CAPÍTULO 15
—¿Qué has desayunado hoy? No pareces la misma —me pregunta Hader complacido—. Voy a tener que improvisar nuevos ejercicios, vas demasiado deprisa para mí.
Me sacudo el pelo mojado hacia atrás y me vuelvo hacia él sin disimular mi sonrisa. Aunque quisiera, no sabría explicarle qué es lo que ha cambiado. Supongo que tiene algo que ver con lo que me propuso hace un par de días la dama Ilse. De repente, me di cuenta de que podía perder todo esto sin tan siquiera haberlo disfrutado. Fue como una revelación… Comprendí que al menos debo intentarlo. Y es lo que estoy haciendo desde entonces.
Los resultados empezaron a verse ayer por la tarde. Repetí con Hader el entrenamiento de las piedras preciosas, y logré armonizar el color y el brillo de las aguas con su aspecto en todas las pruebas. Hader me observaba estupefacto, como si no pudiera dar crédito a sus ojos.
—¿Qué te dijo la dama Ilse para provocar una mejora tan asombrosa en tan poco tiempo? —me preguntó al final de la tarde—. ¿Te hizo promesas o te amenazó? Debió de ser algo muy impresionante para hacerte reaccionar de esta manera.
—Solo me ha hecho pensar —contesté, recordando la advertencia que había recibido—. Creo que me estoy dando cuenta de que esto es importante para mí, más importante de lo que yo creía.
El entrenamiento de esta mañana ha sido con música. Hader llegó al gimnasio acompañado de una joven arpista que se ha pasado varias horas tocando diferentes piezas para que yo armonice el aspecto de las aguas con su ritmo y sus melodías. Ha resultado más fácil de lo que yo esperaba. Siempre he adorado la música, y transmitir sus cualidades al agua de la piscina era como bailar adaptándome al compás. Ni siquiera suponía un esfuerzo…
Poco antes del almuerzo, Ode vino a hacernos una pequeña visita. Acababa de terminar su sesión de la mañana con los novicios de la hermandad de la Percepción y estaba muy satisfecho con su trabajo. Cuando vio los resultados que estaba obteniendo yo, se puso de acuerdo con la arpista para cantar un par de piezas muy famosas en Argasi. El añadido de su voz tendría que haber complicado mi tarea, pero no fue así. Al contrario… En los dos casos logré una transformación espectacular de la piscina. Las aguas cambiaban sutilmente de color en respuesta a la música, y sus movimientos eran como una danza.
Ode y la arpista acaban de irse y Hader me mira con aire pensativo, planteándose qué hacer conmigo en las tres horas de entrenamiento que nos quedan.
—No sé si no me estaré precipitando, pero ¿sabes lo que creo? Creo que ya estás lista para intentar una metamorfosis parcial.
—¿Una metamorfosis parcial? ¿Qué es eso?
—Empezaremos con las extremidades. El objetivo es dejar que la conversión progrese hasta que tus manos y tus pies se unan al agua, y una vez conseguido esto interrumpirla ahí. La mayor parte de ti seguirá siendo humana… Hace falta un gran control para lograr eso.
—Si es tan difícil, a lo mejor deberíamos dejarlo para más adelante —sugiero, un poco asustada—. Hoy estoy muy contenta con los progresos que he hecho y, si ahora fallo, volveré a perder la confianza.
—Pues yo creo que debes intentarlo, Kira. Los acontecimientos se están precipitando, los barcos de Decia llegarán en cualquier momento. Si podemos forzar el ritmo contigo, será mejor para todos. Tengo una idea: entrenaremos en el muelle abandonado del hayedo. Hace años que nadie va por allí.
—¿Es que no quieres que nadie nos vea?
Lo he preguntado sin pensar, pero Hader no se lo toma a la ligera.
—En un lugar tan complicado como este palacio, nunca se sabe dónde puede esconderse un traidor —me explica bajando la voz—. Personalmente, creo que sería mejor mantener tus nuevos logros en secreto. Por si acaso…, solo por si acaso.
Descendemos juntos al gran parque, y Hader me conduce por un sendero que pronto se vuelve estrecho y descuidado, y que se dirige hacia una parte del lago que hasta ahora no habíamos visitado nunca.
Aunque el palacio tiene la forma de un anillo que rodea al lago sagrado por todas partes, las dependencias del lado sur apenas se utilizan. Hader me ha contado que albergan sobre todo almacenes llenos de provisiones y suministros de todas clases, por si se produce un asedio. Según él, la ciudad de Argasi podría resistir sitiada más de un año con todo lo que se guarda en esas habitaciones. Ninguna de ellas tiene ventanas al lago, de modo que la guardia especial que vigila esa parte del edificio no podrá espiar nuestros entrenamientos.
Antes de llegar a nuestro destino, cruzamos un bosque de hayas cuyas copas parecen atravesar distintas fases de su ciclo anual, porque algunas exhiben hojas doradas o rojizas, mientras otras aún despliegan el espléndido verdor de la primavera.
—La hermandad de la Memoria ha estado practicando aquí últimamente —comenta Hader señalando los distintos colores de los árboles—. Sin embargo, han salido en un barco escuela para empezar con su programa de inmersiones. Tal vez tengan que regresar antes de tiempo, por culpa de la guerra. Si nos atacan, habrá que dejar a un lado la programación normal de entrenamientos. Ya estamos llegando, falta muy poco. Esta zona del palacio es la última que tiene ventanas, aunque, como ves, no son muchas. Y las que hay no ofrecen grandes vistas, con esos barrotes… Pertenecen a las mazmorras.
La cárcel. Edan debe de estar ahí dentro. Quizá ahora mismo se encuentre asomado a una de esas ventanas sin vernos; las copas de los árboles nos protegen de cualquier mirada indiscreta. Mejor así; no quiero pensar en él. Por su culpa perdí la concentración y he estado a punto de tirar por la borda la oportunidad más fascinante que se me ha presentado en la vida. Fue Edan quien hizo que me sintiera tan confusa, tan perdida en Argasi… Intentó minar mi confianza, convencerme de que este no es mi lugar, de que soy una prisionera como él, incluso de que tengo enemigos. Todo formaba parte de una estrategia, ahora me doy cuenta. Quería que me sintiese débil y acobardada para hundirme en los entrenamientos. Casi llegó a convencerme de que sin él estaba en peligro, completamente desvalida.
Recuerdo la última noche que se presentó en mi casa y las imágenes me resultan irreales, como si formasen parte de un sueño. Pero ahora estoy despierta; y no pienso dejar que vuelva a hipnotizarme con su agradable voz y su seductora sonrisa. Si vuelve a intentarlo, me defenderé… No dudaré en hacerlo.
—Es aquí —me anuncia Hader mostrándome un muelle de tablas de madera que necesitan una buena mano de barniz—. Ya te dije que apenas se utiliza… Por eso es justamente lo que estábamos buscando.
Los árboles crecen casi al borde del lago, y sus copas verdes, doradas y rojas se reflejan plácidamente en sus aguas tranquilas. Hader me señala una oxidada escalerilla de hierro a un lado del muelle de madera.
—Empezaremos con unos ejercicios de respiración. Intenta visualizar la transformación de tus pies y de tus manos mientras el resto de tu cuerpo permanece inalterable. ¿Estás visualizándolo? Kira, no te precipites…
Quizá debería hacerle caso, pero me invade una extraña confianza. El lago me está llamando, no con la urgencia de la primera vez, sino más bien como una tímida invitación a que me una con él. Dejo que la túnica de inmersión flote a mi alrededor mientras desciendo uno a uno los peldaños de hierro. Ahora sí, ahora puedo imaginar sin ningún esfuerzo cómo mis pies y mis manos se transforman; el resto de mi cuerpo conserva su apariencia habitual.
Y sucede…
Es muy distinto a las otras dos veces. Noto cómo los pies se me van deshilachando en hebras de líquido que suavemente se entretejen con el agua del lago. Ocurre lo mismo con mis manos. Ahora soy yo y el agua a la vez. Conservo todo el control de un ser humano corriente y, al mismo tiempo, mi organismo se prolonga en dos extremidades invisibles disueltas en el líquido que me rodea.
Decido hacer un pequeño experimento. Pienso en el rubí con el que estuve trabajando en las pruebas de ayer y transmito su recuerdo a mis manos transparentes. El agua empieza a brillar a mi alrededor con un maravilloso fulgor del color de la sangre. Entonces imagino una perla y, rápidamente, la superficie del agua adquiere un resplandor sedoso, nacarado. Es tan fácil como hablar, como andar. Forma parte de mí.
Es mi don… y lo estoy controlando.
Hader me deja seguir mis impulsos, sonriendo beatíficamente en la orilla. Juego un rato más con los colores del agua y de pronto decido intentar algo diferente. Imagino una ola que asciende en vertical y poco a poco se transforma en una hélice líquida, como en uno de esos surtidores fantásticos que adornan las plazas de la ciudad. Empiezo a mover las manos y a provocar dentro del agua la combinación de fuerzas que termina haciendo realidad la imagen que estaba pensando. El chorro se eleva elegantemente hasta superar en altura a las copas de los árboles más altos de la orilla.
—Demasiado llamativo, Kira —me advierte Hader alarmado—. Deshazlo…
Y es tan fácil como dejar de mover mis manos líquidas. El agua de la hélice cae como una cascada sobre mí, golpeándome con violencia el rostro y el cabello. Todavía continúo jugueteando con débiles efectos de forma y color durante un rato, hasta que me siento cansada. Supongo que esa hélice líquida que he creado ha consumido casi todas mis energías.
Cuando salgo del agua, Hader me tiende una toalla y me observa en silencio mientras me seco. Esta sensación de agotamiento es deliciosa. Un bienestar desconocido se ha instalado a la vez en mi organismo y en mi mente. No deseo volver al agua, por ahora. Pero conservo esa exaltación del baño, incluso después de cambiar la túnica de inmersión por mis ropas normales.
En la carroza que me lleva de regreso a mi casa, el traqueteo de las ruedas consigue adormecerme. Creo que durante unos instantes incluso he llegado a soñar. Me veía a mí misma en una carroza líquida, con majestuosas ruedas de cristal que en realidad no era cristal, sino el agua más pura y transparente. Y yo viajaba dentro, protegida de cualquier amenaza por el líquido del vehículo, completamente segura.
Ha sido un sueño reconfortante. Y sin darme cuenta, resulta que ya he llegado a casa. Bajo de la carroza todavía un poco aturdida y la contemplo alejarse por la calle empedrada. Las plumas blancas que adornan la cabeza de los cuatro caballos sobresalen por encima del vehículo.
Me abre ese mayordomo cuyo nombre nunca recuerdo, y al verme me hace una profunda reverencia.
—Bienvenida, dama Kira. Espero que hayáis tenido un buen día hoy.
—Excelente. Y tengo un hambre espantosa. ¿Está preparada ya la cena?
El buen hombre se queda desconcertado.
—Iré a preguntar en las cocinas. Como no tenéis costumbre de cenar, tal vez no hayan hecho demasiados preparativos… Lo remediarán en un instante. Mientras tanto, puedo enviaros a Lisa para que os ayude a cambiaros de ropa.
—No, gracias, no será necesario. Antes de cambiarme, creo que voy a tumbarme un rato. Que alguien me avise cuando la cena esté lista.
Mientras subo las escaleras, admiro una vez más el encaje de ramas que forman los canales sobre el suelo del vestíbulo. Esta casa es preciosa, y yo he sido una estúpida por no disfrutar más de ella. A partir de ahora, voy a pedirle a Hader que me deje salir un poco antes de los entrenamientos para llegar a tiempo de pasar un rato en el patio, leyendo. Tengo una biblioteca propia y ni siquiera la he estrenado todavía…
Pero todos esos planes se esfuman rápidamente cuando entro en mi dormitorio, porque allí, de pie frente a la chimenea, me está esperando Edan.