EL MERCADO
Panorámica de la ciudad de Interzonas. Primeros compases del Saint Louis Este Toodleoo… unas veces fuertes y claros, otras débiles, intermitentes como música en una calle ventosa…
La habitación parece estremecerse y vibrar de movimiento. La sangre y sustancia de muchas razas: negros, polinesios, mongoles de las montañas, nómadas del desierto, políglotas del Cercano Oriente, indios… razas todavía no concebidas ni nacidas, mezclas aún sin realizar pasan a través de tu cuerpo. Migraciones, viajes increíbles a través de desiertos y selvas y montañas (éxtasis y muerte en valles cerrados de las montañas en los que las plantas nacen del sexo, inmensos crustáceos se incuban en el interior y rompen el cascarón del cuerpo) cruzando el Pacífico en piragua hasta la Isla de Pascua. La Ciudad Compuesta, por cuyo inmenso mercado silencioso se despliegan todas las posibilidades humanas.
Minaretes, palmeras, montañas, selva… Un río indolente en el que saltan peces malignos, amplios parques llenos de maleza donde chicos se tumban en la yerba, juegan crípticos juegos. Ni una sola puerta cerrada en toda la Ciudad. Cualquiera puede entrar en tu habitación en cualquier momento. El Jefe de Policía es un chino que se escarba los dientes y oye las denuncias presentadas por algún lunático. De vez en cuando, el chino se saca el palillo de la boca y observa la punta. Progres de suaves rostros bronceados recostados en los marcos de las puertas hacen girar sus llaveros, una cabeza reducida colgada de una cadena de oro, rostros inexpresivos, con la calma ciega de un insecto.
Detrás de ellos, a través de puertas abiertas, mesas y reservados y barras, y cocinas y baños, largas hileras de camas metálicas con parejas copulando, retículas de un millar de hamacas, yonquis poniéndose el torniquete para un chute, fumadores de opio, fumadores de hashish, gente comiendo hablando bañándose en medio de una nube de humo y vapor.
Mesas de juego donde se hacen apuestas increíbles. De vez en cuando, un jugador se levanta con un grito de desesperación: un viejo le ha ganado su juventud o se ha convertido en latah de su adversario. Pero hay apuestas más altas que la juventud o el latah, juegos en los que sólo dos jugadores en todo el mundo saben cuál es la apuesta.
Las casas de la Ciudad están todas juntas. Casas de tierra —mongoles de las montañas, entornados los ojos por el humo, en el umbral—, casas de bambú y de teca, casas de adobe, de piedra, de ladrillo rojo, casas del Pacífico Sur, casas de maoríes, casas en árboles y en gabarras de río, casas de madera de treinta metros de largo que acogen tribus enteras, chabolas de cartón y chapa de bidones vacíos donde unos viejos sentados entre andrajos cuecen su aguardiente casero, grandes vigas de hierro oxidado se elevan a más de cincuenta metros por encima de ciénagas y basureros con peligrosos tabiques levantados sobre plataformas de varios niveles y hamacas que se columpian en el vacío.
Expediciones con propósitos desconocidos parten hacia lugares desconocidos. Llegan extranjeros sobre balsas de cajas de cartón atadas con cuerdas podridas, surgen tambaleantes de la selva con ojos hinchados, cerrados por picaduras de insectos, bajan por los senderos de las montañas con los pies destrozados, sangrantes, por los ventosos arrabales polvorientos de la ciudad, donde la gente defeca en fila junto a paredes de adobe y buitres pelean por unas cabezas de pescado. Se dejan caer sobre parques en paracaídas remendados… Un policía borracho los acompaña a registrarse en un amplio urinario público. Los papeles con los datos se ponen en unos clavos para que sirvan de papel higiénico.
Olores de cocinas de todos los países del mundo flotan sobre la Ciudad, una bruma de opio, hashish, el humo rojo, resinoso de la ayahuasca, olor a jungla y agua salada y a río putrefacto y excremento seco y sudor y órganos genitales.
Flautas de alta montaña, jazz y bebop, instrumentos mongoles de una sola cuerda, xilófonos gitanos, tambores africanos, gaitas arábigas…
Epidemias de violencia visitan la ciudad, y en las calles, buitres se comen los muertos abandonados. Albinos que parpadean bajo el sol. Chicos masturbándose lánguidamente sentados en árboles. Individuos devorados por enfermedades desconocidas observan a los transeúntes con ojos malignos de entendidos.
En el Mercado de la Ciudad está el Café de Reunión. Practicantes de oficios inimaginables ya desaparecidos garabatean en etrusco, adictos a drogas todavía no sintetizadas, traficantes de harmalina rebajada, droga reducida a puro hábito que ofrece una precaria serenidad vegetal, líquidos para inducir el latah; titónicos sueros de la vida eterna, estraperlistas de la Tercera Guerra Mundial, escisores de sensibilidad telepática, osteópatas del espíritu, investigadores de infracciones denunciadas por suaves ajedrecistas paranoicos, repartidores de autos de procesamiento fragmentarios y escritos en taquigrafía hebefrénica acusando de inconcebibles mutilaciones del espíritu, burócratas de oficinas espectrales, agentes de estados policía sin constituir, una tortillera enana que ha perfeccionado la operación bang-utot, erección pulmonar que asfixia al enemigo mientras duerme, vendedores de orgones envasados y máquinas de relajar, corredores de sueños y recuerdos exquisitos probados en las células sensibilizadas de la carencia de droga y permutadas por voluntad en bruto, médicos experimentados en el tratamiento de enfermedades latentes en el polvo negro de ciudades en ruinas, acumulando virulencia en la sangre blanca de gusanos sin ojos que avanzan lentamente hacia la superficie y su vehículo humano, enfermedades de las profundidades del océano y de la estratosfera, enfermedades de los laboratorios y la guerra atómica… Un lugar donde el pasado desconocido y el futuro que se anuncia confluyen en una vibración silenciosa… Entidades larvarias en espera de un Ser Vivo…
(La descripción de la Ciudad y el Café de Reunión escrita en estado de intoxicación por yage… Yage, ayahuasca, pilde, natima son los nombres de indios de la Bannisteria caapi, una trepadora de crecimiento rápido propia de la región amazónica.)
Notas sobre los efectos del yage: Imágenes que caen lentas y silenciosas como la nieve… Serenidad… Caen todas las defensas… todo entra o sale libremente… El miedo es simplemente imposible… Una hermosa presencia azul fluye dentro de mí… Veo un sonriente rostro arcaico semejante a una máscara polinésica… Es un rostro azul púrpura salpicado de oro…
La habitación toma el aspecto de una casa de putas del Cercano Oriente —paredes azules y lámparas de borlas rojas… —, siento que me convierto en una negra, el color oscuro va invadiendo silenciosamente mi carne… Convulsiones de lujuria… Mis piernas adquieren una forma bien torneada, una calidad como polinésica… Todo se agita, cobra una vida furtiva, temblorosa… La habitación es el Cercano Oriente, lo negro, Polinesia, algún sitio familiar que no localizo… El yage es un viaje espacio-temporal… La habitación parece temblar, vibrar, entrar en movimiento… La sangre y sustancia de muchas razas negras: negros, polinesios, mongoles de las montañas, nómadas del desierto, políglotas del Cercano Oriente, indios… razas todavía no concebidas ni nacidas pasan a través del cuerpo… Migraciones, viajes increíbles a través de desiertos y selvas y montañas (éxtasis y muerte en valles cerrados de las montañas en los que las plantas nacen del sexo, inmensos crustáceos se incuban en el interior y rompen el cascarón del cuerpo) cruzando el Pacífico en piragua hasta la Isla de Pascua…
(Se me ocurre que esa náusea inicial de la ayahuasca es el mareo del transporte al reino del yage…)
—Todos los hechiceros lo utilizan en sus prácticas para predecir el futuro, encontrar objetos perdidos o robados, diagnosticar y curar enfermedades, identificar al que perpetró un delito.
Los indios (camisa de fuerza para Herr Boas —chiste del oficio— nada exaspera tanto a un antropólogo como el Hombre Primitivo) consideran que ninguna muerte es accidental y, por tanto, como no son conscientes de sus propias tendencias autodestructivas, a las que aluden despectivamente como «nuestros parientes desnudos», o quizá intuyen que esas tendencias están básicamente sometidas a la manipulación de voluntades ajenas y hostiles, que toda muerte es asesinato. El hechicero toma ayahuasca y la identidad del asesino le es revelada. Como se imaginará, las deliberaciones del hechicero durante esas investigaciones en la selva producen no poco nerviosismo entre sus representados.
—Mira que si el viejo Xiuptutol se nos pasa y acusa a uno de los nuestros…
—Tómate un curare y estate tranquilo. Todo está arreglado…
—Pero ¿y si se pasa? Está todo el tiempo dándole a la natima, debe llevar veinte años sin bajar al suelo… En serio, jefe, no se le puede pegar tanto al asunto… Te fríe los sesos…
—Entonces lo declararemos incapaz…
Así que Xiuptutol sale de la selva dando tumbos y dice que fueron los chicos del Bajo Tzpino, cosa que no sorprende a nadie… Fíate de los brujos viejos, querida, no les gustan nada las sorpresas…
Un entierro atraviesa el mercado. Ataúd negro —inscripciones arábigas en filigrana de plata— llevado por cuatro porteadores. Cortejo de plañideras cantando los cantos fúnebres… Clem y Jody se ponen a la altura del féretro. Un cerdo muerto emerge de dentro… Lleva puesta una chilaba, una pipa de kif en la boca, un paquete de fotos pornográficas en la pezuña y un mezuzzah colgado del cuello… Inscripción en el féretro:
«Fue el más noble de todos los árabes.»
Cantan una horrenda parodia del canto fúnebre en falso árabe. Jody hace una parodia de discurso chino que te puedes morir… es como un muñeco de ventrílocuo pero histérico. De hecho, provocó en Shanghai un motín contra los extranjeros que produjo tres mil víctimas.
—Levántate, Gertie, un poco de respeto a los amarillos del país.
—Eso debiera.
—Querido, estoy trabajando en el más maravilloso de los inventos… un chico que desaparece en cuanto te corres, y deja olor a hojas quemadas y un efecto sonoro como silbidos de un tren lejano.
—¿Has tenido alguna vez relaciones sexuales fuera de la gravedad? El esperma flota en el aire como un ectoplasma encantador, y las hembras son susceptibles de concepción inmaculada, o al menos indirecta… Me recuerda a un viejo amigo mío, uno de los hombres más guapos que he conocido, y uno de los más locos, absolutamente podrido de dinero. Solía ir a las fiestas con una pistola de agua cargada de esperma y la disparaba sobre las mujeres de carrera. Ganó todas las demandas de paternidad sin mover ni un solo dedo. Nunca usaba su propio semen, como comprenderás.
Fundido en negro…
—¡Orden en la sala!
ABOGADO DE A. J. —Pruebas concluyentes han demostrado que mi cliente no tiene hum relación personal alguna con el hum ligero accidente de la encantadora demandante… que tal vez está preparándose para emular a la Virgen María y concebir sin mácula adjudicando a mi cliente el papel de ejem alcahuete angélico… Quiero recordar un caso que se dio en la Holanda del siglo XV, cuando una joven acusó a un anciano y respetable brujo de haber conjurado a un súcubo que tuvo entonces hum trato carnal con la joven en cuestión produciéndose el, dadas las circunstancias, lamentable resultado de un embarazo. El brujo fue así condenado por complicidad y descarado voyeurismo antes del hecho, en el hecho y después del hecho. Pero nosotros, señores del jurado, ya no damos crédito a esas hum leyendas, y cualquier joven que en este siglo de la razón atribuya su hum estado interesante a las atenciones de un súcubo, será considerada como una romántica, o para decirlo en cristiano, una puta mentirosa. Je je je je…
Y a continuación, La Hora del Profeta:
—Millins murió en las llanuras del opio. Sólo una calada directa a los pulmones.
»—Ojo, ojo, Capitán —dijo lanzando los ojos sobre el puente… —. ¿Y quién va a poner las cadenas esta noche? Es conveniente observar algunas precauciones con el viento de proa, puesto que el de popa no ha traído nada de provecho… Esta temporada en el infierno están de moda las señoritas y estoy cansado de la larga ascensión a un Vesubio en el que laten pollas extranjeras.
Necesito un Orient Express que me saque de aquí a ninguna parte, hay muchas minas en la zona… Cavar todos los días un poco ayuda a pasar el tiempo…
Fantasmas pajilleros susurran su cálido aliento en el oído…
Dispárate el camino hacia la libertad.
—¡Cristo! —dice desdeñoso el Santo viejo, vicioso y mariquita, dándose polvos de una copa de alabastro… —. ¡Un aficionado de tres al cuarto! ¿Crees que yo me rebajaría a realizar un milagro…? Ese tendría que haberse dedicado a ir por las ferias: «Pasen, primos y panolis, pasen y traigan a sus niños también. Lo mejor para jóvenes y viejos, hombres y bestias… El verdadero Hijo del Hombre curará las purgaciones del joven con una mano, sólo con tocarlo, señores, y creará marihuana con la otra mientras camina sobre las aguas y echa vino por el culo… No se acerquen demasiado, señoras y señores, porque pueden sufrir las radiaciones que acumula nuestro artista.»
»Y además, cariño, lo conocí cuando… Me acuerdo que hacíamos un número de imitadores —de primera categoría, claro— en Sodoma, que es un sitio de mala muerte… Justo para escapar del hambre… Bueno, pues ese individuo, ese puto filibustero que venía de Baal o algún sitio así, va y me llama maricón de mierda en la misma pista. Y yo le dije: “Tres mil años en el mundo del espectáculo y nunca se ha podido decir nada de mí. Además, no tengo por qué aguantar las porquerías de ningún mamón sin circuncidar…” Después fue a mi camerino a pedirme perdón… Y resulta que era un gran médico. Y además, un tipo encantador…
»—¿Buda? Un yonqui metabólico, lo sabe todo el mundo… Se la fabrica él mismo, ¿entiendes? En la India no tienen sentido del tiempo, el Hombre llega muchas veces hasta con un mes de retraso… “Espérate a ver, ¿en qué monzón estamos, en el segundo o en el tercero? Tengo una cita en Ketchupore sobre poco más o menos.”
»Todos los yonquis sentados por aquí en postura de loto, escupiendo en el suelo y esperando al Hombre.
»Y entonces dice Buda: “No estoy dispuesto a aguantar más este coñazo. Como hay Dios que me metabolizaré mi propia droga.”
»—No puedes hacer eso, hombre, se te van a echar encima los de la contribución.
»—A mí no me tocan. Tengo un truco, ¿sabes? A partir de este momento me convierto en santón y que se jodan.
»—¡Coño, jefe, eso es vista!
»—Hay algunos ciudadanos que se pasan muchísimo cuando descubren la Nueva Religión. Son individuos frenéticos que no saben cómo desenvolverse. No tienen clase… Además, cualquier día los linchan porque, ¿quién aguanta a una gente que anda por ahí siendo mejor que todos los demás? “¿Qué pretendes, Jack, conseguir que la gente lo pase mal…?” Así que es mejor tomárselo con calma, ¿entiendes?, con calma… No hay más propuesta que tomarlo o dejarlo, amigos. No vamos a meternos nada en el alma por la fuerza como hacen algunos personajillos de mala muerte que no debemos mencionar, como si no existieran. Despejen la cueva, para el acto. Voy a metabolizar un speed-ball y soltar el Sermón del Fuego.
»—¿Mahoma? ¿Estás de broma? Se lo inventó la Cámara de Comercio de La Meca —y el guión lo escribió un publicitario egipcio en baja forma por empinar demasiado el codo.
»—Ponme otro más, Gus. Y después me iré a casa, por Alá, y recibiré una sura… Verás cuando llegue al zoco la edición de la mañana. Menudo palo le pego a Imágenes Reunidas.
»El barman levanta la vista de su boleto de apuestas:
»—Sí. Y su condena será terrible.
»—Oh… ah… del todo. Bueno, Gus, te rimaré un cheque.
»—Sus cheques sin fondos son más conocidos que el TBO en toda La Meca, señor Mahoma. Y yo no leo tebeos.
»—Bueno, Gus, puedo hacer dos clases de publicidad, a favor y de la otra. ¿Quieres que te haga un poco de la otra ya? Es muy posible que reciba una sura sobre los camareros que no fían a los que están necesitados.
»—Y su condena será terrible. Arabia vendida. —Salta por encima de la barra—. Se acabó lo que se daba, Ahmed. Recoge tus suras y largo. Bueno, yo te ayudaré. Y no vuelvas.
»—¡Ya verás lo que te cae por incrédulo, mamón! Te dejaré tan cerrado y reseco como el ojo del culo de un yonqui. Por Alá que dejaré seca la península entera.
»—Es ya un continente…
»—Lo que dijo Confucio puedes dejarlo con el niño Juanito y su perrito. ¿Lao-tzu? Ya está dado de baja… Y basta ya de tanto santurrón con cara patética de consternación como si les estuvieran dando por el culo y no se dieran por enterados. ¿Hay alguna razón para dejar que un viejo aficionado sin suerte nos explique lo que es la sabiduría? “Tres mil años en el mundo del espectáculo y nunca se ha podido decir nada de mí…”
»—Primero se encarcela a todos los fácticos junto con los chulos de maricón y los que profanan a los dioses del comercio jugando a la pelota en las calles, y algún viejo cabrón de pelo blanco sale dando tumbos para ofrecernos los honores de su intelectualidad alcohólica. ¿Nunca nos veremos libres de ese necio de barba gris que se oculta en cada una de las cumbres del Tibet, que surge de una choza del Amazonas, que te sale al paso en el Bowery? “He estado esperándote, hijo mío”, y te suelta el cargamento entero. “La vida es una escuela en la que cada alumno tiene una lección diferente que aprender. Y ahora abriré ante ti mi oculto Tesoro de Palabras…”
»—Mucho me lo temo.
»—Oh, no, nada detiene a la marea en su ascenso.
»—No puedo detenerle, chicos. Sauve qui petu.
»—Te juro que después de estar con el Sabio no me siento como un ser humano. Convierte los orgones de la vida en mierda muerta.
»—De modo que ahí va una exclusiva: ¿Por qué no suelto la palabra viva? Porque la palabra no puede ser expresada directamente… Puede indicarse quizá mediante un mosaico de yuxtaposiciones como los objetos abandonados en el armario de un hotel, definirse por negación y ausencia…
»—Creo que me haré reducir la barriga… puede que ya no sea joven, pero sigo siendo deseable.»
(La barriga se reduce con una intervención quirúrgica en la que se quita grasa del estómago y vientre, y al mismo tiempo se realiza un pliegue en la pared abdominal, creándose así un Corsé de Carne. Este, sin embargo, siempre correrá peligro de romperse y dejar que tus intestinos de toda la vida se desparramen por el suelo… Los modelos de C. de C. más favorecedores y adelgazantes son, naturalmente, los más peligrosos. De hecho, los modelos más exagerados se conocen en la profesión con las siglas S. U. N.: Sólo Una Noche.
El doctor Rindtfest, el Garabatos, declara con franqueza:
—La cama es lo más peligroso que hay para alguien con un C. de C.
El tema musical del C. de C. es «Ay, si todos estos dulces y juveniles encantos…» Evidentemente, un compañero de cama con C. de C. es susceptible de «escurrirse entre tus brazos como un regalo de las hadas que se desvanece».)
En una sala de museo blanca llena de luz desnudos rosa de veinte metros de alto. Amplio murmullo adolescente.
Barandilla plateada… precipicio de trescientos metros sobre los destellos del sol. Verdes huertos de repollos y lechugas. Jóvenes morenos con azuelas espiados por el marica viejo desde el otro lado del canal de desagüe.
—Ay, querido, ¿crees que usarán excremento humano de abono? A lo mejor se ponen a hacerlo ahora mismo.
Hace aparecer unos gemelos de teatro de nácar. Mosaico azteca bajo el sol.
Una larga hilera de jóvenes griegos asciende con copas de alabastro llenas de mierda; las vacían en la oquedad de la marga caliza.
El viento de la tarde agita los álamos polvorientos al otro lado de la plaza de toros de ladrillo rojo.
Cubículos de madera en torno a una fuente termal… restos de muros en ruinas entre los chopos del soto… bancos como de metal pulido por las masturbaciones de un millón de chavales.
Muchachos griegos blancos como el mármol joden a lo perro en el pórtico de un gran templo dorado… un Chaquetero desnudo tañe el laúd.
Andando por las pistas con su jersey rojo se encontró a Sammy, el hijo del guarda del muelle, con dos chicos mexicanos.
—Eh, flacucho —dijo—, ¿quieres echar un polvo?
—Bueno… vale.
El mexicano le puso a cuatro patas encima de un colchón de paja —chico negro bailando alrededor de ellos, marcando el ritmo… el sol que entra por un agujero de la madera le ilumina en rosa la polla.
Restos de rosa intenso manchan el azul pastel del horizonte donde grandes colinas de hierro se estrellan en jirones.
—Está bien. —El dios grita sus tres mil años de espera a través de ti…
Una pirámide de cráneos de cristal deja hecho añicos el invernadero bajo la luna de invierno…
La Americana ha dejado tras ella un perfume de veneno que flota en la humedad del jardín… una fiesta de verano en Saint Louis.
Estanque cubierto de limo verde en un jardín francés abandonado. Enorme rana patética se eleva lentamente desde el agua tocando el clavicordio sobre un escenario de barro.
Un sollubi se precipita dentro del bar y se pone a limpiar los zapatos del Santo con la grasa de su nariz… El Santo le da una patada despectiva en la boca. El sollubi grita, gira sobre sí mismo y se caga encima de los pantalones del Santo. Luego sale zumbando a la calle. Un chulo le sigue con la mirada, pensativo…
El Santo llama al encargado:
—Pero, por Dios, Al, ¿qué clase de tugurio es éste? Unos acampanados de alpaca recién estrenados…
—Perdona, Santo. Se me coló.
(Los Sollubis son una casta de intocables de Arabia, notorios por la más abyecta indignidad. Los cafés de lujo disponen de sollubis que lamen el culo de los clientes mientras comen —con tal propósito, los asientos están provistos de agujeros—. Los ciudadanos que desean ser humillados y degradados hasta el máximo —cosa que hace mucha gente hoy en día, con la esperanza de robar la salida— se ofrecen a los campamentos Sollubi como sujetos pasivos del coito anal… No hay nada como eso, según tengo entendido… De hecho, los sollubis tienden a hacerse ricos y arrogantes y a olvidar la abyección de su cuna. ¿Cuál es el origen de los intocables? Quizá una casta de sacerdotes en desgracia. De hecho, los intocables realizan una función sacerdotal al tomar sobre sí mismos toda la inmundicia humana.)
A. J. pasea por el mercado con capa negra y un buitre trepado en un hombro. Se detiene junto a la mesa de unos agentes.
—Les contaré algo bueno. Chico de quince años, en Los Angeles. El padre dice que ya es hora de que eche su primer polvo. El chico tumbado en el césped leyendo tebeos. Sale el padre y dice: «Hijo, aquí tienes veinte dólares; quiero que te busques una buena puta y le pegues un buen palo.»
»De manera que coge el coche y se lo lleva a una casa de putas finas y le dice: “Bueno, hijo. Arréglatelas tú solo. Llama al timbre y cuando te abran le das los veinte dólares a la mujer y le dices que quieres pegarle un palo.”
»—Vale, papi.
»Como al cuarto de hora, sale otra vez el chico.
»—Qué, hijo, ¿ya has echado el palo?
»—De buten. La fulana me abrió la puerta y le dije que quería pegar un palo y le solté los veinte machacantes. Subimos a su cuarto y se puso en pelotas y yo saqué mi cadena y le solté un palo del copón y la tía empezó a armar semejante cristo que tuve que coger un zapato y machacarle la sesera. Después me la follé para quedarme contento.
Sólo quedan los huesos, riendo, la carne pasa las colinas, a lo lejos, con el viento del amanecer y el silbido del tren. No ignoramos que el problema existe, las necesidades de nuestros representados están siempre presentes en nuestro pensamiento, en él residen con toda seguridad porque, ¿quién podría desahuciarlos de nuestras sinapsis alquiladas en permanencia?
Otro episodio de las aventuras de Clem Snide, el Ojete de Lince:
—Así que entro en el tugurio aquel y veo una furcia sentada en la barra y me digo: «Dios mío, una poule de luxe.» Quiero decir que era como si ya hubiese visto antes a la fulana aquella. Así que al principio no le hago caso y luego la descubro frotándose un muslo con otro y que levanta los pies hasta la cabeza y la baja para hacerse un tipo de lavaje con un chisme que le sale de la nariz que no hay cristiano que no se entere.
Iris —mitad china y mitad negra —adicta a la dihidroxiheroína —se pega un chute cada cuarto de hora, con lo que se deja las agujas y goteros puestos por todo el cuerpo. Las agujas se oxidan dentro de la carne seca que, aquí y allá, las ha ido cubriendo completamente hasta formar quistes blandos de un marrón verdoso. Ante ella, sobre la mesa, un samovar con té y una cesta con diez kilos de azúcar morena. Nadie la ha visto nunca tomar otra cosa. Sólo justo antes de cada pinchazo oye lo que le dicen o dice algo ella. Hace alguna indicación aséptica, objetiva; referente a su propia persona.
—Se me está taponando el ojo del culo.
—Me salen unos jugos verdes terribles por el coño.
Iris es uno de los proyectos de Benway.
—El cuerpo humano puede funcionar a base de azúcar sólo, me cago en Dios… Soy consciente de que algunos de mis ilustres colegas que tratan de empequeñecer mi genial trabajo, pretenden que introduzco clandestinamente vitaminas y proteínas en el azúcar de Iris… Desafío a esos tontos del culo sin nombre a que se arrastren fuera de sus letrinas y hagan un análisis in situ del azúcar de Iris, y de su té. Iris es un coño norteamericano integral. Niego categóricamente que se esté alimentando de semen. Y permítanme aprovechar esta oportunidad para declarar que soy un científico respetable, no un charlatán, un iluminado, o un presunto hacedor de milagros… Nunca he pretendido que Iris pudiera subsistir exclusivamente por fotosíntesis… No he dicho que pueda aspirar dióxido de carbono y exhalar oxígeno… confieso que me he sentido tentado de hacer el experimento, pero naturalmente, mi ética profesional me detuvo… En resumen, las viles calumnias de mis ruines enemigos se volverán inevitablemente contra ellos, y vendrán al plato como buenos palomos.