CAPÍTULO 21

La brisa acaricia mis mejillas y agita los faldones de encaje de mi vestido. El barco ceremonial se dirige velozmente hacia el centro del lago, hendiendo las aguas con su afilado casco de madera. El color de las velas acaba de virar del negro a un intenso azul turquesa. Las he visto un instante, al volverme. Y también he visto los rostros solemnes de las damas del Triunvirato, que están justo detrás de mí, sentadas en sus tronos. Las tres han ignorado mi mirada… como si yo fuera transparente. Tal vez sea una exigencia del protocolo.

El barco aminora un poco su velocidad al aproximarse al punto de destino. Por fin echamos el ancla. Se oyen rumores excitados en las filas de las seis hermandades. La inmersión ritual está a punto de comenzar… Guiados por jóvenes pajes con casacas y boinas de terciopelo púrpura, los nobles van colocándose por orden sobre las plataformas de madera instaladas en la popa. Tres arpistas afinan sus instrumentos en el centro de la cubierta, y a continuación empiezan a interpretar una hermosa e inquietante melodía. Las damas del Triunvirato se ponen en pie y miran a los que están a punto de sumergirse. Al unísono, emiten un grito agudo y salvaje que señala el comienzo de la ceremonia.

Aún no se han apagado los ecos de ese grito inhumano cuando las velas, ahora de un azul profundo, se llenan de chisporroteos de luz. Los nobles van saltando al agua por filas. Alrededor de cada cuerpo, la espuma teje una aureola blanca y brillante, de la que poco después emerge un fogonazo de escamas metalizadas: en unos casos su color es rojo, en otros verde, azul, violeta, plateado o dorado. Los nobles metamorfoseados hunden sus cabezas en el agua, y nadan bajo el casco del barco o se alejan de él para perseguirse unos a otros en círculos. Su silencio contrasta con la melodiosa tristeza de la música que llena la cubierta. Poco a poco, el agua se ilumina por dentro con reflejos de todos los colores. Las damas permanecen erguidas mirando al agua desde sus tronos, y de vez en cuando repiten su extraño alarido. Cuando ya se han sumergido casi todos los nobles, un paje me lleva de la mano hasta mi plataforma, que se encuentra sobre el mascarón de proa. Ha llegado el momento de saltar…

El agua está fría, eso es lo primero que pienso al hundirme. Me sumerjo completamente en el líquido azul, y en cuanto logro volver a la superficie comienzo la secuencia de trucos y movimientos que he ensayado estos días con Hader.

Primero dejo que mis manos se fundan con el agua. Luego permito que ocurra con mis cabellos. Al unirse con ellos, el agua se va transformando en un complejo trenzado de fibras transparentes. Desde el barco, algunos miembros del Consejo aplauden, pero no debo dejar que me distraigan. Ahora toca mostrar los efectos de surtidor. Junto las manos, cierro los ojos y canalizo toda mi fuerza mental hacia el cielo. El agua asciende desde mis manos casi hasta la altura del palo mayor, para luego caer formando un arco perfecto alrededor del barco. Nuevos aplausos, pero es mejor que no los escuche… El espectáculo debe continuar.

Ha llegado el momento de que mis piernas se transformen. Aunque ya no las veo, siguen ahí, convertidas en una poderosa cola que al agitarse forma altas olas blancas. Guío esas olas con mi pensamiento hacia cada uno de los nobles que se han metamorfoseado durante la ceremonia y ordeno que los envuelvan en un abrazo protector. En torno a cada cuerpo se forma un anillo de agua dorada.

Ahora ya no oigo la música ni los aplausos del barco. Estoy cada vez más unida al agua, y es su música la que me impulsa. Sé que lo que tengo que hacer me dolerá, porque me obligará a enfrentarme con mis sentimientos. Dejo que la tristeza de estos últimos días fluya con el agua, y siento cómo va saliendo de mí. El agua se vuelve de un azul oscuro y luminoso como un zafiro. No puedo dejar que toda esa tristeza se desboque: debo controlarla… Puedo controlar su fuerza. Me concentro hasta que la superficie del lago se vuelve tan lisa y quieta como un espejo. Aquí está: mi dolor se ha convertido en una joya líquida dentro de la cual los nobles flotan protegidos por los halos de oro que he creado para ellos.

Con esta demostración termina la parte más bella de mi espectáculo. Hader quería que la segunda mitad de mi actuación fuese todo un despliegue de fuerza. Ayer estuvimos ensayando cómo sacar esa fuerza de mi interior: solo necesito evocar un recuerdo que me provoque una oleada de sentimientos negativos. La escena en la cárcel, cuando Edan se negó a recibirme, sirve a la perfección para este propósito. Dejo que mi rencor hacia Edan se entreteja con la sensación de culpa que me invade al pensar en él. Y siguiendo las enseñanzas de Hader, permito que el agua arrastre fuera de mí ese rencor y esa culpa, y que se nutra de su impulso para formar paredes líquidas tan altas como los muros del palacio.

Son olas verticales de una altura casi imposible de imaginar, que cercan al barco por todas partes. Oigo algunos gritos: la gente está asustada… Pero el número no ha terminado aún: con mis pensamientos, guío los muros de agua para que formen un círculo cada vez más pequeño, hasta que amenazan con encerrar completamente a la embarcación. Los gritos suben de tono. Ya no es miedo, sino terror lo que transmiten. Sin embargo, no me dejo influir por ellos. Todavía falta el efecto final. Por encima del barco, cierro los muros líquidos hasta formar una altísima cúpula. Si yo quisiera ahora, podría hacer caer este edificio de agua sobre el navío y hundirlo para siempre en el fondo del lago. Las tres damas del Triunvirato serían historia. Las tres, incluida la supuesta amante de Edan… sea quien sea.

Por fortuna, consigo dominar ese impulso destructor. Atraigo a las aguas hacia mí con suavidad, y la bóveda líquida se abre, transformándose en un tubo que va destejiéndose rápidamente en una sucesión de espirales cuyos remolinos se alejan en todas direcciones. Hago que uno de esos remolinos se sitúe justo debajo de mí y me eleve hasta la altura de la proa. Recupero la forma humana de mis extremidades en el mismo momento en que la hélice de agua se repliega… y caigo sobre las tablas de la cubierta, extenuada.

Los aplausos proceden a la vez del barco y de las aguas. No se terminan nunca. Los nobles empiezan a replegarse, regresando en grupos de dos o tres a las plataformas. Todos los ojos están clavados en mí. He hecho lo que se esperaba que hiciera. Hader no está en el barco, pero si se encontrase aquí me felicitaría por mi trabajo. Las cosas han salido bien. Ahora, la nobleza de Argasi sabe que puede contar conmigo para defender sus aguas y transformarlas en un arma contra la flota decia.

Es una lástima que no hayan traído a Edan a presenciar la ceremonia.

Durante la travesía de regreso a la orilla nadie me dirige la palabra. Mi puesto es el mismo que antes, delante de las damas del Triunvirato. Al menos alguien ha tenido la previsión de ofrecerme un cómodo sillón forrado de seda para que descanse. Es un alivio, porque después del esfuerzo que he hecho, no sé si sería capaz de tenerme en pie.

Detrás de mí, las damas del Triunvirato se mantienen tan calladas como durante el trayecto de ida. Me pregunto qué estarán pensando. ¿Será cierto lo que me contó Lisa? Leila… No puedo imaginármela junto a Edan, me hace demasiado daño. Además, ¿qué sentido tendría? Una relación con el rehén enemigo solo podría perjudicarla. No creo que se arriesgase tanto. Si la descubrieran, perdería su cargo… Incluso podría perder la vida, en caso de ser juzgada por traición a Hydra.

Por fin llegamos a la costa, donde nos espera la multitud de nobles que no han participado en la ceremonia. Estalla un coro de aplausos mientras el barco atraca en el muelle. Todos han visto la cúpula líquida de mi actuación, y están eufóricos. Corean mi nombre, y gritan «vivas» a la Reina de Cristal. Mientras recorro la alfombra negra que conduce desde el embarcadero hasta la entrada del gran salón de audiencias, puedo ver a ambos lados los rostros sonrientes que me contemplan como si viesen en mí a su salvadora. Algunos tienen los ojos llenos de lágrimas.

Junto al arco de acceso al gran salón me está esperando Hader. Sin decir nada, me abraza. Detrás de él, Ode arquea las cejas, sonriendo.

—¿Lista para bailar, Kira? —me pregunta.

Es como si me quitaran un peso de la boca del estómago. Para Ode, soy la misma de siempre. Por fin alguien que no parece a punto de arrodillarse al verme… Prácticamente me arrojo en sus brazos.

—Bailemos —le ruego—. No he bailado nunca, pero si pudiste enseñarme a nadar, supongo que también podrás enseñarme esto.

—Es un poco más difícil, pero lo intentaremos. Anda, ven… Debes de estar harta de que todo el mundo te mire.

Nos despedimos de Hader, que nos sigue con la vista, preocupado. ¿Estaremos rompiendo alguna norma de protocolo? No lo creo; de ser así, alguien me avisaría.

Bailar es más sencillo de lo que yo creía: solo hay que dejarse llevar por la música y repetir una y otra vez los mismos pasos. Ode se las arregla para que mis equivocaciones no se noten demasiado. Con cada pieza me enseña uno o dos pasos nuevos. Después de la cuarta melodía, ensayamos un giro. Creía que estaba cansada, pero bailar me hace sentir tan ligera como si volase. Cada vez que giramos, Ode me levanta prácticamente en volandas. Entre pieza y pieza la gente aplaude. Muchas personas nos observan, pero nadie se acerca a nosotros. Mejor… Si tuviera que bailar con otro que no fuera Ode, me sentiría incómoda.

No voy a negar que he buscado a Edan con la mirada. No está entre las parejas que participan en la danza, ni tampoco en los corrillos que se han formado junto a las mesas repletas de dulces y refrigerios. Supongo que esta vez no habrán juzgado necesario que sea testigo de mis habilidades… Aunque es posible que haya visto la cúpula de agua desde su celda.

Cuando nos cansamos de bailar, Ode me conduce a un rincón junto a la mesa del ponche. No estoy acostumbrada a beber, de modo que acepto tan solo la primera copa. Ode bromea con mi actuación de hoy, aunque yo sé que en el fondo está tan impresionado como los demás.

—Cuando hiciste lo de la cúpula, por un momento creí que se desplomaría sobre el barco. Eso sí que habría sido un espectáculo, Kira. Las tres damas ahogándose bajo una catarata de agua que cae desde ninguna parte… Reconoce que habría valido la pena.

—No creas que no se me ocurrió —contesto riendo—. Pero no me lo habrían perdonado nunca. Sobre todo por sus peinados…

—Estoy seguro de que pasaron miedo.

Estoy a punto de contestarle cuando noto una advertencia en su mirada. Al volverme, veo a uno de los pajes vestidos de escarlata justo detrás de mí. ¿Nos habrá oído?

—Perdonadme, dama Kira. La dama Ilse desea hablar un instante con vos. Me ha ordenado que os acompañe hasta ella.

Mi buen humor se esfuma de inmediato. ¿La dama Ilse? ¿Qué quiere de mí? Imagino que no estará muy contenta después de comprobar que se ha equivocado en sus pronósticos. Resulta que no soy el fracaso que esperaba… ¿Intentará vengarse de mí por eso?

La dama me espera en una de las galerías del salón cuyos arcos dan hacia el parque. Está sentada sobre la barandilla de piedra, en actitud relajada. Cuando me acerco, viene hacia mí y hace algo que yo no me esperaba en absoluto… Me abraza y me da un beso en la mejilla.

—Kira, gracias —dice, mirándome con ojos radiantes—. Gracias por haber decidido lo correcto. Hoy me has demostrado que tenías razón. Tu sitio está aquí. Mis temores eran ridículos… Has superado las expectativas de los más optimistas.

—Entonces, ¿no estáis enfadada conmigo?

—¿Enfadada? Al contrario, ¡te estoy agradecida! Tú has impedido que cometa un error gravísimo, un error que nos podría haber costado muy caro. Si te hubiese devuelto a la aldea…, ¡qué gran Reina de Cristal habríamos perdido! Tú eres nuestra esperanza, Kira.

—Dama Ilse, yo… no sé qué decir.

—Dime que esto es solo el principio. Dime que nos ayudarás a barrer a esos decios para siempre de nuestras costas. Sobre todo, dime que no te echarás atrás cuando las cosas se pongan feas. Hoy has demostrado que eres valiente.

—Intentaré estar a la altura de lo que se espera de mí.

—Espléndido —la dama aplaude brevemente, entusiasmada—. Solo quería que supieras que, a partir de ahora, mi fe en ti será inquebrantable. Te apoyaré siempre que me necesites. Y es posible que llegues a necesitarme… Te queda un largo camino por delante, y lo más difícil está por llegar.

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