EL OFICIAL DEL JUZGADO

El Oficial del Juzgado tiene su despacho en un enorme edificio de ladrillo rojo conocido por El Viejo Tribunal. De hecho, allí es donde tramitan los casos civiles, prolongándose los trámites de modo inexorable hasta que los litigantes mueren o retiran su caso. Esto se debe al enorme número de expedientes que se ocupan de absolutamente todo, expedientes que están archivados en lugares equivocados, de modo que nadie excepto el Oficial del Juzgado y su equipo de ayudantes pueden encontrarlos, aunque a veces se pasa años buscándolos. De hecho, todavía anda buscando los documentos relativos a una causa por daños y perjuicios que fue resuelta de modo extrajudicial en 1910. Muchas partes del Viejo Tribunal están en ruinas y otras son altamente peligrosas, debido a los frecuentes derrumbamientos. El Oficial del Juzgado asigna a sus asistentes las misiones más peligrosas, y muchos de ellos han perdido la vida en el servicio. En 1912, 207 ayudantes quedaron atrapados en un derrumbamiento del ala Nor-nordeste.

Cuando se inicia procedimiento contra alguien de la Zona, sus abogados intentan que el caso sea transferido al Viejo Tribunal. Una vez hecho esto, el demandante ha perdido el caso de modo que los únicos casos que llegan a ser juzgados en el Viejo Tribunal son los litigados por excéntricos y paranoicos que desean «una vista pública», cosa que raramente consiguen dado que sólo la más desesperada necesidad de noticias atraerá a un reportero al Viejo Tribunal.

El Viejo Tribunal está situado en el pueblo de Palomar, fuera de la zona urbana. Los habitantes de esta localidad y de la zona circundante de pantanos y espesos bosques son gente de tan profunda estupidez y tan bárbaras costumbres que la Administración ha considerado conveniente mantenerlos en cuarentena en una reserva rodeada por un muro radiactivo de ladrillos de hierro. En represalia, los habitantes de Palomar han llenado la localidad de carteles: «Urbanita, no permitas que el sol se pose sobre ti aquí. » Advertencia innecesaria, pues nada, excepto asuntos urgentes, haría que un urbanita visitase Palomar.

El asunto de Lee es urgente. Tiene que presentar una certificación de que padece peste bubónica para evitar que lo expulsen de la casa que lleva ocupando diez años sin pagar renta. Vive en una cuarentena permanente. Así que llena su cartera de mano de certificaciones y exhortos y declaraciones juradas y coge un autobús hacia la Frontera. El inspector de aduanas urbanita lo deja pasar:

—Espero que no lleve una bomba atómica en esa cartera de mano.

Lee se traga un puñado de píldoras tranquilizantes y penetra en la barraca de la aduana de Palomar. Los inspectores se pasan tres horas manoseando sus papeles, consultando polvorientos registros y tarifas de los que leen pasajes incomprensibles y siniestros que terminan con: «Y por lo tanto está sujeto a multa y prisión de acuerdo con el artículo 666. » Y lo miran significativamente.

Revisan sus papeles con una lente de aumento.

—A veces ponen chistes verdes entre líneas.

—A lo mejor piensa venderlos como papel higiénico. ¿Esta mierda es para su uso personal?

—Sí.

—Dice que sí.

—¿Y cómo podemos saberlo?

—Tengo una certificación.

—Un tipo listo. Quítese la ropa.

—Sí. A lo mejor tiene tatuajes pornográficos.

Le palpan el cuerpo revisándole el culo en busca de contrabando y lo examinan para encontrar pruebas evidentes de sodomía. Le mojan el pelo y mandan el agua a analizar:

—Quizá lleve drogas en el pelo.

Por fin, le confiscan la cartera; y Lee sale de la barraca tambaleándose con más de veinte kilos de documentos.

Una docena o así de Archiveros se sientan en los podridos escalones de madera del Viejo Tribunal. Observan cómo se acerca con ojos azul pálido, girando lentamente la cabeza sobre cuellos arrugados (las arrugas llenas de polvo) para seguir a Lee que sube los escalones y atraviesa la puerta. Dentro, polvo suspendido en el aire como bruma, desprendiéndose del techo, levantándose del suelo en nubes mientras camina. Asciende una peligrosa escalera —condenada desde 1929—. En una ocasión su pie atraviesa la madera y astillas secas se le clavan en la carne de la pierna. La escalera termina en un andamio de pintor unido con una cuerda deshilachada y poleas a una viga casi invisible en la polvorienta lejanía. Se alza cautelosamente hasta el asiento de una noria. Su peso pone en movimiento un mecanismo hidráulico (sonido de agua corriendo). La noria se mueve suave y silenciosamente hasta parar junto a un oxidado balcón de hierro agujereado aquí y allá como la suela de un zapato viejo. Camina por un largo pasillo flanqueado por puertas, la mayor parte de ellas cerradas con tablones clavados. En un despacho, Exquisiteces del Próximo Oriente pone en una placa de bronce verde, el Chaquetero caza termitas con su larga lengua negra. La puerta del despacho del Oficial del Juzgado está abierta. El Oficial del Juzgado está sentado dentro esnifando rapé rodeado de seis ayudantes. Lee se detiene en el umbral de la puerta. El Oficial del Juzgado sigue hablando sin levantar la vista:

—El otro día me tropecé con Ted el Grifo… uno de los veteranos, además. No hay un tipo mejor que Ted el Grifo en toda la Zona… Bueno, era viernes, lo recuerdo porque la Vieja tenía dolores de menstruación y fue a la botica de Parker, en la calle Dalton, justo enfrente del Salón de Masajes Éticos de Mamá Green, donde solían estar las antiguas cuadras de Jed… Pues bien, Jed, en seguida recordaré su apellido, tenía el ojo izquierdo distraído y su mujer procedía de algún lugar del Este, Argelia creo que era, y cuando Jed murió se casó otra vez, se casó con uno de los chicos de Hoot, con Clem Hoot si la memoria no me falla, también un buen chico, bueno, creo que Hoot tenía unos cincuenta y cuatro o cincuenta y cinco años en aquella época… Así que le dije al matasanos de Parker: «Mi vieja está doblada con los dolores de la menstruación. Véndeme la mitad de cuarto de paregórico.»

»Y el médico dice: “Bueno, Arch, tienes que firmar en el libro. Nombre, dirección y fecha de la compra. Es la ley.”

»Entonces le pregunté a Parker qué día era, y él dijo: “Viernes, trece.”

»Entonces yo dije: “Supongo que tendré bastante con eso.”

»—Bueno —dijo el médico—, estuvo aquí esta mañana un tipo de la ciudad. Vestía de modo llamativo. Fíjate, traía una receta para un bote entero de morfina… Una receta con pinta rara escrita en papel higiénico… Y le dije directamente: “Señor, sospecho que es usted un maldito drogado.”

»—Las uñas me crecen hacia adentro, abuelo. Estoy que me muero de dolor —dice.

»—Bien —digo yo— debo andarme con cuidado. Pero como usted sufre una dolencia legítima y tiene una receta de un auténtico médico colegiado, me sentiré honrado atendiéndole.

»—Ese matasanos está colegiado —dice—… Bueno, supongo que una mano no sabía lo que estaba haciendo la otra cuando le entregué un bote de detergente equivocado… Así que supongo que también él tuvo lo suyo.

»—Justo lo que el tipo necesitaba para depurarse la sangre.

»—Ya sabes, eso mismo se me ocurrió a mí. Debe de ser bastante mejor que azufre y melaza… Ahora, Arch, no pienses que me meto en lo que no me importa; pero un hombre no debe tener secretos para Dios y para su boticario, como yo siempre digo… ¿Todavía montas a esa Vieja Yegua Gris?

»—Verás, doctor Parker… Ya debes saber que soy padre de familia y antiguo miembro de La Iglesia de la Primera Comunión No-Sextaria, y que no he catado un culo de burro desde que ambos éramos niños.

»—¡Qué tiempos aquellos, Arch! ¿Recuerdas la vez que confundí la grasa de ganso con la mostaza? Yo siempre era el que me equivocaba de bote, como dijo un amigo. Se podían oír tus gritos desde el Condado del Coño Lamido, chillabas como un armiño con las pelotas arrancadas.

»—Estás saliéndote de madre, doctor. Fuiste tú el que se puso la mostaza y yo el que tuvo que esperar a que te enfriaras.

»—Te equivocas, Arch. Una vez leí acerca de eso en una revista que encontré en los retretes de detrás de la estación… Pero creo, Arch, que no me entendiste correctamente antes… Me refería a tu mujer cuando hablé de la Vieja Yegua Gris… Quiero decir, que ya no es lo que era con todas esas cataratas y almorranas y sabañones y aftosa que tiene.

»—Así es, doctor, Liz está seriamente enferma. No volvió a ser la misma tras su último aborto… Hubo algo raro a propósito de eso. El doctor Ferris me miró directamente, dijo: “Arch, no está bien que sigas haciendo lo mismo.” Y me lanzó una mirada que hizo que me estremeciera… Bueno, lo has dicho correctamente, doctor. Ya no es lo que era. Y tus medicinas no parece que sirvan de nada. De hecho, ya ni siquiera es capaz de distinguir día y noche desde que usa las gotas para los ojos que me vendiste el mes pasado… Pero, deberías saber, doctor, que ya no monto a Liz, esa vieja vaca, dicho sea con todo respeto hacia la madre de mis monstruos muertos. Y mucho menos ahora que tengo a ese bombón de quince años… Ya sabes, esa chica mulata que solía trabajar en el Salón de Belleza de Marylou blanqueando pieles y alisando cabellos, allá en el barrio negro.

»—Así que comiéndote pollitas negras, ¿eh, Arch? Probando el pan negro, ¿verdad?

»—Déjalo estar, doctor. Déjalo estar. Bien, como dijo aquel tipo, el deber me está metiendo el dedo en el culo para ver si tengo huevo dentro. Ahora tengo que volver al viejo manicomio.

»—Apuesto algo a que necesita un buen engrase.

»—Doctor, tiene el agujero totalmente seco… Bien, gracias por el paregórico.

»—Y gracias por la compra, Arch… Je Je Je… Oye, Arch, muchacho, una noche de estas cuando tengas un compromiso difícil ven por aquí y tómate yohimbina conmigo.

»—Lo haré, doctor, seguro que lo haré. Igual que en los viejos tiempos.

»O sea que volví a casa y calenté agua y mezclé el paregórico con clavo y canela y azafrán y se lo di a Liz, y eso la calmó algo. Por lo menos dejó de molestarme… Bueno, después volví otra vez a la botica de Parker para conseguir un condón… y justo cuando salía me tropiezo con Roy Blane, también un buen tipo. No hay en toda la Zona un tío mejor que Roy Blane… Así que va y me dice: “Arch, ¿ves a ese viejo negro en el descampado? Todas las noches viene por aquí hacia las ocho y media, se mete en ese solar y se frota con virutas de metal… Me dijeron que era un predicador ambulante.”

»Y así es cómo conseguí saber más o menos la hora que era aquel viernes trece, y no puede haber sido más de veinte minutos o media hora después de eso, había tomado tintura de cantáridas en la botica de Parker y estaba empezando a hacerme efecto por Vertedero Grennel abajo camino del barrio negro… Bueno, el vertedero hace una curva, donde solía estar la chabola del negro… Quemaron al viejo negro allá en Coño Lamido. El negro tenía la aftosa y se había quedado completamente ciego… Y entonces aquella chica blanca de Texarkana suelta:

»—Roy, ese viejo negro me está mirando de un modo asqueroso. Por el amor de Dios, me estoy sintiendo toda sucia.

»—No te preocupes, preciosa. Yo y los chicos le vamos a prender fuego.

»—Que queme despacio, guapo. Que queme despacio. Me ha levantado dolor de cabeza.

»Así que quemaron al negro y ese tipo sureño cogió a su mujer y se volvió a Texarkana sin pagar la gasolina y el viejo Lou, el Murmurador, lleva la estación de servicio, y durante todo el otoño no habló de otra cosa: “Estos tipos de la ciudad vinieron y quemaron a un negro y ni siquiera pagaron la gasolina.”

»Bueno, Chester Hoot tiró abajo la chabola del negro y la volvió a levantar en la parte de atrás de su casa de Valle Desangrado. Tapó todas las ventanas con tela negra y lo que pasa allí dentro no es para hablar de ello… Bueno, Chester tiene algunas rarezas… Bueno, fue justo donde solía estar la chabola del negro, justo enfrente del terreno del viejo Brooks que se inunda cada primavera, sólo que entonces ya no pertenecía a Brooks… pertenecía a un tipo llamado Scranton. Pues bien, ese terreno fue medido allá por 1919… Aseguro que también conozco al tipo que lo midió… Un individuo llamado Hump Clarence solía buscar agua por allí… Un buen muchacho también, no hay hombre mejor en esta Zona que Hump Clarence… Bueno, precisamente fue más o menos por allí donde me encontré con Ted el Grifo fabricando una muñeca de barro.

Lee se aclaró la garganta. El Oficial del Juzgado le miró por encima de sus gafas.

—Ahora, joven amigo, si tiene la bondad de esperar a que acabe me ocuparé de su asunto.

Y comenzó a contar una anécdota de un negro que cogió hidrofobia de una vaca.

—Así que mamá me dice: «Termina tus deberes, hijo, y vamos a ver al negro…» Tenían al negro atado a la cama, y mugía como una vaca. Pero en seguida tuve bastante del viejo negro. Bueno, si me disculpan me ocuparé de mis asuntos privados. Ji Ji Ji.

Lee le oyó horrorizado. El Oficial del Juzgado a veces se pasaba semanas enteras en el retrete viviendo de escorpiones y catálogos de grandes almacenes. En varias ocasiones sus ayudantes tuvieron que forzar la puerta y sacarle en avanzado estado de desnutrición. Lee decidió jugar su última carta.

—Señor Anker —dijo—, apelo a usted como un Jabalí a otro —y sacó su tarjeta de Jabalí, un recuerdo de su lasciva y agitada juventud.

El Oficial del Juzgado contempló desconfiadamente la tarjeta:

—No me parece que sea un Jabalí de buena fe que se alimenta de bellotas… ¿Qué piensa usted de los judíos…?

—Bien, señor Anker, sabe usted perfectamente que los judíos sólo quieren meter mano a las muchachas cristianas… Uno de estos días los liquidaremos a todos.

—Bueno, para ser un tipo de la ciudad habla usted acertadamente… Vean lo que quiere y atiéndanle… Es un buen chico.