El narrador de historias
MUCHAS de las historias de este libro me las contó Paddy Flynn, un viejecito de ojos vivos que vivía en una cabaña con goteras, de una sola estancia, en la aldea de Ballisodare, que era, como él solía decir, «el lugar más amable —con lo cual quería decir encantado— en todo el condado de Sligo». Otros sostienen, sin embargo, que lo es después de Drumcliff y Drumahair. La primera vez que lo vi estaba preparándose unas setas; la vez siguiente estaba durmiendo bajo un seto, sonriendo. Siempre estaba alegre, aunque a mí me parecía ver una cierta melancolía en sus ojos —rápidos como los de un conejo cuando asomaban de sus rugosas cavidades— que era casi una porción de su alegría; esa melancolía visionaria de las naturalezas puramente instintivas y de todos los animales.
Y, sin embargo, había muchas cosas en su vida para deprimirse, pues en la triple soledad de la edad, la excentricidad y la sordera, los niños lo molestaban mucho. Quizá por este motivo siempre recomendaba la alegría y el optimismo. Le gustaba, por ejemplo, contar cómo Collumcille animó a su madre. «¿Cómo estás hoy, madre?», dijo el santo. «Peor», respondió ella. «Espero que estés peor mañana», dijo el santo. Al día siguiente, Collumcille volvió a venir y tuvo lugar exactamente la misma conversación, pero al tercer día, su madre dijo: «Mejor, gracias a Dios». A lo que el santo replicó, «Espero que estés mejor mañana». También le gustaba contar que, el último día, el Juez sonríe por igual cuando recompensa al bueno y cuando condena al perdido a las eternas llamas. Tenía muchas visiones extrañas para mantenerse alegre o para entristecerse. Le pregunté si alguna vez había visto a los duendes y recibí esta respuesta: «¿Acaso no estoy enfadado con ellos?». Le pregunté también si alguna vez había visto a la banshee. «La he visto», dijo, «ahí abajo, junto al agua, removiendo el río con sus manos».
He copiado este relato de Paddy Flynn, con algunas modificaciones verbales, de un cuaderno que prácticamente llené > con sus historias y sus refranes poco después de verle. Ahora contemplo el cuaderno con pesar, pues nunca llenaré las páginas en blanco del final. Paddy Flynn está muerto; un amigo mío le regaló una gran botella de whisky y, aunque estaba sobrio la mayor parte del tiempo, la visión de tanto licor le llenó de un gran entusiasmo, y vivió de él algunos días y luego murió. Su cuerpo, gastado por la avanzada edad y los tiempos difíciles, no pudo soportar la bebida como en sus días de juventud. Era un gran narrador de historias y, a diferencia de nuestros fabulistas corrientes, sabía cómo vaciar el Cielo, el Infierno y el Purgatorio, la tierra de las hadas y la Tierra, para poblar sus cuentos. No vivió en un mundo limitado, pero su situación no fue más holgada que la del propio Homero. Quizá, con su ejemplo, el pueblo gaélico recupere la antigua simplicidad y la amplitud de imaginación. ¿Qué es la literatura, sino la expresión de estados de ánimo a través del vehículo del símbolo y el incidente? ¿Y acaso no hay estados de ánimo que necesitan del Cielo, el Infierno, el Purgatorio y la tierra de las hadas para su expresión, más que de esta ruinosa Tierra? Mejor dicho, ¿acaso no hay estados de ánimo que no encontrarán expresión a menos que haya hombres que se atrevan a mezclar el Cielo, el Infierno, el Purgatorio y la tierra de las hadas, o incluso colocar cabezas de bestias en los cuerpos de los hombres, o introducir las almas de los hombres en el corazón de las rocas? Avancemos, narradores de historias, y atrapemos cualquier presa que el corazón anhele, y no tengamos miedo. Todo existe, todo es verdad y la tierra sólo es un poco de polvo bajo nuestros pies.