Nassau

Nunca había visto a tantos juntos, —susurré.

No debería haber hablado, porque, aunque creía que mis palabras eran apenas audibles, uno de los Freaks me oyó. Se volvió loco, golpeando repetidamente el cristal hasta que este empezó a quebrarse.

—¡Arriba! —gritó Fade—. Saben que estamos aquí. Coge tus armas.

Para mi consternación, no había espacio para usar el garrote, así que tendría que usar las dagas. Gracias a Thimble encajaban perfectamente en las palmas de mis manos. Cuando el cristal cedió, me aovillé hasta los pies. El Freak introdujo su torso dentro del vagón y me lancé hacia su yugular. Dos tajos gemelos abrieron su cuello y su repugnante sangre manó a borbotones. Se quedó colgando en la ventana rota, como un grotesco mecanismo de bloqueo, hasta que otro Freak comenzó a despedazarlo. Unos pocos empezaron a comérselo; el resto era evidente que trataban de apartarlo para llegar hasta nosotros.

—¿Cómo de serios son nuestros problemas? —El que estaba en el techo comenzó a saltar, como si su peso fuera capaz de atravesar el metal.

—Depende de lo inteligentes que sean.

—¿Has estado en una situación así antes?

Increíblemente, sonrió. —Dudo que nadie lo haya estado.

¿Por qué Silk tenía que asignarme a un compañero que estaba loco? Con tantos Cazadores formales y experimentados entre los que escoger y me tocaba Fade. La vida era injusta.

El hedor me golpeó como un garrote; los Freaks habían despedazado al que colgaba de la ventana. Al menos la mitad de ellos entraron en un frenesí devorador. Se abalanzaron sobre el cuerpo, desgarrándolo e introduciéndose sanguinolentos pedazos de carne en la boca, sus afilados dientes y garras brillando en rojo incluso en la oscuridad.

—Creo que estaremos bien, siempre y cuando no decidan romper otras ventanas, —dije.

Y empezaron a atacar el otro lado del vagón. Fade saltó por encima de dos filas de asientos para posicionarse, con las dagas en sus manos. Yo debía quedarme donde estaba y controlar esta brecha. No me permití pensar en lo que sucedería si consiguiesen llegar más allá.

Otro Freak se abalanzó sobre la abertura. Esta vez no le alcancé la yugular, pero le lancé un golpe lateral, en la zona de sus órganos vitales, mientras trataba de liberar sus piernas. Como el otro, se quedó allí colgando, lastimoso y agonizante, mientras los suyos lo desgarraban.

A Fade le iba bien en su extremo, utilizando la misma táctica. Los cadáveres eran una excelente distracción. Aunque los Freaks no atacaban a los de su propia especie mientras estaban vivos, cuando estaban muriéndose era otra historia. La carne era carne.

Sus gritos y gruñidos me erizaban la piel de los brazos. Nos mantuvimos en nuestras posiciones, defendiendo las dos brechas de entrada, hasta que empezaron a trabajar sobre otra ventana. Dos Freaks aporrearon repetidamente el vidrio hasta que este cedió. Mientras mataba a otro, observé cómo crecía la red de grietas con aprensión y luego con miedo.

Iban a sobrepasar nuestras defensas.

Antes de que ninguno de los dos pudiese llegar hasta allí, uno de ellos consiguió trepar dentro. Sin nada que taponase esa brecha, otro venía detrás. Si retrocedíamos, avanzarían hacia nosotros desde todas las direcciones. Sombríamente, me encargué de otro, y me giré para enfrentarme al que corría en mi dirección dentro del vagón.

Se abalanzó sobre mí, su mandíbula chasqueando, y mi daga atravesó la cuenca de su ojo. Con un movimiento fluido, me giré y tomé al nuevo que forcejeaba en la ventana. Fade eliminó al suyo con una fría eficiencia. Era mucho mejor que todos los Cazadores a los que había contemplado luchar con tanta admiración. Incluso sus movimientos eran únicos, tan gráciles que tuve que hacer un esfuerzo para no quedarme contemplándolo cuando debiera estar luchando. No necesitaba la distracción.

Y entonces rompieron su patrón de conducta. Dos corrieron en dirección a Fade, mientras este estaba de espaldas lidiando con el que tenía en su ventana. Aunque eso significaba abandonar mi posición, volé sobre los asientos, sujetándome a una barra vertical para ganar impulso, y le estampé los pies en el pecho a uno de los Freaks. Arremetí lanzándole una potente patada, que quebró su sien, y luego me encargué de su compañero con dos tajos simétricos de mis dagas. Pero, salvándole, les había dejado una vía abierta. Más se arrastraron hasta el interior.

—¡Deberían huir! —gritó Fade—. Los matáremos a todos si es necesario.

Los Freaks respondieron gruñendo, unos viscosos y repulsivos sonidos que casi sonaban como palabras atrapadas tras la dentadura de un depredador. Seguí luchando, espalda contra espalda con Fade, consciente de que mis músculos se estaban fatigando. Los humanos teníamos límites. Pero cuando diez de los suyos cayeron y los restantes se hubieron alimentado de estos, se dispersaron y huyeron.

Aparentemente, luchábamos con demasiado ahínco como para merecer el esfuerzo. Eso me preocupó porque evidenciaba una cierta capacidad mental. Incluso era posible que hubiesen tenido en consideración la amenaza de Fade.

Él compartía mi inquietud. —Han decidido reducir sus pérdidas.

—Eso significa que no son criaturas que se guían exclusivamente por su instinto y apetito, como pensábamos. —Jadeando, limpié mis cuchillos en los harapos del Freak más próximo a mí.

—¿Crees que nos creerán?

Suspiré. —Si no lo hacen, estamos en serios problemas.

—Bueno, Silk ya sabe que su comportamiento ha cambiado. Se nos ha pedido que encontremos el motivo.

Levanté una ceja. —¿Crees que ese objetivo es factible?

—Creo que su único propósito es quebrarnos.

De pie en ese vagón, cubierta de suciedad y sangre, me di cuenta de que tal vez era así. Recogí mis cosas. Necesitábamos alimentarnos antes de seguir la marcha, pero no en este lugar. El olor no me permitiría retener nada en el estómago.

Como si compartiese mi repulsión, él se lanzó de cabeza a través de la ventana. Empecé a gritarle por comportarse como un idiota, pero perdí el aliento cuando giró en el aire y aterrizó sobre sus pies. Cuando se volvió para mirarme, estaba sonriendo.

—Creído —murmuré.

Mi centro de gravedad no me permitía igualar su destreza. Tendría que saltar desde más altura para clavar la caída, así que antes golpeé algunos de los fragmentos de cristal para dejarlo igualado y salté con los pies por delante. No necesitaba que él me estabilizase, pero lo agradecí.

Sus manos fueron sorprendentemente amables. —Me has salvado.

—Es mi trabajo. —Una sensación de desasosiego se abrió paso a través de mí.

Incluso entre las sombras, pude ver su oscura e intensa mirada clavada en mí. —Eres tan buena como Silk dijo que eras.

Escuchar eso me complació tanto que casi dolió. No volvería a llamarme «novata» despectivamente. Ni habría más bromas en referencia a mi destreza. Tal vez, a fin de cuentas, sí pudiésemos trabajar juntos.

Agaché la cabeza, incapaz de pronunciar nada más que un ahogado:

—Gracias.

—Creo que ya estamos fuera de peligro.

Eso era algo tan relativo… Los cuerpos desmembrados en pedazos formaban montículos por todo el vagón. La sangre cubría el exterior, dejando un rastro tras de sí mientras se deslizaba por la superficie en dirección al suelo, en un espantoso homenaje a los caídos. Algunos de los miembros habían sido roídos hasta el mismísimo hueso. Nada en mi entrenamiento me había preparado para esto. Nada.

Deseaba sentarme y empezar a temblar. Fade me empujó alrededor de la carnicería y me mantuvo en movimiento. No estaba segura de haberlo podido hacer yo sola. Una vez más, corrimos prácticamente sin detenernos, pero haber dormido ayudó. Al menos hoy ya no temía que fuera a morir a causa del viaje, aún y cuando cada ruido hacía que el corazón me diera un vuelco en el pecho. A tanta distancia del enclave, tampoco pensaba que los Freaks fueran una pequeña molestia. Eran un peligro legítimo para el asentamiento.

Habíamos llevado tan buen ritmo que empezamos a encontrar las señales de Nassau antes de lo esperado. Estaban acompañadas de las advertencias habituales sobre las trampas. ESTÁ ENTRANDO EN EL TERRITORIO DE NASSAU. TENGA CUIDADO. Evité un par de trampas a lo largo del camino y a medida que nos aproximábamos, me di cuenta, con el corazón encogido, de que no las habían revisado en días. Algunas de ellas contenían carne podrida.

Al tomar la última curva, el olor hizo que se me pusiera la piel de gallina.

Hacía mucho que me había acostumbrado a la oscuridad y al frío, pero el hedor era algo nuevo. Era como cuando los Freaks nos habían rodeado en el vagón, solo que cien veces peor. Fade hizo que me detuviera, poniendo una mano en mi brazo. Leí por sus gestos que quería que nos mantuviéramos pegados al muro y nos moviéramos muy lentamente al avanzar. No le llevé la contraria.

Lo primero con lo que nos topamos fue con una barricada destrozada. No había ningún guarda apostado. Dentro del asentamiento, los Freaks se movían, desordenada y caóticamente, a sus anchas. Estaban gordos en comparación con los que nos habíamos encontrado en el camino. El horror se apoderó de mí. Durante un momento no pude contenerlo todo en mi interior; el silencio de los cadáveres ahogaba todos los pensamientos.

No quedaba nadie a quien salvar en este lugar, y nuestros mayores habían asesinado al único ciudadano superviviente de Nassau. Eso significaba que nuestro puesto de intercambio más próximo estaba a cuatro días de distancia en la dirección opuesta. Fade puso su mano en mi brazo y dirigió la cabeza hacia la dirección por la que habíamos venido.

Sí, era el momento de marcharse. Aquí no podíamos hacer nada, excepto morir.

Aunque estaba agotada, el terror le dio fuerza a mis músculos. Nos alejamos sigilosamente del lugar y, tan pronto como pusimos suficiente distancia de por medio, me lancé en una carrera desenfrenada. Mis pies golpeaban el suelo. Correría hasta que enterrase el horror. Nassau no había estado preparada; no habían creído que los Freaks podían ser una amenaza a gran escala. Intenté no imaginarme el terror de sus pequeños o la manera en la que sus Criadores debían haber gritado. Sus cazadores habían fallado.

Nosotros no lo haríamos. No podíamos. Debíamos regresar a casa y alertar a los mayores.

Fade nos hizo volver por un camino diferente. Estos túneles eran más estrechos y no había signos de presencia de Freaks. Encontré ocultas reservas de energía y aunque nuestro ritmo había disminuido tanto como para convertirse en una caminata, continué moviéndome. Cuando por fin nos detuvimos a descansar, me temblaban los brazos y las piernas.

Él giró hacia un portal y subió algunos escalones. Reduje el paso, mirando fijamente hacia la oscuridad. Durante años me habían inculcado la idea de que las escaleras eran malas. Conducían a la Superficie.

—Vamos —dijo con impaciencia.

Estremeciéndome, me tragué mis dudas y empecé a ascender. Se detuvo en un rellano y siguió un estrecho pasillo durante un par de giros.

Acababa en una habitación bañada en oscuras sombras. Para mi asombro, Fade hizo algo, y tuvimos luz. Habíamos recogido lámparas con anterioridad, por supuesto, pero carecíamos de la capacidad necesaria para hacerlas funcionar. Esta tenía una llama vacilante en su centro.

—¿Cómo has hecho eso?

—Es un viejo farol. Funciona con aceite.

Deseé que tuviéramos alguno de estos en el enclave. Las antorchas que usábamos desprendían mucho humo. Fade cerró la puerta e hizo girar algo mientras yo evaluaba el lugar. La habitación estaba llena de reliquias de los viejos tiempos y daba la impresión de que nadie había tocado nada allí desde hacía años. Una gruesa capa de polvo cubría las estanterías, el escritorio, pero no ocultaba la naturaleza de los artefactos. Había cuatro libros altos y delgados, coloridos y llenos de fotografías. Empecé a extender la mano en dirección a uno de ellos, pero me detuve, lanzándole una mirada llena de culpabilidad a Fade.

—No pasa nada, —dijo—. No se lo diré a nadie si decides echarles un vistazo antes de llevárselos al Guardián de la palabra.

Eso no contaba como acaparar, me dije, siempre y cuando entregase las cosas tan pronto como llegásemos. Tomé uno y lo contemplé con maravillada incredulidad. Mostraba un túnel alegremente iluminado y uno de aquellos vagones, conectado a otros muchos, yendo a toda velocidad sobre las barras de metal. Y la gente se sentaba dentro: alegre, leyendo, charlando.

—Esto solía ser así, —dije, sorprendida.

—Sí. La gente solo venía aquí abajo para trasladarse. Luego volvían arriba.

Me maravillé por lo extraño que me parecía eso. —¿Naciste en la Superficie?

—No es como si fueras a creerme si dijera que sí, —murmuró.

Bueno, me lo había ganado. Ignoré el impulso de disculparme y, en vez de eso, volví a centrarme en los delgados libros. Tenían las páginas resbaladizas y lustrosas y un montón de fotografías. Los cielos azules y todo el verdor me cautivaban. Nunca había visto crecer nada, a excepción de las setas.

Finalmente los guardé en mi bolsa y registré el resto de la habitación.

Cualquier cosa que llevase de vuelta me ayudaría a restaurar mi reputación con Silk y el resto de los Cazadores. Nadie se había tropezado con un tesoro tan valioso como este en mucho tiempo. Saqueé todas las estanterías y los muebles; mi bolsa estaba a reventar cuando acabé de coger todo lo que pensé que podría ser de interés cuando volviésemos al enclave. El escritorio contenía una enorme cantidad de papel interesante, suave y liso, incluso aunque hubiese empezado a ponerse amarillo por la antigüedad.

—¿Hay más sitios como este? ¿Lleno de artefactos?

Fade se encogió de hombros. —Probablemente.

Durante unos segundos me sentí tentada de ir a echar un vistazo. Pero entonces Silk podría afirmar que habíamos desobedecido nuestra orden primaria. No obstante, respecto a esta habitación, podía declarar con seguridad que la habíamos encontrado por casualidad. Con pesar, comí un bocado de carne seca y lo bajé con un poco de agua.

Ahora que el asombro se había desvanecido, todo volvió de nuevo a mí.

Recordé —y no quería— el horror de Nassau. Para contener los temblores, empujé mis rodillas contra mi pecho y las rodeé con mis brazos. Traté de controlar mi respiración. Una Cazadora no se venía abajo bajo presión.

Podía doblarse, pero era capaz de soportar cualquier cosa.

Sentí a Fade acercándose a mí. —¿Es tu hombro?

—No, es que todo el mundo en Nassau está muerto. —Levanté la cabeza y lo miré.

—No quiero dormir, —reconoció.

Se dejó caer a mi lado, pasó su manta sobre mis hombros y dejó su brazo alrededor de mi espalda. Encorvados, aún sentí con más claridad su fuerza.

Todavía me quedaba suficiente resolución como para poner objeciones.

—Esto va contra las normas.

—Estás fría y asustada. Relájate. No es como si fuera a intentar procrear contigo. —Su tono decía que eso era la última cosa que haría.

Me bastaba. Si intentaba algo le dislocaría la muñeca. Y, honestamente, era agradable estar sentada a su lado. Él era el único ser vivo que podía entender cómo me sentía en ese momento, mi cabeza estaba plagada de imágenes que no quería y de las que no podía deshacerme.

—¿Habías visto alguna vez algo así?

—Nunca. El equilibrio ha cambiado.

—Debemos ser capaces de decirle a Silk el porqué. O no habremos completado nuestra misión.

—Sé por qué, —dijo.

—Dime.

—Si no hubiesen tomado lo que Nassau tenía, esos Freaks hubiesen muerto de inanición.

Retrocedí. —Parece como si simpatizaras con ellos.

—Lo lamento por la gente que ha muerto. Pero entiendo por qué ha pasado.

—¿Crees que eso le bastará a Silk?

—Tendrá que ser así —dijo Fade—. Porque esa es la verdad.