Oliver
Cabreado conmigo mismo por no saber gestionar la situación, golpeo la silla estrellándola contra la pared. En el estado que ha quedado, no creo que soporte el peso de nadie. Camino como un energúmeno de un lado a otro de la habitación sin saber bien qué hacer para volver a estrecharla en mis brazos.
Las imágenes del día y las de la noche invaden mi mente. Su sonrisa, su profunda mirada mientras le hacía el amor, las caricias recibidas no son de alguien que solo busca una noche de placer. En ese caso, uno se comporta de forma más fría.
—Estoy seguro de que siente algo por mí —susurro en voz baja para mí—. Si no fuese así, no se habría creado ese halo de magia entre nosotros.
Me siento en la cama e intento serenarme antes de volver a hablar con ella. Preparo un discurso, si debo arrodillarme para que me perdone, estoy dispuesto a ello con tal de sentir de nuevo su amor, porque eso es lo que me ha demostrado esta noche, que está enamorada de mí.
Más calmado me dirijo a paso lento a su habitación. Frente a la puerta dudo si llamar o entrar directo, escojo la segunda opción.
Está sentada frente al ordenador, al escuchar la intromisión se gira y deja la pantalla de su Mac a mi vista. Me quedo sin palabras al ver la página que tiene abierta, sin decir nada me acerco a ella, necesito comprobar que mi subconsciente no me juega una mala pasada.
Ni en mis mejores sueños hubiera soñado con que la mujer de la que estoy enamorado es la misma mujer en quién confío. Mi corazón se acelera y siento mucho más amor por ella del que imaginé. Soy consciente en este mismo momento de que tengo un nuevo objetivo final, conquistar su mundo y ser el dueño de su corazón. No será nada fácil, pero para Oliver Suárez nada es imposible. No puedo evitar que las conversaciones mantenidas durante todo este tiempo lleguen en forma de avalancha a mi cerebro y me concentro en guardar la compostura. Sofi no pude sospechar nada.
—Oliver, ¿qué quieres? —inquiere sin dejar de mirarme—. Creo que ya ha quedado todo claro.
La miro y evito sonreír, debo mantener mi gesto serio si quiero que mi nuevo plan funcione.
—No todo —replico calmándome, deseo con toda mi alma besarla, pero contengo mis impulsos—. ¿Lo del fin de semana pasado tampoco significó nada? Digo yo, que algo sí, ya que has vuelto a repetir. —Me callo de golpe, yo si sé quién es, pero ella lo ignora por completo.
Desvía la mirada.
—No lo hagas más difícil, por favor —súplica sin mirarme.
—Entiende que me gustaría saber qué he sido para ti.
—Nada —responde mirándome por fin—. No has significado, nada. ¿Contento?
«Mentirosa», pienso sin poder evitar sonreír.
—Sí. Solo quería asegurarme. —Salgo de su cuarto sin mediar más palabras.
Antes de encerrarme en mi habitación, me hago con una botella de agua y una silla de la cocina, para darme tiempo suficiente antes de conectarme a Slava.
Nunca antes he deseado que mi viejo portátil se encienda rápido, siempre he sido paciente con él, ahora me urge que lo haga antes de que ella se desconecte. Cuando al fin decide dar síntomas de vida, accedo al juego y compruebo que sigue en línea, pero la ignoro con toda la intención. Conociéndola como la conozco, antes o después iniciará la conversación. Mis presentimientos no fallan, en menos de dos minutos, tengo el chat con su nombre en pantalla.
Sigrún: Hola, guapo.
Dalibor: ¿Qué haces tan pronto levantada? Si tú los domingos no te levantas antes del mediodía.
Actúo como si aún viviera en su nueva ciudad, no a dos metros de mí. Y no pienso sacarla de su error.
—En el amor y en la guerra todo vale. Oli pongámoslo en práctica para saber si es verdad —susurro al mismo tiempo que leo su siguiente mensaje.
Sigrún: No tengo sueño.
Dalibor: ¿Qué te pasa?
Sigrún: Ves, sabía que podía hablar contigo.
—No lo sabes tú bien —mascullo sin dejar de reír.
Dalibor: Cuéntame, ¿qué pasa por tu cabecita? ¿No sabes qué objetivo elegir para conquistar? ¿No has ligado esta noche?
Sigrún: Ja. Ja. Mira cómo me río.
Dalibor: Comprendo, el asunto es más grave. Venga, Sigrún, que somos amigos, dime qué te pasa.
Sigrún: Que soy tonta y no tengo remedio. Lo mío es grave, te lo digo yo, debo hacérmelo mirar por un médico.
Dalibor: No te entiendo, mujer. ¿De qué me hablas?
«Aunque creo saber de qué quieres hablar y deseo leerlo aunque para eso no tenga que dormir», pienso.
Sigrún: Que hoy he vuelto a cometer otro error. No esperaba que viniera a comer con nosotros, al final una cosa ha llevado a la otra y acabo de decirle algo que no siento.
Dalibor: Deduzco que hablas del chico de la semana pasada, ¿no? Del que crees estar enamorada.
Sigrún: Del mismo.
Dalibor: ¿Qué ha pasado hoy? ¿Tan malo es?
Sigrún: Todo lo contrario. En el restaurante hemos bailado y la conexión ha sido tan fuerte que incluso me ha dado pánico. Al finalizar la comida, nos hemos quedado solos, me ha llevado a un local que me ha encantado, y el resto de tarde ha sido maravillosa.
—Ya sabía yo que te iba a gustar —mascullo al ver lo que escribe.
Dalibor: Vamos a ver. ¿Ese chico no es un mujeriego?
Sigrún: ¿La verdad? Tengo serias dudas. Se comporta como un caballero y la noche. ¡Dios, qué noche! Hacía tanto tiempo que no sentía nada tan fuerte como lo que siento con él.
Dalibor: Recuerda que los hombres somos capaces de cualquier cosa para salirnos con la nuestra.
Sigrún: No digo que no. Pero su mirada, sus caricias y la forma de hacerme el amor hacen que dude de su reputación.
Salto de la silla de alegría, mis sensaciones son ciertas y siente algo por mí, pero tiene miedo a que la dañe como antaño hicieron. Si ella supiera que daría mi vida por no verla sufrir, estaría en mis brazos sin pensarlo.
Dalibor: Siempre me has dicho que no te dejas influenciar por la opinión de los demás, que juzgas a las personas por ti misma. ¿Por qué no le das una oportunidad? Lo mismo, hasta te sorprende.
Sigrún: Tengo miedo. ¿Y si es verdad y me daña de nuevo?
«En la vida se me ocurría traicionar a lo mejor que me ha pasado», pienso mientras le escribo la respuesta.
Dalibor: ¿Y si no es así y te hace feliz? Antes o después deberás arriesgarte.
Sigrún: Sí, tienes razón. Pero no estoy preparada. Aún no.
—Soy paciente, cariño. Puedo esperar toda una vida para tenerte —le susurro a la pantalla embobado.
Dalibor: Me alegra oír eso.
Sigrún: ¿Por?
Dalibor: ¿Te recuerdo que te quiero por novia?
Sigrún: Serás tonto. Oye, ¿tú qué tal? Cuéntame, ¿el fin de semana bien?, ¿tu chica ya está enamorada o sigue dándote largas?
«Enamorada, aunque por miedo, me da largas», me digo.
Dalibor: Aburrido, todo el fin de semana centrado en los estudios. Mi compañera de piso pasa de mí, con eso te lo digo todo.
Sigrún: Ella se lo pierde. Oye, me marcho a dormir que estoy cansada.
Dalibor: Que descanses.
Con el corazón repleto de felicidad repaso nuestras conversaciones de más de diez meses. Anoto en una hoja todo lo que le gusta, disgusta, inquietudes, miedos y demás cosas que me ha contado cada día, esos pequeños gestos que a los hombres se nos olvida con facilidad.
Al llegar a la conversación del fin de semana pasado, sonrío al pensar que hablaba de mí y el resto de días lo mismo. Sin querer me ha abierto su corazón, ahora solo falta demostrarle que el mío ya es suyo. Es media mañana cuando me dejo vencer por el sueño.
A media tarde abro los ojos, cansado pero repleto de felicidad dirijo mis pasos hasta la cocina, mi cuerpo necesita más alimento a parte del amor que lo mantiene saciado.
Un agradable olor penetra mis fosas nasales, sobre la parrilla un caldo amarillo se cocina a fuego lento, no sé bien que es, pero el olor ya alimenta. Agarro una cuchara del cajón predispuesto a probar ese rico manjar que me llama a gritos. Sorbo un poco para evitar quemarme la garganta, saboreo hasta la última gota listo para catar otro poquito más.
—Por lo menos podrías esperar a que esté terminada.
Al escucharla, retrocedo hasta mi infancia y me siento mal por ser pillado al cometer una travesura.
La miro con ojos suplicantes, solo deseo su perdón.
—Lo siento —respondo una vez que trago el exquisito caldo—. Huele tan bien que no he podido resistirme. —Al verla caminar en dirección a la parrilla, la saludo como es debido —. Buenos días.
Espero paciente su respuesta, pero se entretiene en comprobar que su guiso está en perfecto estado.
Cuando finaliza, vuelve a mirarme con sus castaños ojos.
—Dirás buenas tardes —responde con un amago de sonrisa mientras mira el reloj de pared—. Lo tuyo no es madrugar, ¿verdad?
«No. Sobre todo si me paso toda la noche haciéndote el amor y media mañana convenciéndote de que soy ideal para ti», cavilo sin dejar de mirarla.
—Me cuesta pillar el sueño, alguien me lo quita —decido contestar para intentar que capte la indirecta.
Desvía la mirada a la ventana que da a la calle.
Sé que nuestra conversación mantenida a través del juego le ha afectado hasta replantearse las cosas. Pero debo ir paso a paso, porque si lo hago a mi ritmo puedo perderla para siempre, cosa que no estoy dispuesto a que suceda. Si he sido paciente durante veintiséis años para esperar a la persona ideal, ahora que la tengo frente a mí, puedo esperar otras dos décadas para que sea mía sin miedos de por medio.
Con esa idea me dirijo a la nevera para prepararme algo de comer, mi estómago lo necesita al igual que mi cuerpo necesita sus caricias y mi corazón su amor. Escojo varios alimentos al azar, sin saber bien qué prepararme, su sola presencia consigue desestabilizar todos mis sentidos, lo que hace que me muestre torpe en ocasiones.
—Hay comida de más, si quieres no es necesario que te prepares nada. Podemos compartirla —comenta mordiéndose el labio inferior, el cual, deseo tener junto a los míos.
Regreso con los alimentos al refrigerador, antes de depositarlos sobre la bandeja, comento:
—¿No te importa? —Niega con la cabeza, al llevar el pelo suelto, su melena se balancea sobre su hermoso rostro—. Gracias.
Con esmero coloco la cubertería sobre un mantel blanco, preparo una ensalada rápida para acompañar su guiso, saco unas copas y vino, mientras ella se dedica a servir el exquisito guiso en unos platos ovalados.
Sentados y en silencio saboreamos la comida. El silencio no se percibe incómodo. Cada uno está sumido en sus pensamientos, aunque en ciertas ocasiones desearía conocer los suyos y saber si, aunque sea por escasos momentos, soy parte de ellos.
Me ofrezco a recoger la mesa y fregar los platos, es lo justo si ella ha cocinado. No opone resistencia. Comienzo con la tarea una vez que la pierdo de vista. Sin querer sueño con la idea de un futuro, juntos, donde compartir las tareas del hogar para después disfrutar de tardes acurrucados en el sofá con la televisión o con una amena conversación. Largos baños juntos y finalizar el día dormidos abrazados. Aunque deseo que se convirtiera ya en realidad, debo esperar hasta que lo desee tanto como yo.
Tan ensimismado estoy que no reparo en su presencia.
—Acabo de hablar con Hugo, no vas a creer lo que acaba de decirme —comenta sentándose.
Me uno a ella y le ofrezco un cigarrillo.
—Ponme a prueba y lo sabrás —comento sonriéndole con simpatía.
—Dice que cuando regresemos del viaje, tiene intención de irse a vivir con Carla. —Su gesto no es de felicidad, parece triste por la noticia.
Me alegra saber que Hugo acepta mi consejo y no tiene intención de complicar las cosas.
—¿Te parece mala idea? —deseo saber.
—Sí y no. —La miro sin entender a qué se refiere—. Sí, porque me dejará sola. Y no, porque me alegra ver que se han reconciliado. Hugo lo ha pasado fatal con la separación solo por un malentendido.
Vuelvo a mirarla incrédulo ante su respuesta, si supiera la verdad, no defendería a su amigo de la infancia de esa forma.
—Que yo sepa, no te quedas sola. No tengo intención de irme a ningún lado. —«Y menos, sin ti», esa última parte evito decirla en voz alta.
—Oliver…
No dejo que siga, no quiero volver a escuchar que no soy nada para ella, cuando sé que es mentira.
—Me ha quedado claro esta mañana que no sientes nada por mí y lo acepto. Pero eso no significa que no podamos convivir en armonía como personas adultas que somos.
Leo en su mirada que desea contradecirme, pero decide darme la razón.
—No, por supuesto que no es un problema. Si los dos tenemos claro que solo ha sido… —Deja a medias las frases, sus sentimientos no le permiten decir que solo ha sido una noche de placer, ya que no es así—. Pues eso, que si los dos lo tenemos claro, no es un inconveniente convivir juntos.
Paso de rizar más el rizo y decirle que para mí sí es un problema, que tenerla tan cerca y no poder abrazarla, mimarla o besarla, puede conmigo, pero si quiero conquistarla, me toca esperar.
Me incorporo de la silla con intención de marcharme de la cocina.
—Con tu permiso, voy a ultimar los detalles del viaje. Estaré toda la tarde en mi cuarto.
—¿No piensas salir?
Detecto decepción en su voz al saber que nuestros caminos no se cruzarán el resto del día.
—No, tengo muchas cosas que hacer antes de viajar —informo sin poder evitar mirarla—. Además, míralo por el lado bueno, tienes toda la casa para ti sin sufrir intromisiones indeseadas.
Agacha la mirada, aunque antes detecto que la idea no le agrada nada. Que en realidad desea tanto como yo disfrutar de compañía. De mi compañía, para ser más exactos.
—Aprovecharé para organizar el cuarto y preparar la maleta.
—¿Ya?, mujer si todavía queda más de una semana para irnos.
Su única respuesta es sonreír y encoger los hombros. Con esa imagen me marcho a mi habitación, deseo con todas mis fuerzas que se conecte al juego para volver a hablar con ella.
Lo primero que hago nada más entrar es conectar el ordenador y acceder a Slava. Si está conectada o lo hace, no tardará en iniciar conversación. Para que el tiempo pase rápido, dedico los minutos en poner en orden el desastre de habitación que tengo.
Al hacer la cama disfruto de su aroma que sigue impregnado en las sábanas y rememoro cada instante vivido entre ellas. Oscurece cuando al fin hace acto de presencia en el juego. Estoy a punto de tirar la toalla y desconectarme, pero mis plegarias surgen efecto y tengo su chat a la espera de contestación.
Sigrún: ¿Puedes hablar?
Tardo unos segundos en contestarle, debo medir mis palabras y para ello me tranquilizo primero.
Dalibor: ¿Cuándo no estoy yo para ti?
Sigrún: Siempre estás.
Dalibor: En dos días haremos una nueva ofensiva contra tu tribu, tus pueblos no están en la lista.
Sigrún: Los tuyos tampoco, la nuestra será esta noche.
Dalibor: Deduzco que te tocará dormir poco.
Sigrún: Bueno, por lo menos mantendré la mente ocupada.
Dalibor: ¿Qué te pasa?
Sigrún: Tonterías, no te preocupes.
Dalibor: Eres mi amiga, sí que me preocupo.
Sigrún: No te enfades. Pero no sé tu nombre y tampoco te conozco.
Escribo la respuesta de forma automática y adjunto una foto, al caer en cuenta borro todo y reescribo la respuesta enviándole una de Diego.
Dalibor: Me llamo Diego.
Sigrún: Sofía. Sofi para los amigos.
No necesito ver la instantánea que me envía, su rostro está grabado en mi memoria. Me parte el corazón ver la tristeza de su mirada en la foto recién hecha. Deseo con todas mis fuerzas cruzar la puerta y abrazarla hasta hacerla reír. Sin embargo, me quedo sentado frente al ordenador.
Dalibor: Ahora sí que quiero ser tu novio.
Sigrún: Tú tampoco estás nada mal. Lo mismo me replanteo mis sentimientos y me enamoro de ti.
Maldigo a mi hermano por ser tan guapo, debería haberle enviado una de Abel, que aunque no es feo no es tan llamativo como Diego. Celoso por pensar que puede llegar a enamorarse de mi hermano, prosigo con mi plan.
Dalibor: ¿A qué esperas, princesa?
Sigrún: Que más quisiera, pero estoy enamorada de otro. Lo siento.
Dalibor: No lo sientas. Te recuerdo que estoy en igualdad de condiciones.
Dalibor: Ahora que hemos hecho las presentaciones. Dime, Sofi, ¿qué sucede?
Tarda un rato en contestar, tanto que estoy casi seguro que ha desconectado para no tratar el tema. Me saca de mi error.
Sigrún: No se cómo gestionar lo que siento.
Dalibor: Ya te dije que lo mismo el chico no es lo que aparenta. ¿Por qué sigues negándote la oportunidad de ser feliz?
Sigrún: Miedo, Diego. Bastante me han herido ya en esta vida. Si vuelvo a pasar por lo mismo, no creo que consiga levantarme otra vez.
Dalibor: Tus palabras me dan a entender que has tenido más de un desengaño amoroso.
Sigrún: Solo uno.
Dalibor: Entonces no entiendo tu negación tan rotunda.
Sigrún: Prométeme que si te lo cuento no dejarás de ser como hasta ahora.
Dalibor: Prometido. Nunca dejarás de ser mi amiga, digas lo que digas.
Vuelve a tomarse su tiempo. Empiezo a pensar que la historia es más grave de lo que imagino.
Sigrún: Fui abandonada frente a un hospital a los tres días de nacer. Desde ese día me he criado dentro de unas paredes carentes de amor. Durante años, desfilaron compañeras de habitación mientras observaba cómo a los pocos meses eran adoptadas por familias deseosas de ofrecerle protección y amor. Rezaba cada noche porque alguien me quisiera a mí, pero nunca sucedió tal cosa.
Escucho a través de la pared que nos separa los primeros sollozos de desconsuelo sintiéndolos como míos. Sin querer evitarlo me uno a su llanto. Sus vivencias son tan idénticas a las mías, que ahora más que nunca estoy convencido de que vinimos a esta vida para amarnos como nadie antes ha sabido hacerlo.
Sigrún: Los años pasaron y la soledad creció. El primer día de colegio conocí a Hugo. Vi cómo se acercaba a mi mesa con una infantil sonrisa en la cara. Desde ese instante nos hicimos inseparables, es como un hermano para mí y también la única persona que no me ha defraudado.
Al ver que para de escribir, decido que es el momento de decirle algo. Ahora entiendo por qué cada vez que intentaba ahondar en su pasado me respondía Top Secret, es duro afrontar esa realidad tan cruda que nunca debería sufrir un niño.
Mis sentimientos son idénticos a los de ella, con la única diferencia que yo no me sentí tan solo, por lo menos siempre he tenido a Abel y Diego a lo largo de mi vida y son mi familia.
Dalibor: Te podría decir que sé qué se siente, pero te engañaría. Siempre he contado con el amor incondicional de mis hermanos. Pero Sofía, no significa que porque la vida no te haya sonreído desde pequeña tengas que negarte el amor para siempre.
Sigrún: Aún queda más.
Dalibor: Perdón. Sigue.
Espero a que termine de escribir y que pulse intro para poder leer lo que le falta por decirme.
Sigrún: En mi último año de instituto conocí a un chico y me enamoré de él. Mi primer amor correspondido. ¿Te lo puedes creer? Yo, la chica solitaria, estaba enamorada del guapo de clase y encima él de mí. Durante tres años estuve como en una nube, era la persona más feliz de la tierra. La vida por fin me sonreía. Hasta que una noche ese sueño de fantasía se convirtió en una pesadilla. Al regresar a mi cuarto de la facultad noté algo raro. Por regla general, la puerta nunca estaba cerrada con llave si mi compañera o yo estábamos dentro, y sabía que estaba, había quedado con ella. Al abrirla descubrí por qué la había cerrado, estaba en la cama con mi novio. No se sintieron culpables a la hora de decirme que llevaban juntos un año, sino de haber sido tan descuidados y dar lugar a descubrirlos. Al final, como el dolor no remitía, abandoné los estudios y me centré en el trabajo, aunque a la gente le hice creer que era porque necesitaba el dinero. Desde entonces no he vuelto a confiar en nadie.
Empiezo a comprender su rechazo hacia mi persona. Entre las mentiras de Hugo y la falsa fama que yo mismo me he creado, son más que suficientes para no querer dar el paso.
Solo hay una forma de hacerla entender, pero supondrá otro duro golpe en su vida y bastante mal lo ha pasado ya. No, no puedo ser tan egoísta y enseñarle la verdadera identidad de su amigo por el hecho de querer tenerla en mi vida, debe darse cuenta por si sola que soy incapaz de traicionarla tan vilmente. Perdido en mis cavilaciones me olvido por completo de contestarle, darle una palabra de aliento, hasta que me lo recuerda.
Sigrún: ¿Sigues en línea?
Dalibor: Sí, perdón. Solo pensaba.
Sigrún: No te lo tenía que haber contado. Hablamos en otro momento.
Dalibor: No, no es eso, te lo prometo. No desconectes, por favor.
Dalibor: Ahora comprendo muchas cosas. Es lógico que te cierres en banda al amor. Pero deja que te diga una cosa. No todas las personas son iguales, todos no querrán lastimarte, te lo aseguró.
Sigrún: No te quito la razón, pero hasta el momento no me ha demostrado lo contrario. Hay momentos que parece que le importo y otros que solo he sido la conquista de una noche.
Dalibor: ¿Por qué lo dices? Lo has visto con otras mujeres.
Sigrún: No, la verdad es que no. La última visita que recuerde fue al regresar del viaje.
Dalibor: De eso hace un par de meses.
Sigrún: Me da la sensación de que intentas mandarme directa a sus brazos. ¡Como si lo conocieras!
—Si tú supieras —le digo al ordenador y le respondo acorde a mis sentimientos.
Dalibor: No le conozco, pero a ti sí y cada vez más. Y es la primera vez que te veo ilusionada por algo, aunque el miedo no te deje actuar. Solo quiero que seas feliz.
Sigrún: Gracias, por tu preocupación. De veras, te lo agradezco, aunque de momento creo que dejaré el tiempo pasar, si no hay cambios en lo que siento por él y aún me acepta, lo intentaré.
«Te esperaré con los brazos abiertos», en vez de ser sincero con ella, retomo la conversación del juego, la estrategia que vamos a seguir, me informa de la suya y así transcurre otra hora. No nos despedimos hasta pasada la medianoche.
La semana transcurre con normalidad, cada día disfruto más de comer juntos, conversar cara a cara, y las largas horas que hablamos a través del juego. Aprecio su acercamiento en unos momentos y la distancia que marca en otros, que solo consiguen desesperarme más. Sin darme cuenta, la semana llega a su fin.
Es viernes y regreso a casa antes de tiempo, hoy quiero ser yo el que cocine para los dos, deseo sorprenderla aunque el sorprendido soy yo al pasar por la puerta de su cuarto. Hugo y José están desnudos sobre su cama practicando sexo, al entrar en el interior observo los polvos blancos esparcidos sobre el escritorio, lo que logra cabrearme hasta límites insospechados.
Al notar mi presencia no se cortan, ambos estiran la mano para invitarme a unirme a su fiesta, con cara de repugnancia me alejo.
—Me dais asco —aseguro mirándolos con dureza—. ¿Acaso no tienes cuarto para dejar de practicar tus orgías personales en la cama de Sofía?
Ignoran mis palabras, se centran en darse placer y logran enfurecerme más, no porque sean dos hombres, si no porque ambos tienen pareja y las mantienen engañadas. A una por completo y a la otra a medias, haciéndole entender que solo disfrutan de su cuerpo cuando están los tres. Cuando la realidad es que son amantes mucho tiempo, a ella solo la incluyeron en el lote para que no sospechara nada.
—¿Qué le pasa a este? —pregunta José.
Hugo deja de prestarle atención al miembro de su acompañante para responderle.
—Se ha enamorado de mi amiga. —Con una lasciva sonrisa recorre mi cuerpo—. ¿Qué pasa, Oli? ¿Te molesta que estemos usando la cama en la que tienes intención de acostarte con mi amiga?
Endurezco la mirada cuando lo encaro.
—Jamás se me ocurriría hacer el amor con Sofía en la cama que tú utilizas para dar rienda suelta a tus vicios.
Ambos ríen en voz alta.
—Nos ha salido romántico y todo —comenta Hugo y dirige su mirada hacia José—. No seas tonto, nosotros podemos ofrecerte más placer que la mojigata de mi amiga.
Freno mis ganas de romperle la cara y abandono el cuarto no sin antes advertirle:
—Lárgate antes de que regrese, no quiero que presencie el espectáculo.
Con una furia que no soy capaz de deshacerme de ella hasta que escucho la puerta de casa, comienzo a preparar la comida. Antes de que Sofía regrese, ordeno la cama y limpio el desastre del escritorio para que no se percate de nada. Durante la comida estoy más comedido de lo normal. La conversación no fluye como en anteriores días, no consigo quitarme la imagen de la cabeza, antes del postre me disculpo con ella y me marcho de casa para intentar deshacerme de la ira. Al volver, el resto de tarde lo dedico a organizar las cosas del viaje, e intento olvidar el espectáculo de la mañana que ha vuelto a ofrecerme Hugo.
A media tarde se conecta a Slava y nos ponemos a charlar, hace que me olvide de todo y logra que me centre solo en ella. Al decirme sus ansias de que sea sábado, maldigo. Aunque muero de ganas de ir a comer a La Latina para estar cerca de ella y más cuando sé que espera que suceda lo mismo que el anterior, les prometí a Diego y Abel pasar juntos el día y no pienso faltar a mi palabra por mucho que me duela, además, quiero ofrecerle espacio para que aclare sus miedos internos.