CAPÍTULO 22

No sé qué hora será. Oí dar las tres de la madrugada en un reloj de palacio, cuando aún estaba bailando con Ode. Hasta que me subí a la carroza no me di cuenta de lo cansada que estaba. Allí dentro, era como si no pudiese dejar de bailar.

Tras hablar con la dama Ilse, tuve que saludar a los jefes de las otras hermandades y a varios miembros del Gran Consejo que querían felicitarme personalmente. Uno de ellos, un anciano de rostro campechano y vivarachos ojos grises, me invitó a bailar. Después vinieron otros… Hicimos una pausa para pasar al salón de banquetes, donde me tocó sentarme junto a la dama Greta. Fue una cena muy larga, en mi opinión, y la verdad es que yo no tenía demasiada hambre. Supongo que, con tantas emociones, se me ha quitado el apetito. De todas formas, probé uno de los asados de ciervo y un hojaldre relleno de frutas.

De vuelta al salón de audiencias, Ode acudió una vez más a rescatarme. Estaba empezando a hartarme de bailar con ancianos solemnes más pendientes de sus pies que de su pareja. Con Ode me reí muchísimo. Empezó a describir las caras de todos aquellos ancianos cuando vieron formarse desde el muelle la gran cúpula de agua. Una dama de los Sueños por lo visto se desmayó. No es divertido, lo sé, pero Ode consiguió que lo pareciera. Entre baile y baile me convenció para que me tomase una segunda copa de ponche. Supongo que estoy algo achispada…, aunque según él se trata de una bebida muy floja.

Cuando me apeo de la carroza, me fijo en la fachada de mi casa, extrañada. ¿Qué es lo que noto diferente? Ah, ya sé: la luz… Lisa siempre deja las lámparas del vestíbulo encendidas para mí. ¿Por qué hoy no lo habrá hecho? O quizá lo que ocurre es que las velas se han ido apagando una a una, después de tanto tiempo. Debe de ser tardísimo.

Estoy a punto de llamar a la puerta principal cuando noto que está entreabierta. Bueno, tanto mejor: así no tendré que despertar a nadie. En lugar de cerrarla, la dejo abierta para que la claridad de la luna se filtre en el vestíbulo y me permita atravesarlo sin tropezar. A fin de cuentas, hace una noche estupenda. No entra frío… Y no pasará nada por dejar la puerta así el resto de la noche.

La luz de la luna me basta para ver por dónde voy; aun así… tropiezo en la escalera y me echo a reír como una tonta. ¿Qué pensaría Lisa si me viera? A lo mejor me está espiando. Después de lo que me contó ayer, durante la prueba del peinado, no me extrañaría nada… Intento erguirme todo lo posible y subir el resto de los escalones con gesto digno.

Una vez arriba, sigo caminando de la misma manera hasta llegar a mi habitación. Sin embargo, en cuanto cierro la puerta tras de mí, echo a correr como una loca y salto sobre la cama. Creo que me he pisado el vestido y le he hecho un desgarrón, pero no me importa. ¡Por fin en casa! Hundo la cara en la almohada y me río bajito. Ha sido una noche mágica… Una noche mágica después de una tarde perfecta.

Entonces lo oigo: clap, clap, clap…

Alguien está aplaudiendo desde una de las butacas que hay frente a la chimenea.

Me siento en la cama con el corazón desbocado. Está ahí… No puedo verle bien la cara con esta oscuridad, pero conozco esa silueta. Se trata de Edan.

—Enhorabuena, Kira —me dice sin alzar la voz—. Has estado magnífica.

Intento distinguir sus ojos, pero la luz de la luna que se filtra por la ventana ilumina tan solo la parte inferior de su rostro, dejando el resto sumido en las sombras.

—¿Estabas allí? —pregunto. La voz me tiembla, no sé exactamente por qué—. ¿Lo viste?

—No me permitieron verlo, pero sé que fue espectacular. Felicidades… No esperaba menos de ti.

Supongo que me está mirando, y que puede distinguirme con más claridad que yo a él.

—Yo… pensaba que no volvería a verte. Pensaba que no querrías volver a saber nada de mí —digo atropelladamente—. La otra tarde, en la cárcel, no quisiste que te visitara.

—Tienes que entenderlo. Era demasiado humillante para mí. Encerrado en una celda mugrienta y húmeda… No es así como quiero que me veas, Kira.

—Entonces, ¿fue por eso? Pensaba que estabas furioso conmigo. Que nunca me perdonarías…

—No me ha resultado fácil. No esperaba que me traicionases, ¿sabes? Por lo general suelo ser bastante precavido, pero esta vez… no lo vi venir.

Por fin se me han acostumbrado los ojos a la oscuridad, y ahora sí puedo ver los suyos. Su expresión es seria… incluso triste. Quizá aún no me haya perdonado del todo. Pero está aquí…, al menos está aquí.

—Edan, fue un error —digo con torpeza—. Aquella noche no debí denunciarte, pero me asusté. Supongo que tuve miedo de dejarme arrastrar por ti; o más bien, por mis sentimientos. Yo… lo siento, sé que te he hecho daño.

Él tarda unos segundos en contestar.

—Lo sé; sé que estás arrepentida. Si no, no habría venido hoy aquí. Necesitaba hacer las paces contigo, Kira. No quiero que vuelvas a dudar nunca… A partir de esta noche, todo será distinto. Confiaremos el uno en el otro. Por favor, dime que estás de acuerdo.

—Estoy…, estoy de acuerdo —consigo balbucear.

Por fin aflora una sonrisa a sus labios.

—No sabes cuánto me alegro. Tenía miedo de que no aceptaras. Aunque no habría venido si no hubiera pensado que tú también…, que deseabas hacer las paces tanto como yo. Mira… Hasta he traído vino de especias, para celebrarlo.

Se acerca a la cama y se sienta confiadamente a mi lado. Es cierto, tiene una botella pequeña en la mano. ¿Cómo la habrá conseguido? Quizá no debería beber más, después de esos dos ponches. Pero no quiero herirle… Acepto la botella y bebo un trago mientras él me mira complacido.

El sabor de este vino es delicioso. Nunca había probado algo tan fuerte y delicado a la vez. Siento un calor inmediato dentro del pecho. Ahora es Edan quien bebe. Solo un instante…

Luego, aparta la botella de los labios y me da un beso.

Nuestros labios solo se rozan un momento. Luego, él me acaricia una mejilla y se aparta suavemente de mí. Con una mano, deshace diestramente una de las trenzas que sujetan mi peinado. Una cascada de bucles me cae sobre los hombros.

—Estás preciosa —murmura—. No te preocupes, Kira, solo quiero mirarte. Antes de conocerte, nunca creí que pudiese existir tanta belleza. Casi resulta doloroso.

De pronto recuerdo las palabras de Lisa.

—Pues yo he oído que eres muy aficionado a la belleza, en general —digo, evitando su mirada—. Dicen que admiras especialmente la de una importante dama de la corte.

Edan arquea las cejas.

—¿En serio? ¿Quién?

—Pues… la dama Leila, del Triunvirato.

Suerte que a la luz de la luna no puede notar mi rubor. Edan se echa a reír… Parece que mi acusación le hace muchísima gracia.

—¿Leila? Qué estupidez. ¿Dónde has oído algo tan ridículo?

No sé si alguna vez había sentido tanta vergüenza. Esto es muy embarazoso.

—Yo… Me lo contó mi doncella, Lisa.

—No debes escuchar nunca los cuentos de las doncellas. Son siempre medias verdades…, algo mucho peor que las mentiras.

—¿Medias verdades? O sea, que en el caso de Leila, hay algo de verdad.

Sus ojos claros se clavan en los míos.

—No exactamente. Digamos que hay algo de cierto en el rumor… o lo hubo. Y no con Leila. Nunca ha sido con Leila.

—Háblame más claro, por favor… No sé qué quieres decir.

De repente es como si lo viese desenfocado. Y no solo a él, también los muebles que hay a su alrededor. El vino, seguramente…, debe de haberme sentado mal.

—Da igual lo que hubiese antes. Ahora solo estás tú —me dice Edan. Se acerca un poco más a mí y me mira con una intensidad extraña—. Solos tú y yo, Kira. Así será durante bastante tiempo… Habría podido ser de otra manera, lástima, no me has dejado elección.

No sé por qué, sus palabras me asustan. Ojalá pudiera ver su rostro con claridad. Creo que voy a vomitar.

—Edan, me encuentro mal. No quiero echarte, pero me siento mal de verdad. A lo mejor deberías volver otro día.

—No, Kira. No voy a irme. Al menos, no sin ti.

—Pues yo no puedo ir a ninguna parte ahora. Todo me da vueltas. El vino me ha sentado mal, estoy mareada.

—Lo sé. No te preocupes, pasará pronto.

—¿Lo sabes?

Le miro sin entender. Y de repente, lo entiendo todo.

—El vino —digo. Tengo que cerrar los ojos, porque cuando los abro es como si la habitación entera girase a mi alrededor—. Tenía algo.

—Tenía algo, sí —replica Edan serenamente.

Cada vez me cuesta más trabajo mover los labios. Tengo que esforzarme para seguir interrogándole. Tengo que saber…

—¿Voy a morir? —consigo articular con voz pastosa.

—No, Kira. No si tú quieres vivir. Depende de ti.

—Me has envenenado… Quieres que yo… muera…

—Ya te he dicho que no. Pero da igual si no me crees. ¿Puedes oírme todavía? Kira…

Le oigo de lejos, pero lo que no consigo es hablar. Mis músculos no me responden.

—Pronto pasará —murmura con tristeza—. Lo siento, no sabes cuánto lo siento. Tú me has obligado a hacer esto… Si hubieses confiado en mí…

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