Emboscada
Arremetieron contra Fade y el chico al que estaba intentando proteger con un brazo y un puñal. Cogí mi garrote. Esta vez había cuatro, por lo que necesitaba un arma más grande. Conclusión, golpeé y partí el cráneo de uno de ellos.
Los otros tres giraron, tomándome como una mayor amenaza. Me preparé para la arremetida y para alejarme llegado el momento. La mugre manchó la parte trasera de mi camisa y aparecí detrás de ellos. Golpeé a uno en la parte de atrás de las rodillas con una patada lateral.
De cerca, podía ver que los Freaks estaban muy hambrientos; Fade tenía razón. En comparación, yo era rápida, fuerte y estaba bien alimentada.
No tenían ninguna oportunidad. No luchaban como una unidad.
Arremetían, gruñían y golpeaban. Respondía a cada uno de sus avances con un rápido y bien colocado golpe de mi garrote. La sangre salpicaba en el agua sucia y los huesos crujían. Al final solo quedaban cadáveres que otros Freaks se comerían.
Mejor no pensar en ello.
El pequeño lloraba en el hombro de Fade. Entendí que si me obligaban a escuchar eso mientras colgaba boca abajo, lloraría también. Fade le dio palmaditas en la espalda hasta que se tranquilizó. No estoy segura si se lo tomó como confortación o como advertencia. Cállate, cállate ya.
—¿Te has dado cuenta de cómo nos atacaron? —preguntó.
—Sí. Desde todos los lados.
Por su aspecto preocupado, compartía mi preocupación. Si los Freaks se estaban volviendo más inteligentes, estábamos en verdaderos problemas.
Ahora mismo, les faltaban las habilidades de planear o de crear una estrategia. Si evolucionaban y su manera de pensar se volvía muy parecida a la nuestra, bueno, nosotros apenas aguantábamos como estábamos. El mínimo cambio en nuestro delicado equilibrio podría acabar con nosotros.
Todavía teníamos que volver al enclave antes de que alguien nos echara de menos. Si Silk se enteraba por uno de los otros cazadores de que no estábamos investigando las vías traseras lo pagaríamos caro. La única manera de ocuparse de este desastre era llegando primero.
Saltando los cuerpos, me dirigí de vuelta a las barricadas sin un solo tropiezo. Mi orgullo creció. Solamente había visto la ruta una vez y recordaba todos los giros. Miré sobre mi hombro a Fade pero no reconoció el logro.
En su lugar, había cambiado al niño de su hombro a sus brazos. Tal y como esperábamos, el guardia nos paró cuando volvimos. —No deberían estar fuera de servicio y, además, ¿qué traen ahí?
—Tengo que hablar con sus mayores, —jadeó el pequeño.
El pequeño no tenía buen aspecto, aquí donde había mejor luz. Tenía el rostro hundido por el hambre y la deshidratación. Tenía la piel muy sucia y llagas en los bordes de su boca, donde sus labios estaban agrietados.
Lo blanco de sus ojos lucía incluso más atroz y preocupante. Cuando los guardias lo vieron bien se echaron atrás y bloquearon el camino con las armas desenfundadas.
Sabía que esto no iba a ir bien.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Silk.
Miré a Fade, quien levantó un hombro. Supuse que eso significaba que era yo la que tendría que hablar. —Lo encontramos en un refugio de emergencia y dijo que tenía noticias importantes. —Era una exageración, pero no quería admitir que no había sido lo suficientemente fuerte para dejarlo. El primer principio de los cazadores era: «El más fuerte sobrevive». Me había mostrado suave hoy, cuando llegó el momento y quién sabía cómo iba a contar la historia Fade.
—Las tengo, —jadeó el pequeño—. Me enviaron desde Nassau. —Nombró el asentamiento más cercano, a tres días en los túneles si eras fuerte y rápido. No pude imaginar porque lo habían elegido a él—. Me enviaron porque podían permitirse perderme, —continuó.
No era difícil de creer. Sonaba como una decisión que nuestros mayores tomarían.
—No pueden prescindir de ningún cazador. Estamos rodeados de Freaks y esperaban que, si llegaba hasta aquí, enviaran ayuda.
Improbable. Aunque College trataba con Nassau, no teníamos ninguna alianza, ninguna política de ofrecimiento de ayuda. Cada enclave se gobernaba por sí solo y sobrevivía —o no— de acuerdo a su fuerza. Pero Silk quería cualquier información sobre lo que fuera que estaba haciendo que los Freaks crearan tantos problemas; esto contaba. Quizás pudiera usar esto en mi defensa cuando fuera acusada de debilidad y negligencia.
—¿Están por todos lados en Nassau, también? —Preguntó Silk con la cara sombría—. Nuestros ancianos necesitaban saberlo. Gracias por la información. —Se volvió hacia mí y Fade—. Y respecto a ustedes dos… —sonrió.
Vi que nos íbamos a arrepentir de lo que habíamos hecho.
—Ya que pensáis que es mejor no seguir las órdenes y de que tenemos nueva información, podrán corroborarlo. Irán a Nassau.
Me congelé. —¿Nosotros solos?
Realmente a Silk no le gustaba Fade. Lo vi en sus ojos. —¿Tienes algún problema con tus órdenes, cazadora?
—No, señora. ¿Qué quieres que hagamos allí?
Su sonrisa se volvió fea. —Si son tan numerosos como dice este mocoso, no espero que los maten. Si pueden, averigüen que está causando este comportamiento. En los viejos tiempos, atacaban los enclaves sin parar y aprendieron a temernos, a nuestras armas y a nuestras trampas.
Descubran porque ya no nos tienen miedo. Puede que sea importante.
—¿Qué hay de él? —preguntó Fade señalando al niño, todavía en sus brazos.
Silk se encogió de hombros. —Ha cumplido su cometido. Ni siquiera Nassau lo quiere de vuelta.
Una parte de mi quería sugerir darle comida y agua, hacer que el médico le revisara. Me congelé bajo el peso de la fría mirada de Silk. Con un parpadeo de disgusto, entregó al niño al guardia, quien lo cogió como si ya estuviera muerto. Me mordí la lengua hasta que noté el sabor de la sangre. Tenía que ser más fuerte. Tenía que serlo. O nunca sería una cazadora por completo. Raramente la gente perdía sus trabajos. No se podían borrar las marcas pero podían hacerme taparlas con brazaletes de tela. Todavía podían hacerme una criadora.
Muchos en el enclave tenían esta función. Mantenían nuestros números altos. Pocos llegaban a ser constructores o cazadores, y los nuevos siempre oían hablar sobre nuestro patrimonio de criadores de los mayores. Quizás deberías ser un criador después de todo, dirían. No era bueno señalarlo pero casi todo el mundo provenía de los criadores.
Defender esta afirmación tan solo echaría más leña al fuego, y siempre estaba esa élite cuyos ambos padres habían sido cazadores antes de que la edad les impidiera seguir con su trabajo.
Por lo que no dije nada. El pequeño estaba llorando de nuevo, pero esta vez Fade no lo consoló. Se quedó de pie detrás de mí, silencioso por sus propias razones y tenía una inconfundible sensación de que lo había decepcionado que zumbaba sobre mí como un insecto. Me sentí triste, enferma y asustada porque mañana teníamos que ir a Nassau. No creí que Silk esperara que sobreviviéramos. Puede que fuera la mejor del último grupo pero no era irremplazable. Quería hacérmelo saber y que, si sobrevivía, volvería intimidada y lista para seguir las órdenes, sin importar cuáles fueran.
—¿Podemos irnos? —preguntó Fade.
—Sí. Sean puntuales mañana, —dijo Silk sonriendo.
Fade me cogió la mano con un doloroso agarre y me arrastró a través del laberinto de particiones. No sabía dónde íbamos hasta que paramos en una habitación aleatoria. Teniendo en cuenta que entró en ella, tenía que ser la suya. Nadie invitaba simplemente a alguien a su casa con tan poco respeto.
Por esto, me quedé de pie al otro lado de la cortina hasta que él dijo: — Entra.
No era la invitación más educada que había escuchado. Frunciendo el ceño, entré. Su espacio era más o menos como el mío. Todos teníamos las mismas comodidades. —¿Qué?
Se dejó caer en una caja, con los codos en sus rodillas. Su cara mostraba un sentimiento que no podía interpretar y que nunca había visto, pero que me golpeó en lo más profundo. Me picaba la piel. Necesitaba ir a lavarme y a ocuparme de mis armas, sobre todo mi garrote necesitaba una buena limpieza. No estaba de humor como para pasar ni siquiera un momento más con él. No me había traído más que problemas desde que Silk me puso con él.
—Van a matarlo, —dijo con voz ronca.
Como deseé no saber eso, o que no me importara. Como cazadora no debía. Yo debía ocuparme de mantener el bienestar del enclave. Mi trabajo consistía en mantener a nuestros ciudadanos a salvo. La protección no se extendía a los niños que encontrábamos en los túneles, a no ser que fueran como Fade, suficientemente fuertes como para sobrevivir solos. No podíamos permitirnos alimentar y cuidar enclenques.
—Lo sé.
—Ese pude haber sido yo.
—Imposible, —señalé—. Tú no eres defectuoso.
Me miró con ojos negros que me quemaron como el carbón. —Eso es desagradable.
Cuando él entró en mi espacio, no me alejé. —Entonces ¿por qué te quedas? Te lo diré. Porque es mejor que estar allí fuera.
—¿Es eso? —Preguntó—. ¿Cómo podrías saberlo?
Me sonrojé ante la implicación de ignorancia e inexperiencia, pero no me eché atrás. Una cazadora no lo haría. —Si tuvieras algo mejor te habrías ido hace mucho. Odias estar aquí y nos odias a todos nosotros.
—No a todos. Al menos, no hasta hoy.
—Por el niño.
—Vete —dijo dándome la espalda—. Fui un estúpido al pensar que podría hablar contigo, al pensar que entenderías algo.
Rechinando los dientes, pasé a través de la cortina y salí a la madriguera.
Un constructor me miró lascivamente. —Sabes que te puedes meter en problemas por visitar el espacio personal de un chico. Pero si haces algo por mí, no diré nada.
Oh, hoy no. Sí, había roto una regla menor yendo sin una carabina, pero no estaba de humor para esto. —No he estado ahí el tiempo suficiente como para que algo pasara. Si te callas y te vas ahora mismo no te machacaré la nariz.
Cuando cogí mi garrote el chico huyó. Aparentemente tenía algo de cerebro. Seguramente informaría de esto, pero era su palabra contra la mía. Y ya que mañana partía hacia Nassau, puede que, para no volver, una acción disciplinaria por un comportamiento grosero no me molestaba mucho.
Después de parar en mi espacio por ropa limpia, fui a los servicios femeninos, una parte del enclave separada por cortinas y prohibida para los hombres. Un chorro constante de agua más o menos limpia salía de unos tubos metálicos. No sabíamos quien había hecho este lugar, pero estábamos agradecidos por la corriente de agua. Cualquier cosa que bebiéramos la hervíamos antes, pero esta agua estaba los suficientemente limpia como para lavarse con ella.
A esta hora, no había nadie y, honestamente, lo prefería así. No me gustaba la manera en la que algunas chicas comparaban sus cuerpos.
Mi cuerpo era una máquina, simple y sencillo. Trabajaba para mantenerlo fuerte, comía para que siguiera funcionando.
Me desvestí. Hacía frío y el agua también estaba fría, lo que empeoraba las cosas. Cogí una barra de jabón de un bote del suelo, me bañé rápido bajo el chorro tembloroso. Si giraba la rueda saldría más pero entonces lo escucharía de Twist, que controlaba nuestros recursos.
Para cuando terminé de ducharme y ponerme mi traje de repuesto, mi rabia se había calmado un poco. No era justo estar enfadada con Fade, él no podía evitar tener ese loco punto de vista. Cuando éramos unos niños nos dijeron que el lugar donde creces lo cambia todo. La gente de Nassau tenía ideas extrañas con seguridad; ellos no tenían una plantilla de criadores como nosotros, por lo que, cuando venían sus comerciantes, su aspecto era… extraño y por su olor, no se preocupaban mucho por la limpieza tampoco. Siempre les ofrecíamos bañarse en nuestros servicios, pero siempre nos mostraban una sonrisa llena de dientes negros y decían: —¿Para qué molestarse? Nos volveremos a ensuciar en el camino de vuelta.
Pero había pasado mucho tiempo desde que habíamos visto a alguno de ellos, aparte del pequeño.
Y Fade venía de incluso más lejos. Al menos, creía que lo hacía. No me lo había contado, ni a mí ni a nadie por lo que sabía.
Solo deseaba que no me hubiera involucrado. Si tan solo hubiera rechazado seguirle, si tan solo me hubiera quedado en las vías traseras, donde nos habían asignado… Nunca habríamos encontrado al niño y no tendríamos que ir a Nassau mañana. Pero el segundo principio de los cazadores no me dejaría hacerlo tampoco. El primero era «el fuerte sobrevive». El segundo era «confía en tu compañero». Tenía la mala suerte de estar atada a Fade.
No valía la pena insistir en ello, tenía tareas que hacer. Primero, lavé mi asquerosa ropa y la colgué para que se secara. Para cuando terminé de ocuparme de mi garrote, de limpiarlo y pulirlo para que la sangre de los Freaks no manchara la madera, me sentía casi completamente resignada.
Nos podían haber puesto un castigo peor por desobedecer órdenes. Al menos, teníamos la oportunidad de sobrevivir a esto, siempre y cuando fuéramos silenciosos y cuidadosos.
Fui a intentar relajarme un poco antes de irme a la cama. Thimble y Stone me encontraron en el área común, después de que sus turnos acabaran.
Me senté y observé como algunos criadores y constructores jugaban a un estúpido juego de adivinanzas. Los cazadores socializaban en otro sitio, pero no tenía ganas de unirme a ellos. Puede que Fade estuviera allí para empezar, y no quería verlo en ese momento. Además, no estaba segura de lo que pensaban de mí los otros cazadores. Todavía era nueva y además una creadora de problemas.
—¿Es verdad? —susurró Stone.
No me molesté en preguntar qué habían escuchado. —Seguramente.
—¿De verdad abandonaste la ruta de tu patrulla? —preguntó Thimble incrédula.
Era peor de lo que había pensado. —Lo hicimos.
Una parte de mí quería echarle la culpa a Fade. Quería decir: no fue mi idea. Él salió corriendo y es mi trabajo seguirle. Pero no me opuse. No le grité: ¿a dónde vas? Nuestra ruta es por aquí. Mi respuesta instintiva había sido ayudar a quienquiera que estuviera haciendo el ruido. Podía decirme que investigaba una posible presencia de Freaks, pero los Freaks no hacían señales. Solo atacaban. Por lo que allí fuera, había tomado una decisión y ahora tenía que aceptar las consecuencias. Stone y Thimble mostraban unas expresiones idénticas de conmoción e incredulidad.
—¿Por qué? —preguntó finalmente Stone. Porque soy débil. No soy una cazadora. Tengo el corazón de una criadora.
Pero nunca lo diría en voz alta. Eso me dejaba sin respuesta, pero, por suerte, no me presionaron para que lo hiciera.
Thimble me dio unas palmadas en el brazo. —Al menos obtuvimos noticias de Nassau. Los constructores mayores se han estado preguntando porque no habían venido comerciantes en tanto tiempo.
No podían saber sobre el niño. O quizás lo sabían, pero no les importaba.
Como debería pasarme. No debería estar pensando en su carita y en sus ojos blancos.
—¿Es verdad que te han enviado allí? —preguntó Stone.
—Lo es. Solo reconocimiento. — Según dicen. Supuse que se notaba el recelo en mi cara.
—Oh, Deuce, —susurró Thimble.
Cuando me abrazaron por ambos lados no intenté alejarlos en absoluto.