Sofía
Mis días se resumen en cuatro cosas: trabajar en el departamento de recobros en un despacho de abogados; finalizar la carrera de ADE; tostarme al sol en las playas de mi querida Santander y jugar a un juego online de guerras ambientado en la época medieval. Lo último es un poco friki, pero desde pequeña me cuesta relacionarme con la gente. De esta forma, al no conocer en persona al resto de jugadores me es más fácil entablar conversación, incluso he hecho amistades.
Los fines de semana para desconectar de la rutina, colaboro en un orfanato cerca de casa, allí es donde conocí a Ana y Mar, también voluntarias, desde entonces nos llevamos bastante bien y de vez en cuando quedamos para cenar una vez terminada la jornada con los niños.
La marcha de Hugo hace cinco años me destrozó. Él es el único amigo de verdad que tengo, y al conocer mi desastrosa vida jamás se le ha ocurrido mentirme, cosa que le agradezco. Bueno a decir verdad, también tengo un amigo cibernético, pero al no conocernos en persona no es lo mismo. Hugo es sublime, atento, cariñoso, leal, vamos el tipo de hombre que está en peligro de extinción.
Mi vida siempre ha sido un caos. De pequeña me crie en un orfanato, mi madre me abandonó en la puerta del hospital al darme a luz. En mi infancia no hice buenos amigos porque desconfiaba de todo el mundo. Con los años confíe en Pascual, mi pareja durante tres años, otro que me traicionó a la primera de cambio. Mi última noche en la universidad lo pillé con mi compañera de cuarto, desde entonces no he vuelto a enamorarme ni quiero. A raíz de ese incidente, si algún chico me gusta hago como ellos, los utilizo una noche y si te he visto no me acuerdo, así evito que me dañen otra vez.
En Recaudamos llevo seis años. No es que sea el trabajo de mi vida, pero sí mejor que las horas en el restaurante de comida rápida. Al no tener familia tuve que dejar los estudios y dedicarme solo a ganar dinero. Hace dos años remedié la situación y retomé los estudios. Mi puesto es la misma rutina y llega a desesperar al más pintado. La jornada empieza a las nueve de la mañana y no sabes con exactitud la hora de salida. Por suerte para mí, solo me queda una semana.
Por fin tengo mi licenciatura en administración y dirección de empresas. Lo malo, que el puesto más cercano que me han ofrecido es en Tenerife, aunque lo que más me gusta es que volveré a estar cerca de mi amigo.
Aunque debería empaquetar, estoy tirada en la orilla de la playa. Quiero disfrutar de los rayos de sol mientras observo el mar, debo ordenar mis pensamientos antes de viajar y estar aquí sentada me ayuda. Mientras disfruto del calorcito que me proporciona el sol me conecto a Slava, dos ataques más con noble y conquisto un nuevo pueblo ubicado en el centro de la tribu enemiga. Si consigo mantenerlo será una buena posición para futuras guerras.
Un fuerte pitido consigue despertarme, saco la mano de debajo de la almohada y tanteo la mesilla hasta que doy con el móvil. Con los ojos cerrados desconecto la dichosa alarma. Quedan quince minutos para levantarme y pienso aprovecharlos. Anoche al final se me hicieron las mil para acostarme. Después de terminar de recoger me enganché al juego y me acosté pasadas la una de la madrugada. Me tiro de la cama con la segunda alarma. Solo tengo treinta minutos para ducharme, desayunar, vestirme y llegar al trabajo.
Dejo caer el culo en la silla de la oficina a las nueve menos cinco, ni yo misma me creo que no haya llegado tarde. Aprieto el botón para encender el ordenador, mientras que este trasto del siglo pasado desea arrancar, organizo la mesa un poco.
Coloco por orden los expedientes que debo trabajar esta mañana, a la hora de la comida sacaré los de la tarde. Antes de colocarlo todo sobre el tablero de nuevo, limpio un poco la superficie, las limpiadoras de aquí en vez de hacer su trabajo se dedican a ligar con José Carlos o Lud, los chicos guapos de la oficina.
A las nueve y cuarto pasadas, por fin, puedo poner la contraseña para acceder al ordenador. Mientras arranca voy a la máquina de café a por un capuchino. Por lo que ojeo en los expedientes hoy me espera una dura mañana, supongo que voy a necesitar más de uno para poder sobrellevarla.
Desde la distancia observo los revoltosos rizos de Lud, siempre lleva el pelo revuelto. Él insiste en que nunca se peina, aunque tengo entendido que pasa más de una hora frente al espejo para colocar cada mechón en su sitio.
—Buenos días, Lud. —Uso su diminutivo ya que no hay quién diga bien su nombre; Ludwing.
Se gira con su perfecta sonrisa hacía a mí.
—Buenos días, pelirroja.
¡Dios, cuánto odio que me llame por ese apelativo! Es una coña suya, porque soy morena.
—¿Qué tal el fin de semana? —Se interesa.
«A ti te lo voy a contar», pienso.
Cada vez que le relato mis apasionantes fines de semana, la consecuencia es que se pasa media mañana riéndose de mí.
—Genial. —Miento con descaro—. La verdad es que he disfrutado mucho. Quedé con unas amigas y nos echamos unas risas. ¿Y el tuyo? —pregunto por educación, conozco la respuesta al dedillo.
Comienza a reírse de forma exagerada, cuando cree que ya es suficiente y se recompone, me responde con una estúpida sonrisa en la cara, la cual deseo borrarle de un bofetón.
—Vamos, que te has pasado todo el fin de semana delante del ordenador con el estúpido juego ese de formar palabras.
Por supuesto, en ningún momento le he dicho la verdad. Bastante friki me considera ya por no tener casi vida social, como para decirle que estoy viciada a un juego de guerras. ¡Lo que me faltaba!
—Sofi, por Dios. Eso no es quedar con los amigos. ¿A quién quieres engañar?
—Que sí, que quedé con Mar y Ana para ir a cenar el sábado. —Es verdad que cené con ellas, pero a las once regresé a casa porque estaba en medio de un apoyo y no podía fallar a los compañeros—. Además, no entiendo por qué tengo que darte tantas explicaciones. Es mi vida, no la tuya. —Mientras sorbe el humeante café asiente con la cabeza—. Y tú, listillo, ¿qué has hecho además de ligarte a unas pobres incrédulas?
Deja caer el vaso de plástico vacío en la papelera. Al girarse para quedar frente a mí, pone su cara de seductor o eso dice él, ya que lo único que veo es su cara de estreñido.
—El día que dejes de resistirte a mis encantos, sabrás que no son pobres incrédulas las chicas con las que me acuesto. Ellas sí que saben apreciar un buen macho, no como tú, que solo sabes dar negativas.
—No te preocupes Lud, el día que decida volverme una choni y me importe tres pepinos la inteligencia del hombre, te llamaré —alego—. Mientras tanto, hablaré con hombres de verdad —aseguro bastante digna.
Otra vez esa estúpida risa suya, parece un cerdo.
—Sofi. —Comienza a decir mientras se acerca peligrosamente a mí—. A esos que tú llamas hombres, te recuerdo que no los conoces. Solo hablas con ellos a través del juego. Venga, no seas tonta y queda conmigo el próximo fin de semana, total, será el último que estés en Santander. Así no te irás sin probar a un verdadero hombre.
Solo de escucharlo me dan ganas de potar, ¡por Dios, cuánta prepotencia junta!
Me separo de él sin disimulo con lo que logro que arrugue el entrecejo.
—Lo siento, pero lo único que veo es a un niñato con el ego subido de tono. El hombre ese que dices tener, se ha tenido que marchar de vacaciones.
Lo que me faltaba a mí, acostarme con el ligón de la oficina. Habrá peces en el agua para acabar con el sapo en la cama.
Lo dejo hablando solo y regreso a mi puesto de trabajo. Paso de perder el tiempo con un tío que lo único que le importa es si se le marcan los músculos con la ropa que lleva puesta. Es para lo único que usa el cerebro el chico, una lástima. Hay que reconocer que está cañón, pero hablas cinco minutos con él y te entran ganas de vomitar. Vaya desperdicio de envoltorio.
Regreso a paso lento a mi silla, supongo que ya ha pasado tiempo más que suficiente para que el dichoso ordenador se encienda. Para mi sorpresa no es así, son casi las nueve y media y aún el reloj del puntero da vueltas en el centro de la pantalla. A este ritmo comienzo a trabajar a mediodía.
Aprovecho que no puedo conectarme a la intranet para sacar el móvil del bolso y reposar mis posaderas sobre la mullidita silla. Accedo a Slava, pero el mensaje «terminar modo vacaciones» aparece en pantalla. «Mierda, he olvidado que le he cedido la cuenta a Arthur. ¿Ahora con qué me entretengo en los ratos libres?», suspiro.
Esta semana va a ser demasiado larga, voy a echar de menos hablar con él y con el resto de los chicos. Sí, soy la única chica de la tribu. Pero sobre todo, a quién más voy a extrañar es al jugador de la tribu rival, mi buen amigo cibernético. No sé por qué, pero desde el primer día conectamos genial. Aunque debo reconocer que ambos nos las hicimos pasar putas al inicio del mundo. Ahora sin embargo, nos pasamos horas y horas con nuestras cosas, en ocasiones pienso que lo conozco mejor que a Hugo. Lo malo es que hicimos el pacto de no decirnos nuestros nombres reales y hay momentos que me encantaría saberlo, pero sobre todo conocerlo.
Por fin es viernes y según marca el reloj del ordenador quedan cinco minutos para salir. Lo raro es que mis compañeros hace más de media hora que se han marchado.
Comienzo a organizar los expedientes, en cada carpeta hago una anotación de cómo va la gestión. El lunes la persona que ocupe mi lugar lo tendrá fácil. No como me paso a mí, que me enseñaron la silla que he utilizado durante seis largos años y me dijeron «apáñatelas como puedas». Nada más apagar el cacharro al que mi jefe llama ordenador escucho unos pasos que se acercan. Al alzar la vista me encuentro con la sonrisa de Tamara.
—Sofi, ¿todavía sigues aquí? —comenta sin dejar de reír mientras se planta frente a mí.
Reconozco que voy a echarla de menos, aparte de Mar y Ana, es la única chica con la que he empatizado.
—Ya he terminado —aseguro mientras saco el bolso del cajón—. ¿Nos tomamos una cerveza?
Es nuestra tradición. Cada viernes cuando finalizamos la jornada laboral nos vamos al bar de enfrente a tomarnos unas cañas y pinchos antes de regresar a casa.
—¿O has quedado con Paco?
Al negar con la cabeza los negros rizos le oscilan alrededor de su rostro infantil. Aunque acaba de cumplir treinta y tres años, aparenta unos veinticinco.
—¿Tú qué crees? Venga, que ya llevo un rato con las cañas en la barra y se calientan.
Comenzamos a caminar en dirección al ascensor. Antes de que se cierren las puertas doy un último vistazo a la que ha sido como mi segunda casa durante estos años. No, si al final lo echaré de menos y todo, hay que joderse.
Con disimulo me limpio la traicionera lágrima que pugna por salir, si he de llorar ya lo haré en casa cuando nadie me vea. Odio que la gente me vea débil y sienta compasión por mí, desde bien pequeña he sabido ganarme las habichuelas yo sola. Nada tiene que cambiar ahora.
Noto algo raro en el bar de Pepe, esa tenue iluminación, cuando por regla general necesita una central eléctrica para él solo, me hace sospechar. La primera en acceder es Tamara y al ser un poco más alta que yo, no veo lo que hay en el interior hasta que no se aparta. Dentro están todos mis compañeros de trabajo, incluido Lud. Mira, el que decía qué tenía algo importante que hacer esta noche cuando se ha despedido, resulta ser que soy yo.
—Menos mal que he dicho que no quería despedidas —refunfuño con alegría.
No puedo cabrearme con ellos por no hacerme caso, a fin de cuentas, me alegra saber que les importo un poquito.
El primero en abrazarme es José Carlos.
—Parece mentira que no nos conozcas, en esta empresa no se libra ni el gato de la despedida.
—Normal, es vuestra excusa para salir de fiesta e intentar ligar con nosotras —replico guiñándole un ojo.
Diez minutos después me veo liberada para tomarme mi primera cerveza, durante este tiempo soporto abrazos, besos y frases de despedida. Debo de reconocer que no es ninguna molestia, todos tenemos nuestro corazoncito aunque el mío esté más blindado que el del resto. Motivos no me faltan.
Dos pasos, solo me faltan dos pasos para estar en la barra, pero algo me retiene. Alguien me abraza desde la espalda y juraría que esas manos sé a quién pertenecen. Giro la cabeza para encontrarme los ojos risueños de Lud.
—Pelirroja, voy a echar de menos nuestras conversaciones —dice algo raro. Creo que lleva más grados de alcohol en el cuerpo que los permitidos—. ¿Ahora a quién le cuento yo mis hazañas?
Me zafo de su abrazo y lo encaro.
—Cualquiera estará dispuesta a escucharte. —Un intenso olor a alcohol me llena las fosas nasales—. Vas bebido. —No lo niega—. Por favor, puedes dejar de llamarme pelirroja, soy morena. —Prosigo mi camino y por fin me apoyo en la barra—. Pepe, una caña por favor.
No advierto que Lud me sigue hasta que no junta nuestros cuerpos.
—Sí, pero no eres tú, pelirroja. —Intenta hablar con claridad, casi lo consigue.
—Y dale, ¿por qué me dices pelirroja? —replico algo cabreada.
Nunca he entendido por qué comenzó a usar ese apelativo hace ya más de tres meses.
Gira la cabeza para fijar la vista en mis ojos.
—Porque… —Se le traba la lengua—, tu forma de hablar me recuerda a la chica de la que estoy enamorado. —Suelta de golpe, creo que le falta el aliento al finalizar.
Me quedo sin palabras, no esperaba esa respuesta por su parte.
—Venga ya. ¿Pero sabes qué es eso?
Es la primera vez que le veo el semblante serio, siempre está alegre.
—Pues sí, listilla, claro que lo sé —asegura, cosa que me sorprende—. Aunque no lo creas, llevo enamorado cuatro meses de una chica, pero ella pasa de mí.
Lo que menos esperaba es que Lud estuviese en esa situación. Al ver que habla en serio, me planteo tener la primera conversación sensata con él.
—¡Pepe, dos cañas más! —grito para hacerme oír—. Cuéntame la historia con un cigarro, soy algo cotilla.
Salimos del bar con nuestras cervezas en mano.
Nos instalamos en una de las mesas vacías de la terraza. Le ofrezco un cigarro, el cual no rechaza.
—¿Qué quieres saber?, pelirroja. —Al ver mi gesto torcido, recalca—. Deberías tomártelo como un halago, la chica es igual de inteligente que tú.
Ignoro su última frase.
—Todo.
Se acomoda en la silla antes de comenzar hablar.
—La conocí hará unos cuatro meses en una reunión en casa de mis padres. —Al ver mi sonrisa, aclara—. Desde el primer momento quedé eclipsado por su belleza.
Sonríe al recordarlo y me sorprende ver cómo se le ilumina la mirada al pensar en ella. Pues va a ser cierto que está enamorado de esa chica.
—Decidí presentarme. Las primeras veces que hablamos sus respuestas eran pura chulería, cosa que me cabreaba más. Pasadas unas semanas, comenzamos hablar en serio. Hasta que al final nos hicimos grandes amigos. Pero me he enamorado de ella.
—¿Se lo has dicho?
Me mira sin comprender.
—¿El qué?
—Que has viajado a la luna, no te joroba. Que estás enamorado de ella.
Se levanta de la silla y hace aspavientos con las manos.
—¿Tú estás loca? ¿Cuál sería tu respuesta si te dijera que estoy enamorado de ti?
—Te mando a paseo —afirmo sin dudar.
—Lo mismo haría ella. Sois bastante parecidas —se queja y se sienta de nuevo.
Pierdo la noción del tiempo pasadas las tres de la madrugada. No sé si es a consecuencia de que descubro a un Lud que no conocía o por todas las cervezas que llevo en el cuerpo. El resto de compañeros hace horas que se despidieron de nosotros y Pepe nos invita con amabilidad a que nos marchemos a otro lugar.
Lud se empeña en ir al centro, las cafeterías todavía están abiertas y podemos tomarnos una última copa antes de despedirnos. No rechazo la invitación y aunque es una imprudencia por nuestra parte, permito que conduzca hasta mi casa en el estado en el que vamos. Al quinto chupito, ya no sé ni en qué día vivo.
Un intenso dolor de cabeza me despierta. Me llevo las manos a las sienes, me van a estallar. O es mi sensación o una mano reposa en mi espalda. Giro la cabeza y no puedo evitar que se me escape un grito. Solo veo unos rizos rubios, que para mi desgracia los conozco bastante bien; Lud.
Con cuidado de no despertarlo, me giro. Al levantar las sábanas, me llevo la sorpresa de descubrir que ambos estamos desnudos. «¡Mierda, mierda, mierda!», grito en mi mente como una posesa. «Me he acostado con Lud, mierda», me reprendo a mí misma.
Consigo deshacerme de su agarre y no tardo en escabullirme al baño. Después de una ducha voy directa a la cocina. Necesito un café bastante cargado, la resaca me va a matar.
Mientras que la cafetera se encarga de preparar el amargo líquido negro, tomo asiento en uno de los taburetes que hay frente a la mesa. Intento recordar que ocurrió anoche, lo mismo al ir tan borrachos no hicimos nada. Y como soy de las que no usan nada para dormir, pienso que él es como yo. El pitido de la cafetera me saca de mi letargo. Regreso de nuevo a la mesa con el café en las manos y sigo con el proceso de recordar algo, aunque sea insignificante, de lo sucedido anoche.
Nada, no me viene nada a la memoria. Tras dos cafés y tres cigarros comienzo a recordar. Nuestra larga conversación en el bar de Pepe fue amena. Cuando nos invitó a marcharnos nos dirigimos al centro. Hasta ahí, no sucedió nada. Solo íbamos en plan colegas.
Del primer garito me llegan vagas imágenes de comenzar a bailar juntos, demasiado para mi gusto. En ese bar fue dónde comenzamos con los chupitos. Al poco, nos fuimos al de enfrente y seguimos dándole al tequila y al baile.
—¡Joder! —Se me escapa en voz alta al recordar la imagen.
Bailábamos una salsa y con la tontería de estar tan pegados nos besamos. Ahí no quedó la cosa, las imágenes se agolpan ahora, proseguimos enrollándonos toda la noche hasta llegar a casa. No habíamos cerrado la puerta cuando ya estábamos arrancándonos la ropa. Por lo visto, iba tan borracho que no consiguió fulminar la jugada, ya que cuando salí del baño de cepillarme los dientes estaba dormido. Menos mal, por esa parte me escapo de no ser tonta de remate.
Espero de corazón que Lud no recuerde nada de nada. Lo que me faltaba, que se mofara de mí a falta de un día de irme de Santander. Lo peor es que no es la primera vez que me pasa algo así. No hace muchos meses salí de fiesta con las chicas y desperté a la mañana siguiente en la cama de un desconocido. Hoy por hoy, no consigo recordar que sucedió entre nosotros, tampoco he intentado averiguarlo ya que me moriría de vergüenza si alguien, a parte de mi amigo cibernético, se enterara.
Estoy tan concentrada en reproducir la noche que no reparo en que el susodicho hace acto de presencia en la cocina.
—Buenos días, pelirroja. —Saluda con voz ronca—. ¿Se puede saber qué bebimos anoche? Me estalla la cabeza
—Por lo visto, de todo. Estoy igual que tú —respondo sin mirarlo, ahora mismo me muero de vergüenza al saber lo que estuve a punto de hacer con él—. ¿Café? —Me apresuro a ofrecerle.
Se acomoda frente a mí.
—Sí, por favor.
Pasan varios minutos hasta que uno de los dos decide a hablar. Mientras tanto, nos concentramos en el contenido de nuestras tazas. Creo que no se atreve a hacer la pregunta del millón, su cara en cierto modo es un poema. Aunque decide excusarse por su falta de ropa al dormir.
—Siento no haberme dejado puesto el bóxer, tengo por costumbre dormir desnudo.
—No te preocupes, me ocurre lo mismo.
Nos pasamos media mañana inmersos en una agradable conversación. En ningún momento, ninguno de los dos saca a relucir lo sucedido anoche. Parece ser que no se acuerda, mejor para mí. Se interesa por mi hora de partida, la cual, le digo. Nos despedimos como lo hacen los amigos, con un abrazo y dos inocentes besos en las mejillas. El resto del día lo dedico a empaquetar las últimas cosas, mañana es el gran día.