Capítulo 6

Sofía

 

La música a todo volumen de AC/DC me anuncia que son las siete de la mañana, hora de prepararse para ir a trabajar. Unos golpes provenientes de la habitación de al lado provoca que la apague. El modelo, que es como he bautizado a Oliver después de escuchar lo que me han contado de él, ha regresado a casa. Tendré que bajar el volumen a partir de ahora, Hugo ya me avisó de que el pobre no es de madrugar.

No puedo evitar reír a carcajadas ante el comentario de mi amigo cuando nos encontramos en el salón.

—Silencio, vas a despertar al señor modelo.

—Por un día que se levante temprano, no creo que se muera —replico sin dejar de reír.

La mañana transcurre con celeridad, Hugo se aplica en explicarme el funcionamiento de la oficina, incluso, comemos en su despacho para no perder preciados minutos y así poder desenvolverme sola el resto de días sin su ayuda. Acepto gustosa su ofrecimiento de llevarme al orfanato antes de marcharse con los chicos a jugar su partido semanal de futbol. Carina se alegra al verme.

Subo a la planta superior donde están ubicados los dormitorios. Al final del pasillo diviso una puerta abierta, con tranquilidad me dirijo a la estancia, tengo curiosidad por saber cómo son los cuartos aquí, todavía recuerdo el mío.

En el interior, una niña con melena rizada morena está sola sentada en mitad de la habitación. Despacio me acerco para no asustarla, está distraída peinando la rubia cabellera de una muñeca que sostiene entre sus pequeñas manos, la imagen me traslada diecinueve años atrás, donde me veo a misma jugar en solitario en el interior del cuarto que ocupaba. Sin pensarlo me siento a su lado.

—Hola. —Saludo mirándola con ternura. La niña no hace ningún gesto, ni siquiera me dirige una mirada—. Me llamo Sofía.

Sigo sin captar su atención, me recuerda tanto a mí que estoy a punto de echarme a llorar. Sin cesar en mi empeño, recojo del suelo un maltrecho muñeco y un pequeño cepillo.

—¿Cómo se llama? —pregunto señalándole la muñeca—. Es preciosa. ¿Me dejas verla?

Sus ojos azules al fin hacen contacto visual con los míos, no tendrá más de seis años.

—Se llama Rapunzel.  

—¿Y tú cómo te llamas?

—Aurora.

Paso toda la tarde entretenida con Aurora y Rapunzel. Con las sábanas de la cama construimos un castillo.

Me despido de ella una hora antes de que se sirva la cena, quiero ayudar a Carina y al resto de trabajadores para prepararla, no solo estoy aquí para pasar el rato con los chicos, también quiero ayudar al resto de personal para que su día a día sea más ameno.

Al entrar a la cocina vislumbro una cabellera castaña con la espalda hacia delante, está concentrada en elaborar las ensaladas que se servirán en las mesas. Resulta ser una chica de mi edad que me sonríe con simpatía al verme.

—Hola, ¿eres nueva?

—Sí, es mi primer día.

—¿Me ayudas con las ensaladas? —Me coloco a su lado—. ¿Cortas los tomates?

Cojo uno de los cuchillos y me embarco en la tarea. Ninguna de las dos habla mientras terminamos de preparar los alimentos que comerán los niños esta noche. Aunque me intriga conocer a mi nueva compañera, pienso que tendremos tiempo de hacerlo cuando sea el turno de limpiar. Carina no tarda en aparecer por la estancia y comenzar a organizarnos a las dos.  

Pasados los minutos comprendo que no habrá más manos que las nuestras, me entristece saber que solo hay dos trabajadores por turno y ningún voluntario más durante la semana para ayudar con los quehaceres. En más de una ocasión le pregunto a Carina si no hay posibilidad de poder venir todos los días, aunque solo sea a la hora de la cena. La mujer, aunque entristecida, en cada una de las ocasiones me responde lo mismo:

—La dirección del centro no lo permite.

No me gusta que sean los propios directivos los que nieguen a gente como yo, poder contribuir con las tareas.

—Pues no lo entiendo —me quejo sin dejar de trabajar.

—Yo tampoco —reafirma la chica joven sin levantar la cabeza.

Nos lleva más de una hora comenzar a servir los platos en el salón. Pronto el alboroto de los niños llena la estancia, que sin perder la sonrisa toman asiento para saborear lo que con tanto cariño les han preparado.

Al igual que ocurría en el de Santander, no se escuchan quejas tipo esto no me gusta, conforme servimos las cenas, lo único que los chicos hacen es dar las gracias con sinceridad.

Tomo asiento en la cocina tras aceptar el vaso de agua que me ofrece la compañera de Carina. Le agradezco el gesto con una sonrisa.

—Bienvenida.

—Gracias.

Estira la mano antes de presentarse.

—Soy Estefanía.

—Sofía.

—Un gusto tenerte por aquí. Espero que estés a gusto entre nosotros.

—El placer es mío y deseo poder ayudar en lo todo lo que pueda.

Durante más de media hora hablamos de cosas relacionadas con el centro, la verdad es que me gusta estar informada, sobre todo de las normas que lo rigen. Carina se une a nosotras y proseguimos con la charla hasta bien entrada la noche.

A mi despedida, ambas me prometen hablar con el director para intentar que me dejen acceder más días, aunque solo sea para ayudar en las cenas. Contenta al saber que por lo menos intentarán convencerlo, me marcho a casa.