Capítulo 3

Álex observó a Armand mientras este empujaba hacia atrás uno de los libros situados en la estantería de caoba próxima a la chimenea, y vio cómo esta giraba silenciosamente sobre sus goznes, convertida en una puerta.

—Pasad —dijo Armand—. No tengáis miedo…

Al otro lado reinaba una penumbra grisácea y húmeda. Álex inclinó la cabeza para no golpearse con la parte superior de la estantería, que no se había movido. La cámara secreta tenía el suelo cubierto por un mosaico de aspecto tan antiguo y deteriorado que bien podría haber sido romano. En la débil luz del crepúsculo que se filtraba desde la biblioteca, resultaba imposible distinguir con claridad la escena que representaba.

Por lo demás, la estancia estaba prácticamente vacía…, o al menos eso le pareció a Álex en un primer momento.

Fue al mirar hacia la izquierda cuando vio el alto espejo rectangular apoyado contra la pared. Una telaraña atravesaba su turbia superficie, extendiéndose como una gasa gris sobre uno de los vértices superiores del marco dorado. El espejo no reflejaba más que sombras; mejor dicho, una sombra única, profunda y amenazadora como la que emanaba del cuerpo de Álex en sus últimas visiones.

El muchacho sintió que el corazón se le encogía al enfrentarse con aquel reflejo oscuro e informe. Aquella negrura procedía de algo, o de alguien, situado en el lado opuesto de la estancia. Lentamente, Álex giró la cabeza en aquella dirección.

Entonces lo vio. Era un hombre, o al menos lo parecía. Se mantenía en pie, con la espalda ligeramente encorvada y el rostro vuelto hacia el espejo, inmóvil como una estatua. Pero no era una estatua. Su piel, completamente cubierta de tatuajes desde los pies al cuero cabelludo, tenía el aspecto de la piel humana. Parecía, más bien, un hombre disecado… Aunque Álex supo de inmediato que no se trataba de eso.

—¿Qué es? —preguntó con un hilo de voz.

La respuesta tardó unos segundos en llegar, y no se la proporcionó Armand, sino David.

—Es… es un nosferatu —repuso el hermano de Jana en un susurro.

Álex se volvió hacia él. Apenas podía distinguir la expresión de sus ojos en la penumbra.

—No entiendo —dijo—. ¿Qué es un nosferatu?

—Un nosferatu es un «No Muerto» —musitó David, mirando fijamente a la inquietante criatura—. Un cadáver que habita en la frontera entre la vida y la muerte.

—En realidad, no creo que debamos hablar de «un nosferatu», sino de «El Nosferatu» —precisó Armand, que se había quedado cerca de la entrada—. Este ejemplar es el único que existe.

—Pero sigo sin entender —murmuró Álex—. ¿Qué tiene que ver con el libro?

—¿No lo entiendes? —Las pupilas de David parecían estrellas oscuras en medio de la penumbra gris—. Esa «cosa» es el libro.

Una idea genial… Jamás se me habría ocurrido; y, sin embargo, ahora entiendo que no podía ser de otra manera.

—David, déjate de acertijos. No sé qué es lo que intentas decir. ¿El Libro de la Creación es… un cadáver?

David se aclaró la garganta antes de contestar.

—En la época de Dayedi, los filósofos creían que el hombre era un «microcosmos», una especie de representación del universo en miniatura. Y se supone que el Libro de la Creación, a su manera, contenía una descripción exacta del universo… ¿Qué mejor lugar para copiarlo que un hombre? Una copia del mundo escrita sobre otra copia. Ambas poderosas, inabarcables, infinitas. Es… es sencillamente perfecto.

Armand aplaudió sonoramente.

—Excelente —dijo, con los ojos brillantes—. Has comprendido enseguida, David… Pero te olvidas de una cosa. Para que un hombre sea un microcosmos, para que pueda albergar la representación completa del mundo, no basta con su cuerpo… Necesita un alma inmortal.

Álex clavó la mirada en la inmóvil figura humana y sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Tenía la sensación de que la criatura se había girado unos centímetros para seguirle con la vista… Aunque en su rostro cadavérico, completamente cubierto de tatuajes, los ojos quedaban ocultos en las profundidades de sus oscuras cuencas.

—Tienes razón —dijo David, con la voz quebrada de excitación—. Tienes razón, el cuerpo tatuado no es el verdadero libro; es solo… ¿Cómo decirlo? La cubierta, ¿no es así, Armand?

—Así es, David. Es solo la cubierta. Interesante, pero incompleta.

—Lo que significa que, para leer el libro, hay que reanimar al Nosferatu. Hay que insuflarle un espíritu… Pero ¿cómo se hace eso?

El escepticismo había desaparecido completamente de la expresión del hermano de Jana. En ese instante, miraba al ilusionista como si estuviese contemplando una especie de oráculo.

Álex desvió los ojos, incómodo. Seguía sin fiarse de Armand. Además, por más que se esforzaba en concentrarse en el cuerpo erguido y apergaminado del «No Muerto», había otra cosa en la habitación que atraía poderosamente su atención y le impedía pensar en nada más. Era el espejo; o, mejor dicho, la sombra que acechaba en su interior. Una sombra tan densa e impenetrable como la de las visiones relacionadas con el libro que había tenido en las últimas semanas. Solo que, en las visiones, la sombra no brotaba de un espejo, sino de él mismo; de su propio cuerpo, o quizá de un lugar más delicado e inalcanzable: de su alma…

Los pasos decididos de Armand a través del suelo de mosaico lo devolvieron a la realidad.

El mago se había situado ante la puerta de la cámara secreta y, desde allí, observaba a sus dos invitados con aire divertido.

—Vamos, Armand, tú tienes que saberlo —insistió David en tono casi suplicante—. Tú has leído el libro; así es como has conseguido todo lo que tienes. Eso quiere decir que has encontrado la forma de reanimar al Nosferatu, de dotarlo de un alma… ¿Cómo se hace?

—No es fácil, muchacho. Es duro, y doloroso, tremendamente doloroso. Me llevó bastante tiempo comprender el secreto de la copia realizada por Dayedi. Para leerla, para despertar al alma dormida de esta desgraciada criatura, hay que realizar un enorme sacrificio. La pregunta es si vosotros estáis dispuestos a realizarlo…

—¿Un sacrificio? —Álex se volvió hacia él y buscó su mirada—. ¿Qué clase de sacrificio, exactamente?

—El único que realmente importa: el de la vida. Para leer el libro, hay que estar dispuesto a morir; y no una, sino mil veces si fuera necesario.

—Pero tú sigues vivo —objetó David, dando un paso hacia el mago—. Dinos cómo lo has hecho. Tiene que haber una forma…

—Pensad sobre ello. Meditadlo despacio. Tenéis todo el tiempo del mundo para descubrir la respuesta… Y creo que os será más fácil dar con ella si yo no os molesto, de modo que, por ahora, creo que será mejor que nos despidamos.

Armand abrió la puerta con una mano, y retrocedió dos pasos mientras inclinaba el tronco casi hasta el suelo, en una grotesca reverencia.

—Espera un momento —dijo Álex—. ¿Cuándo vas a volver? ¿Cuánto tiempo piensas dejarnos aquí? Todo esto no tiene ningún sentido…

—Tiene más sentido del que imaginas, Álex. Mucho más —replicó el ilusionista con mirada solemne—. Concedeos una oportunidad. Yo ya he tenido la mía… Adiós.

La puerta se cerró tras el mago con un chasquido apenas audible. Un brillo tenue, débilmente rojizo, se propagó sobre la vieja y bruñida madera de su superficie en una rápida oleada. Álex estaba a punto de abalanzarse sobre ella cuando el brazo de David lo detuvo.

—No la toques —musitó—. Fíjate en ese emblema grabado en el centro. Un caballo alado rodeado por una corona de hiedra. Es un símbolo Medu muy antiguo y poderoso; significa que la puerta está encantada.

Álex le clavó una mirada fría e impaciente.

—¿Y qué? —preguntó irritado—. ¿Qué me pasará si la cruzo, me disolveré o algo por el estilo? No estarás intentando decirme que nos hemos convertido en prisioneros de Armand…

—Vamos, no exageres. Solo te digo que hay que tener cuidado antes de cruzar esa puerta, porque lo más probable es que al otro lado no nos encontremos la biblioteca de Armand, sino un lugar completamente distinto. El símbolo mágico la convierte en un portal dimensional, ¿lo entiendes? Si salimos, puede que no volvamos a encontrar el camino de regreso.

Álex miró de soslayo la sombra densa, casi sólida, que avanzaba desde el espejo, cada vez más larga y amenazante.

—Quizá sería lo mejor —murmuró.

—¿Estás de broma? —David lo miró indignado—. Esta es una oportunidad que solo se presenta una vez en la vida. Hemos tenido mucha suerte de que ese tipo haya querido traernos hasta el Nosferatu. Estamos solos con él, Álex. Ahora todo depende de nosotros. Si conseguimos reanimarlo, si conseguimos reconstruir la copia del Libro de la Creación, no habrá nada en el mundo que no podamos lograr. Entonces ya no hará falta que nos preocupemos por un mohoso conjuro en una puerta.

Álex miró fijamente al Nosferatu. Su espalda parecía algo más encorvada que unos segundos antes, y uno de sus pies se había adelantado, como si se dispusiera a atacar; aunque tal vez no fueran más que figuraciones suyas.

—¿Es que no has oído lo que acaba de decir Armand? —Preguntó, sin apartar los ojos del «No Muerto»—. La única forma de reanimar a esa cosa es sacrificar la vida. ¿Es en eso en lo que estás pensando? Porque preferiría saberlo desde ahora mismo…

—Está claro que no entiendes nada de estas cosas, Álex. ¿Qué demonios te enseñaron los guardianes cuando estuviste con ellos? En los asuntos mágicos no hay que interpretar nada literalmente; ese es un error de principiantes, el peor que se puede cometer. Cuando Armand hablaba de sacrificar la vida, no estaba hablando de un sacrificio real, sino simbólico. Quería decir que tendremos que ofrecer a cambio del libro algo que sea de gran valor para nosotros, aunque sinceramente no sé qué demonios podría ser.

—Pues piénsalo antes de que empiece a agobiarme aquí dentro —gruñó Álex, volviéndose hacia el espejo—. Se supone que tú eres el experto, ¿no? Te doy media hora como mucho para encontrar algo que ofrecerle a esa cosa repugnante a cambio de que nos deje conocer sus misterios. No pienso esperar ni un minuto más en este antro lleno de moho.

David suspiró, contrariado.

—No me lo estás poniendo fácil —protestó—. ¿Qué diablos te pasa? Nunca te he visto actuar como un cobarde, pero ahora… No sé, parece que este sitio te diera miedo.

—Lo que no entiendo es que no te dé miedo a ti —replicó Álex de mal humor—. Está claro que todo esto es una trampa, ha sido evidente desde el primer momento. Armand no nos ha traído aquí para hacernos un favor. Trama algo, y no me da buena espina… ¿Cómo es posible que no te des cuenta?

—Por supuesto que me doy cuenta, pero eso ahora es lo de menos. Si conseguimos descifrar el libro, Armand dejará de importar. Nadie podrá hacernos daño. Seremos… seremos prácticamente invencibles.

Álex dejó escapar una amarga carcajada.

—Has perdido la cabeza —murmuró—. En serio, en cuanto has visto todos esos tatuajes en la piel del Nosferatu, has empezado a delirar.

—No tienes ni idea de lo que estás hablando —le cortó David en tono casi amenazador—. Yo sí. Vamos a dejar de discutir, Álex. Necesito concentrarme. Voy a despertar a ese engendro aunque sea lo último que haga.

Álex se encogió de hombros y, dándole la espalda a David, se alejó sin pensarlo en dirección al rincón del espejo. Él tampoco deseaba prolongar aquella discusión… Lo único que quería era salir lo antes posible de allí.

Durante unos minutos, ambos jóvenes guardaron un obstinado silencio. Álex oía los pasos regulares de David recorriendo interminablemente el pequeño cubículo, dando vueltas alrededor del Nosferatu. Él, por su parte, se sentó en una esquina y apoyó la espalda en la fría pared. Desde donde se encontraba podía ver el espejo de lado, y la sombra cada vez más espesa que emanaba de su superficie. ¿Cómo era posible que David no la viera? Si hubiese detectado aquella sombra antinatural que crecía por momentos, no habría podido ignorarla para concentrarse en el cadáver-libro. La sombra le habría impedido pensar con claridad… y le habría hecho desear con todas sus fuerzas alejarse de aquel lugar para siempre.

En algún momento, la sombra empezó a susurrar. El murmullo sibilante que brotaba del espejo parecía llegar de muy lejos, como el rumor de un mar lejano. Pero Álex estaba seguro de que en aquel sonido se ocultaban palabras incomprensibles, palabras que iban dirigidas a él. La sombra le estaba llamando. Era absurdo, lo sabía, pero también sabía que sus sentidos no le estaban engañando. La presencia amenazadora del espejo quería atraer su atención. Más aún: quería comunicarle algo… Pero ¿qué?

Fuese lo que fuese, Álex decidió resistirse con todas sus fuerzas a aquella llamada. Una voz interior le decía que era peligrosa, y que no debía caer en la tentación de escucharla. Pero, al mismo tiempo, el rumor le atraía con su música suave y seductora, obligándolo a realizar un gran esfuerzo para no ir hacia él. Sintió, de pronto, que su mente se dejaba envolver por la armonía de aquel viento distante y flotaba hacia un lugar alejado en el espacio y en el tiempo. Vio con toda claridad la penumbra de la Caverna Sagrada, el sepulcro de Erik bañado en luz y la figura de Jana inclinándose sobre el lecho de piedra…

Álex cerró los ojos. Apretó los párpados con todas sus fuerzas, hasta que la visión se disolvió en una oscuridad salpicada de destellos blancos. No deseaba volver a presenciar aquella escena que despertaba el monstruo celoso y desagradecido que llevaba dentro. Tenía que poner barreras mentales, impedir a cualquier precio que la visión volviese a abrirse camino hasta su conciencia. Necesitaba todo su poder de concentración…

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —oyó que le decía David.

Abrió los ojos, desorientado. No sabía cuántos minutos llevaba luchando contra las imágenes que pugnaban por introducirse en su cerebro, manteniéndolas alejadas a través de un esfuerzo coordinado de todas sus facultades mentales.

—¿Qué pasa? —preguntó, mirando a David.

El hermano de Jana tenía el ceño fruncido y sus ojos echaban chispas.

—¿Cómo que qué pasa? Creía que querías salir de aquí, pero no estás ayudando mucho, ¿sabes? Yo solo no puedo reanimar a esa cosa. De verdad que no te entiendo, Álex. ¿No te interesa el libro?

—No, no me interesa —mintió Álex. La voz le salió débil y quebrada, como si acabase de despertar de un pesado sueño—. Lo único que quiero es largarme.

David se quedó mirándolo fijamente.

—Es por lo que dijo Armand sobre la profecía, ¿verdad? —preguntó—. Es por eso… No quieres que lea el libro. No quieres que los Medu recuperemos la magia que nos arrebataste. Te da miedo…

—¡Sí! —le interrumpió Álex, nervioso. Había vuelto a vislumbrar la Caverna Sagrada durante unos instantes, antes de que su voluntad disgregase la imagen y le devolviese a la cámara secreta de la biblioteca—. Me da miedo, sí… ¿Y qué? No tengo ningún motivo para seguirte el juego. Me gusta el mundo tal y como es ahora, y no quiero que los clanes recuperen el poder que perdieron. Sabes tan bien como yo lo que harían con ese poder, si lo recuperaran…

—Lo que han hecho siempre —replicó David con indiferencia—. Sobrevivir, proteger su legado. Están… Estamos en nuestro derecho.

—Pues, si lo conseguís, no será con mi ayuda —murmuró Álex, rehuyendo sus ojos.

Se sentía extenuado, e incapaz de seguir durante más tiempo con aquella conversación. El esfuerzo continuo que debía hacer para mantener alejadas las visiones de la Caverna había conseguido acabar con sus últimas reservas de energía.

Sin embargo, David no parecía dispuesto a dejarle en paz.

—¿Ni siquiera lo harías por Jana? —preguntó—. Necesito tu ayuda, Álex. Si no me echas una mano, quién sabe cuánto tiempo tendremos que quedarnos atrapados aquí…

—Te recuerdo que la puerta no está cerrada con llave —repuso Álex con desgana—. Podemos irnos cuando queramos.

Eso le dio una idea. Apoyándose en la rodilla derecha, se puso en pie. Por un momento temió que las piernas no le sostuvieran, pero, a pesar de su debilidad, consiguió avanzar un par de pasos hacia la puerta.

—¿Qué haces? —David le agarró violentamente del brazo—. ¿Qué demonios estás haciendo?

Álex se volvió hacia él. Detrás del hermano de Jana, el Nosferatu permanecía inmóvil, como una extraña criatura disecada.

—Me marcho, David —contestó con un hilo de voz—. No me importa adónde me conduzca esa puerta. Quiero salir de aquí… Me estoy ahogando.

Intentó dar un paso más, pero los dedos de David le apretaron el brazo.

—Eres un cobarde —le recriminó el joven aginar con los ojos brillantes de desprecio—. Si Jana te viera en estos momentos, se avergonzaría de ti…

Una descarga de adrenalina calentó la piel de Álex. Sus músculos reaccionaron solos, empujando a David hacia atrás con una fuerza de la que unos segundos antes no habrían sido capaces.

El muchacho cayó al suelo sentado; era obvio que no se esperaba aquel ataque. Sus ojos entrecerrados se clavaron en su atacante, llenos de rencor. Se había llevado la mano enguantada al pecho, como si le doliera.

—Esto también le habría encantado a mi hermana —siseó, burlón—. Qué lástima que se lo esté perdiendo…

—No metas a Jana en esto, ¿me oyes? Basta. —La voz de Álex brotaba descontrolada, llena de rabia, sin que él pudiera hacer nada por contenerla—. Estoy harto de ti, harto de vosotros y de vuestras estupideces… ¿Qué queréis, que todo vuelva a ser como antes? Que yo recuerde, antes no os iba demasiado bien…

—Ahora será mejor —murmuró David, levantándose del suelo sin apartar la mirada de Álex—. Hemos aprendido la lección. Además, ahora tenemos un rey. Armand lo ha dicho, y tiene razón. Por primera vez en cuatrocientos años, los clanes tenemos un rey, y eso lo cambia todo. Con Erik en el trono, y sin la molestia de los guardianes, nadie podrá pararnos.

—Sí; qué maravilla. —Álex sonrió con sarcasmo—. Unos cuantos como tú bastarían para convertir el mundo en un infierno… Ya me lo estoy imaginando.

David ladeó un poco la cabeza para lanzarle una mirada oblicua.

—Creía que Erik era tu mejor amigo —dijo en voz baja—. Aunque solo fuera por él, lo lógico sería que colaboraras. El libro nos permitiría despertarlo…

—¿Y crees que yo quiero eso? —Vociferó Álex, fuera de sí—. ¿De verdad lo crees? Eres un idiota, David. Eres un completo idiota.

En algún momento en medio de su estallido, Álex volvió a empujar a su compañero. El muchacho, desequilibrado por el golpe, salió despedido hacia la pared de piedra. Intentó frenar el golpe con la mano enferma, pero el guante se arrugó al chocar contra el muro como si no contuviese nada más que vacío. De la garganta de David brotó un aullido de dolor.

En ese mismo instante Álex oyó un crujido a su espalda.

Se volvió justo a tiempo para ver cómo el Nosferatu abría los ojos. Sus iris eran dos círculos negros en cuyo centro brillaban los símbolos gemelos de dos ibis idénticos. Dos jeroglíficos antiguos como la historia del mundo, esculpidos en fuego sobre la oscuridad de aquella mirada inhumana.

—Ha despertado —susurró David, que había conseguido ponerse en pie—. ¿Por qué? No entiendo nada…

Álex intentó contestarle. Intentó decirle que él sí lo entendía, pero no pudo.

De repente, se había quedado sin voz.

El monstruo avanzó pesadamente hacia ellos, moviendo con torpeza sus rígidas piernas cubiertas de tatuajes. Un dolor insoportable atenazó el pecho y la garganta de Álex, como si media docena de cuchillos le estuvieran desgarrando por dentro. Trató de moverse, pero le fue imposible.

—Enhorabuena, David —dijo el Nosferatu. Tenía la voz de Álex, el mismo tono grave y levemente ronco, las mismas inflexiones al arrastrar las palabras—. Lo has conseguido.

David contempló con fijeza los ibis de fuego inscritos en los ojos del monstruo.

—¿Qué… qué ha pasado? —tartamudeó—. ¿Qué le has hecho a mi amigo?

El Nosferatu se echó a reír. Una única carcajada trémula, mezclada con extraños estertores, reverberó en las paredes de la cámara secreta.

—¿De verdad te parece que ese es un término apropiado para definirle? —se mofó el monstruo. A medida que hablaba, parecía ir ganando en firmeza, y la expresión de su rostro cadavérico iba adquiriendo una vivacidad cada vez mayor—. Amigo… ¿Por eso su voz destilaba tanto odio como para devolverle la vida a un cadáver?

De modo que era eso. Álex dirigió a David una mirada suplicante, pero el hermano de Jana solo tenía ojos para el Nosferatu, Parecía fascinado y aterrado al mismo tiempo. Por fin había conseguido lo que quería: despertar a la copia viviente del Libro de La Creación.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó; Álex se dio cuenta de que David estaba temblando—. ¿Debo temerte?

De nuevo resonó una carcajada, esta vez más larga y humana que la anterior.

—Todo el mundo debería temerme, David. El poder es temible, y dentro de mí hay un inmenso poder… Pero te estoy agradecido por haberme reanimado.

—La verdad es que yo no he hecho nada. Ni siquiera sé cómo ha ocurrido. Fue cuando Álex me golpeó; así que me imagino que ha debido de hacerlo él.

Los ojos del Nosferatu se desviaron hacia el cuerpo petrificado de Álex y clavaron en él sus signos llameantes. Fue como si una fuerza invisible descargase un latigazo sobre la espalda del muchacho, que cayó al suelo de rodillas, doblado de dolor.

—¿Qué le ocurre? —preguntó David, asustado—. ¿Eso se lo has hecho tú?

—No he hecho más que devolverle el golpe —repuso el Nosferatu. El movimiento de sus labios estaba ligeramente desincronizado con los sonidos que emitían—. Era lo justo, ¿no te parece?

Una sombra de rabia atravesó el rostro de David.

—Se ha puesto como loco conmigo —contestó, mirando fijamente a Álex—. No sabía que me odiara tanto…

—Te odia. Odia todo lo que representáis tú y tu hermana. La máscara ha caído, tú no tienes la culpa. Todo lo que tienes que hacer es ignorarle.

Un frío insoportable había comenzado a invadir las entrañas de Álex. Intentó hablar una vez más, atraer la atención de David para sustraerle al influjo del Nosferatu, pero su garganta seguía muerta, incapaz de emitir ni el más leve sonido.

La mirada confusa de David vagó un instante sobre el cuerpo derrotado de su amigo antes de volver a encadenarse a la criatura tatuada.

—¿Qué va a pasar con él? —preguntó en voz baja.

—Nada. Lo que tenía que pasar ya ha pasado. Lo único que tienes que hacer es salir de aquí sin volver la vista atrás y no volver a pensar jamás en él. A cambio, puedo devolverte lo que tanto deseas… Lo que estabas buscando cuando viniste aquí.

David tragó saliva.

—¿Tú sabes… sabes lo que yo…?

—Tenías un don —dijo la voz de Álex desde la boca repugnante del Nosferatu—. Tenías un don irrepetible, único en el mundo, y lo perdiste por su culpa. Yo puedo devolvértelo.

—¿Cómo?

La voz de David vibraba de esperanza.

—Dame la mano —susurró el monstruo extendiendo un brazo rígido, completamente cubierto de descoloridos dibujos—. ¿Te repugna tocar una piel muerta? No seas cobarde. Esta piel contiene los secretos del mundo, ¿recuerdas? Dame la mano y no te arrepentirás.

David alzó ligeramente su mano enguantada y la mantuvo a medio camino en el aire, sin decidirse a tocar al monstruo. Su cuerpo temblaba tanto que parecía a punto de perder el equilibrio. Unos segundos más, y el Nosferatu le tocaría…

Álex supo con toda certeza que ese sería su final.

En realidad, ya había comenzado a morir. Una parte de su voluntad le había abandonado, dejándolo congelado por dentro. También algunos de sus recuerdos, una parte importante de todo lo que conocía. Era como si el monstruo los hubiese aspirado.

Mejor dicho, la sombra del monstruo. Con la escasa lucidez que le quedaba, Álex se dio cuenta de que era la oscuridad del espejo la que le estaba debilitando, la que le estaba robando sus facultades. El Nosferatu no era más que el envoltorio. Su fuerza espiritual, una fuerza maligna y antigua como el hombre mismo, provenía de las tinieblas del espejo.

No le quedaba mucho tiempo; como mucho, unos segundos. Tenía que hacer un último intento antes de entregarse; antes de que aquella oscuridad le succionase el alma para fundirla con su propia y retorcida vida.

Como en un fogonazo, vio el rostro sereno y puro de Nieve. El poder de la voz; el arte que Nieve le había enseñado. Podía romper la prisión de silencio que le atenazaba si lograba concentrarse lo suficiente. Podía hablar con el sonido de su propia agonía, y conseguir que David le escuchase a él en lugar de al monstruo.

Le dolió como si un río de piedras afiladas arañase las paredes de su laringe, brutal y destructivo. Y sonó como una cascada de cristales rotos, fluyendo en un grito incontenible desde su garganta hacia el espejo.

David pareció despertar de un sueño. Sus ojos se clavaron en los de Álex con expresión de profundo terror. Álex supo que, en un instante, lo había comprendido todo.

La mano del muchacho cayó lentamente.

—No —dijo en un susurro—. No lo haré. No voy a traicionar a mi amigo.

El Nosferatu lanzó una espeluznante carcajada que hizo temblar el suelo de la estancia.

—Ya lo has traicionado —dijo, cuando los ecos de su risa inhumana se apagaron del todo—. No has hecho nada para ayudarle cuando aún había tiempo… Y ahora ya es demasiado tarde.

Los ojos de David no se habían apartado de Álex mientras el monstruo hablaba. Venciendo el dolor, Álex consiguió desviar la mirada unos milímetros en dirección al espejo. El movimiento de sus iris fue casi imperceptible, pero David estaba tan concentrado en observarlo que lo notó. Instantáneamente, se dio cuenta de lo que ocurría. Captó el espesor de las sombras que brotaban del espejo, y supo que una parte de la fuerza del Nosferatu habitaba en aquel reflejo oscuro. Álex lo vio lanzarse sobre la bruñida superficie y golpearla brutalmente con su mano sana.

El cristal reflectante se hizo añicos, y los pedazos cayeron al suelo como una lluvia de agujas de vidrio.

Antes de que el Nosferatu tuviese tiempo de volverse hacia el espejo roto, el fuego de sus pupilas se apagó. Álex comprobó con infinito alivio que había recuperado el dominio de su cuerpo. Sin embargo, al intentar incorporarse, sintió un dolor atroz en los músculos de la espalda. Sus piernas se doblaban como cartón mojado.

—Tenemos que irnos, antes de que reaccione —dijo David, asiéndolo de un brazo y pasándoselo sobre los hombros—. Vamos, Álex, tienes que hacer un esfuerzo…

Álex obedeció y dio un par de pasos. Poco a poco, sus miembros iban recuperando firmeza. El Nosferatu, mientras tanto, permanecía tan inmóvil y encorvado como al principio. Nada en su rostro ni en su actitud indicaba que quedara en él ni el más leve rescoldo de vida.

David tuvo que soltar a Álex para intentar abrir la puerta. Álex observó su mano cubierta de arañazos sanguinolentos forcejeando con el picaporte. Después de unos minutos, la puerta cedió con un chasquido, y una explosión de luz invadió la cámara secreta de la biblioteca.

David traspasó el umbral y, ya al otro lado, se volvió.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó, tendiendo una mano.

Álex iba a extender la suya cuando oyó a su espalda un rumor tan débil como un suspiro. Un rumor que, insensiblemente, fue transformándose en un lejano flujo de palabras.

—Solo yo puedo ayudarte. —La voz que le hablaba era la suya, y sonaba muy profunda y lejana, amortiguada por una distancia infinita en el espacio y en el tiempo—. Solo yo puedo impedir que Erik despierte…

Olvidándose de David y de la claridad que le aguardaba al otro lado de la puerta, Álex se giró, tembloroso. La figura del Nosferatu seguía en el mismo lugar, pero un rescoldo rojizo animaba sus pupilas negras.

No pudo controlarse. La rabia transformó su temor en decisión, y, reuniendo las escasas fuerzas que le quedaban, descargó un violento puñetazo en el rostro reseco del monstruo.

El Nosferatu cayó derribado como un muñeco. Al chocar con el suelo, la apergaminada piel que lo cubría se deshizo en una nube de escamas polvorientas que quedaron flotando alrededor de Álex.

El muchacho tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

Acababa de destruir la obra de Dayedi. Y eso significaba que ya nadie podría volver a leer aquel texto maldito, aquella copia monstruosa del Libro de la Creación.

Avanzó hacia el rectángulo de luz de la puerta, tambaleándose. La silueta de David lo esperaba al otro lado. Los párpados le quemaban. En realidad, le quemaba toda la piel.

Como si una lluvia de cenizas incandescentes se hubiese abatido sobre su cuerpo.

En el mismo momento en que cruzó el umbral, comprendió lo que le estaba ocurriendo. La piel del Nosferatu se estaba recomponiendo sobre la superficie de su propia piel, atrapándolo en su carcasa vacía.

Estaba prisionero. Prisionero en el interior de una voluntad inhumana que lo envolvía como un ropaje protector y maligno.

Y, al mismo tiempo, sintió que una parte de su propia voluntad se quedaba atrás, aprisionada en los fragmentos rotos del espejo.

Se preguntó si alguna vez lograría recuperarla.