Capítulo 4

Ante la puerta del palacio de los guardianes, Jana se detuvo para tomar aliento. Su respiración era irregular, sentía una punzada en el costado y un desagradable sabor a hierro en la boca. Habían hecho todo el camino desde el ghetto prácticamente corriendo, y estaba desfallecida. Para salir del edificio de la Fundación Loredan sin levantar sospechas, se había visto forzada a dormir a la mujer de la recepción, agotando buena parte de sus reservas mágicas. Y, por si eso fuera poco, Yadia la había obligado a mantener una intensa vigilancia sobre él durante todo el trayecto. A pesar de que los efectos de la voluntad Agmar aún pesaban sobre él, por dos veces había reunido el valor suficiente como para intentar escapar de su captora. Solo su debilidad, y la firme concentración de Jana, le habían impedido salirse con la suya.

Por suerte, en cuanto Jana se recuperó lo suficiente como para hacer sonar el timbre de la puerta, esta se abrió. Nieve estaba al otro lado, con cara de preocupación.

—Os vi a través de la cámara de videovigilancia —dijo, tomando de la mano a Jana para hacerla entrar—. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Sus ojos se posaron, curiosos, en el rostro pálido y fatigado de Yadia, pero antes de que pudiera preguntar nada se oyeron pasos en la elegante escalinata del recibidor. Jana miró por encima del hombro de Nieve hacia los escalones. Corvino descendía a toda velocidad…

Y detrás de él bajaba David.

Al ver a su hermano, se olvidó momentáneamente de todo lo demás, incluido su prisionero.

—David —sollozó, corriendo hacia él—. Estás bien… Creí que… creí que tú también…

El muchacho la abrazó y dejó que ella llorase sobre su hombro, Jana, apoyada en su pecho, escuchó durante largo rato los latidos rápidos y desacompasados de su corazón. Finalmente, se apartó un poco y observó el rostro de su hermano. Tenía la piel amarillenta y los ojos febriles.

—Tú tampoco tienes muy buen aspecto —murmuró, forzándose a sonreír—. ¿Cuándo has llegado? Yadia dice que fuiste a Vicenza con Álex…

David miró sombríamente hacia el extremo del vestíbulo, donde Yadia permanecía de pie con la cabeza gacha y expresión culpable, custodiado por Nieve y Corvino.

—¿Cómo sabe Yadia lo de Vicenza? —gruñó—. Ha sido todo muy raro, Jana. Encontramos el libro, estaba escrito sobre una especie de cadáver viviente. Un nosferatu… Pero luego, todo se torció. Esa criatura se apoderó del espíritu de Álex. Él consiguió escapar, los dos salimos corriendo hacia la luz. De pronto, ya no estaba en Vicenza, sino aquí, en Venecia, junto a un embarcadero del Gran Canal. Creí que lo habíamos conseguido… Pero, cuando me volví a mirar, Álex no estaba.

Jana cerró con fuerza los párpados hasta que una miríada de destellos pobló la oscuridad. De repente, la cabeza le dolía tanto que le costaba trabajo mantenerse en pie.

Sus peores temores se habían confirmado. Lo que David acababa de contar encajaba perfectamente con la historia de Yadia. Era la última pieza del puzle.

Disfrazado de Armand, Yadia había conducido a Álex y a David a su guarida de Vicenza, y allí les había tendido una trampa mortal. Según él, los había dejado a solas con el Libro de la Creación siguiendo las instrucciones de Argo. Se suponía que solo Álex podía leerlo. Pero lo que realmente había ocurrido era que aquel libro en forma de cadáver se había adueñado del alma de Álex.

Y ahora… ella se había enfrentado al monstruo que tenía atrapado a su amigo…

Esperaba no haberlo destruido.

David la agarró del brazo y la condujo hasta el lugar donde los dos guardianes los esperaban junto a Yadia.

—Tu amigo nos acaba de contar lo ocurrido con Álex —dijo Corvino—. Es horrible… ¿Cómo habéis podido ser tan incautos?

—¿Incautos? —Estalló Jana—. Él nos ha engañado. —Su dedo acusador apuntaba a Yadia mientras sus ojos se clavaban en él con resentimiento—. Nos ha estado engañando durante semanas, a los dos… Se ha hecho pasar por un mago llamado Armand. Fingió que podía resucitar. Todo para conducirnos a Álex y a mí hacia ese maldito libro. Tienes que sacarle la verdad, Nieve. Solo tú puedes hacerlo… Es un Írido, su máscara protege sus secretos.

Nieve meneó la cabeza. Una mueca de disgusto deformaba sus perfectos labios.

—Corvino tiene razón. Habéis sido unos imprudentes. ¿En qué estabais pensando? —Preguntó, encarándose con Jana—. Si hubieseis acudido a nosotros, os habríamos hecho ver que todo era una trampa.

—Sabíamos desde el principio que era una trampa. Una trampa de Argo —explicó Jana con cansancio—. Pero cuando Argo murió, nos pareció que era una temeridad dejar esa copia del Libro de la Creación a merced de los Varulf. Yadia les había hablado ya del libro. Durante todo este tiempo, ha estado haciendo un doble juego. Trabajaba para Argo y, a la vez, informaba a los Varulf y a sus otros aliados.

—Las cosas no fueron así exactamente —protestó Yadia con un brillo desafiante en la mirada—. Argo era demasiado listo para dejarse engañar. Desde el principio supo que se lo contaría todo a mis protectores, y no le importó…

—¡Miente! —Chilló Jana—. Os lo he dicho, ni siquiera su rostro es auténtico. Tienes que arrancarle la verdad, Nieve; ahora. La vida de Álex podría depender de ello.

Nieve estudió con atención el rostro de Yadia.

—Es cierto —confirmó, pensativa—. Esa cara no es más que una máscara… Está bien, se la arrancaré, si es eso lo que quieres. No te preocupes, Yadia, no te dolerá. Lo haré a través de la voz…

—¡¡¡No!!! —chilló el muchacho, aterrorizado—. Por favor… Por favor, no lo hagáis. Prefiero que me matéis. Corvino…

Durante unos segundos, los ojos de Yadia y los de Corvino se encontraron. En el rostro del guardián se dibujó, de pronto, una expresión de profunda piedad.

—Déjalo, Nieve —murmuró—. No le obligues a mostrar su rostro. No quiere hacerlo… Y quizá sea mejor que no lo haga.

Sorprendida, Nieve miró a Corvino. Fue como si leyese en sus ojos el significado de sus enigmáticas palabras. Su mirada regresó a Yadia, serena. Lo contempló largamente antes de decidirse a responder.

—Corvino tiene razón —dijo por fin—. Te propongo un trato, Yadia… Permitiré que conserves tu máscara y que no nos reveles tu verdadero rostro a cambio de que nos digas la verdad.

Los rasgos del joven mercenario se relajaron, reflejando un profundo alivio.

—De acuerdo —dijo—. Gracias…

—Un momento. —Los ojos de Jana echaban chispas cuando se plantó delante del Írido para enfrentarse a Nieve—. ¿De verdad vas a confiar en él? No puedo creerlo. Es un traidor, un mentiroso…

—A mí no me mentirá. Sabe que no puede engañarme, y que no le conviene intentarlo. El trato que le he ofrecido es ventajoso para él…

—¿Y por qué diablos hay que andarse con tantas contemplaciones con un tipo de su calaña? —Gritó Jana, buscando con la mirada el apoyo de su hermano David—. Un trato ventajoso… ¡Ha convertido a Álex en un monstruo, por el amor de Dios! No creo que eso merezca ninguna recompensa.

—Solo intentamos ayudar —replicó Corvino en tono tranquilo, pero inflexible—. Eres tú la que ha acudido a nosotros… Deseamos tanto como tú resolver todo esto, pero tendrás que dejar que hagamos las cosas a nuestra manera.

Jana se volvió una vez más a mirar a David. Su hermano asintió, sombrío.

—Corvino tiene razón, Jana. Es mejor que confiemos en ellos… Lo saben todo sobre el libro. Lo sabían desde el principio, en realidad.

Jana arqueó las cejas, mirando a Corvino.

—¿Qué es lo que sabéis, exactamente?

—David nos ha contado lo que os dijo Argo —contestó el guardián. Dos profundas arrugas surcaban su rostro juvenil. El antiguo especialista en el dominio de los sentimientos parecía tener dificultades para reprimir su cólera—. Está claro que jugó con vosotros. Él sabía desde el principio dónde estaba el Nosferatu, la copia humana del Libro de la Creación elaborada por Dayedi.

—¿Cómo no iba a saberlo? —Intervino Nieve—. Le encargamos que la custodiara hace más de cuatrocientos años…

—Fue después de la caída de los Kuriles. El resto de los Medu no sabía nada sobre el libro. Existía una profecía que lo mencionaba, pero nadie lo había visto. Sin embargo, era un objeto muy peligroso. Destruirlo podía acarrearnos más problemas aún que conservarlo, de modo que decidimos mantenerlo oculto en la antigua villa de Dayedi. La compramos, y Argo se encargó de su custodia durante cientos de años… Hasta que murió.

Jana observó en silencio a Corvino cuando este terminó de hablar. Necesitaba ordenar sus ideas.

—Pero… pero eso no tiene sentido —balbuceó por fin—. Si Argo tenía el libro desde el principio, ¿por qué se empeñó en que le ayudásemos a buscarlo?

—Creo que empiezo a entenderlo —murmuró David—. Si llevaba tanto tiempo custodiando al Nosferatu, debía de saber lo peligroso que era. Por eso no quería leerlo él.

—Exacto —confirmó Nieve—. Prefirió arriesgarse a invocar una visión del auténtico libro en el momento en que este se le reveló a Arawn, antes que intentar reanimar a ese monstruo. Sabía que, si lo hacía, corría el riesgo de quedar atrapado dentro del libro… Como le sucedió a Dayedi.

—¿Qué le ocurrió exactamente? —Preguntó David—. Esa parte de la historia no figuraba en las pinturas mágicas que Armand nos enseñó.

Sus ojos se encontraron con los de Yadia, que brillaban de un modo extraño. A los labios del mercenario afloró una sonrisa burlona, idéntica a la que solía animar el rostro de Armand el ilusionista.

—Dayedi realizó su copia del Libro de la Creación sobre un muñeco elaborado con piel humana —explicó Corvino—. Pero, para leer el libro, tuvo que permitir que aquella criatura se apoderase de su alma. El resto supongo que ya lo sabéis… Dayedi se convirtió en una especie de monstruo, y los propios Kuriles tuvieron que matarlo. Antes de morir, profetizó la guerra de los clanes y la destrucción de su poder hasta el advenimiento de la quinta dinastía Medu.

Sus ojos se posaron, reflexivos, en el rostro de Yadia. La sonrisa se había borrado del rostro del muchacho, y Jana creyó percibir una leve vibración de sus facciones, como si estuviese realizando un gran esfuerzo para mantener su máscara intacta.

Jana apartó la vista del Írido. Sus pensamientos se estaban dispersando, y eso era algo que no podía permitirse. Necesitaba volver a Argo, entender por qué había actuado de un modo tan extraño en relación con el libro.

—Argo me mostró la visión del libro que había tenido —confesó, rehuyendo la mirada de Nieve—. Arawn le impidió leerlo. Lo arrojó al fuego sagrado… Vosotros visteis el resultado. Sus alas carbonizadas, su cuerpo envejecido… Eso no era ningún truco.

—No, no lo era —admitió Nieve con un suspiro—. Supongo que la ambición lo volvió loco. Temía al Nosferatu, pero prefirió ignorar que el libro original era más poderoso aún. Y, después de su fracaso, regresó, más lleno de odio y de cólera que nunca…

—Y decidió vengarse —añadió Corvino—. Eso es, al menos, lo que suponemos. Decidió hacer un último intento para resucitar el poder del libro. Pensó que tal vez Álex pudiese leerlo para él. Aunque, en el fondo, Argo debía de saber que no podría conseguirlo, y que el libro lo destruiría.

—Y me utilizó a mí para obligar a Álex a llegar hasta el libro —murmuró Jana con amargura—. Y yo le seguí el juego… Pero, de todas formas, Argo murió. Si Yadia no hubiese seguido con todo esto, Álex estaría conmigo ahora. Quiero saber por qué…

¿Por qué, Yadia? ¿Tanto nos odias a Álex y a mí? ¿Qué era exactamente lo que querías?

Antes de que Yadia pudiese responder, se oyeron pasos en la escalinata de mármol. Al mirar hacia arriba, Jana descubrió que se trataba de Heru.

El cambio que se había operado en el antiguo guardián desde la última vez que lo había visto la impresionó. Estaba más delgado, llevaba gafas, y su aspecto atlético de antaño había desaparecido. Un guante de color marfil ocultaba las heridas que David le había infligido en su mano izquierda durante su enfrentamiento en la Caverna. Por lo demás, con sus anchos pantalones grises y su camiseta de Batman, parecía un informático desgarbado y alérgico a la luz solar.

Sin embargo, y a pesar de la distancia, Jana captó un brillo singular en sus ojos, y se dio cuenta de que había estado escuchando toda la conversación.

—¿Por qué no subís? —Dijo, deteniéndose en el rellano de la escalera—. En la cocina estaremos todos más cómodos. Por lo que he podido oír, Yadia tiene aún bastantes cosas que contar… Vamos, os prepararé un café.

A Nieve y a Corvino les pareció bien la idea, de modo que todos subieron. Jana notaba el latido apresurado de la sangre en sus sienes mientras ascendía por los peldaños de mármol detrás de Yadia. La impaciencia la estaba devorando; necesitaba respuestas, y las necesitaba cuanto antes. No podía quitarse de la cabeza la sombra del espejo, el rostro de ceniza gris que la había contemplado con ojos llameantes… ¿Qué quedaba de Álex en aquella criatura monstruosa? Si aún quedaba algo, lo rescataría, tenía que recuperarlo… Pero ¿cómo?

¿Estaría aún a tiempo?

Ya en la cocina, sentados alrededor de una mesa de madera y cristal mientras Heru echaba café molido en la cafetera, Nieve pareció apiadarse por fin de su ansiedad.

—Jana te había hecho una pregunta, Yadia —dijo, mirando al joven Írido—. Tienes que responder. No olvides que hemos hecho un trato…

Yadia tragó saliva.

—Es cierto que he estado jugando un doble juego —admitió—, aunque creo que Argo contaba con eso desde el principio. Él sabía quién era yo… —Se interrumpió y miró a Corvino con ojos asustados, como si temiese haber cometido un error—. El caso es que, poco después de que Argo me contratase para conducir a Álex hasta el Nosferatu, me puse en contacto con Harold, el regente de los Drakul.

Aquella información sorprendió a Jana. No era lo que ella esperaba.

—¿Con Harold? —preguntó—. ¿Por qué con Harold? ¿No habría sido más lógico que acudieses a Glauco, o a Eilat? Al fin y al cabo, eres medio Varulf y medio Írido… Lo natural habría sido que recurrieses a uno de esos dos clanes.

—Olvidas que ninguno de ellos me ha reconocido nunca. Soy un bastardo, Jana. Oficialmente, no pertenezco a ningún clan. No le debo lealtad a ninguno… Y pensé que con Harold tendría más oportunidades de sacar tajada.

—No lo entiendo —intervino David—. Harold puede ser muchas cosas, pero no es un intrigante como Glauco o como Eilat. ¿Por qué iba a estar interesado en hacer un trato contigo?

Yadia miró fijamente a David durante unos segundos antes de contestar.

—No es tan difícil de entender —murmuró—. Los Drakul llevaban meses estudiando viejos documentos olvidados con la esperanza de localizar el Libro de la Creación; y yo tenía la información que ellos necesitaban…

—¿Estaban buscando el libro? —preguntó Jana, cogiendo distraídamente la taza humeante que Heru le tendía—. No tenía ni idea… ¿Desde cuándo? ¿Por qué?

La respuesta de Yadia tardó unos segundos en llegar.

—Está claro por qué. Por la profecía.

Jana dejó la taza en el plato con brusquedad, derramando parte del oscuro líquido.

—¿Por la profecía? —repitió—. ¿Qué profecía?

—La profecía que hizo Dayedi en el momento de su muerte. Te refieres a ella, ¿no? —preguntó David mirando a Yadia.

El Írido asintió.

—Dayedi pronosticó la guerra de los clanes y el fin de su propio clan, el de los Kuriles —continuó David—. También adivinó que los Medu terminaríamos perdiendo casi todo nuestro poder. Pero dijo algo más…

—«El crepúsculo de los clanes se prolongará hasta la llegada de la quinta dinastía, el último linaje de los reyes Medu —recitó Yadia con los ojos cerrados—. El primer monarca de esta estirpe devolverá a los clanes la gloria perdida. Y, solo entonces, el libro se abrirá de nuevo».

—Y el primer monarca de la quinta dinastía es…

Jana no terminó la frase.

—Erik —murmuró Nieve pensativa—. Claro; ahora lo entiendo todo. Harold piensa que si encuentra el libro y es capaz de leerlo, Erik regresará de entre los muertos y devolverá al clan de los Drakul su antiguo poder.

—Es muy generoso por su parte —opinó Corvino—. Desde un punto de vista egoísta, Harold es el menos interesado en que Erik resucite. Perdería su puesto si eso ocurriera.

—No todo el mundo se guía por motivaciones egoístas —dijo Yadia, desafiante.

David puso los ojos en blanco.

—Mira quién fue a hablar…

Yadia se levantó de la silla que ocupaba. Sus ojos despedían fuego.

—¿Y tú qué sabes? —estalló—. ¿Qué puedes saber tú de mis motivaciones? No me conoces… Ninguno de vosotros me conoce de nada. Os atrevéis a juzgarme sin saber, como si fuerais mejores que yo. No tenéis ni idea…

—Cálmate, Yadia —le dijo Corvino. Tenía el ceño fruncido, y miraba al Írido con severidad—. Estás dejándote llevar, y puedes terminar diciendo algo de lo que luego te arrepientas.

Yadia sostuvo la mirada del guardián durante unos segundos, hasta que finalmente pareció relajarse.

—Tienes razón. No debo… Gracias por impedirlo.

A Jana no le pasó inadvertida la mirada que intercambiaron Nieve y Corvino.

—Parece que aquí todo el mundo sabe más que yo —dijo, malhumorada—. Vale, de acuerdo. Podéis quedaros con vuestros secretos, siempre y cuando me digáis lo que necesito saber para recuperar a Álex.

—No lo sabemos, Jana —dijo Nieve—. Ninguno de nosotros lo sabe…

—¿Qué te ofreció Harold a cambio de tu información sobre el libro? —Preguntó David mirando a Yadia—. Eso, por lo menos, sí podrás decírnoslo…

—Supongo que sí. Ya sabéis que los Drakul han forjado una alianza con los Íridos y los Varulf. Le pedí a Harold que convenciera al Consejo de los Íridos para que me aceptasen oficialmente en su clan a cambio de la información sobre el libro.

—¿Por qué elegiste el clan de los Íridos y no el de los Varulf? —Preguntó Jana—. Te criaron como a un Varulf, y se supone que tu padre lo era… ¿O eso tampoco es verdad?

Yadia palideció visiblemente.

—Tú… tú misma has comprobado que mis poderes no son los de un Varulf, sino los de un Írido —repuso con nerviosismo—. No… no tendría sentido pertenecer a un clan si no puedes hacer lo que hacen el resto de sus miembros.

Jana tuvo la sensación de que Yadia mentía, o de que estaba ocultando algo. Sin embargo, no insistió en el asunto. La historia familiar de Yadia no era, en esos momentos, lo que más le preocupaba.

—Resumiendo, tú has seguido con esto para cumplir la promesa que le hiciste a Harold —concluyó—. Seguiste las instrucciones de Argo incluso después de su muerte. Y él te había dicho que necesitaba a Álex para leer el libro.

—En realidad, también te quería a ti —puntualizó Yadia—. Él conocía la existencia de la copia del Nosferatu, el Gólem de arcilla de la Fundación Loredan. Insistió en que te separase de Álex para llevarte allí.

—Pero allí no había ningún libro mágico que leer. —Jana alzó la mirada hacia David—. Solo viejos manuales de alquimia y cábala, nada verdaderamente importante.

—¿Estás segura? —preguntó su hermano.

—Completamente. Utilicé el zafiro de Sarasvati para comprobarlo… La figura de arcilla carece de magia, y los libros esotéricos que acumulaban polvo en las estanterías los habría podido leer cualquiera.

—No lo entiendo. —Yadia meneó la cabeza, sombrío—. Las instrucciones de Argo fueron muy claras. Yo estaba seguro de que una parte del libro estaba allí, en aquella figura, quizá oculto en su interior…

—Argo te engañó —dijo Corvino—. Jugó contigo igual que con el resto. Te convenció de que separases a Álex y a Jana y de que los llevases a cada uno a un lugar diferente, como si hubiese dos partes separadas del Libro de la Creación, y cada uno de ellos tuviese que leer una. Una maniobra muy hábil…

—¿Qué quieres decir? —preguntó Yadia con manifiesta hostilidad.

—Argo no quería que los Medu recuperasen su poder. Lo último que hubiese deseado en este mundo habría sido restablecer la gloria del clan de los Drakul. Pero conocía bien el poder destructor del libro, y decidió emplearlo para librarse de sus más encarnizados enemigos. De Álex, y de Jana. Primero, el Nosferatu destruiría a Álex. Y luego, él, dominado por la oscuridad del monstruo, daría rienda suelta a sus más ocultos fantasmas y destruiría a Jana.

—Creo que lo habría hecho si… si algo no lo hubiera impedido —murmuró Jana, estremeciéndose.

—Sí, a mí estuvo a punto de matarme —reconoció Yadia—. ¿Cómo lograste vencerlo, Jana? Estaba inconsciente, no lo vi…

—Ya os lo he dicho, algo… o alguien me ayudó.

Heru habló por primera vez desde su llegada a la cocina.

—¿Quién fue, Jana? Podría ser importante…

Jana iba a pronunciar el nombre de Garo, pero un instinto de desconfianza la hizo cambiar de opinión en el último momento.

—No lo sé; no pude verlo —mintió—. El caso es que nos salvó la vida. El monstruo cayó al suelo convertido en ceniza. Espero que eso no signifique que Álex… que Álex…

No fue capaz de pronunciar las últimas palabras que danzaban en su mente.

—La imagen de la ceniza cayendo al suelo que viste no significa nada —dijo Corvino, acudiendo en su ayuda—. Álex no era esa envoltura monstruosa que os atacó, sino un espíritu atrapado dentro de ella. Y no es tan fácil destruir a un espíritu.

—Pero, al privarlo de su envoltura, quizá sufriese algún daño. Quizá tuvo que huir. Fue como si desapareciera de golpe.

Corvino asintió.

—Probablemente huyó. No voy a engañarte, Jana: no sé qué podemos hacer para encontrarlo. Es probable que ni él mismo sepa dónde está actualmente. Pero intentaremos dar con él y devolverle la vida. David, tienes que contarnos otra vez todo lo que ocurrió, sin omitir un solo detalle. Volveremos a esa antigua villa renacentista donde Argo custodiaba al Nosferatu. El cuerpo de Álex tiene que estar en alguna parte. Es posible que siga allí, en el lugar donde lo perdió… Al menos, podríamos intentar encontrarlo.

—Os ayudaré —decidió Yadia—. Conozco esa casa bastante bien; Argo me contó muchos de sus secretos antes de morir.

—No, Yadia —le interrumpió Nieve con firmeza—. Tú no vas a acompañarnos a ninguna parte.

—Pero…

—Si no te gusta la palabra «prisionero», considérate nuestro invitado. Te instalarás en el antiguo cuarto de Argo. No te faltará de nada, créeme.

—Pero yo puedo ayudaros —insistió Yadia. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y un extraño acento de desesperación en su voz—. Esta podría ser mi última oportunidad…

—Eso no depende de nosotros —dijo Corvino. Su rostro reflejaba una evidente simpatía hacia el muchacho—. Has hecho lo que has podido. No podemos permitir que sigas interviniendo. Lo primero ahora es salvar a Álex. Heru, ¿te ocuparás de él?

El arquero asintió imperceptiblemente. Su rostro parecía tan inexpresivo como si estuviese tallado en piedra. Lo único que reflejaba era una completa indiferencia hacia lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

Una indiferencia que, según lo que Álex le había contado a Jana sobre él, no casaba demasiado bien con su temperamento…

Sin saber por qué, Jana sintió al observar aquellos ojos helados una aguda punzada de inquietud.