APÉNDICE

CARTA DE UN EXPERTO ADICTO A LAS DROGAS PELIGROSAS

(Publicada originalmente en The British Journal of Addiction, Vol 53, Núm. 2)

Venecia,

3 de agosto de 1956

Querido doctor:

Gracias por su carta. Incluyo el artículo sobre los efectos de las diversas drogas que he usado. No sé si es adecuado para su publicación. No tengo ninguna objeción que hacer a que se utilice mi nombre.

Sin problemas con la bebida. Sin deseos de utilizar ninguna droga. Un estado general de salud excelente. Por favor, dé recuerdos de mi parte al señor… Utilizo diariamente su método de ejercicios con resultados excelentes.

He estado pensando en escribir un libro sobre los estupefacientes, pero necesito encontrar un colaborador adecuado que se ocupe de la parte técnica.

Suyo

WILLIAM BURROUGHS

El uso del opio y de derivados del opio lleva a un estado que define y describe el término «adicción». (El término se usa en sentido amplio para designar todo a lo que alguien está habituado o necesita. Hablamos de adicción a los caramelos, al café, tabaco, clima cálido, televisión, novelas policíacas, crucigramas.) Aplicado inadecuadamente de este modo, el término pierde precisión y utilidad. El uso de la morfina lleva a la dependencia metabólica de la morfina. La morfina se convierte en una necesidad biológica, lo mismo que el agua, y quien la usa puede morir si se le priva súbitamente de ella. El diabético morirá sin insulina, pero no es adicto a la insulina. Su necesidad de insulina no fue creada por el uso de insulina. Necesita insulina para mantener un metabolismo normal. El adicto necesita morfina para mantener un metabolismo de morfina, y de ese modo impedir el penoso y doloroso retorno a un metabolismo normal.

He usado diversas drogas «estupefacientes» durante un período de veinte años. Algunas de tales drogas son adictivas en el sentido expuesto arriba. La mayoría no lo son:

OPIÁCEOS. —Durante un período de doce años he usado opio, fumado y tomado oralmente (la inyección subcutánea provoca abscesos. La inyección en la vena es desagradable y quizá peligrosa), heroína inyectada intramuscularmente, en la vena, subcutáneamente, esnifada (cuando no podía conseguir aguja), morfina, dialudid, pantopón, eukodal, paracodina, dionina, codeína, demerol, metadona. Todos estos productos, en mayor o menor grado, habitúan. No hay mucha diferencia en lo que se refiere al modo en que se administre la droga; fumada, esnifada, inyectada, tomada oral o rectalmente, al final el resultado será el mismo: adicción. Y es tan difícil interrumpir el hábito a fumar como el hábito a inyectarse endovenosamente. La idea de que el hábito de inyectarse es particularmente peligroso se deriva de un miedo irracional a las agujas —(«Las inyecciones envenenan la sangre»— como si la sangre se envenenara menos con las sustancias absorbidas por el estómago, los pulmones o las mucosas). El demerol probablemente sea menos adictivo que la morfina. También satisface menos al adicto y es menos efectivo como analgésico. Si bien es cierto que un hábito de demerol es más fácil de cortar que un hábito de morfina, indudablemente el demerol es más dañino para la salud, y de modo específico para el sistema nervioso. En cierta ocasión usé demerol durante tres meses y padecí algunos síntomas bastante molestos: temblor de manos (con morfina mis manos siempre están firmes), pérdida progresiva de la coordinación, contracciones musculares, obsesiones paranoicas, miedo a la locura. Finalmente, contraje una oportunísima intolerancia hacia el demerol —sin duda una medida de autoconservación— y cambié a metadona. Todos mis síntomas desaparecieron de inmediato. Debo añadir que el demerol es tan astringente como la morfina, que ejerce un efecto incluso más intenso sobre el apetito y las funciones sexuales, aunque, por el contrario, no produzca contracción de las pupilas. A lo largo de un período de muchos años me he puesto miles de inyecciones con agujas sin esterilizar y, de hecho, sucias, y nunca contraje infección alguna hasta que usé el demerol. Entonces padecí una serie de abscesos, uno de los cuales tuvo que ser sajado y drenado. En resumen, el demerol me parece que es una droga más peligrosa que la morfina. La metadona resulta completamente satisfactoria para el adicto. Es un excelente analgésico y, por lo menos, tan adictiva como la morfina.

He tomado morfina para calmar dolores agudos. Cualquier opiáceo elimina realmente el dolor en la misma medida en que elimina los síntomas de carencia. La conclusión es obvia: cualquier opiáceo que elimine el dolor crea hábito, y cuanto más efectivamente quita el dolor, mayor hábito crea. La molécula que crea el hábito y la molécula que quita el dolor probablemente sean idénticas en la morfina; y el proceso mediante el cual la morfina quita el dolor, es el mismo proceso que lleva a la tolerancia y a la adicción. Una morfina que no cree hábito es, aparentemente, la Piedra Filosofal de nuestros días. Por otra parte, los derivados de la apomorfina pueden ser extremadamente efectivos para controlar el síndrome de carencia. Pero no es posible pedir que esta droga sea también un analgésico.

Los fenómenos de la adicción a la morfina son bien conocidos y no hay razón para exponerlos de nuevo aquí. Sin embargo, me parece que existen algunos aspectos que han recibido una atención insuficiente: se ha señalado la incompatibilidad metabólica entre la morfina y el alcohol, pero nadie ha avanzado una explicación al respecto, al menos que yo sepa. Si un morfinómano bebe alcohol no experimenta sensaciones agradables o eufóricas. Hay una sensación de incomodidad creciente, y la necesidad de otra inyección. Parece que el alcohol sea rechazado por el hígado. En cierta ocasión, intenté beber cuando aún no me había recuperado del todo de una ictericia (entonces no usaba morfina). La sensación metabólica fue la misma. En un caso, el hígado estaba parcialmente paralizado por la ictericia, en el otro, literalmente ocupado metabolizando la morfina. En ninguno de los dos casos era capaz de metabolizar el alcohol. Si un alcohólico se hace morfinómano, la morfina desplaza invariable y totalmente al alcohol. He conocido a algunos alcohólicos que empezaron a usar morfina. Fueron capaces de tolerar grandes dosis de morfina de modo inmediato sin efectos desagradables, y en cuestión de días dejaron de tomar alcohol. Lo contrario nunca ocurre. El morfinómano no puede tolerar alcohol cuando está usando morfina o sufriendo una carencia de ella. La capacidad para tolerar alcohol es una señal indudable de desintoxicación. En consecuencia, la morfina nunca puede sustituirse directamente por alcohol. Claro que un adicto desintoxicado, puede empezar a beber y convertirse en un alcohólico.

Durante el período de carencia, el adicto es extremadamente consciente de su entorno. Las impresiones sensitivas se intensifican hasta llegar a convertirse en alucinaciones. Los objetos familiares parecen agitarse con una vida furtiva y temblorosa. El adicto sufre el asalto de una oleada de sensaciones externas y viscerales. Puede experimentar fulgurantes momentos de belleza y de nostalgia, pero la impresión general es extremadamente dolorosa. (Es posible que sus sensaciones sean dolorosas debido a su intensidad. Una sensación agradable puede volverse intolerable una vez que ha alcanzado una determinada intensidad.)

He observado dos reacciones especiales al principio de un estado de carencia: 1) Todo parece amenazador; 2) Una paranoia no muy intensa. Los médicos y las enfermeras parecen monstruos del mal. En el curso de varias curas yo mismo me he sentido rodeado por lunáticos peligrosos. Hablé con uno de los pacientes del doctor Dent que acababa de desintoxicarse de un hábito de pethidina. Me informó de una experiencia idéntica, y de que durante 24 horas las enfermeras y el médico le «parecían brutales y repugnantes». Y todo parecía siniestro. He hablado con otros adictos que experimentaron las mismas reacciones. Por tanto, parece que la base psicológica de las ideas paranoicas durante la carencia es algo evidente. La similitud específica de estas reacciones indica la existencia de un origen metabólico común. La semejanza entre estos fenómenos de carencia y ciertos estados de intoxicación con otras drogas salta a la vista. El hashish, la Bannisteria Caapi (harmalina), el peyote (mescalina) provocan estados de aguda sensibilidad con alucinaciones. Todo parece vivo. Las ideas paranoides son frecuentes. La intoxicación con Bannisteria Caapi reproduce de modo específico el estado de carencia. Todo parece amenazante. Las ideas paranoides son especialmente agudas en las sobredosis. Tras haber tomado Bannisteria Caapi, yo estaba convencido de que el Brujo y su ayudante conspiraban para asesinarme. Parece que los estados metabólicos del cuerpo son capaces de reproducir los efectos de diversas drogas.

En Estados Unidos los adictos a la heroína reciben una cura de reducción involuntaria por parte de los traficantes que diluyen progresivamente su mercancía con lactosa y barbitúricos. Como consecuencia de ello, muchos de los adictos que desean tratarse padecen adicción leve y pueden quedar desintoxicados en poco tiempo (de siete a ocho días). Se recuperan rápidamente sin medicación. Entretanto, cualquier tranquilizante, antialérgico o sedante les proporciona cierto alivio, especialmente si es inyectado. El adicto se siente mejor si sabe que hay alguna sustancia ajena circulando por su sangre. El tolserol, la toracina y otros «tranquilizantes» similares, todas las variedades de barbitúricos, el cloral, el paraldehído, los antihistamínicos, la cortisona, la reserpina, y hasta el shock (¿queda la lobotomía muy lejos?), todo eso se ha utilizado con resultados generalmente calificados de «alentadores». Mi propia experiencia indica que estos resultados deben aceptarse con cierta reserva. Por supuesto, está indicado el tratamiento de los síntomas, y todos esos productos (con la posible excepción del que se utiliza con más frecuencia: los barbitúricos) tienen un lugar en el tratamiento del síndrome de carencia. Pero ninguna de estas drogas es, en sí misma, la solución para la carencia. Los síntomas de la carencia varían de acuerdo con el metabolismo individual y las características físicas. Los individuos con pecho de pollo, propensos a la fiebre de heno y al asma padecen graves síntomas alérgicos durante la carencia: catarro de nariz, estornudos, picores, ojos llorosos, dificultad para respirar. En tales casos, la cortisona y los antihistamínicos pueden producir alivio concreto. Los vómitos pueden controlarse con antieméticos, tales como la toracina.

Me he sometido a diez «curas» en el curso de las cuales fueron utilizados todos estos productos. He recurrido a reducciones rápidas, reducciones lentas, sueño prolongado, apomorfina, antihistamínicos, y a un sistema francés que implicaba la utilización de un producto inútil conocido por «amorfina»… es decir, a todo, menos al electroshock. (Me interesaría conocer los resultados de nuevos experimentos con electroshock sobre otras personas.) El éxito de cualquier tratamiento depende del grado y duración de la adicción, del estado de carencia (los productos que son eficaces en el período final o ligero de la carencia, pueden resultar desastrosos durante la fase aguda), los síntomas individuales, la salud, edad, etc. Un método puede ser completamente ineficaz en unas ocasiones, pero dar excelentes resultados en otras. O un tratamiento que no me resultó bien a mí, puede ayudar a otra persona distinta. No trato de emitir juicios definitivos, sino de informar con respecto a mis reacciones ante diversos productos y métodos de tratamiento.

Curas de reducción.— Es la forma más corriente de tratamiento, y todavía no se ha descubierto ningún método que pueda reemplazarla en los casos de adicción intensa. Debe suministrársele al paciente algo de morfina. Si hay una regla que sea aplicable a todos los casos de adicción, tal regla es precisamente ésta. Pero la morfina debe suprimirse lo más rápidamente posible. He seguido curas de reducción lenta y en todos los casos el resultado fue desesperanzador y eventualmente inútil. Las reducciones imperceptibles tienden a convertirse en reducciones interminables. Cuando un adicto quiere curarse, en la mayoría de los casos ya ha experimentado en diversas ocasiones los síntomas de la carencia. Espera pasar momentos muy desagradables y está preparado a pechar con ellos. Pero si las molestias provocadas por la carencia se prolongan a lo largo de dos meses, en lugar de diez días, es posible que no esté dispuesto a soportarlas. No es la intensidad, sino la duración de las molestias lo que termina con los deseos de resistir. Si el adicto toma habitualmente cierta cantidad, aunque sea pequeña, de cualquier opiáceo para aliviar la debilidad, el insomnio, la depresión, el nerviosismo de la etapa final de la carencia, los síntomas pueden prolongarse indefinidamente, y la recaída es casi segura.

Curas de sueño.— La teoría suena bien. Uno se duerme y se despierta curado. Dosis industriales de hidrato de cloral, barbitúricos, toracina, sólo provocan un estado de pesadilla semiconsciente. La carencia de sedación, tras 5 días, ocasiona un severo shock. Vuelven a aparecer los síntomas agudos de carencia de morfina. El resultado final fue un síndrome combinado de horror incomparable. Ninguna de las curas que he seguido resultó tan dolorosa como este supuesto método indoloro. El ciclo de sueño y vigilia está profundamente alterado durante la carencia. Añadir a esto una sedación masiva parece contraindicado hasta decir basta. La carencia de morfina es suficientemente traumática sin necesidad de añadir una carencia de barbitúricos. Tras dos semanas en el hospital (cinco días de sedación, diez días de «descanso») me encontraba tan débil que caí al suelo cuando intentaba caminar por una ligera pendiente. Considero que las curas de sueño son el peor método para tratar la carencia.

Antihistamínicos.— El empleo de antihistamínicos se basa en la teoría alérgica de la carencia. La falta súbita de morfina precipita la superproducción de histaminas con los consiguientes síntomas alérgicos. (En el shock resultado de lesión traumática con dolor agudo se liberan grandes cantidades de histamina que pasan a la sangre. Durante un dolor agudo se toleran dosis de morfina tóxicas, y lo mismo pasa durante la adicción. Los conejos, que tienen un elevado índice de histamina en la sangre, son extremadamente resistentes a la morfina.) Mi propia experiencia con antihistamínicos no ha sido concluyente. En cierta ocasión seguí una cura en la que sólo se utilizaron antihistamínicos y los resultados fueron buenos. Pero entonces mi adicción era ligera, y cuando empecé el tratamiento llevaba 72 horas sin morfina. Desde entonces, he usado antihistamínicos con cierta frecuencia para combatir los síntomas de carencia con resultados poco satisfactorios. De hecho, los antihistamínicos parecen incrementar mi depresión e irritabilidad (no suelo padecer los típicos síntomas alérgicos).

Apomorfina.— La apomorfina es indudablemente el mejor método para tratar la carencia de todos los que he experimentado. No elimina por completo los síntomas, pero los reduce hasta un nivel soportable. Los síntomas agudos, tales como los calambres de piernas y estómago, los estados convulsivos o maníacos, los elimina por completo. De hecho, el tratamiento con apomorfina implica menos molestias que una cura por reducción. La recuperación es más rápida y completa. Creo que nunca conseguí eliminar por completo el deseo de tomar morfina hasta que seguí un tratamiento con apomorfina. Quizá la necesidad «psicológica» de morfina que persiste tras una cura, no sea en absoluto psicológica, sino metabólica. Las variaciones más potentes de la fórmula de apomorfina podrían resultar cualitativamente más efectivas para tratar todas las formas de adicción.

Cortisona.— La cortisona parece proporcionar cierto alivio, especialmente cuando se inyecta endovenosamente.

Toracina.— Procura cierto alivio, pero no mucho. Efectos secundarios —depresión, perturbaciones de la visión, indigestión— compensan los dudosos beneficios.

Reserpina.— Nunca noté que este producto proporcionara otro efecto que no fuera una ligera depresión.

Tolserol.— Resultados despreciables.

Barbitúricos.— Es algo bastante corriente recetar barbitúricos para combatir el insomnio de la carencia. En realidad, el uso de barbitúricos retrasa el retorno del sueño normal, prolonga el período de carencia, y puede llevar a una recaída. (El adicto tiene la tentación de tomar un poco de codeína o de paregórico con su nembutal. Unas cantidades muy pequeñas de opiáceos, que resultarían inocuas para una persona normal, restablecen inmediatamente la adicción en un adicto curado.) Mi experiencia es indudable que confirma la afirmación del doctor Dent acerca de que los barbitúricos están contraindicados.

Cloral y paraldehídos.— Es probable que sean preferibles a los barbitúricos, si es necesaria una sedación, pero la mayoría de los adictos vomitan el paraldehído inmediatamente. También he probado, por propia iniciativa, las drogas siguientes durante el período de carencia:

Alcohol.— Absolutamente contraindicado en cualquiera de las fases de carencia. El uso del alcohol exacerba invariablemente los síntomas de carencia y lleva a la recaída. El alcohol sólo puede ser tolerado una vez que el metabolismo vuelve a la normalidad. En los casos de adicción intensa esto suele llevar un mes.

Bencedrina.— Puede aliviar temporalmente la depresión de la fase final de la carencia, pero es desastrosa en la fase aguda. Contraindicada en cualquiera de las fases dado que produce un estado de nerviosismo para el que la morfina es la respuesta psicológica.

Cocaína..— Lo de arriba vale doblemente en el caso de la cocaína.

Cannabis indica (marihuana).— En la fase final o en carencias ligeras alivia la depresión y aumenta el apetito. En las carencias agudas es un desastre total. (En cierta ocasión fumé marihuana durante la primera fase de carencia y los resultados fueron de pesadilla.) La cannabis es un sensibilizador. Si uno ya se siente mal, le hará sentirse peor. Contraindicado.

Peyote; Bannisteria caapi.— No me he aventurado a realizar experimentos. Pensar en una intoxicación de Bannisteria superpuesta a los síntomas de una carencia aguda hace vacilar el cerebro. Conozco a un hombre que utilizó peyote en la fase final de la carencia, y que afirmaba que carecía de cualquier deseo de tomar morfina, pero que en definitiva murió por envenenamiento de peyote.

En los casos de adicción intensa, los síntomas físicos de la adicción se prolongan durante un mes por lo menos.

Jamás he visto ni oído hablar de un psicótico que fuera morfinómano, es decir, de alguien que mostrara síntomas psicóticos mientras estaba adiccionado a un opiáceo. De hecho, los adictos son personas tristemente cuerdas. Quizá haya una incompatibilidad metabólica entre esquizofrenia y adicción a los opiáceos. Por otra parte, la carencia de morfina provoca a menudo reacciones psicóticas —usualmente cierta paranoia—. Es interesante notar que productos y métodos que dan resultados en la esquizofrenia, sean utilizados también durante la carencia: antihistamínicos, tranquilizantes, apomorfina, electroshock.

Sir Charles Sherington define el dolor como «el acompañante psíquico de un reflejo protector imperativo».

El sistema nervioso vegetativo se expande y se contrae como respuesta a los ritmos viscerales y a los estímulos externos; se expande ante los estímulos que experimenta como placenteros —sexo, alimentos, contactos sociales agradables, etc.—, y se contrae ante el dolor, la ansiedad, el miedo, la incomodidad, la depresión. La morfina altera el ciclo de expansión y contracción, descarga y tensión. Se desactiva la actividad sexual, se inhibe la peristalsis, las pupilas dejan de reaccionar ante luz y oscuridad. El organismo no se contrae ante el dolor, ni se expande ante las fuentes de placer habituales. Se adapta a un ciclo propio de la morfina. El adicto es inmune al aburrimiento. Es capaz de estarse mirando la punta de los zapatos durante horas, o de permanecer simplemente en la cama. No necesita contactos sexuales, ni sociales, tampoco trabajo, diversión, ejercicio… no necesita nada excepto morfina. La morfina puede aliviar el dolor debido quizá a que proporciona al organismo algunas de las cualidades de los vegetales. (El dolor quizá carezca de sentido para las plantas que son, en su mayor parte, inmóviles, incapaces de tener reflejos protectores.)

Los científicos buscan un tipo de morfina que no sea adictiva, que elimine el dolor sin proporcionar placer, pues los adictos quieren —o creen que quieren— euforia sin adicción. No veo cómo podrían separarse las funciones de la morfina. Creo que cualquier producto que elimine el dolor, reprimirá la función sexual, inducirá euforia y provocará adicción. El producto que elimine el dolor y que sea perfecto, lo más probable es que cree hábito con una sola aplicación. (Si alguien está interesado en desarrollar una droga semejante, creo que la dehidro-oxi-heroína podría ser un buen punto de partida.)

El adicto existe en un estado asexual, atemporal, indoloro. El retorno a los ritmos de la vida animal implica el síndrome de carencia. Dudo que esa transición pueda llevarse a cabo placenteramente. A lo más que se podría llegar es a la carencia indolora.

COCAÍNA.— La cocaína es la droga más estimulante que he utilizado jamás. La euforia tiene su centro en la cabeza. Quizá la droga active directamente las conexiones del placer del cerebro. Sospecho que una corriente eléctrica en el punto preciso produciría el mismo efecto. La estimulación completa con la cocaína sólo puede conseguirse por medio de la inyección por vía endovenosa. Los efectos placenteros no duran más de cinco o diez minutos. Si la droga se inyecta intramuscularmente, la rápida eliminación anula los efectos. Y lo mismo sucede, pero reforzado, si se esnifa.

Una práctica corriente entre los cocainómanos consiste en pasarse la noche entera chutándose cocaína a intervalos de un minuto; alternan con chutes de heroína, o de cocaína y heroína mezcladas en la misma inyección, lo que se llama un «speed ball». (Nunca he conocido a un cocainómano que fuera también morfinómano.)

La necesidad de cocaína puede llegar a ser intensa. Yo mismo me he pasado días enteros de una botica a otra para conseguir que me despacharan una receta de cocaína. Es posible desear la cocaína de modo muy intenso, pero no existe una necesidad metabólica del producto. Si no es posible conseguir cocaína, uno puede comer, irse a dormir y olvidar el asunto. He hablado con personas que usaron cocaína durante años y, de pronto, se quedaron sin la posibilidad de conseguirla. Ninguna de ellas experimentó síntomas de carencia. De hecho, es difícil aceptar que un estimulante del cerebro frontal pueda llegar a ser adictivo. La adicción parece ser monopolio exclusivo de los sedantes.

El uso continuado de la cocaína ocasiona nerviosismo, depresión, y a veces psicosis con alucinaciones paranoicas. El nerviosismo y la depresión resultantes del uso de la cocaína sólo pueden aliviarse con más cocaína. También se eliminan con morfina. El uso de cocaína por parte de un morfinómano siempre lleva a la utilización de inyecciones de morfina más abundantes y frecuentes.

CANNABIS INDICA (hashish, marihuana).— Los efectos de esta droga han sido descritos con frecuencia: trastornos en la percepción espacio-temporal, sensibilidad aguda para las impresiones, fuga de ideas, risa convulsiva, estupidez. La marihuana es un sensibilizador y sus efectos no siempre son agradables. Hace que una situación mala sea peor. La depresión se vuelve desesperación, la ansiedad pánico. Ya he mencionado mi horrible experiencia con marihuana durante un período agudo de carencia de morfina. En cierta ocasión le di marihuana a un invitado que estaba ligeramente ansioso con respecto a algo («Estoy inquieto», había dicho). Tras fumar medio cigarrillo, se puso en pie de un salto y, gritando «¡Tengo miedo!», salió de la casa corriendo.

Un aspecto particularmente enervante de la intoxicación con marihuana es la perturbación de la orientación afectiva. No se sabe si algo gusta o no, si una sensación es agradable o desagradable.

El uso de la marihuana varía mucho con cada individuo. Unos la fuman constantemente, otros a veces, y a no pocos les desagrada de modo muy intenso. Parece que es especialmente impopular entre los morfinómanos, muchos de los cuales adoptan una actitud puritana con respecto a los fumadores de marihuana.

Los efectos desagradables de la marihuana se han exagerado mucho en Estados Unidos. Nuestra droga nacional es el alcohol. Tendemos a considerar el uso de cualquier otra droga con especial horror. Cualquiera que se entregue a esos vicios extranjeros se expone a la ruina completa de cuerpo y mente. La gente cree lo que quiere creer sin tener en cuenta los hechos. La marihuana no crea hábito. Nunca he observado que su uso moderado produzca efectos peligrosos. Las psicosis, por efecto de la droga, quizá sean consecuencia de un uso prolongado y excesivo.

BARBITÚRICOS.— Los barbitúricos son indudablemente adictivos si se toman en grandes cantidades a lo largo de cualquier período de tiempo (aproximadamente un gramo diario creará adicción). El síndrome de carencia es más peligroso que el de carencia de morfina, e incluye alucinaciones con convulsiones semejantes a las epilépticas. Los adictos a veces se hieren al caer sobre pisos de cemento (los pisos de cemento son el corolario habitual de una brusca carencia). Los morfinómanos a veces toman barbitúricos para potenciar raciones inadecuadas de morfina. Algunos de ellos se vuelven, además, adictos a los barbitúricos.

En una ocasión tomé dos cápsulas de nembutal (de gramo y medio cada una de ellas) todas las noches a lo largo de cuatro meses, y no padecí síntomas de carencia. La adicción a los barbitúricos es cuestión de cantidad. Probablemente no se trate de una adicción metabólica como la de la morfina, sino de una reacción mecánica debido a una sedación excesiva del cerebrofrontal.

El adicto a los barbitúricos ofrece un espectáculo impresionante. Es incapaz de coordinación, se tambalea, se cae de los taburetes de la barra de un bar, se queda dormido en mitad de una frase, se le cae la comida de la boca. Se muestra confuso, pendenciero y estúpido. Y, además, casi siempre usa otras drogas, cualquiera que se le ponga a mano: alcohol, bencedrina, opiáceos, marihuana. Los consumidores de barbitúricos están muy mal vistos en la sociedad de los adictos: «Vagabundos del nembutal. Son gente sin ninguna clase.» El siguiente paso es gas y leche, o se ponen a esnifar amoníaco. «El excitante de las limpiarretretes.»

A mi juicio los barbitúricos crean la peor forma de adicción posible, desagradable, dañina, y difícil de tratar.

BENCEDRINA.— Es un estimulante cerebral, como la cocaína. Grandes dosis provocan insomnio prolongado y sensaciones estimulantes. El período de euforia es seguido de una terrible depresión. La droga tiende a incrementar la ansiedad. Causa indigestión y pérdida del apetito.

Sólo conozco un caso en el que la carencia de bencedrina fue seguida de síntomas claros. Se trataba de una conocida mía que usó cantidades increíbles de bencedrina a lo largo de seis meses. Durante este período desarrolló una psicosis producida por la droga y estuvo hospitalizada durante diez días. Continuó usando bencedrina, pero de pronto ya no pudo obtenerla. Sufrió un agudo ataque de asma. No podía respirar y la piel se le puso azul. Le di una dosis de antihistamínico (teferene) que la mejoró instantáneamente. Los síntomas no volvieron a manifestarse.

PEYOTE (mescalina).— Es indudablemente un estimulante. Dilata las pupilas y mantiene despierto. El peyote provoca intensas náuseas. Los consumidores experimentan dificultades para mantenerlo dentro del estómago el tiempo suficiente para que produzca efecto; un efecto que es similar, en ciertos aspectos, al de la marihuana. Se acentúa la sensibilidad ante las impresiones y especialmente para los colores. La intoxicación con peyote provoca una peculiar conciencia vegetal o identificación con la planta. Todo se parece a una planta de peyote. Es fácil comprender por qué los indios creen que hay un espíritu que reside en el cactus del peyote.

Una sobredosis puede ocasionar parálisis respiratoria y muerte. Conozco un caso de éstos. No existen motivos para creer que el peyote sea adictivo.

BANNISTERIA CAAPI (harmalina, bannisterina, telepatina).— La Bannisteria caapi es una enredadera de crecimiento rápido. Al parecer, el principio activo se encuentra en la madera de la enredadera recién cortada. La corteza interior es la que se considera más activa, y las hojas no se usan nunca. Se necesita una gran cantidad de planta para sentir todos los efectos de la droga. Para una persona se necesitan unos cinco trozos de enredadera de unos veinte centímetros cada uno. La planta se machaca y se cuece por espacio de dos horas o más junto a las hojas de un arbusto identificado como Palicourea sp. rubiaceae.

El yage o ayahuasca (los nombres indios más usuales de la Bannisteria caapi) es un estupefaciente alucinógeno que provoca un profundo desarreglo de los sentidos. En sobredosis es un veneno que provoca convulsiones. El antídoto es un barbitúrico o cualquier otro sedante anticonvulsivo potente. Quien tome yage por primera vez debe tener preparado un sedante en previsión de una sobredosis.

Las propiedades alucinógenas del yage le han convertido en un producto que usan los brujos para incrementar sus poderes. También lo usan como curalotodo en el tratamiento de diversas dolencias. El yage hace descender la temperatura del cuerpo y, en consecuencia, es relativamente útil en el tratamiento de la fiebre. Es un poderoso antihelmíntico, indicado en el tratamiento de las lombrices estomacales o intestinales. El yage induce un estado de anestesia de la conciencia, y se utiliza en ritos donde los iniciados deben someterse a pruebas dolorosas, tales como la flagelación o las picaduras de hormigas.

Según mis informaciones, sólo es activa la enredadera recién cortada. No encontré manera de secar, extraer o conservar el principio activo. Las tinturas no resultan activas. La planta seca es completamente inerte. La farmacología del yage requiere investigación de laboratorio. Dado que el extracto en bruto es tan poderoso y alucinógeno, es posible que se puedan obtener resultados más espectaculares aún con variedades sintéticas. Indudablemente el asunto requiere mayor investigación[1].

No he apreciado efecto dañino alguno que pueda atribuirse al uso del yage. Los brujos que lo usan constantemente parecen disfrutar de una salud normal. La tolerancia se adquiere en seguida, así que pronto se puede beber el extracto sin náuseas ni cualquier otro efecto molesto.

El yage es un estupefaciente único. La intoxicación con yage es, en algunos aspectos, similar a la intoxicación con hashish. En ambos casos hay un cambio del punto de vista, una extensión de la conciencia más allá de la experiencia ordinaria. Pero el yage provoca un desequilibrio de los sentidos más profundo con evidentes alucinaciones. La visualización de resplandores azules es algo peculiar de la intoxicación con yage.

Hay un amplio espectro de actitudes con respecto al yage. Muchos indios y la mayoría de los consumidores blancos parecen considerarlo simplemente como un intoxicante más, semejante al alcohol. En otros grupos tiene una utilización y un significado ritual. Entre los jíbaros, los jóvenes toman yage para entrar en contacto con los espíritus de sus antepasados y recibir informaciones de su vida futura. También es usado en los ritos de iniciación para anestesiar a los iniciados que deban sufrir duras pruebas. Todos los brujos lo usan en su práctica cotidiana de adivinar el futuro, encontrar objetos perdidos o robados, descubrir al autor de un crimen, diagnosticar y tratar enfermedades.

El alcaloide de la Bannisteria caapi fue aislado en 1923 por Fisher Cárdenas. Lo denominó telepatina y también bannisterina. Rumf demostró que la telepatina era idéntica a la harmina, el alcaloide del Perganum Harmala.

La Bannisteria caapi, evidentemente, no provoca adicción.

NUEZ MOSCADA.— Los presos y los marinos a veces recurren a la nuez moscada. Se toma más o menos una cucharada mezclada con agua. Los resultados son vagamente similares a los de la marihuana, y aparecen algunos efectos secundarios: dolor de cabeza y náuseas. Aun suponiendo que fuera posible hablar de adicción a la nuez moscada, es probable que antes de que llegara a tener lugar esta adicción sobreviniera la muerte. Sólo he tomado nuez moscada en una ocasión.

Los indios de Sudamérica utilizan bastantes estupefacientes de la familia de la nuez moscada. Usualmente esnifan el polvo seco de la planta. Los brujos absorben estas sustancias tóxicas y caen en estados convulsivos. Se piensa que sus movimientos y gruñidos tienen un significado profético. Un amigo mío estuvo gravemente enfermo durante tres días tras experimentar en América del Sur con una droga de la familia de la nuez moscada.

DATURA-ESCOPOLAMINA.— Los morfinómanos se envenenan con cierta frecuencia al tomar morfina en combinación con escopolamina.

En una ocasión conseguí algunas ampollas que contenían morfina y cantidades inapreciables de escopolamina. Me puse seis ampollas en una sola inyección y el resultado fue un estado psicótico que duró varias horas; durante ese tiempo me atendió el dueño de la casa donde estaba. Al día siguiente no recordaba nada de lo ocurrido.

Las drogas del grupo de la datura son usadas por los indios de Sudamérica y México. Las muertes, se dice, son frecuentes.

La escopolamina ha sido utilizada por los rusos como droga de verdad, con resultados dudosos. El sujeto es posible que se vea obligado a revelar sus secretos, pero es absolutamente incapaz de recordarlos. A menudo, la historia falsa y la información secreta están inextricablemente mezcladas. Creo que la mescalina ha tenido mucho éxito para arrancar informaciones a sospechosos.

La adicción a la morfina es una enfermedad metabólica producida por el uso de morfina. En mi opinión, el tratamiento psicológico no sólo es inútil, sino que está contraindicado. Estadísticamente, la gente que se vuelve morfinómana es la que tiene acceso al producto: médicos, enfermeras, cualquier contacto con el mercado negro. En Persia, donde el opio se vende sin control en tiendas especiales, el 70 por 100 de la población adulta es adicta. Según esto, ¿debemos psicoanalizar a varios millones de persas para descubrir los conflictos profundos y las ansiedades que les han llevado al consumo de opio? Creo que no es el caso. Según mi propia experiencia, la mayoría de los adictos no son neuróticos y no necesitan psicoterapia. El tratamiento con apomorfina y el acceso a la apomorfina en caso de recaída, indudablemente arrojarían un porcentaje más elevado de curas permanentes que cualquier programa de «rehabilitación psicológica».