29

Una amiga en apuros

El recuerdo de Taylah pobló mis sueños. La vi convertida en un fantasma desprovisto de rostro y con unas manos ensangrentadas que aferraban el aire inútilmente. Luego me encontré en el interior de su cuerpo, tirada en un pegajoso charco de sangre caliente. Oía cómo goteaban los grifos del baño mientras ella se deslizaba en brazos de la muerte. Después sentí el dolor, la pena abrumadora de su familia. Se culpaban por no haber advertido su depresión; se preguntaban si podrían haber evitado aquel desenlace. Jake aparecía en el sueño también, siempre en un rincón, casi fuera de foco, riéndose en voz baja.

A la mañana siguiente, al despertarme, me encontré con las mantas revueltas y un hueco a mi lado. Aún percibía vagamente la fragancia de Xavier si restregaba la cara por la almohada donde había reposado su cabeza. Me levanté y abrí las cortinas, dejando que el sol derramara sus rayos dorados.

Abajo, en la cocina, era Xavier y no Gabriel quien estaba preparando el desayuno. Se había puesto los tejanos y una camiseta y estaba algo despeinado. Se le veía la cara despejada y preciosa mientras cascaba los huevos en una sartén.

—He pensado que no estaría de más un buen desayuno —dijo al verme.

Gabriel e Ivy ya estaban en la mesa del comedor, cada uno con un plato hasta los topes de huevos revueltos con tostadas de pan de masa fermentada.

—Está buenísimo —dijo Ivy entre dos bocados—. ¿Cómo aprendiste a cocinar?

—No he tenido más remedio que aprender —dijo Xavier—. Aparte de mamá, en casa todos son unos inútiles en la cocina. Si ella se quedaba trabajando en la clínica hasta muy tarde, acababan pidiendo una pizza o comiendo cualquier cosa que dijera en la etiqueta: «añadir agua y remover». Así que ahora yo cocino para todos cuando mamá no está en casa.

—Xavier es un hombre de recursos —les dije a Ivy y Gabe, muy ufana.

Era verdad. A mí misma me maravillaba que, habiendo pasado solo una noche en casa, se hubiera integrado con tanta facilidad en nuestra pequeña familia. No daba la sensación de que tuviéramos un invitado; ya se había convertido en uno de nosotros. Incluso Gabriel parecía haberlo aceptado y le había encontrado una camisa blanca para ir al colegio.

No se me pasó por alto que todos evitábamos referirnos a lo que había sucedido la tarde anterior. Yo, desde luego, trataba de mantener a raya mis recuerdos.

—Ya sé que lo de ayer fue una conmoción espantosa para todos —dijo Ivy por fin—. Pero vamos a afrontar la situación.

—¿Cómo? —pregunté.

—Nuestro Padre nos mostrará el camino.

—Confío en que lo haga pronto, antes de que sea demasiado tarde —masculló Xavier por lo bajini, pero solo yo lo escuché.

El suicidio de Taylah había provocado una consternación general en el colegio. Aunque las clases no se interrumpieron para tratar de mantener la normalidad, todo parecía funcionar a medio gas. Habían enviado cartas a todos los padres ofreciendo atención psicológica y pidiendo que dieran todo el apoyo posible a sus hijos. Todo el mundo se movía con sigilo, para no alterar el silencio ni mostrarse insensible. La ausencia de Jake Thorn y sus amigos era patente.

A media mañana nos convocaron a una asamblea y el doctor Chester nos explicó que las autoridades del colegio ignoraban lo que había sucedido, pero que habían dejado todas las investigaciones en manos de la policía. Luego su voz adoptó un tono más práctico.

—La pérdida de Taylah McIntosh representa una trágica conmoción. Era una alumna y una amiga excelente y se la echará mucho de menos. Si cualquiera de vosotros desea hablar sobre lo ocurrido, que le pida hora a la señorita Hirche, nuestra consejera escolar, que es de total confianza.

—Compadezco al director —dijo Xavier—. Ha recibido llamadas toda la mañana. Los padres están enloquecidos.

—¿Qué quieres decir?

—Los colegios se hunden por accidentes como este —me dijo—. Todo el mundo quiere saber qué sucedió y por qué la escuela no hizo más para prevenirlo. La gente está empezando a preocuparse por sus propios hijos.

Yo me indigné.

—¡Pero si no ha tenido nada que ver con el colegio!

—Seguro que los padres no piensan lo mismo.

Después de la asamblea, Molly se me acercó con los ojos hinchados y enrojecidos. Xavier se dio cuenta de que quería hablar a solas y se excusó para irse a un partido de waterpolo.

—¿Cómo lo llevas? —le pregunté, tomándola de la mano. Molly sacudió la cabeza y las lágrimas empezaron a rodarle otra vez por las mejillas.

—Me resulta tan raro estar aquí —dijo con voz ahogada—. Ya no es lo mismo sin ella.

—Lo sé —murmuré.

—No lo entiendo. No puedo creer que fuera capaz de algo así. ¿Por qué no habló conmigo? Ni siquiera sabía que estaba deprimida. ¡Soy la peor amiga del mundo! —Soltó un sollozo y me apresuré a abrazarla. Parecía que fuera a desmoronarse si no la sujetaban.

—La culpa no es tuya —dije—. A veces ocurren cosas que nadie habría podido prever.

—Pero…

—No —la corté—. Créeme. Tú no podrías haber hecho nada para impedirlo.

—Ojalá pudiera creerlo —susurró Molly—. ¿Te han contado que la encontraron en un charco enorme de sangre? Parece sacado de una película de terror.

—Sí —musité. Lo último que deseaba era revivir la experiencia—. Molly, deberías hablar con un psicólogo. A lo mejor te ayudaría.

—No. —Molly meneó la cabeza con energía y soltó una risa estridente e histérica—. Quiero olvidarlo todo. Incluso que ella llegó a estar aquí.

—Pero no puedes fingir que no ha pasado nada.

—Mírame —dijo, adoptando un tono falsamente alegre y vivaz—. El otro día me pasó algo agradable, de hecho.

Sonrió, todavía con los ojos brillantes de lágrimas. Daba espanto mirarla.

—¿Qué? —le pregunté, pensando que quizás abandonaría la farsa si le seguía la corriente.

—Bueno, resulta que Jake Thorn está en mi clase de informática.

—Ah —dije, estupefacta ante el derrotero siniestro que tomaba la conversación—. Fantástico.

—Sí, la verdad —respondió—. Me ha pedido que salga con él.

—¿Cómo? —exclamé, mirándola a la cara.

—Ya —dijo—. Yo tampoco podía creérmelo.

Era obvio que la conmoción la había trastornado. Se aferraba a cualquier distracción con tal de sacarse de la cabeza la pérdida que había sufrido.

—¿Y tú qué les ha dicho?

Se echó a reír brutalmente.

—No seas idiota, Beth. ¿Qué crees que le he dicho? Vamos a salir el domingo con unos amigos suyos. Ah, se me olvidaba… ¿A ti te da igual?, digo, después de lo que pasó en el baile de promoción. Porque me dijiste que no sentías nada por él…

—¡No! O sea, claro que no siento nada por él.

—Entonces, ¿no te importa?

—Sí me importa, Molly, aunque no por lo que tú crees. Jake es mal asunto, no puedes salir con él. ¿Y quieres dejar de actuar como si no pasara nada?

Había levantado la voz una octava más de lo normal y sonaba desquiciada. Molly me miraba, perpleja.

—¿Qué problema hay? ¿Por qué te pones tan rara? Creía que te alegrarías por mí.

—Ay, Molly. Me alegraría si salieras con cualquier otro —grité—. No puedes fiarte de él, seguro que de eso te has dado cuenta. No hace más que crear conflictos.

Ella se puso a la defensiva.

—No te cae bien porque tú y Xavier os peleasteis por su culpa —dijo acaloradamente.

—No es verdad. No me fío de él, ¡y tú no piensas con claridad!

—A lo mejor estás celosa porque es único —me espetó Molly—. Él mismo me decía que hay gente así.

—¿Cómo? —farfullé—. ¡Eso es absurdo!

—Para nada —replicó Molly—. Lo que pasa es que te has creído que solo tú y Xavier merecéis ser felices. Yo también lo merezco, Beth. Sobre todo ahora.

—Molly, no seas loca. Por supuesto que no creo eso.

—Entonces, ¿por qué no quieres que salga con él?

—Porque Jake me da miedo —le dije con franqueza—. Y no quiero verte cometer un inmenso error solo porque lo de Taylah te ha dejado trastornada.

Ella no parecía escucharme.

—¿Lo quieres para ti? ¿Es eso? Bueno, pues no puedes quedarte con todos, Beth. Tendrás que dejarnos algunos a las demás.

—No quiero ni verlo cerca de mí. Ni tampoco de ti…

—¿Por qué no?

—¡Porque él mató a Taylah! —chillé.

Molly se detuvo y me miró con unos ojos como platos. Ni yo misma podía creer que hubiera dicho aquello en voz alta, pero si servía para que Molly entrara en razón, si podía salvarla así de caer en las garras de Jake, lo daba por bien empleado.

Tras una pausa, sin embargo, entornó los ojos y retrocedió.

—Has perdido la chaveta —siseó.

—¡Espera, Molly! —grité—. Escúchame…

—¡No! No quiero escucharlo. Puedes odiar a Jake todo lo que quieras, pero yo voy a salir con él igualmente, porque me da la gana. Es el tipo más alucinante que he conocido y no pienso dejar pasar la oportunidad solo porque tú estés sufriendo un ataque de histeria. —Me miró con los ojos entornados—. Y para tú información, dice que eres una zorra.

Ya abría la boca para replicar cuando se alzó repentinamente una sombra y apareció Jake junto a Molly. Mientras la rodeaba con un brazo y la atraía hacia sí, me lanzó una mirada lasciva. Ella soltó una risita y hundió la cabeza en su pecho.

—La envidia es un pecado mortal, Bethany —ronroneó Jake. Tenía los ojos complemente negros ahora, hasta tal punto que ya no distinguía la pupila del iris—. Tú deberías saberlo. ¿Por qué no tienes la elegancia de felicitar a Molly?

—O de empezar a escribir su elogio fúnebre —le espeté.

—Bueno, bueno. Eso es un golpe bajo —dijo—. No te preocupes. Cuidaré de tu amiga. Al parecer, tenemos mucho en común.

Se dio media vuelta y se llevó a Molly con él. La miré alejarse mientras el viento agitaba sus rizos rojizos.

Me pasé el resto de la tarde buscándola desesperadamente para explicarle las cosas de una manera que pudiera entender, pero no la encontraba por ninguna parte. Le conté a Xavier lo sucedido y vi que se le ponía el rostro en tensión a medida que reproducía nuestro diálogo. La buscamos por todo el colegio y, a cada aula que registrábamos en vano, sentía que las entrañas se me retorcían de ansiedad. Cuando empecé a respirar agitadamente, Xavier me obligó a sentarme en un banco.

—Calma, calma —dijo, mirándome a los ojos—. No le pasará nada. Todo se va a arreglar.

—¿Cómo? —pregunté—. ¡Él es peligroso! ¡Totalmente imprevisible! Ya sé lo que pretende. Quiere llegar a mí a través de ella. Sabe que es mi amiga.

Xavier se sentó a mi lado.

—Piensa un momento, Beth. Jake Thorn todavía no le ha hecho daño a nadie de su círculo. Quiere reclutar gente: a eso se dedica. Mientras Molly esté de su lado, no le hará nada.

—Tú no puedes saberlo. Es del todo impredecible.

—Aunque lo sea, no le hará daño —dijo Xavier—. Hemos de andarnos con ojo; no podemos perder la cabeza. Es muy fácil dejarse llevar por el pánico después de lo ocurrido.

—Entonces, ¿qué crees que debemos hacer?

—Creo que Jake nos ha dado a lo mejor una pista para encontrar la prueba que necesita Gabriel.

—¿En serio?

—¿Te ha dicho Molly a dónde iba a llevarla?

—Solo me ha dicho que sería el domingo… y que iban a salir con algunos amigos de él.

Xavier asintió.

—Vale. Venus Cove no es tan grande. Averiguaremos a dónde van y los seguiremos.

Al llegar a casa, les explicamos la situación a Ivy y Gabriel. La cuestión era averiguar a dónde iba a llevarse Jake a Molly. Podía ser a cualquier parte del pueblo y no podíamos permitirnos ningún error. Era nuestra ocasión para ver qué se proponía y no queríamos pifiarla.

—¿Dónde podría ser? —murmuró Ivy con aire pensativo—. Naturalmente, están todos los sitios normales del pueblo, como el cine, Sweethearts, la pista de bolos…

—No tiene sentido pensar de un modo normal. Él podrá ser cualquier cosa, pero normal… no es.

—Beth tiene razón —opinó Xavier—. Tratemos de pensar por un momento como lo haría él.

Proponerle a un ángel que se metiera en la piel de un demonio era quizá mucho pedir, pero Gabriel e Ivy procuraron disimular su repugnancia y accedieron a su petición.

—No será en un lugar público —dijo Ivy de pronto—, sobre todo si piensa llevarse a sus amigos. Forman un grupo muy grande, demasiado llamativo.

Gabriel asintió.

—Irán a un sitio retirado y tranquilo donde nadie lo pueda interrumpir.

—¿No hay casas o fábricas abandonadas por aquí? —pregunté—. Como la que usaron para la fiesta privada después del baile. Un sitio así le vendría de perlas a Jake.

Xavier negó con la cabeza.

—Yo creo que él es un poco más melodramático.

—Pensemos de un modo más extremado —sugirió Ivy.

—Exacto. —Xavier me clavó sus ojos azules—. Sus seguidores… Recuerda la pinta que tienen y cómo visten.

—Van de góticos —respondí.

—¿Y cuál es el centro de la cultura gótica? —dijo Gabriel.

Ivy lo miró, abriendo los ojos de repente.

—La muerte.

—Sí. —Xavier tenía una expresión sombría—. ¿Y cuál sería el sitio ideal para una pandilla de bichos raros obsesionados con la muerte?

Caí en la cuenta de golpe. Inspiré hondo. Era extremado, lúgubre, oscuro. El sitio ideal para que Jake montara su show.

—El cementerio —mascullé.

—Eso creo.

Se volvió hacia mis hermanos, que tenían una expresión muy seria. Gabriel sujetaba su taza con fuerza.

—Me parece que tienes razón.

—Podría haber sido más original, el chico, la verdad —soltó Ivy—. El cementerio, claro. En fin, supongo que alguno de nosotros habrá de seguirlos el domingo.

—Yo me encargaré —dijo Gabriel en el acto, pero Xavier meneó la cabeza.

—Eso equivaldría a buscar pelea. Incluso yo me doy cuenta de que no puedes lanzar al ruedo a un ángel y un demonio de esa manera. Creo que debería hacerlo yo —dijo Xavier.

—Es demasiado peligroso —observé.

—No me dan miedo, Beth.

—A ti nada te da miedo, pero quizá debería dártelo.

—Es la única manera —insistió.

Miré a mis hermanos.

—Muy bien. Pero si él va… yo voy con él.

—Ninguno de los dos irá a ninguna parte —me cortó Gabriel—. Si Jake se volviera contra ti con un grupo de seguidores…

—Yo cuidaré de ella —dijo Xavier, ofendido por la insinuación implícita de que no iba a ser capaz de protegerme—. Ya sabes que no permitiría que le sucediera nada.

Gabriel parecía escéptico.

—No pongo en duda tu energía física, pero…

—Pero ¿qué? —preguntó Xavier, bajando la voz—. Daría mi vida por ella.

—No lo dudo, pero no tienes ni idea de las fuerzas con las que te enfrentas.

—He de proteger a Beth…

—Xavier —murmuró Ivy, poniéndole una mano en el brazo. Yo sabía que le estaba transmitiendo energía sedante por todo el cuerpo—. Escúchanos, por favor. Aún no sabemos quién es esa gente… ni lo fuertes que son ni de qué son capaces. Por lo que hemos visto hasta ahora, es probable que no tengan reparos en matar. Por valiente que seas, no eres más que un humano frente a… bueno, solo Nuestro Padre lo sabe.

—¿Qué proponéis que hagamos?

—Creo que no debemos hacer nada sin haber consultado con una autoridad superior —dijo Gabriel, imperturbable—. Voy a ponerme en contacto con el Cónclave ahora mismo.

—¡No hay tiempo! —grité—. Molly podría correr grave peligro.

—¡Nuestra principal prioridad es protegeros a vosotros dos!

La cólera que traslucía la voz de Gabriel provocó un largo silencio. Nadie dijo una palabra hasta que Ivy nos miró con repentina firmeza.

—Hagamos lo que hagamos, Xavier, no puedes pasar el fin de semana en casa —dijo—. No es seguro. Has de quedarte con nosotros.

La escena en casa de Xavier no fue agradable. Gabriel e Ivy aguardaron en el coche mientras Xavier y yo entrábamos para decirles a sus padres que iba a quedarse conmigo durante todo el fin de semana.

Bernie lo miró airada cuando le dio la noticia.

—¿Ah, sí? Pues ahora me entero —acertó a decir. Siguió a Xavier hasta su habitación y se plantó con los brazos en jarras en el umbral mientras él preparaba una bolsa—. No puedes ir. Tenemos planes este fin de semana.

Parecía no haber oído que él había dicho que se iba, en lugar de preguntárselo.

—Lo siento, mamá —se disculpó, moviéndose de un lado para otro por la habitación y metiendo prendas y ropa interior en la bolsa de deportes—. Debo irme.

Bernie abrió mucho los ojos y me lanzó una mirada acusadora. Obviamente me echaba la culpa de aquella transformación de su hijo modélico. Una lástima, porque hasta entonces nos habíamos llevado muy bien. Me habría gustado poder contarle la verdad, pero no había modo de hacerle comprender que era un peligro dejar allí a Xavier sin ninguna protección.

—Xavier —le espetó—. He dicho que no.

Pero él no la escuchaba.

—Volveré el domingo por la noche —dijo, cerrando la cremallera y echándose la bolsa al hombro.

—Muy bien. Voy a buscar a tu padre. —Bernie giró sobre sus talones y se alejó por el pasillo—. ¡Peter! —la oímos gritar—. ¡Peter, ven a hablar con tu hijo! ¡Está totalmente descontrolado!

Xavier me miró como excusándose.

—Perdona por el numerito.

—Están preocupados. Es normal.

Unos instantes más tarde apareció el padre de Xavier en la puerta, con la frente fruncida y las manos en los bolsillos.

—Tienes a tu madre fuera de sí —dijo.

—Lo siento, papá. —Xavier le puso una mano en el hombro—. No puedo explicároslo ahora, pero debo irme. Confía en mí por esta vez.

Peter me echó un vistazo.

—¿Estáis bien los dos? —preguntó.

—Lo estaremos —le dije—. Después de este fin de semana, todo quedará arreglado.

Peter pareció percibir la urgencia en nuestro tono y le dio una palmada a Xavier.

—Yo me encargo de tu madre —dijo—. Vosotros dos preocupaos de andar con cuidado.

Señaló la ventana.

—Salid por ahí —dijo. Lo miramos boquiabiertos—. ¡Rápido!

Xavier esbozó una sonrisa forzada, abrió la ventana y tiró su bolsa fuera antes de ayudarme a saltar.

—Gracias, papá. —Y me siguió, saltando con agilidad.

Desde fuera, pegados a la pared de ladrillo, oímos a Bernie entrando otra vez en la habitación.

—¿Dónde se han metido? —preguntó.

—No sé —dijo Peter con tono inocente—. Se me han escapado.

—¿Estás bien? —le pregunté a Xavier, ya en el coche. Recordaba lo mal que yo me había sentido mintiendo a Ivy y Gabriel, y sabía que Xavier les tenía un gran respeto a sus padres.

—Sí, mamá se repondrá —dijo con una sonrisa—. Tú eres mi máxima prioridad. No lo olvides.

Regresamos a casa, pensativos y silenciosos.