CAPÍTULO 27
—Kira…
Edan está inclinado sobre mí, mirándome. Sus ojos me recuerdan a los de un pescador de la aldea que llegó nadando a tierra después de que su barco naufragara. Fue el único superviviente, y en su mirada se mezclaban la alegría de estar vivo y la culpa por querer seguir viviendo a pesar de lo que les había sucedido a sus compañeros.
En los ojos de Edan también se mezclan la alegría y la culpa. Y hay algo más: un dolor que no había visto antes. ¿Por qué me mira así? Ni siquiera sé dónde estamos. Escapé y todo salió mal. Las piernas no me obedecían. Intenté huir de él, pero al final terminé llamándole. Y me ha encontrado… Por suerte, me ha encontrado.
Me duele la cabeza como si me la hubiesen golpeado con una piedra. Tengo que cerrar los ojos a cada instante, porque se me llenan de destellos cuando intento fijar la vista en algo. Necesito decirle a Edan que lo siento, que no debí escapar. Pero los labios se me pegan el uno al otro, finos y resecos como hojas de otoño, y no llego a emitir ningún sonido.
—Descansa, Kira —me susurra en voz baja—. Ya ha pasado. Estás a salvo, y vas a seguir estándolo, ¿me oyes? Fue una locura. ¿Por qué lo hiciste? Han sido las horas más angustiosas de mi vida. Pensaba que no te encontraría.
Esta vez consigo farfullar un par de palabras:
—Yo… Perdona…
—¿Perdonarte? —Edan se echa a reír. Tiene un resplandor salvaje en la mirada—. Estás viva, eso es lo único que me importa. Además, no es culpa tuya, sino mía. Yo he sido quien te ha traído aquí; y no he sabido explicarte… Kira, por favor, no vuelvas a hacerlo. No vuelvas a hacerme esto jamás. Casi me vuelvo loco.
—¿Vas a volver… a encadenarme?
Cada intento de hablar me cuesta un esfuerzo sobrehumano.
Edan me sonríe, aunque en sus ojos se lee una tristeza que es casi desesperación.
—No, no volveré a encadenarte, no podría soportarlo. Pero tampoco voy a permitir que vuelvas a ponerte en peligro de esta manera. No volverás a escaparte, ¿me oyes? Te vigilaré día y noche, si es preciso.
—No será necesario.
Me toma una mano. Debo de tener fiebre, porque siento mis dedos helados entre los suyos.
—Esto no va a ser tan terrible como crees —me dice; me está agarrando con tanta fuerza que me hace daño sin darse cuenta, por la tensión—. Tengo un plan, y estoy casi seguro de que saldrá bien.
Sonrío. Por primera vez desde que salimos de Hydra, siento dentro de mí algo parecido a la esperanza.
—¿Estaremos juntos?
Él menea la cabeza tristemente.
—No, eso no. Ojalá fuera posible, pero no lo es. Son muchas vidas las que están en juego. Es el destino de miles de personas. No podemos permitirnos ser egoístas.
—¿No… no lo has sido al traerme aquí?
Me duele el pecho al hacer la pregunta. Tal vez estoy enferma, o tal vez es el miedo a oír su respuesta lo que me hace daño.
—Si fuera egoísta, no te habría traído aquí. Te habría llevado a otro lugar, un lugar donde nadie nos buscase a ninguno de los dos. Podríamos haber empezado una vida juntos. ¿Crees que no lo he pensado? Cada día, en el barco, tenía que luchar contra la tentación de cambiar el rumbo e intentar llegar a una de las islas sin nombre que figuran en mis mapas.
—Ojalá lo hubieras hecho.
Él menea la cabeza lentamente.
—No era una opción. Hay una guerra feroz entre tu pueblo y el mío, una guerra que dura ya generaciones. Y nosotros, tú y yo, podemos ponerle fin. Piensa en lo que eso significa. Piensa en las miles de vidas que vamos a salvar.
—¿Y qué pasa con nuestras vidas?
Edan me suelta la mano y se aparta ligeramente de mí. Su expresión ha cambiado, de repente es grave, distante.
—Entiendo que estés furiosa conmigo. He decidido por ti, no tenía derecho. Es lo que hacen los hombres como yo, Kira. Fui educado para imponerles a otros mi voluntad…, eso sí, nunca por egoísmo o por capricho. Desde que era un niño, me enseñaron a sacrificar mis deseos y mis esperanzas para contribuir a la causa común. Todo lo que vale la pena en la vida lo he aprendido de ellos, de mis compañeros de armas. Aunque quisiera, no podría traicionarlos.
—Te importan más ellos que yo.
—No; eso no es cierto. Pero dejaría de ser quien soy si no sirviese lealmente a mi país. Me convertiría en una sombra… Créeme, el amor de un hombre así no valdría nada.
—¿Vale más el amor… de alguien que me lleva hacia una muerte segura para que otros le admiren?
Edan palidece. Me duele cada vez más el pecho, apenas consigo respirar. Pero quiero hacerle daño y sé que mis palabras le hieren… Si es cierto que me ama, voy a luchar por ese amor ahora que aún hay tiempo. Quiero que reaccione. Todavía es posible huir. O lo sería, si él me escuchase…
Sin embargo, ya ha tomado una decisión hace mucho tiempo, y nada de lo que yo diga le hará cambiar de idea; lo leo en sus ojos.
—No hago esto para que otros me admiren. Si crees eso de mí, es que no entiendes nada. Lo hago porque he jurado defender unos principios y no puedo…, no quiero traicionarlos. Eso no significa que esté dispuesto a sacrificarte a ti, si es lo que te preocupa. Si mi plan funciona, y funcionará, muy pronto serás la mujer más envidiada de toda Decia. El servicio que vas a prestarle a nuestro país sanando las fuentes enfermas será debidamente reconocido. Mi pueblo no es ingrato… Te devolverá tu generosidad con creces. Lo tendrás todo, Kira: poder, riquezas materiales, todo aquello que puedas desear.
—Pero no te tendré a ti.
Me mira frustrado.
—No se puede tener todo. Hay que elegir… y en cada elección se pierde algo.
—Yo no he podido elegir. Soy tu prisionera. Me guste o no me guste, me obligas a acatar tus decisiones.
—Si te sirve de consuelo, no me lo estás poniendo nada fácil.
—No soy una niña —replico irritada—. No quiero consuelo, quiero mi libertad.
Al subir el tono, el dolor del pecho se vuelve más intenso, y termino la frase con un acceso de tos. Me falta el aire, es como si tuviera dentro una herida que amenaza con asfixiarme.
Edan me aparta un mechón de pelo de la frente con una leve caricia.
—Quizá algún día llegues a perdonarme lo que te he hecho —murmura—. Y aunque no me perdones…, quiero que sepas que, esté donde esté, no dejaré de pensar en ti. Te recordaré cada día, cada noche. Tú recuperarás la libertad, Kira, pero yo no. La perdí el día en que te vi por primera vez, y no quiero recuperarla. Pase lo que pase, seguiré perteneciéndote.
No puedo responderle. Las palabras se atascan en mi garganta, quemándome como brasas. Y de sus cenizas brota un sollozo… Un sollozo tan violento como el de un recién nacido.
* * *
Es mi tercer día de reposo en el refugio, y empiezo a sentirme mejor. Edan salió a cazar esta mañana y regresó con una liebre, que luego asó en la parrilla de la chimenea. La carne me ha sentado bien: tanto, que incluso me he atrevido a levantarme de la cama y a dar un paseo alrededor de la choza, apoyándome, eso sí, en el brazo de Edan.
Al regreso del paseo, me siento en una piedra que hay delante de la cabaña. Edan se aleja en dirección a los caballos… No le presto atención hasta que me doy cuenta de que los está ensillando.
Recorro la escasa distancia que me separa de él. Todavía me mareo un poco al caminar, y eso me hace avanzar con precaución. Al menos, la fiebre se ha ido… y con ella, ese vaho gris que empañaba los colores de todos los objetos.
—¿Nos vamos? —le pregunto.
Está ajustando las correas de una de las sillas sobre el lomo del caballo negro.
—Luther se preocupará si nos retrasamos un día más, es posible que envíe a buscarnos. Preferiría evitarlo. Aún no estás lista para cabalgar sola, así que montarás conmigo. Este caballo es lo bastante fuerte como para llevarnos a los dos. Usaremos el otro como animal de carga.
En menos de una hora hemos dejado atrás esa choza minúscula que casi había llegado a parecerme un hogar. El siguiente refugio se encuentra a algo más de media jornada, pero viajamos despacio y nos detenemos con frecuencia para dar descanso a los caballos. Por eso, no alcanzamos el lugar hasta bien entrada la noche.
La luna es una hoz brillante en el cielo, y su luz plateada alcanza apenas para distinguir por dónde vamos. El camino asciende por el borde de un escarpado precipicio, y a medida que subimos se va volviendo cada vez más estrecho. Al doblar un recodo nos encontramos por fin con el refugio, que en esta ocasión es una desvencijada cabaña de madera con un establo trasero donde dormitan un par de yeguas inmaculadamente limpias.
En cuanto me acuesto en uno de los catres, me quedo dormida. A media noche me despierto sedienta y me incorporo sobre el colchón de heno. Necesito beber agua…
Entonces le veo. Está sentado en una butaca de madera junto a los rescoldos del fuego, que me permiten distinguir sus ojos fijos en mí y su expresión tensa.
—¿No duermes? —le pregunto—. ¿Me estabas vigilando?
—No podía dormir —su voz suena a disculpa—. ¿Y tú, ibas a alguna parte?
—Solo quiero beber agua.
Él se dirige al mostrador de las provisiones y vierte agua de su cantimplora en un abollado vaso de alpaca. Me hace un gesto para que no me levante y se acerca a la cama para dármelo. Bebo con avidez hasta vaciar el vaso por completo. Cuando se lo devuelvo, en lugar de regresar a su sitio junto al fuego se queda sentado en la cama, mirándome.
—Esta es nuestra última noche solos, ¿lo sabías?
Un escalofrío recorre mi piel.
—¿Quién nos está esperando? —pregunto a media voz.
—Se supone que en Lugdor encontraremos a Luther, el Gran Maestre de los caballeros del Desierto. Es un hombre áspero y duro en el trato, pero daría la vida por la orden si se lo pidieran. Tengo que pedirte un último favor, Kira.
—¿No es una orden?
Edan ignora mi tono irónico.
—Tienes que ganarte a Luther, es vital que se ponga de nuestro lado. Tienes que demostrarle que tú puedes realizar el milagro que lleva esperando toda su vida. Esas fuentes le han quitado el sueño durante años. Si tú le convences de que puedes devolverles el agua, se convertirá en tu más acérrimo defensor.
—¿Y qué puedo hacer para convencerle? Mi don tiene sus límites, y ni siquiera sé si funciona fuera de las aguas de Hydra.
—Yo sí lo sé: funcionará. Hay escritos antiguos, textos de hace muchos siglos, de la época en que Hydra y Decia formaban una sola nación. Los hidrios prefieren ignorarlos, pero nosotros estudiamos desde pequeños esos textos. Y todo el que los ha leído sabe que el origen de vuestros dones mágicos se encuentra en nuestras fuentes. Ambas cosas se hallan íntimamente ligadas, aunque la hostilidad entre ambos pueblos haya terminado rompiendo el vínculo. Pero tiene que ser posible restablecerlo… y, si alguien es capaz de obrar ese milagro, esa eres tú. Haz lo que te diga Luther, por favor. Con eso bastará… Lo demás vendrá solo, estoy seguro.
—Está bien. Colaboraré con ese hombre, si es lo que quieres. ¿Era eso lo que te preocupaba? Pues deja de preocuparte… Puedes volver a dormir.
Me vuelvo de espaldas bajo las sábanas y cierro los ojos, pero él no se levanta de la cama. Después de unos segundos me siento de nuevo, y nuestros ojos se encuentran en la penumbra, iluminada tan solo por las brasas de la chimenea.
—¿Qué pasa? ¿Se te ha olvidado algo? —le pregunto enfadada.
—Sí.
Y sin decir nada más, Edan se inclina sobre mí y me besa. Me besa largamente, tomándose su tiempo, sin la urgencia salvaje de la primera vez. Como si no hubiese ninguna prisa, como si el futuro nos perteneciera.
Me dejo arrastrar por la magia del momento y enlazo mis brazos alrededor de su cuello. Sé lo que significa este instante, y quiero disfrutarlo. Quiero grabarlo en mi memoria para siempre, porque sé que no volverá a repetirse. Nunca…
Es un beso de despedida.