Breviario   (El lazo en la tormenta)

 

Ella lava los días en un motivo fresco

del que nacen afluentes,

valientes niños descalzos.

 

Tengo sus palabras

grabadas en un pañuelo rojo.

Busco con ahínco sus pasos,

a tientas,

entre los versos de algún tango.

 

Busco,

en el aroma de una huella,

      el camino que lleva hasta el jardín de las ciruelas.

Símbolo nuestro,

la fruta labial,

la que muerde de otros labios

                 y regresa.

 

La boca tiene un recodo sabroso

que nunca ha probado el rocío.

 

Vivimos en una casa

                       de esquimales

                           lanzando puñales

                                   contra el vendaval.

 

Un latido femenino limpiaría de hombres

la verde melena de la selva que los sufre.

 

Porque ella, señores dinosaurios,

ella es la culpable del amor,

la que toca el piano de la sensibilidad

que se escucha en la retaguardia,

mientras los machos tensan la guerra.

 

Ella tararea las nanas del invierno,

las que prenden en la infancia

     cuando en la chimenea

                             nuestros libros

                             y nuestras sombras

                             no cesan de llorar.