja. Impaciente por saborear esos carnosos labios, comienzo a besar primero la comisura de su boca sin dejar de prestar atención a su reacción, no deseo cometer más errores. Al no notar ninguna reacción negativa por su parte, prosigo mi camino con delicados mordiscos. Sigue sin rechazarme, lo cual me da vía libre para profundizar el beso. Enredo las manos en su negro cabello y lo acerco más. Sus manos acarician primero mi espalda, para entretenerse después en mi cuello y con ello consigue que me excite sin poder remediarlo.

La tregua que nos conceden finaliza y obligan a nuestros cuerpos a separarse a pesar de que piden a gritos estar juntos. Sin dejar de sonreír nuestras miradas se buscan y no dejamos de besarnos cada vez que coincidimos en alguna canción.

Muertos de sed salimos del gentío en dirección a la barra. Apoyo la espalda para quedar de frente, Oliver posa las palmas de las manos sobre la madera y crea una jaula de la que no quiero escapar. Nuestras miradas hablan por nosotros.

Vuelvo a iniciar un breve pero intenso beso antes de agarrar la bebida. Al girar la cabeza de nuevo hacía él me aferra. Con mi cara entre sus manos junta nuestras frentes. Me deleita segundos después, con un beso lento y atormentado. Saboreo el momento.

—Necesito un baño —digo cuando se separa.

—Yo, también. Hacía tiempo que no sudaba tanto al bailar.

Antes de regresar a casa optamos por picar algo. Tenemos hambre después de estar toda la tarde sin dejar de bailar, debemos reponer energías ante el gran asalto final que deseo.

Su forma de bailar demuestra la sensualidad de su cuerpo. Se gira hacia mí al estacionar el coche, con la mano acaricia mi cuello y me guía hasta su sensual boca, no tardamos en comenzar una exquisita danza al unir nuestras lenguas. Sin previo aviso, me coloco a horcajadas sobre él y siento la excitación de su cuerpo.

Nos degustamos de forma pausada, con toda la noche por delante no es necesario acelerar el momento. Deseo disfrutarlo al máximo, será la última vez que suceda algo entre nosotros, no pienso faltar a mi filosofía otra vez.

Sus cálidas manos acarician cada parte de mi espalda, lo que provoca que arquee el cuerpo. Introduzco las mías bajo su camisa y palpo cada músculo a su paso. Busco el botón de sus tejanos, nuestros cuerpos se hallan en tal álgido estado de excitación que necesitan más profundidad. De forma suave coloca sus manos sobre las mías para detener el proceso.

—Sofía —susurra con su voz entrecortada—. Estamos en la calle, alguien puede vernos.

Oteo a nuestro alrededor y me cercioro de que no pasea nadie a estas horas de la noche por la desierta calle.

Guío de nuevo mis dedos a su objetivo y susurro contra sus labios.

—Estamos solos, y si no nos desnudamos, nadie tiene porque ver nada.

No le convence mi explicación pero se deja hacer.

Sus manos se entretienen en acariciar mis desnudos muslos y aprovecha para subir a su paso la corta falda. Lo obligo a alzar las caderas para bajar lo justo los vaqueros y bóxer, ante mí queda su enorme erección deseosa de recibir atenciones. La acaricio con suavidad, deseo provocarle un placer que nadie antes haya conseguido.

Sus dedos se concentran en acariciar mis labios vaginales y me humedece más a cada segundo. Con maestría ladea mi ropa interior para tener mejor acceso a ese punto mágico que sabe cómo manejar. Nuestras bocas continúan su particular baile mientras nuestras manos expresan el deseo que sentimos el uno por el otro.

Nuestros gemidos inundan el interior del coche y nuestras aceleradas respiraciones crean vaho en los cristales. Me separo un poco de él, con el miembro en la mano alzo un poco la cadera y me dejo caer lo más lento que soy capaz colmándome de él. Nos miramos a los ojos sin tener que solicitarlo ninguno. El efecto tan mágico que se crea me asusta, los sentimientos que descubro en este instante son más profundos que el placer que me provoca.

Sus palabras confirman mis sospechas.

—No sabes cuánto te he echado de menos. —Jadea.

De esa noche solo recuerdo llegar a casa ebria y al acostarme en la cama descubrir que todo me daba vueltas, con ciertas lagunas, me veo ir al baño y meterme bajo el chorro de agua fría, lo siguiente, despertarme desnuda en los brazos de él. Tal vergüenza me dio no recordar lo que pasó entre nosotros que hui sin hacer ruido.

La intensidad de nuestros movimientos acompasados sube de ritmo. Nuestros labios absorben los gemidos. Oliver me agarra de las caderas y me ayuda a subir y bajar sobre su duro miembro. Me colma de gozo a cada embestida, no deseo que el placer finalice. Varias rotaciones de cadera después, un orgasmo devastador nos alcanza, quedo exhausta entre sus brazos. Sus labios besan de forma mimosa mi cabello, me dejo hacer. Hace años que no recibo tales muestras de cariño.

—Ahora sí que necesito una ducha —comento contra su pecho y percibo cómo sonríe.

Adecentamos nuestra ropa antes de bajar del vehículo. 

Una vez dentro, nos desnudamos antes de llegar al baño. Bajo el agua agarro una esponja y comienzo a frotar su espalda, lo que me da el privilegio de observar el tatuaje. Me entretengo con sus nalgas un rato.

Sin cambiar de posición, estiro el brazo para llegar hasta su pecho y al mismo tiempo, beso sus hombros. Me hago con el gel, pongo un poco en la mano y de forma suave froto su miembro, noto cómo crece ante mis caricias. Con la mano libre me enjabono, pero dejo mi zona íntima a las caricias de sus dedos. Lo obligo avanzar unos pasos hasta colocarnos bajo el agua para quitar toda la espuma.

Sin dejar de palparlo me arrodillo ante él. Saco la lengua y con ella tiento su glande que se estremece ante mi caricia. Lo más lenta que soy capaz lo introduzco integro en mi boca, araño la superficie de forma suave con los dientes para producirle una mezcla de dolor y placer, su gemido me confirma que le gusta.

Se agarra a mi cabeza para sentir más profundidad, al ritmo de sus caderas saboreo esta parte de su anatomía que tanto placer me provoca. Mi tarea finaliza con una convulsión de su cuerpo, dejo caer la cabeza hacia atrás para que el agua me limpie. Me incorporo y no paro de subir hasta que no alcanzo su boca, quiero que deguste su propio sabor.

Intenta guiarme hasta su cuarto al salir del baño, freno su andadura y lo guío hasta el mío, sus cejas arqueadas me dan a entender que no comprende mi postura.

—A saber la de mujeres que han desfilado por esas sábanas —comento con un encogimiento de hombros.

Agarra mis caderas y me dirige de nuevo a su habitación.

—Una —susurra junto a mi odio sorprendiéndome—. Pero solo tú eres la dueña de ellas —su romanticismo me deja sin palabras.

Tal es la fama de mujeriego que tiene entre los amigos, que me cuesta asimilar su confesión.

—Pero… —No me deja finalizar.

—No hagas caso de todo lo que te digan, puede que te sorprenda saber la verdad.

No da lugar a réplica o conversación alguna. Se entretiene en besarme para hacerme callar.

Con suavidad me recuesta sobre la cama que huele a él, me dejo llevar por las caricias que propina a cada parte de mi cuerpo, arqueo la espalda al sentir su lengua sobre mi zona íntima. Cuando creo que por hoy ya no puede darme placer, se cuela entre mis piernas y me lleno de nuevo de él.

Con movimientos suaves rota la cadera sin cesar. Su ritmo aumenta al compás de nuestra excitación. Antes de lo esperado un intenso orgasmo me recorre, Oliver se une a mí en un corto espacio de tiempo. El cielo comienza a clarear cuando nuestros cuerpos se sacian. Apoyo la cabeza sobre su pecho y cierro los ojos, necesito descansar.

No pasan ni dos minutos cuando la magia se desvanece por completo.

—Te quiero —susurra junto a mi oído, lo que me deja rígida al instante.

Me deshago de su abrazo, mis sentimientos no son tan fuertes como los suyos, lo mío es un simple capricho o eso quiero pensar, pero él se ha enamorado.

Salgo de cama sin dejar de sentir su mirada, sobre la silla del escritorio cuelga una camisa, me la coloco y abrocho los botones. Una vez cubierta me giro para encararlo.

Su mirada es confusa, no entiende mi reacción.

—¿Te he asustado, verdad? —Se lamenta sin dejar de mirarme—. Lo siento, se me ha escapado. No era mi intención asustarte, regresa a la cama, por favor.

Desvío la mirada, en estos momentos, me siento cruel, no existe forma de expresarlo sin dañarlo.

—No, Oliver, me marcho a mi cuarto. —Sus cejas arqueadas denotan confusión—. Lo he pasado en grande, pero esto no volverá a suceder —señalo las sábanas revueltas.

Se incorpora de la cama veloz, en tres zancadas está frente a mí.

—¿Qué quieres decir? —exige.

—Está claro, ¿no? —replico y aparto la mirada—. He disfrutado mucho contigo toda la tarde y parte de la noche, pero no soy mujer de tener nada serio con nadie.

Se gira furioso, localiza unos calzones en el primer cajón de la mesilla, tras colocárselos vuelve a mirarme.

—En otras palabras, que has disfrutado al follar conmigo, pero si te he visto no me acuerdo. ¿Voy por buen camino?

—Sí.

Se acerca a la puerta y la abre de par en par, con la mano libre me señala el exterior de su cuarto.

—Si el gilipollas soy yo al pensar que hoy era distinto para ti, pero me he vuelto a equivocar. Buenas noches.

Fuera de su cuarto intento explicarme. Ni yo misma sé con certeza que quiero respecto a él.

—Oliver, yo…

—Déjame en paz —responde de mal humor antes de cerrar la puerta.

Me quedo plantada en el sitio sin saber bien qué hacer. Escucho unos fuertes golpes provenientes del interior de su cuarto que me asustan. Recorro los pocos pasos que me separan de mi habitación y me encierro en ella.

Al no poder conciliar el sueño, opto por sentarme frente al ordenador. Accedo a Slava, lo único que quiero es que mi amigo esté conectado, necesito hablar con él.

Empiezo a dudar de mis sentimientos por mi compañero de piso, lo mismo si hablo con alguien fuera de mi entorno aclaro las ideas. Soy interrumpida antes de comprobar quién hay en línea.