Cerca de las fábricas crujen las sombras
como la corteza de la luna bajo las pisadas.
Un pirata secarrón besa la cuaba
mientras canta su desamor a los planetas.
La manta de natura tiene un descosido,
y en lo más alto de su sombrero de copa
una herida de navaja descubre la inocencia.
Lágrima a lágrima... Baja el telón.
Azul, humillado como una ola vieja,
se contonea por el arrabal.
Sus hijos, áridos como puños enterrados
en el alma de un molino.
Agosto recoge su fruto:
terrones de arcilla seca.
Madre, ¿no se pueden beber?
No tuve sed,
ahora esta muerte es mi sed.
Por las orillas crecen las preguntas como lanzas afiladas.
Por las orillas
horcas en los sauces,
orfanatos de savia fresca.
Una serpiente de cascabel acaricia la senda del mar.
Azul amasa el polvo.
Formas humanas destinadas a la magia negra.
Un hombre desnudo se alimenta con bombillas.
Un niño bebe su tazón de luz.
Mendiga para atravesar la meseta. Duna a duna.
Mendiga vagabundo hermoso.
Bajan por la senda las carretas.
Chirriando como locas,
las ruedas
frenan en seco,
sobre lo seco.
Se agita el cargamento:
azadas y cruces,
biblias sin verso,
gnomos de un bosque ardiendo.
A empujones, a millares,
bajan a lavar sus telas en la orilla.
Como antiguas lavanderas.
Así se mata el tiempo,
las ondas,
el brillo triste del espejo.
El mar espera recogido en un armario,
su mirada impaciente
ha perdido el esplendor de otras
desembocaduras.
Se oyen rumores de sirenas,
el látigo de una embarcación leprosa.
Huyen las olas,
mar adentro huyen,
huyen mar adentro.
Un pájaro escarlata toca la cúpula del negro telar.
Cuando la chimenea inspira
duermen las gaviotas.
Un látigo de luz anuncia la vida.
Un ruido quebranta las cascadas,
violenta el descanso de las montañas centenarias.
Quieto el movimiento, quieto.
La tierra está desafinando. ¿No la oís?
Al atardecer
una manada de lobos tristes vagan por la playa.