II

HACE un tiempo, estando en un pueblo del norte, tuve una larga charla con un hombre que había vivido en un distrito rural vecino en su niñez. Él me contó que, cuando nacía una niña muy hermosa en una familia que no había destacado por su apariencia física, se creía que su belleza provenía de los Sidhe y que traería consigo la desgracia. Mencionó los nombres de varias muchachas hermosas a las que había conocido y dijo que la belleza nunca había traído felicidad a nadie. Era algo de lo que estar orgulloso y de temer, dijo. Ojalá hubiese tomado nota de sus palabras en ese momento, pues eran más pintorescas que mi recuerdo de ellas.