Viaje

Por la mañana, en la reunión, los otros Cazadores se negaron a mirarme a los ojos. Con Fade como compañero nunca me ganaría su respeto o compartiría los estrechos lazos que siempre había admirado. Para empeorar las cosas, había agravado el problema llegando tarde, abandonando la ruta de mi patrulla y trayendo al Enclave al chiquillo de Nassau, en lugar de seguir las órdenes. Apreté la mandíbula y dejé que la voz de Silk se derramase sobre mí hasta que escuché las palabras de rigor: —¿Todo el mundo tiene claro cuál es hoy su misión? Entonces, buena caza.

Los otros se alejaron, pero Silk se plantó frente a Fade y a mí, bloqueándonos el camino. —Es una dura caminata de tres días. Espero que estéis de vuelta en siete. Si no es así, asumiré que han sido devorados y promoveré a dos mocosos que sean apropiados y que puedan reemplazaros. ¿Está claro?

—Sí, señora, —murmuré al unísono con Fade.

—¿Ya tenéis listas sus provisiones? —preguntó Silk.

Agua, carne seca, una manta, un mapa de los túneles, ropa de repuesto y mis armas —si se refería a eso, entonces sí. Asentí. Satisfecha con nuestras respuestas —y con el hecho de que estuviéramos adecuadamente acobardados—. Silk se apartó a un lado. Estaba segura de que sabía que, si sobrevivíamos, nunca más volveríamos a causarle un problema desviándonos de las misiones que nos asignase. La próxima vez mantendría a Fade centrado en la tarea, aunque tuviese que golpearlo por la espalda y arrastrarlo.

Con el corazón lleno de terror, abrí camino hacia las barricadas. Los guardias no se metieron con nosotros, pero dado que habían estado de guardia el día anterior, uno me sonrió con suficiencia. Me pregunté si se le habría ordenado matar al chiquillo ciego personalmente. No quería pensar en eso así que fui la primera en romper el contacto visual y salté por encima de la primera barrera.

Me repetí a mí misma que las reglas existían para protegernos. Pero eso no hizo que mi ardor de estómago desapareciese. Tal vez después de todo Stone fuese el más afortunado, aún y el sufrimiento por la pérdida de los pequeños. Al menos él no tenía que enfrentarse a este tipo de castigos.

Cuando Fade aterrizó tras de mí, llevaba el mapa en la mano. Su silencio me quemaba como los ardientes cuchillos que Twist había usado para hacer mis marcas. Aún sin hablar, se apartó de mí y corrió en dirección a la primera curva. No tenía la menor duda de que me dejaría sola en la oscuridad si no mantenía su ritmo.

Corrimos sin descanso toda la mañana. Tomé un sorbo de mi botella de agua, sin detenerme. Estaba hecha de un material ligero pero resistente, una reliquia de los viejos tiempos. Alguien la había encontrado en los túneles, la había llevado al enclave y la había lavado. Incluso siendo una niña, había deseado que fuera mía, puesto que sabía lo valiosa que sería para un Cazador. Tan pronto como tuve algo de valor en las manos, lo intercambié por ella.

Me acostumbré a pisar donde él pisaba mientras corríamos en la oscuridad. De vez en cuando algunos rayos de luz se filtraban a través de piedras rotas, iluminando las tinieblas, pero eso solo empeoraba las cosas. Porque entonces tenía que ver los desolados túneles, el agua sucia que se hallaba en el centro y las cosas que se escabullían lejos de nuestros pies.

Como Fade, había memorizado la ruta antes de partir, de este modo sabía hacia dónde nos conducía. No descartaba la posibilidad de que nos estuviese llevando lejos de College, lejos de Nassau, y guiándome hacia la oscuridad para dejarme morir. El día anterior parecía lo suficientemente enojado como para asegurarse de que yo acabase mal.

Me pregunté acerca de la muerte de su compañero, no por primera vez.

No era tan bueno como aseguraba Silk, me había dicho. Pero tal vez lo que Fade había querido decir, en realidad, es que lo había decepcionado al no compartir con él su locura y sus egoístas ideales. Tal vez el pobre tipo solo había sido culpable de poner las prioridades del enclave en primer lugar. El miedo me encogió el estómago. Tendría que mantenerme alerta durante todo el tiempo que estuviera aquí fuera, a solas con él. En algunos momentos a lo largo del camino olí Freaks, pero nos movíamos demasiado deprisa como para que cayesen sobre nosotros. Los oí gritar y gruñir desde los conductos adyacentes.

No tenía manera de saber durante cuánto tiempo habíamos estado corriendo, pero él hizo un alto mucho después de que la punzada en mi costado se hubiese convertido en una marca hecha a fuego. Incluso los túneles eran diferentes aquí, salpicados con pintura roja y negra, más vestigios de los viejos tiempos. Nuestro humo no había llegado tan lejos.

Estábamos, sin duda, en territorio salvaje.

El saliente de piedra a la derecha nos permitió elevarnos sobre el suelo, lejos del metal y de los cascotes de roca caídos. Con un muro a nuestra espalda, descansamos sin preocuparnos de la amenaza de ser atacados desde todos los flancos. Abrí mi bolsa y extraje un pedazo de carne seca.

No disponíamos de mucha variedad, ni siquiera en el enclave: carne fresca, carne seca y setas. En alguna ocasión alguien encontraba una lata y, una vez abierta, su contenido olía bien y resultaba apetecible, pero esa era la excepción, no la regla.

Comí, y bebí un poco más de agua. Debíamos hacer que nos durase hasta que llegásemos a Nassau. El problema era que, una vez allí, no existían garantías de que pudiésemos acceder a sus suministros. Si el pequeño había dicho la verdad y el asentamiento estaba perdido, el lugar podía estar plagado de Freaks.

—Debemos ponernos en marcha, —dijo Fade, después de un rato. Eran las primeras palabras que me dirigía en todo el día—. Aún tenemos por delante cuatro horas más, antes de que podamos preparar un campamento para pasar la noche.

—¿Cómo lo sabes? —En el enclave disponíamos de algunos relojes que nos mantenían informados del tiempo, rescatados mucho tiempo atrás gracias a rápidas incursiones hacia la Superficie. Obviamente no teníamos ni idea de si marcaban la hora correcta, pero tampoco importaba. Lo único que necesitábamos era que nos permitieran compartir un horario en común.

En respuesta, se subió la manga y me mostró su muñeca. A diferencia de la mayoría, él prefería mantener sus marcas cubiertas. Llevaba un pequeño reloj; nunca había visto nada igual.

—¿Qué es eso?

—Un reloj de muñeca.

Las manecillas fluorescentes permitían que se viese la hora, incluso en la oscuridad. Eso explicaba cómo sabía cuándo debíamos dar por finalizadas nuestras patrullas, y que todavía debíamos correr durante otras cuatro horas. Asentí, recogí mis cosas y me dejé caer desde el saliente de piedra. Habíamos sido afortunados al poder comer sin ser molestados. Era hora de ponerse de nuevo en marcha, aunque sentía mis músculos debilitados y flojos.

Esta vez fui yo la que marcó el ritmo. No me gustaba tener a Fade corriendo a mi espalda, pero tampoco quería que pensase que le tenía miedo.

Estuvimos a punto de toparnos cuatro veces con Freaks, a lo largo del camino, eso nos mantuvo alerta. Intentaron caer sobre nosotros mientras corríamos, pero eran débiles y lentos. Como si se tratase de un acuerdo tácito, no nos detuvimos a luchar. Durante un combate te arriesgabas a acabar herido, convirtiéndote en un blanco aún más atractivo. Los matábamos cerca del enclave porque debíamos defender nuestro territorio. Aquí, lo mejor era simplemente mantenerte en movimiento.

Cuando por fin encontramos un lugar en el que acampar durante la noche, me dolía todo el cuerpo. Aquí el túnel se ensanchaba. Había unas líneas dobles de metal y un área elevada, cubierta de cristales rotos y de pinturas alegres. Fade tomó impulso y se subió, luego me ofreció su mano.

A diferencia de la última vez, no me dolió cuando sus dedos se cerraron alrededor de los míos. Su fuerza me sorprendió, porque me izó utilizando solo la parte superior de su cuerpo. Tras el impulso, acabé a su lado y examiné la zona.

Un portón de metal bloqueaba uno de los extremos. En el otro vi un par de puertas. Fade ya se estaba dirigiendo hacia ellas, probando las manillas. Aunque en el enclave no usábamos puertas, las había visto con anterioridad. Una de ellas se abrió, pero el olor era tan horrendo que me entraron ganas de vomitar.

—¿Algo se ha muerto ahí dentro?

—Probablemente, —dijo Fade.

Los azulejos blancos estaban cubiertos de manchas negras, suciedad y sangre seca. Unas puertas bloqueaban unas diminutas habitaciones, a excepción de la última donde el metal colgaba oblicuamente, revelando una pequeña silla con un agujero. La curiosidad pudo conmigo, y acto seguido una abrumadora repugnancia.

Di un paso en el interior de la habitación con la intención de inspeccionar el lugar, cuando percibí un movimiento por el rabillo del ojo. Me giré, los cuchillos deslizándose sobre las palmas de mis manos. La otra chica hizo lo mismo. Cuando me quedé paralizada, ella también.

Todos los espejos que había visto hasta ahora habían sido diminutos y la mayoría estaban rotos. Y, aunque sabía que tenía el cabello marrón y los ojos grises, nunca antes había visto un reflejo de cuerpo entero de mí misma. Fade vino y se quedó quieto detrás de mí, mirándome como yo lo hacía y una sensación de incomodidad se enroscó, como cuchillas deslizándose, sobre mi espina dorsal. Él me hacía sentir pequeña. Y en ese momento, también me sentí estúpida.

—Preferiría dormir ahí fuera. —Sacudí mi cabeza en dirección hacia la zona abierta y elevada.

—Yo también. Puedes ser la primera en usar las instalaciones.

—¿Instalaciones?

—Es un cuarto de baño.

No podía imaginarme cómo nadie podría bañarse en este lugar, pero mirando la pequeña silla, me imaginé su uso. Contenía agua residual de un color negro, y probablemente también otras cosas. En casa hacíamos nuestras necesidades a cierta distancia del enclave, sobre una rejilla. En buena medida el hedor de aquel lugar se asemejaba al de este, así que lo capté.

Fade salió, dejando que me pusiera a ello. Tuve mucho cuidado de no tocar nada, y luego salí a decirle que ya podía entrar. Era extraño contemplar las reminiscencias del mundo en el que la gente acostumbraba a vivir.

La otra puerta no cedía, sin importar cuánto la empujásemos o tirásemos de ella, así que nos pusimos en la esquina que se encontraba entre las puertas, tan lejos del borde como era posible. Comí más carne seca y bebí un par de sorbos de agua. Por suerte la temperatura era lo suficientemente fresca como para que no perdiéramos demasiados fluidos a través del sudor.

—Haré la primera guardia.

Él no discutió. —Entonces necesitarás esto. —Tras desatar su reloj, me lo tendió.

El cuero conservaba el calor de su piel; no pude evitar notarlo cuando me lo puse alrededor de la muñeca. Se sujetó con bastante facilidad. Ahora también podría medir el tiempo.

—Gracias.

—Despiértame dentro de cuatro horas. Eso son cuatro vueltas.

Apreté la mandíbula y hablé a través de los dientes.

—No soy idiota. Sé leer la hora.

Aunque Twist se encargaba de controlar el tiempo por nosotros en el enclave y hacía sonar una campana en las horas de importancia, cuando se servía la comida o finalizaban y empezaban los turnos, sabía cómo hacerlo. Formaba parte de la educación de los pequeños, lo que aprendías entre tareas. De tres a ocho aprendíamos cosas básicas. De ocho a quince nos formaban para trabajar. Pero tal vez él lo ignoraba; se había incorporado tarde al enclave, y se le había dado su nombre poco después.

Probablemente no había pasado mucho tiempo con nuestros mocosos en sus primeros años.

—En ningún momento he dicho que fueras idiota.

—Es lo que pareces pensar. —Las palabras se me escaparon. No quería pelearme con él. Aquí fuera, estando solo nosotros dos, eso era justo lo opuesto a inteligente. Tal vez sí era idiota.

—No, —dijo con suavidad—. Simplemente te han enseñado a pensar de una manera equivocada.

Y ya estábamos de vuelta al tema del chiquillo ciego. Vi en sus ojos que pensaba que debería haber hecho algo cuando se lo llevaron. Bien, pues él también había permanecido en silencio sin hacer nada. Me tragué mi respuesta instintiva y la substituí: —Tienes derecho a opinar lo que te plazca. Simplemente no dejes que eso influya en el desempeño de tu trabajo.

Me lanzó una dura mirada. —¿Estás insinuando algo?

—¿Lo estoy?

—Sabes que . Lo cierto es que crees que dejé que mi anterior compañero muriera porque no estaba de acuerdo con él. Y sin embargo aquí estás.

Sola. Conmigo. —Sus ojos negros brillaron con malicia.

No, me di cuenta que pensaba eso. Si la muerte de un niño sin valor lo preocupaba, Fade de ninguna manera dejaría morir a un Cazador, si podía evitarlo. No fue culpa suya; las probabilidades debían haber jugado en su contra, o tal vez su compañero cometió un error.

—Estoy cumpliendo órdenes, —dije con suavidad—. Pero no, no me refería a eso. Estoy segura de que hiciste todo lo que estuvo en tu mano para salvarlo.

Eso le cerró la boca durante todo un minuto. Lo sabía porque tenía su reloj y encontraba fascinante el movimiento de la pequeña y delgada aguja. Gracias a nuestra quietud y silencio, escuché el suave tictac. Me recordaba al latido de un corazón.

—Nadie más piensa eso. Ni siquiera Silk. —Por un momento me di cuenta de lo solo que estaba, aislado de los demás. Vino de la nada. Nadie sabía nada sobre él; se esforzaba por mantener a los otros a distancia y desorientados.

Y entonces me sentí herida. Hasta que llegué tarde a la reunión y desobedecí órdenes, siempre había creído que le gustaba a Silk.

Ciertamente alentó mis progresos a través del círculo de entrenamiento y me dijo que algún día sería una gran Cazadora. Así que, ¿por qué me había emparejado con Fade, si creía que había tenido algo que ver con la muerte de su compañero?

Debió leer la pregunta en mi cara, porque me sonrió sardónicamente.

—Dijo que si alguien podía sobrevivir a mí, serías tú.

Ah. Porque confía en mi habilidad, entonces. Me lo tomé como un cumplido. Pero incluso aunque le hubiese gustado en algún momento, había perdido su estima. Ella creía que había apoyado a Fade, enfrentándome a su autoridad, y básicamente… así había sido.

Convertirme en una Cazadora no era en absoluto como lo había soñado, nada del sentimiento de pertenencia que siempre había querido, nada del respeto.

Para contrarrestar la desoladora sensación, me obligué a decir:

—Saldremos de esta.

Asintiendo, él se arropó con su manta y se puso a dormir. Admiraba esa habilidad, porque carecía de ella. Supuestamente los Cazadores debían ser capaces de encenderse y apagarse a voluntad, pero a mí me costaba desconectar el cerebro, era mi mayor debilidad.

Me mantuve en vigilia a lo largo de las silenciosas horas. El movimiento podía ayudarme a permanecer alerta, pero también podía atraer atención. Visualicé combates de entrenamiento en mi cabeza, comparándome con Cazadores más experimentados. Los había observado mientras se entrenaban y había aprendido sus estilos cuando podía, cuando no me echaban por ser una mocosa molesta y curiosa. No recordaba haber visto luchar a Fade nunca. Claro que él prefería no relacionarse con sus colegas.

Aunque se había acostado orientado hacia el lado opuesto, se había dado la vuelta mientras dormía, y ahora podía verle la cara. Al principio traté de evitar ceder a la tentación de estudiarlo, porque sabía que no le gustaría, pero no tenía nada más que hacer. Sus oscuras cejas eran elegantes, más oscuras aún en contraste con su pálida piel. Claro que, todos éramos pálidos.

Aparté la vista e intenté pensar en alguna otra cosa. Nuestro embalse de peces impedía que padeciéramos, a diferencia de otros enclaves, cuando la caza escaseaba. Sabía, porque los mayores lo habían mencionado, que era importante y que otros enclaves envidiaban nuestros recursos. Era por eso que habíamos restringido los intercambios; no queríamos que hubiera muchas personas yendo y viniendo. Eso invitaba a la invasión.

Con el tiempo, mi mirada se centró de nuevo en Fade. Su nariz era angulosa, así como su barbilla y su mandíbula. Asimismo, podría cortarme con sus pómulos. Su boca era lo único que contrastaba ofreciendo suavidad, e incluso eso, solo mientras dormía. No me gustó cómo me sentía, extraña y con una sensación de hormigueo.

Incómoda, volví a mirar fijamente hacia la oscuridad. Me sentí como si hubiese invadido su intimidad, y ahora aún me costaría más dormir, temiendo que él me hiciera lo mismo. El reglamento habitual no se aplicaba durante las misiones. En el enclave no se nos permitiría pasar tanto tiempo juntos sin una carabina. Así se reducía el riesgo de que se produjesen accidentes al margen de la reproducción autorizada. Pero todos los ancianos sabían que un túnel sucio e infestado de Freaks era el último sitio en el que un Cazador se sentiría tentado a romper las reglas.

Durante la tercera hora de mi turno, oí el sonido de garras arañando metal.