28

Ángel de la Destrucción

Ala mañana siguiente, Xavier volvió a pasar por casa antes del colegio para desayunar con nosotros. Mientras comíamos, Gabriel intentó calmarlo un poco. Xavier estaba furioso por la duplicidad de Jake y totalmente decidido a arreglarle las cuentas. Pretendía hacerlo sin ayuda, cosa que Gabriel quería evitar a toda costa, porque no conocíamos el verdadero alcance de sus poderes.

—Hagas lo que hagas, no debes enfrentarte con él —le dijo mi hermano, muy serio.

Xavier lo miró por encima de su taza de café.

—Él amenazó a Beth —dijo, poniéndose tenso—. La violentó. No podemos permitir que se salga con la suya.

—Jake no es como los demás. No debes intentar encargarte tú solo. No sabemos de qué es capaz.

—Tan peligroso no será. Es bastante esmirriado —masculló él.

Ivy le lanzó una mirada severa.

—Su apariencia no tiene nada que ver, ya lo sabes.

—¿Qué queréis que hagamos entonces? —preguntó Xavier.

—No podemos hacer nada —contestó Gabriel—. No sin llamar la atención más de lo que deseamos. Solo podemos esperar que no tenga intención de hacer daño.

Xavier soltó una seca risotada y miró a Gabriel fijamente.

—¿Hablas en serio?

—Totalmente.

—¿Y qué hay de lo que hizo en el baile?

—Yo no diría que eso sea una prueba —respondió Gabriel.

—¿Y el accidente de la cocinera con la freidora? —intervine yo—. ¿Y aquel choque de coches al principio del trimestre?

—¿De veras crees que Jake tuvo algo que ver en esos casos? —preguntó Ivy—. Ni siquiera estaba en el colegio cuando se produjo el choque.

—Solo hacía falta que estuviera en el pueblo —dije—. Y desde luego estaba en la cafetería aquel día; yo pasé por su lado.

—He leído que una barca sufrió hace dos días un accidente en el embarcadero —añadió Xavier—. Y ha habido últimamente un par de incendios provocados por algún pirómano, según el periódico. Nunca había ocurrido nada parecido en esta zona.

Gabriel apoyó la cabeza en las manos.

—Dejádmelo pensar bien.

—Hay más —lo interrumpí, sintiéndome culpable por aportar tan malas noticias—. Tiene seguidores. Siempre le van detrás, vaya donde vaya, y se comportan como si fuera su líder. Al principio eran solo unos pocos, pero cada vez son más.

—Beth, ve a prepararte para ir al colegio —dijo Gabriel en voz baja.

—Pero…

—Ve —insistió—. Ivy y yo tenemos que hablar.

La popularidad de Jake Thorn aumentó con alarmante velocidad después del baile de promoción, y el número de sus seguidores se dobló. Cuando volví a asistir al colegio, advertí que todos ellos andaban por ahí como drogatas, con la mirada perdida, las pupilas dilatadas y las manos hundidas en los bolsillos. Sus rostros solo parecían animarse cuando veían a Jake y entonces adoptaban una expresión inquietante de adoración. Daba la impresión de que se arrojarían al mar y se ahogarían si él se lo ordenaba.

Empezaron a aumentar también los actos de vandalismo indiscriminado. Las puertas de la iglesia de Saint Mark’s fueron profanadas con pintadas obscenas y las ventanas de las oficinas municipales resultaron destrozadas por un grupo de gamberros provistos de explosivos caseros. La residencia Fairhaven informó de una grave intoxicación alimentaria y muchos de sus residentes tuvieron que ser trasladados al hospital.

Y resultaba que Jake Thorn siempre andaba cerca cuando se producía un desastre: nunca implicado directamente, pero sí al menos en calidad de observador. A mí me parecía que estaba empeñado en causar dolor y sufrimiento, y no podía evitar pensar que su motivo era la venganza. ¿Pretendía mostrar así las consecuencias de mi rechazo?

El jueves por la tarde decidí salir más pronto del colegio y pasar a recoger a Phantom por la peluquería canina. Gabriel no había ido a dar clases ese día. Había llamado diciendo que estaba enfermo, aunque la verdad era que tanto él como Ivy estaban recuperando energías después de una semana entera dedicada a arreglar los estropicios de Jake. No estaban acostumbrados a tanta actividad y, a pesar de su vigor, el esfuerzo constante los había dejado extenuados.

Acababa de recoger mi mochila y me dirigía a la salida, donde me esperaba Xavier con su coche, cuando vi a un montón de gente a mitad de pasillo, justo frente al baño de chicas. Algo en mi interior me advirtió que me mantuviera alejada, pero el instinto y la curiosidad me impulsaron a acercarme. Los alumnos se agolpaban, cuchicheando. Vi que algunos lloraban. Una chica sollozaba con la cara pegada a la camiseta de uno de los mayores, que andaba con el uniforme de hockey. Sin duda lo habían sacado a toda prisa del entrenamiento. Ahora permanecía allí plantado, ante la puerta del baño, con una expresión de incredulidad y angustia en la cara.

Me abrí paso entre la gente como avanzando a cámara lenta y con la sensación de estar desconectada de mi propio cuerpo: como si viera las cosas mentalmente o desde la perspectiva de un espectador de televisión. Mezclados con la multitud vi a algunos miembros del grupo de Jake Thorn. Eran fáciles de identificar por su expresión vacía y sus ropas negras. Algunos me miraron mientras pasaba y advertí que todos tenían los ojos idénticos: grandes, profundos y negros como la noche.

Al acercarme al baño, vi al doctor Chester acompañado de dos agentes de policía. Uno de ellos estaba hablando con Jake Thorn, quien había adoptado una máscara de seriedad y preocupación. Sus ojos felinos, sin embargo, relucían peligrosamente y sus labios se curvaban de un modo casi imperceptible, como si estuviera deseando hundirle los colmillos en el cuello al policía. Tuve la sensación de ser la única que detectaba la amenaza agazapada bajo su expresión. Los demás veían a un chico inocente por los cuatro costados. Me acerqué un poco más para escuchar la conversación.

—No me cabe en la cabeza cómo puede haber ocurrido en un colegio como este —le oí decir a Jake—. Ha sido una verdadera conmoción para nosotros.

Entonces cambió de posición y ya no pude pescar gran cosa, solo algunas palabras sueltas: «tragedia», «nadie cerca», «informar a la familia». El agente asintió por fin y Jake se dio media vuelta. Noté que sus seguidores se miraban entre sí, con un brillo irónico en los ojos y una sonrisa apenas esbozada en los labios. Tenían un aspecto voraz, casi hambriento, y todos parecían secretamente satisfechos.

Jake hizo una seña y ellos empezaron a apartarse con disimulo de la multitud. Habría querido gritar que alguien los detuviera, avisar a todo el mundo de lo peligrosos que eran, pero no me salía la voz.

Súbitamente, como si una fuerza invisible me hubiera empujado, me encontré junto a la puerta abierta del baño. Había dos enfermeros alzando una camilla cubierta con una sábana azul. Me fijé en una mancha roja que había empezado a formarse, que iba creciendo progresivamente y extendiéndose por la tela como un ser vivo. Y colgando fuera de la sábana, vi una mano lívida. Las puntas de los dedos ya tenían un tono azulado.

Sentí una oleada de miedo y de dolor que me dejó sin aliento. Pero esos sentimientos no eran míos, sino de otra persona: la chica de la camilla. Sentí que sus manos agarraban el mango de un cuchillo. Sentí el miedo que se mezclaba en su mente con la impotencia mientras una compulsión misteriosa guiaba la hoja del cuchillo hacia su garganta. Ella se resistía, pero era como si no pudiera controlar su propio cuerpo. Sentí el acceso de pánico que la recorrió cuando el frío metal rebanó su piel y oí la carcajada cruel que resonó en su cerebro. Lo último que vi fue su cara. Fulguró en mi campo visual como un relámpago. La conocía muy bien. ¿Cuántas veces la había tenido a mi lado a la hora del almuerzo y había escuchado sus cotilleos interminables? ¿Cuántas veces me había reído con sus payasadas y había seguido sus consejos? La cara de Taylah se me había quedado grabada a fuego en el cerebro. Sentí que su cuerpo se tambaleaba; sentí que boqueaba buscando aire mientras la sangre salía burbujeando por la raja de su garganta y se deslizaba por su cuello. Vi el terror, el pánico espantoso en sus ojos antes de que se le volvieran vidriosos y se desplomara muerta en el suelo. Abrí la boca para gritar, pero no me salía ningún sonido.

Justo cuando empezaba a temblar violentamente, alguien se me puso delante y me agarró de los hombros. Sofoqué un grito y traté de zafarme en vano. Levanté la vista, esperando encontrarme unos ojos ardientes y unas mejillas hundidas. Pero no: era Xavier quien me envolvía ya en sus brazos y me arrastraba lejos de la multitud hacia el aire libre.

—No —dije, todavía hablando conmigo misma—. No, por favor…

Con un brazo alrededor de mi cintura, Xavier me llevó casi en volandas hasta su coche, porque parecía que yo no recordara siquiera cómo caminar.

—Tranquila —me dijo, poniéndome una mano en la cara y mirándome a los ojos—. Todo se arreglará.

—No puede ser… era… esa chica era…

Me ardían las lágrimas en los ojos.

—Sube al coche, Beth —me dijo, abriendo la puerta de un tirón y ayudándome a subir.

—¡Jake es el responsable! —grité mientras arrancaba. Parecía tener mucha prisa por llegar a casa y hablar con Ivy y Gabriel. Bien pensado, yo también. Ellos sabrían qué debíamos hacer.

—La policía lo considera un suicidio —me dijo Xavier, tajante—. Es una tragedia, pero Jake no tiene nada que ver. De hecho, ha sido él quien ha advertido su ausencia y ha dado la alarma.

—No. —Sacudí la cabeza con vehemencia—. Taylah jamás haría algo así. Jake ha intervenido de algún modo.

Xavier no parecía muy convencido.

—Jake podrá ser muchas cosas, pero no es un asesino.

—No lo comprendes. —Me sequé las lágrimas—. Yo lo he visto todo. Como si hubiera estado presente mientras sucedía.

—¿Qué? —Xavier se volvió hacia mí—. ¿Cómo?

—Cuando he visto su cuerpo, ha sido como si me convirtiera de repente en la víctima —le expliqué—. Se cortó la garganta, pero ella en realidad no quería. Lo hizo obligada. Él la tenía controlada y se echó a reír cuando murió. Era Jake, lo sé.

Xavier entornó los ojos y meneó la cabeza.

—¿Estás segura?

—Lo he percibido, Xav. Ha sido él.

Los dos nos quedamos callados unos instantes.

—¿Qué ha sucedido una vez que ella ha muerto? —pregunté—. Eso no he llegado a verlo.

Xavier me miró afligido, aunque su voz sonaba impasible.

—La han encontrado en el baño. Es lo único que sé. Ha entrado una chica y la ha visto tirada en un charco de sangre. Solo había un cuchillo de cocina a su lado —dijo.

Sujetaba el volante con tanta fuerza que se le habían puesto blancos los nudillos.

—¿Por qué crees que la habrá elegido Jake?

—Supongo que simplemente ha tenido mala suerte —respondió Xavier—. Estaba en el lugar y en el momento equivocado. Ya sé que era amiga tuya, Beth. No sabes cómo siento que haya ocurrido algo así.

—¿Es por culpa nuestra? —murmuré—. ¿Lo ha hecho para vengarse de nosotros?

—Lo ha hecho porque es un enfermo —respondió. Miraba la calzada sin pestañear, como tratando de contenerse—. Ojalá no hubieras estado allí ni hubieras visto nada.

Sonaba furioso, aunque yo sabía que no era conmigo.

—He visto cosas peores.

—¿En serio?

—En el lugar de donde vengo vemos muchas cosas malas —le expliqué. Aunque no le conté lo distinto que era vivir personalmente la pérdida en la Tierra, cuando la víctima era amiga tuya y el dolor se multiplicaba por diez—. ¿Tú también la conocías?

—Llevo en este colegio desde primer grado. Conozco a todo el mundo.

—Lo siento. —Le puse la mano en el hombro.

—Yo también.

Gabriel e Ivy ya se habían enterado cuando llegamos a casa.

—Hemos de actuar ya —dijo Ivy—. Esto ha ido demasiado lejos.

—¿Y qué propones? —le preguntó Gabriel.

—Tenemos que detenerlo. Destruirlo, si es necesario.

—No podemos destruirlo así como así. No podemos quitar una vida sin motivo.

—¡Pero si él le ha quitado la vida a otra persona! —grité.

—Bethany, no podemos hacerle daño mientras tengamos dudas sobre quién o qué es. Así que, por mucho que lo deseemos, cualquier enfrentamiento está descartado por ahora.

—Quizá vosotros no podáis hacerle daño —dijo Xavier—, pero yo sí. Dejadme pelear con él.

La expresión de Gabriel era inflexible.

—A Bethany no le servirás de nada muerto —dijo, cortante.

—¡Gabe! —exclamé, angustiada ante la idea de que alguien tocase a Xavier. Sabía que era capaz de meterse de cabeza en una pelea si creía que así iba a protegerme.

—Soy más fuerte que él —dijo Xavier—. De eso estoy seguro; déjame hacerlo.

Ivy le puso una mano en el hombro.

—Tú no sabes con qué nos enfrentamos en la persona de Jake Thorn —murmuró.

—Es solo un tío —repuso Xavier—. Tan terrible no puede ser.

—No es solo un chico —dijo Ivy—. Hemos detectado su aura y se está volviendo más fuerte. Es un aliado de fuerzas oscuras que ningún humano puede comprender.

—¿Qué me estás diciendo?, ¿que es un demonio? —replicó con incredulidad—. Imposible.

—Tú crees en los ángeles. ¿Tan difícil es contemplar la posibilidad de que tengamos un equivalente maligno? —preguntó Gabriel.

—He procurado no pensarlo —contestó Xavier.

—De igual modo que hay un Cielo, hay un Infierno, no lo dudes —le dijo Ivy suavemente.

—Entonces, ¿creéis que Jake Thorn es un demonio? —susurré.

—Creemos que podría ser agente de Lucifer —contestó Gabriel—. Pero necesitamos pruebas antes de actuar para detenerlo.

La prueba llegó aquella misma tarde, cuando deshice al cabo de un rato la mochila del colegio. Había un rollo de papel encajado en la cremallera. Lo desenrollé y distinguí en el acto la letra inconfundible de Jake:

Cuando las lágrimas de los ángeles inunden la Tierra,

Recobrarán las puertas del Infierno toda su fuerza.

Cuando la desaparición de los ángeles sea inminente

El muchacho humano encontrará la muerte.

Sentí bruscamente un nudo en la garganta. Jake amenazaba a Xavier. Su venganza ya no era solo contra mí.

Agarré a Xavier del brazo. Sentía bajo mis dedos sus músculos vigorosos. Pero se trataba solo de fuerza humana.

—¿Esto no te parece prueba suficiente? —le preguntó Xavier a mi hermano.

—Es un poema, nada más —replicó Gabriel—. Escucha, yo creo que Jake está detrás del asesinato y de los demás accidentes. Creo que quiere causar estragos. Pero necesito pruebas concretas para actuar. Las leyes del Reino así lo exigen.

—¿Y entonces qué harás?

—Lo que sea necesario para mantener la paz.

—¿Incluso si ello implica matarlo? —dijo Xavier abiertamente.

—Sí —fue la respuesta glacial de Gabriel—. Porque si es lo que sospechamos, quitarle su vida humana lo enviará de vuelta al lugar del que procede.

Xavier reflexionó un momento y luego asintió.

—Pero ¿qué es lo que quiere de Beth? ¿Qué puede darle ella?

—Beth lo rechazó —dijo Gabriel—. Y alguien como Jake Thorn está acostumbrado a conseguir lo que quiere. Su vanidad está herida ahora mismo.

Removí los pies, inquieta.

—Me dijo que llevaba siglos buscándome…

—¿Eso te dijo? —estalló Xavier—. ¿Qué se supone que significa?

Gabriel e Ivy se miraron, inquietos.

—Los demonios buscan con frecuencia a algún humano para hacerlo suyo —dijo Ivy—. Es su versión retorcida del amor, me figuro. Atraen a los humanos al inframundo y los obligan a permanecer allí. Con el tiempo, estos acaban corrompidos e incluso desarrollan sentimientos hacia sus opresores.

—Pero ¿para qué? —dijo Xavier—. ¿Acaso los demonios pueden tener sentimientos?

—Es sobre todo para disgustar a Nuestro Padre —dijo Ivy—. La corrupción de Sus criaturas le causa una gran angustia.

—¡Pero yo ni siquiera soy humana! —dije.

—¡Exacto! —respondió Gabriel—. ¿Qué mejor trofeo que un ángel con forma humana? Capturarnos a uno de nosotros sería la victoria suprema.

—¿Beth corre peligro? —Xavier se me acercó más.

—Todos podríamos correr peligro —dijo Gabriel—. Ten paciencia. Nuestro Padre nos mostrará el camino a su debido tiempo.

Insistí en que Xavier se quedara aquella noche con nosotros y, después de ver el mensaje de Jake, Ivy y Gabriel no pusieron ninguna objeción. Aunque no lo dijeran, vi que les preocupaba la seguridad de Xavier. Jake era imprevisible, como un artilugio pirotécnico que puede estallar en cualquier momento.

Xavier llamó a sus padres y les dijo que se quedaba a dormir en casa de un amigo para acabar de preparar el examen del día siguiente. Su madre nunca le habría dejado si hubiera sabido que se trataba de mi casa; era demasiado conservadora para eso. No cabía duda de que se habría llevado a las mil maravillas con Gabriel.

Les dimos las buenas noches a mis hermanos y subimos a mi habitación. Xavier permaneció en el balcón mientras yo me duchaba y me lavaba los dientes. No le pregunté en qué estaba pensando ni si estaba tan asustado como yo. Sabía que jamás lo reconocería, al menos ante mí. Para dormir, se quedó con los calzoncillos y la camiseta que llevaba debajo. Yo me puse unas mallas y una camiseta holgada.

No nos dijimos gran cosa esa noche. Yo permanecí tendida, escuchando el murmullo regular de su respiración y notando cómo subía y bajaba su pecho. Con su cuerpo curvado sobre el mío y sus brazos envolviéndome, me sentía segura. Aunque Xavier fuera solo humano, me daba la impresión de que podía protegerme de cualquier cosa. No me habría asustado aunque hubiera aparecido un dragón echando fuego por la boca, sencillamente porque sabía que Xavier estaba conmigo. Me pregunté por un instante si no esperaba demasiado de él, pero enseguida dejé la idea de lado.

Me desperté a media noche aterrorizada por un sueño que no recordaba. Xavier yacía a mi lado. ¡Estaba tan guapo cuando dormía! Con aquellos labios perfectos entreabiertos, el pelo despeinado sobre la almohada y su pecho bronceado subiendo y bajando mientras respiraba… Me acabó dominando mi ansiedad y lo desperté. Abrió en el acto los ojos. Se le veían de un azul asombroso incluso a la luz de la luna.

—¿Qué es eso? —susurré. Me había parecido ver una sombra—. Allí, ¿lo ves?

Sin dejar de rodearme con el brazo, Xavier se incorporó y miró alrededor.

—¿Dónde? —dijo, todavía con voz soñolienta. Le señalé el rincón más alejado de la habitación. Xavier se levantó de la cama y fue a donde le había indicado—. ¿Aquí? Yo juraría que esto es un perchero.

Asentí, aunque enseguida pensé que él no me veía en la oscuridad.

—Me ha parecido ver a alguien ahí —le dije—. Un hombre con un abrigo largo y con sombrero.

Dicho en voz alta, sonaba todavía más absurdo.

—Me parece que ves fantasmas, cielo. —Xavier bostezó y empujó el perchero con el pie—. Sí, no hay duda, un perchero.

—Perdona —le dije cuando volvió a la cama, mientras me dejaba envolver en la calidez de su cuerpo.

—No tengas miedo —murmuró—. Nadie va a hacerte daño mientras yo esté aquí.

Le hice caso y, al cabo de un rato, dejé de pensar en ruidos y movimientos furtivos.

—Te quiero —dijo Xavier, mientras se iba adormilando.

—Yo te quiero más —respondí, juguetona.

—Imposible —dijo, otra vez despierto—. Soy más corpulento, me cabe más amor en el depósito.

—Yo soy más pequeña, pero las partículas amorosas las tengo comprimidas, lo cual significa que contengo muchas más.

Xavier se echó a reír.

—Ese argumento es absurdo. Desestimado.

—Me baso en lo mucho que te echo de menos cuando no estás a mi lado —contraataqué.

—¿Cómo puedes saber cuánto te echo yo de menos? —me dijo—. ¿Es que tienes un contador incorporado para medirlo?

—Claro que lo tengo. Soy una chica.

Me fui durmiendo, reconfortada por el contacto de su pecho en mi espalda. Notaba su aliento en la nuca. Acariciaba la suave piel de sus brazos, dorada por tantas horas al aire libre. A la luz de la luna distinguía cada pelo, cada vena, cada lunar. Me encantaba todo, cada centímetro. Y ese fue mi último pensamiento antes de quedarme dormida. El miedo me había abandonado del todo.