CAPÍTULO 25
Desde la noche de la tormenta, Edan evita todo lo posible hablar conmigo. Creo que él tampoco es capaz de olvidar lo que pasó. O más bien, lo que no pasó. Nos dormimos el uno junto al otro, su brazo alrededor de mi cintura, su respiración en mi oído. Hubo un momento, al amanecer, en que sentí la tentación de darme la vuelta para besarle…, pero no lo hice. Sé que él lo deseaba tanto como yo, más aún, tal vez. Sé que se despertó bastante rato antes de levantarse y que permaneció muy quieto, apretándome ligeramente contra su pecho mientras yo me hacía la dormida. Pude oír con toda claridad los latidos desbocados de su corazón. Y sentí una rápida caricia en el pelo…
Pero la luz del sol deshizo la magia. Él creía que yo dormía aún cuando apartó las sábanas y se puso en pie. Se quedó inmóvil unos instantes junto a la cama, supongo que mirándome… No puedo saberlo con certeza porque no me atreví a abrir los ojos. El caso es que reaccionó después de unos segundos y se alejó hacia el biombo, donde había dejado colgadas sus ropas. Le oí mientras se vestía, y luego oí sus pasos en la escalera. Solo entonces me incorporé, y lo primero que hice fue mirar hacia la ventana. El horizonte era una línea recta entre el azul del mar y el naranja del cielo. Ni rastro de tormenta. Pensé en Ode, en su barco. ¿Hasta dónde estarán dispuestos a llegar para encontrarme? ¿Sabrán que Edan me lleva prisionera para entregarme a Kadar, el rey de Decia?
Desde la noche de la tempestad han pasado tres días, durante los cuales Edan apenas me ha dirigido la palabra. La primera mañana, justo después de traerme el desayuno, volvió a encadenarme, aunque tuvo la delicadeza de vendarme las muñecas y los tobillos con jirones de tela para evitar que los hierros me laceren la piel. Todas las noches, antes de dormir, me quita las cadenas y los vendajes y me cura las llagas con alcohol. En completo silencio…, ni siquiera me mira; es como si mis ojos le hiciesen daño. Las manos le tiemblan un poco mientras realiza toda la operación. A mí no; yo tiemblo solo por dentro.
Él no quiere sentir lo que siente, lo sé. Está luchando contra ello con todas sus fuerzas. Y yo… a veces le odio por ello, y otras veces se lo agradezco. Yo no soy tan fuerte como él. Si él no luchara, yo tampoco lucharía. Me dejaría llevar, y con eso lo único que conseguiría sería aumentar mi sufrimiento. Porque dentro de unos días, cuando Edan me entregue al ejército de su hermano, tendremos que separarnos para siempre. No existe un futuro para nosotros.
Sin embargo, a ratos me da por pensar que, ya que no tenemos un futuro, no deberíamos malgastar este presente. ¿Por qué insiste en alejarse de mí, en pasar casi todo el tiempo en cubierta? Ya ni siquiera baja a dormir. Solo viene para traerme agua y servirme las comidas, y se queda el tiempo imprescindible. Es cruel…, es cruel conmigo, y también consigo mismo. Sé que quiere estar a mi lado. ¿Por qué se tortura de esta manera? ¿Por qué me tortura a mí?
En cualquier caso, parece que esta tensión pronto llegará a su fin. Estamos a punto de tocar tierra. Edan me ha quitado las cadenas de los pies y me ha cambiado las de las muñecas por otras más cortas, que él sujeta continuamente. Me ha hecho subir con él a cubierta para mostrarme la costa.
—Hemos llegado —murmura, muy cerca de mí—. Bienvenida, Kira… Bienvenida a Decia.
Sé que no es lo que pretende, pero sus palabras suenan casi como una burla. «Bienvenida al lugar donde probablemente encuentres la muerte», eso es lo que debería decir…
A pesar de todo, no puedo dejar de admirar la belleza de los acantilados, que forman paredes verticales de roca rojiza, salpicada aquí y allá por oscuras grutas.
Atracamos en una minúscula cala, al abrigo de la brisa. No se ve ninguna aldea, solo piedras desnudas por todas partes. Es un paisaje sobrecogedor. La roca despliega toda clase de matices y formas, abrazando el mar con sus extrañas garras minerales. Edan sujeta mis cadenas a una argolla del mástil para poder moverse libremente mientras echa el ancla y hace las maniobras necesarias para acercar todo lo posible el barco a la playa. Aun así, nos separan al menos veinte pasos de la arena. Cuando regresa a por mí, Edan desprende mis cadenas del mástil y a continuación hace algo que yo no esperaba: me toma en brazos.
—Sé que adoras el mar, Kira, pero no puedo correr el riesgo de dejar que te roce siquiera. Yo te llevaré hasta la playa… si me lo permites.
Como si tuviera elección. Con los brazos encadenados alrededor de su cuello, dejo que me transporte en volandas hasta la playa. Mi peso no parece suponerle una carga excesiva. Avanza con rapidez, y el agua, que en un principio le llegaba a la cintura, pronto le alcanza apenas las rodillas. Se me ocurre que, antes de llegar a la arena seca, podría intentar desequilibrarle y hacerle caer. Entraría en contacto con el agua, y tal vez, si logro concentrarme, podría conseguir una metamorfosis parcial. Entonces estaríamos en igualdad de condiciones…
Pero no reacciono a tiempo, y mientras me lo pienso alcanzamos la playa. Edan me deja en el suelo con suavidad. Jadea levemente por el esfuerzo.
—Ahora tendremos que caminar un rato. Los caballos se encuentran al otro lado de esos acantilados —me explica—. Intentaré adaptarme a tus pasos… No quiero que te agotes, nos espera una jornada bastante dura.
—¿Hay alguien esperándonos?
—No, solo los pertrechos. Estamos lejos de la capital. Esta es una costa casi deshabitada… Cuando las fuentes sagradas se secaron, la gente de esta región tuvo que abandonarla para refugiarse en el interior. Allí al menos queda algo de agua dulce.
—¿Y los que te han enviado esos pertrechos no podían haberse quedado? —insisto—. ¿Quién te los envía?
—Alguien que conoce nuestro plan. Después nos dirigiremos a la fortaleza de Lugdor… No deberías hacer tantas preguntas —observa con aspereza.
—No te preocupes, pronto te librarás de mis preguntas —le digo, mirándole a los ojos—. Pronto te librarás de mí para siempre.
Edan clava la vista en los acantilados para evitar mi mirada.
—No hables así —murmura—. Cada vez que hablas así me rompes el corazón.
Me irrita su tono suplicante. Como si él fuera la víctima…, él, que es libre de hacer lo que quiera. Toda esta pesadilla podría terminarse ahora mismo, si a él le diera la gana. Pero no: su deber y su honor son más importantes que todo lo demás… Y para colmo, me habla como si fuese yo la despiadada.
—No me importa romperte el corazón —le espeto sin dejar de mirarle—. Al contrario, es lo que quiero. Ya que me envías a la muerte, al menos quiero verte sufrir por ello.
—No te envío a la muerte —replica con viveza—. Te prometí que no morirías y pienso cumplirlo. Al precio que sea, ¿lo entiendes? Te he dado mi palabra y la cumpliré.
—Vivir encerrada en una mazmorra es casi peor que morir. Yo no quiero eso, Edan.
—Ni yo tampoco. Pero hay otras opciones.
—¿Cuáles? —pregunto, y me acerco a él para impedir que una vez más rehúya mi mirada—. Tengo derecho a saber lo que me espera. Si me lo cuentas, será más fácil para mí. No es tanto lo que pido… ¿Qué opciones son esas?
Por un momento parece sopesar la posibilidad de darme una respuesta. Pero al final decide no hacerlo.
—Los prisioneros no tienen derechos —replica en tono jocoso—. Lo siento, Kira… Es pronto para hablar de eso. Cuando llegue la hora, lo sabrás.
Echamos a andar por la playa, que se prolonga en una ondulada marisma salpicada aquí y allá de arbustos negros. Resulta difícil avanzar por la arena. Los pies se me hunden en ella, y noto su ardiente calor a través de las delgadas suelas de mis zapatos. Edan intenta no forzar demasiado el paso, porque cada vez que acelera los tirones de la cadena me hacen tropezar.
—Mira bien a tu alrededor, Kira. Esto es Decia… Una tierra salvaje y áspera. Quizá algún día llegues a amarla como la amo yo.
—¿La tierra de mis enemigos?
Me observa un instante, sin detenerse.
—Eso puede cambiar.
No. Hay cosas que no cambian nunca. La hostilidad entre Decia e Hydra empezó hace generaciones, y no cesará así porque sí. Ni siquiera cuando el rey Kadar se case con Ilse… Nadie en Hydra se dejará engañar por esa farsa. Va a ser una invasión, una invasión disfrazada de alianza. No sé cómo afectará eso a los decios, pero estoy segura de que mis compatriotas no recibirán a Kadar con los brazos abiertos.
Seguimos caminando bajo el sol, velado por una tenue neblina dorada. El calor resulta insoportable, y no hay forma de protegerse de él… al menos hasta que llegamos a una estrecha garganta entre los acantilados. Altas paredes de roca se alzan a derecha e izquierda, proyectando sus sombras sobre nosotros. El terreno se vuelve pedregoso, y mis pies sufren continuamente cortes y magulladuras por los relieves afilados de los guijarros que vamos pisando. Pronto dejaremos atrás la costa.
Entonces pienso que cada paso que doy me aleja un poco más de la libertad, porque me aleja del mar. El mar es mi única salvación. Lo que Edan pretende es llevarme tierra adentro lo más rápidamente posible.
Él no sabe que un barco nos ha seguido desde Hydra, y que durante la tempestad llegó a estar bastante cerca de nosotros. No sabe que en ese barco viaja Ode… y con él, seguramente, otros nobles dispuestos a arriesgarse para devolverme a mi país. Si pudiera escapar y regresar al mar, antes o después los encontraría. Si pudiera escapar…
—Dijiste que una vez en tierra me quitarías las cadenas, pero no lo has hecho —le recuerdo—. Me resulta muy duro caminar así… ¿No podrías quitármelas?
Él mira hacia atrás. El océano todavía se divisa desde aquí, aunque pronto desaparecerá tras las paredes del acantilado.
—Es pronto aún —murmura, reanudando la marcha y obligándome a hacer lo mismo—. Mañana…, cuando hayamos cubierto al menos una jornada a caballo.
Mañana. Piensa que para entonces ya no tendrá que preocuparse, porque habremos recorrido tanto camino que no seré capaz de regresar a la costa.
Tanto mejor. Así le pillaré desprevenido. Esperaré a que se duerma y escaparé. Tengo que fijarme muy bien en el relieve para no perder las referencias. Sé orientarme en el mar siguiendo el curso de las estrellas… En tierra no debe de ser muy distinto.
Esta vez no habrá improvisaciones. Dispongo de un día entero para pensar cada detalle de mi plan. Le haré creer que estoy exhausta. Conseguiré que vayamos más despacio de lo que él se propone. Así, cuando escape, tendré que cubrir una distancia menor hasta llegar a la costa.
Me gustaría que las cosas fueran distintas. Ojalá esta tierra salvaje e inhóspita que él ama tanto pudiese convertirse también en mi hogar. Desgraciadamente los dos sabemos que eso es imposible. Me espera una vida de esclavitud, acaso algo peor.
Al menos tengo que hacer un último intento por evitar ese destino. No voy a ponérselo fácil…
Esta vez no.