Capítulo 8

Sofía

 

Es mitad de semana y mi alegría va en aumento, esta tarde me toca regresar al orfanato. Ayer pasé todo el día con la preparación de un nuevo juego que quiero hacer con los más pequeños, espero que les guste tanto como a mí.

Le pido permiso a Hugo para salir antes de hora, aunque no le hace mucha gracia, al ver que no hay casi tareas, me concede la petición. Entro en una librería cercana al trabajo, necesito ciertos materiales que sé que no habrán en el orfanato.

Accedo al salón común de los trabajadores para tomar un café con Carina y Estefanía mientras se hace la hora de poder estar con los chicos. Les relato los planes que tengo para los más pequeños y Estefanía me pide si puede participar.

—Por supuesto que sí —afirmo.

Termina el café y se incorpora.

—Pongámonos manos a la obra —comenta entusiasmada.

Con una sonrisa dejo la taza en la mesa y nos despedimos de Carina.

Una vez en la estancia destinada a sala de juegos, Estefanía sigue cada una de mis instrucciones, no sin sorprenderse cuando le pido que me ayude a retirar todos los muebles y colocarlos en los laterales para tener espacio.

La dejo sola un momento y me dirijo a la sala donde se encuentra la ropa de cama y toallas limpias. Me hago con varias sábanas, después visito la zona de la librería, quiero coger varios carteles de animales y paisajes que vi cuando Carina me enseñó cada una de las estancias, antes de regresar junto a mi compañera que mira extrañada lo que llevo en las manos.

—¿Para qué es todo eso? —Desea saber.

—Las necesitamos para separar las distintas zonas que vamos a crear.

Le agrada la respuesta, se lo noto en la cara.

Con la ayuda de los póster y las sábanas, creo los escenarios que necesitaremos para jugar con los niños; en uno de ellos simulo un oasis en mitad de un desierto, otro está dedicado a una selva repleta de vegetación, también hay una zona con dinosaurios e incluso dos grandes ciudades. Cuando los niños aparecen sus rostros expresan sorpresa, es normal, solo aprecian sábanas blancas esparcidas por toda la zona.

Les enseño que guarda cada una de ellas y les explico qué haremos, saltan de alegría al saber que crearán sus propias historias relacionadas con cada ambiente, incluso Estefanía se hace con una libreta y se suma a crear su propio cuento.

Una hora antes de la cena nos vemos obligados a terminar, ellos deben pasar por la ducha antes de sentarse y nosotras tenemos que ayudar a Carina para que puedan servirse a la hora acordada.

Les pido a todos que me entreguen sus cuadernos, aunque les prometo que solo los tendré unos días, que la siguiente semana se los devolveré junto a una sorpresa. No lo bastante convencidos hacen lo que les pido.

—¿Para qué los quieres? —Quiere saber Estefanía cuando estamos en la cocina.

—Transcribiré sus textos y además de lo que hayan imaginado le agregaré fotos y les crearé su propio cuento para que puedan leerlo por las noches.

—¡Qué gran idea!

—Gracias.

Me hace entrega de su libreta.

—Yo también quiero mi propio cuento.

Río a carcajadas y al poco, se une ella.

Carina al entrar le agrada el ambiente que se ha creado entre las dos.

Son más de las once de la noche cuando me despido de ellas hasta la siguiente semana.

Los siguientes días se hacen lentos, lo único que los hace amenos es trabajar en el cuarto de casa en la preparación de los cuentos, ya que cuando termino y creo que tengo un momento de paz, el chulo llega cada día con una mujer diferente y convierte la casa en vez de “Aquí no hay quien viva”, en aquí no hay quién duerma.

—¿Es que ninguna es capaz de echar un polvo sin hacer tanto ruido? —digo en voz alta el viernes por la noche al ser insoportable los gritos de la nueva chica.

Lanzo la sábana a un lado y me levanto dispuesta a poner fin al sufrimiento al que someten a mis pobres oídos, en vez de disfrutar parece que la están matando.

Toda resuelta abro la puerta del cuarto de mi desconsiderado compañero.

—¿Puedes decirle a tu ligue que deje de berrear? Hay gente en esta casa que intenta descansar.

Menos mal que la situación de la cama hace que esté de espaldas a mí, para cuando gira la cabeza ya he cerrado de un portazo para enfatizar mi enfado.

Para corroborar lo que mis ojos observan en el corto espacio de tiempo, vuelvo abrirla, pero esta vez en silencio. Miro con atención las vistas que me ofrece el chulo de mi compañero, cierro de nuevo con la boca seca. Desde la nuca hasta la pelvis, un tatuaje de tipografía china adorna su espalda definida.

—Precioso tatuaje. Bonito culo —murmuro instalada de nuevo en mi confortable cama.

Antes de quedarme dormida con una sonrisa en la cara, escucho cómo se despide de ella.

El despertador consigue que deje de soñar con el trasero del odioso de mi compañero. Restregándome los ojos me obligo a poner rumbo al baño. Un muro de contención hace que frene y me golpee la nariz. Pensándolo bien, no es una pared, está caliente y es de tacto suave. Alzo la cabeza condolida para toparme con unos ojos castaños que me miran risueños.