Capítulo 3

En la habitación no quedaba nada de magia, salvo la que dormía en el interior de algunos de los libros de las estanterías. La amenaza sobrenatural del espejo ya no estaba allí. Garo la había destruido…

Con un suspiro, Jana se arrodilló junto al cuerpo inconsciente de Yadia. Durante unos minutos, se dedicó a estudiar con atención aquellos rasgos ásperos, los largos cabellos de un blanco brillante que contrastaban con la juventud del muchacho. Cuanto más lo miraba, mayor era la expresión de frustración que afloraba a su rostro. Lo que estaba contemplando no era más que otra máscara… Aquel tampoco era el aspecto del mercenario Írido. Sus poderes debían de ser verdaderamente increíbles para mantener intacta su falsa apariencia incluso mientras se encontraba desmayado.

Comprendiendo que no averiguaría nada más por sus propios medios, Jana intentó despertar a Yadia propinándole un seco puntapié en las costillas. El muchacho se giró en el suelo con gesto de dolor, pero no llegó a abrir los ojos.

Entonces a Jana se le ocurrió una idea. Concentrándose al máximo, extendió un dedo y trazó en la frente del muchacho una S, al mismo tiempo que recitaba en voz baja un poderoso sortilegio de su clan.

Cuando repitió el sortilegio por segunda vez, la letra que acababa de trazar brilló sobre la piel del muchacho como si fuera de oro. A la tercera repetición, un siniestro cascabeleo resonó junto al cuello de Yadia. El signo de su frente había cobrado vida, transformándose instantáneamente en una larga serpiente de escamas doradas.

La serpiente se deslizó sobre el cuello de Yadia y avanzó sobre el pecho hasta rodearle ambos brazos. El contacto resbaladizo del reptil debió de despertar al muchacho.

Al despegar los párpados, su mirada recayó en Jana, que lo contemplaba con gesto de enfado.

—¿Ya ha pasado? —preguntó, incorporándose ligeramente para mirar a su alrededor—. ¿Qué era esa cosa? Ha estado a punto de matarme…

Las últimas palabras las pronunció en un susurro, con la vista fija en la cabeza triangular de la serpiente dorada. En sus facciones apareció una expresión de invencible repugnancia.

—Quítame de encima a esa cosa —pidió—. Es un truco tuyo, ¿verdad?

—No es ningún truco, Yadia, o comoquiera que te llames. Esa serpiente es la encarnación del poder de las hechiceras Agmar. Si te muerde, instalará mi voluntad en tu mente. No podrás negarte a decirme la verdad.

—El veneno Agmar; sí, había oído hablar de él… —Yadia se sentó con mucha lentitud, para no provocar a la serpiente—. ¿De verdad es necesario? Te diré lo que quieras saber, no hace falta esto…

—¿Y esperas que te crea? —estalló Jana, rabiosa—. Llevas engañándome desde que nos conocimos. La maldita historia del Libro de la Creación… Tú has estado mezclado en ella desde el principio. ¿Se puede saber qué te proponías? ¿Qué le has hecho a Álex?

El tono agónico de la última pregunta pareció alarmar a Yadia.

—Escucha, Jana —dijo. Hablaba muy despacio, para no sobresaltar al reptil del cual dependía su libertad, o, más bien para no poner aún más furiosa a la hechicera de la cual dependían los movimientos de la serpiente—. Escúchame, es absurdo que la tomes conmigo… Yo no le he hecho nada a Álex. Únicamente he seguido las instrucciones que me dieron. Argo pensó al principio que le bastaría con Álex, pero luego cambió y decidió mezclarte a ti también…

—¿Me estás diciendo que me has traído aquí siguiendo el plan de Argo? Pero Argo está muerto, Yadia… ¿Cómo esperas que me trague eso?

—Argo quería que tú y Álex encontraseis el libro —continuó Yadia, ignorando la pregunta de Jana—. Pensaba que solo vosotros serías capaces de leerlo. Él creía que el libro se encontraba dividido. Había conseguido leer parcialmente una de las dos mitades de la copia, la que se conserva en la villa renacentista de Vicenza. La otra mitad se supone que es esta: el Gólem de barro… Eso creía Argo, aunque es evidente que estaba equivocado. Esa cosa no tiene nada de magia.

—Espera un momento. ¿Qué pasa con esa otra mitad? Hasta ahora nunca la habías mencionado…

—Tenía que manteneros separados. Álex leería una mitad, tú la otra. Así, ninguno de los dos poseería el poder del libro en su conjunto. Solo al unir las dos lecturas cobrarían sentido. Pero es evidente que algo ha salido mal.

—¿Qué le has hecho a Álex? —Repitió Jana, desesperada—. ¿Lo llevaste a Vicenza? Él dijo que había visto allí el cadáver de ese mago, el verdadero Armand…

Una vibración contrajo los rasgos de Yadia, y al momento siguiente sus facciones se habían transformado en las de Armand.

Jana contempló el nuevo rostro del muchacho, anonadada.

—De modo que también eras tú —susurró—. Todo el tiempo has sido tú.

La serpiente se deslizó frenéticamente alrededor del cuerpo de Yadia, apretándole el pecho con la poderosa musculatura de sus anillos. El muchacho empezó a jadear. Notaba la lengua del reptil acariciándole el cuello, mientras de su garganta brotaba un cascabeleo metálico.

Captando el peligro, el muchacho comprendió que no debía seguir provocando a Jana, y en un segundo recobró el aspecto del mercenario Yadia.

—¿Quién más está mezclado en todo esto? —preguntó Jana. Tenía la boca seca, y su voz sonaba pastosa y estridente—. Antes has dicho «nosotros»… Y está claro que has seguido con el plan a pesar de la muerte de Argo, de modo que no intentes engañarme. Seguías un doble juego, ¿verdad? Trabajabas para Argo y, al mismo tiempo, les vendías sus secretos a otros. ¿A quiénes? ¿A los Varulf? ¿O a los Íridos? ¿Están los dos clanes juntos en esto?

Yadia forcejeó con la serpiente, pero solo consiguió que sus anillos se apretasen. Estaba cada vez más asustado.

—No trabajo para nadie, Jana. Estoy solo en esto. Ya que Argo había muerto, pensé que era una pena desperdiciar ese libro tan poderoso que podía ayudarme a conseguir todo lo que quisiera, de modo que decidí seguir adelante con el plan… ¡Ah!

Un violento dolor en el cuello, como una quemadura, silenció al muchacho. La serpiente le había mordido.

—Si no quieres que sea por las buenas, será por las malas —dijo Jana con repentina suavidad—. El veneno Agmar ya está dentro de ti. Cuando empiece a hacer efecto, no podrás resistirte a él. Harás todo lo que yo te diga.

Las facciones de Yadia se distorsionaron en una mueca silenciosa de miedo. Jana sonrió satisfecha. El chico estaba aterrorizado, que era lo que ella quería. Pero, si le temía tanto, ¿por qué seguía resistiéndose a contarlo todo? ¿Por qué no le decía de una vez por todas la verdad?

—Jana, por favor. —La voz de Yadia era quejumbrosa, suplicante—. Libérame y te prometo que no volveré a enfrentarme contigo ni con nadie de tu clan. Te lo prometo…

—¿Y crees que eso es suficiente? ¡Explícame lo que le ha pasado a Álex! Lo habéis… lo habéis convertido en un monstruo…

Durante unos segundos, solo se oyeron en la habitación los sollozos incontenibles de Jana. Yadia la miraba en silencio, aturdido.

—No sé qué le ha pasado, te lo juro —dijo al cabo de un rato—. Yo me limité a llevarlo a Vicenza y a mostrarle la copia del libro: el Nosferatu. Se parece un poco a esta estatua de aquí, aunque es algo mucho más siniestro. Una especie de muñeco hueco fabricado con auténtica piel humana, completamente cubierta de tatuajes. Yo adopté el aspecto de Armand y los llevé hasta allí. Los dejé encerrados con él. También lo llaman el «No Muerto». Algo debió de salir mal…

—Has dicho «los llevé» —dijo Jana, alzando la mirada con viveza hacia Yadia—. ¿Quién más estaba con Álex, Yadia? ¿Había alguien más?

Yadia tardó una eternidad en contestar.

—Tu hermano David —susurró finalmente—. Lo utilicé a él para atraer a Álex a la villa de Vicenza. Ya no sabía qué intentar, Álex se resistía por todos los medios a buscar ese maldito libro.

Jana asintió, derrotada. Yadia tenía razón: Álex había hecho todo lo posible por ignorar toda aquella historia del Libro de la Creación y de su inmenso poder. Pero ella, en cambio, había caído en todas las trampas que Argo y Yadia le habían tendido. Después de ver el video en el que el falso Armand resucitaba, se había empeñado en encontrar el antiguo volumen Kuril. Y se había enfadado con Álex por su resistencia a ayudarla…

Él había heredado los poderes de los antiguos Kuriles. Probablemente había visto en sus visiones algo aterrador, pero no se lo había contado para no asustarla. Probablemente había visto lo que el libro podía hacer con él: devorarlo, convertirlo en un monstruo…

Y ahora lo había perdido para siempre.

Una vez más, sus ojos se clavaron en el joven mercenario de ascendencia Írida. No podía evitar culpare de todo lo ocurrido.

—Has resistido mucho, pero ha llegado el momento de dejarlo —dijo con frialdad—. El veneno está haciendo efecto. Muéstrame tu verdadero rostro, Yadia… Sé que esto que estoy viendo no es más que otra estúpida máscara.

Cada palabra de Jana sacudía el cuerpo del mercenario como una descarga eléctrica. En sus ojos se leía una angustia infinita. Respiraba con creciente dificultad, emitiendo largos estertores metálicos, como si sus pulmones se hubiesen transformado en un viejo y oxidado fuelle.

Sus labios se movieron pero ningún sonido llegó a brotar de ellos. Jana observó la débil vibración que difuminaba la cara de Yadia. El veneno de la voluntad Agmar estaba a punto de derrotarlo.

De nuevo abrió la boca y vocalizó algo. Jana se acercó a él para entender lo que decía.

—No… no voy… a mos… trarte mi rostro, Jana —balbuceó—. Lo siento, no… no puedo… Prefiero… morir.

Jana frunció el ceño. No esperaba tanto valor por parte de su prisionera. Estaba impresionada. Por un lado deseaba estrangularle con sus propias manos, pero, por otro, sabía que no debía ceder a la rabia y a la frustración que sentía en ese momento.

—No te preocupes, no dejaré que mueras —repuso con sequedad—. Hay otras maneras de arrancarle los secretos a un Írido.

—¿Otras maneras?

Sin contestar, Jana pasó el dedo índice de su mano derecha sobre la frente del muchacho, borrando el signo mágico que había trazado previamente.

La serpiente de oro desapareció, dejando tras de sí un siseo agudo que terminó disolviéndose en un rumor de brisa entre las hojas del algún árbol cercano.

Yadia se dejó caer en el suelo, extenuado.

—Gracias —murmuró.

—No me des las gracias todavía. Los secretos de un Írido se encuentran a salvo mientras pueda mantener oculto su verdadero rostro, pero sé de alguien que puede destruir todas tus máscaras.

—Nadie puede hacer eso —replicó Yadia con una débil sonrisa—. Ni siquiera tú has podido…

—Ella sí podrá. Y lo hará. Lo hará por Álex… Vamos, Yadia, ponte de pie. Voy a llevarte al palacio de Nieve.