CAPÍTULO 16. Júpiter se queda atascado
Pete y Evans contemplaron la silenciosa torre. La figura del Pirata Púrpura había desaparecido y las vacías ventanas sólo reflejaban el sol matinal. Joshua Evans suspiró.
—Debe haberles capturado, Pete.
—¡Entonces tenemos que correr en su ayuda!
—Tranquilo, muchacho —dijo Evans—. Una acción repentina por nuestra parte podría empeorar las cosas. Creo que si...
—¡Segundo! ¿Se ha marchado? —la voz incorpórea procedía del emisor-receptor—. ¿Lo has visto? —¡Primero! ¿Dónde estás?
—Todavía en lo alto de la torre —dijo Jupe—. Mira hacia arriba y nos verás.
Evans y Pete volvieron a levantar la mirada hacia las ventanas del último piso de la torre, pero no vieron a nadie.
—¡No vemos a nadie, Primero!
Se oyó una risita burlona de Júpiter.
—Más arriba, Segundo. Sobre las ventanas.
Pete miró otra vez y vio dos caras sonrientes que asomaban por encima del bajo parapeto en el borde del tejado. Jupe y Bob habían trepado desde las ventanas y de algún modo habían podido llegar al tejado de la vieja torre, a cuatro pisos de altura sobre el suelo.
—¿Cómo habéis llegado hasta ahí? —preguntó Pete.
—La cuestión consiste en saber cómo vamos a bajar —gruñó Júpiter.
Intervino entonces Bob:
—Segundo, antes has hablado en plural. ¿Quién está contigo ahí abajo?
—El señor Evans —explicó Pete—. Está a nuestro lado, muchachos.
Evans habló entonces por el transmisor.
—Después de contarme Pete lo que estáis haciendo los tres, deseo ayudar a descubrir lo que está ocurriendo por estos alrededores. ¿Dijisteis que tal vez el Pirata Púrpura había salido de la torre?
—Le oímos bajar al tercer piso —explicó Bob—. Tal vez después acabó de bajar, pero no estamos seguros.
—Está bien —decidió Evans—, lo mejor será que lo comprobemos. Vosotros esperad.
Él y Pete se acercaron lentamente a la abierta puerta principal. No se oía absolutamente nada en el interior de la torre. La puerta trasera seguía cerrada por dentro. Si el pirata hubiera salido por la puerta principal, Evans y Pete lo habrían visto. Desconcertados, exploraron el oscuro sótano y después la segunda y la tercera plantas. Quienquiera que fuese, el Pirata Púrpura se había marchado. Evans y Pete subieron al último piso, donde Bob entró, sonriente, por una de las ventanas,
—¿Dónde esta Jupe? —pregunto pete.
—Todavía en el tejado —contestó Bob, echándose a reír—. Dice que no puede bajar por su cuenta, y yo, desde luego, no tengo bastante fuerza para cargar con él.
—¿Y cómo subisteis los dos allí? —quiso saber Evans.
—Se lo enseñaré —Bob se asomó a la ventana por la que había entrado—. ¿Lo ve?
Pete y Joshua Evans se asomaron a su vez y vieron una serie de piedras que se proyectaban hacia afuera desde la pared exterior, cerca de la ventana. Las piedras formaban puntos de apoyo para pies y manos y permitían escalar desde la ventana hasta el tejado.
—Creo que su antepasado necesitaba algún medio para llegar hasta el tejado —comentó Bob a Evans.
—¿Y Júpiter trepó al tejado por aquí? —exclamó Pete, maravillado.
Bob sonrió.
—Subía el Pirata Púrpura y no teníamos ningún otro lugar donde ocultarnos. Supongo que cuando uno está asustado realiza proezas. Pero ahora nadie persigue a Jupe, y dice que no le es posible bajar.
—Como mi gato Barba Negra en un árbol —dijo Evans—. Puede subir, pero para bajar necesita los bomberos.
—¿Y si llamáramos a los bomberos para ayudar a Jupe? —propuso Pete con una risita.
—Creo que bastará con una buena cuerda —decidió Bob—. ¿Tiene una cuerda en la torre, señor Evans?
—Claro que sí. Voy a buscarla.
Evans no tardó en regresar con la cuerda y Bob y Pete treparon al tejado con ella. Júpiter estaba de pie, bajo el sol ya radiante, y contemplaba la ensenada. Al parecer, vigilaba el Buitre Negro, que en aquellos momentos navegaba junto a los islotes en su muy demorado primer periplo del día. A bordo, un grupo de turistas, más numeroso que de costumbre, ya que el retraso lo había aumentado, observaba el ataque de los piratas personificados por Jeremy y Sam Davis.
—¿Os parece —preguntó el Primer Investigador cuando hubieron subido Bob y Pete— que un hombre calzado con botas ha de hacer ruido al bajar por una escalera de madera?
—Yo creo que sí, Jupe —respondió Peté. —Y bastante ruido —añadió Bob mientras desenrollaba la cuerda.
Júpiter asintió con la cabeza.
—Y tú, Segundo, ¿no viste a nadie salir por la puerta frontal?
—Sólo al gato —y Bob explicó a los dos la salida del gato en el mismo instante en que apareció el señor Evans a su lado—. Seguramente, vosotros dos no cerrasteis debidamente esa puerta.
—Esto explica que el Pirata Púrpura creyera que habíamos escapado por la puerta principal —dedujo Júpiter—. O, para ser más precisos, por qué el individuo, quienquiera que sea, creyó que nos había ahuyentado del edificio y que nos habíamos largado por esa puerta.
—Entonces, fue una suerte que el gato estuviera en la torre —dijo Bob.
—La suerte —repuso Júpiter con aplomo— consiste simplemente en planificar las cosas de modo que sea posible aprovechar los acontecimientos —después añadió, sonriente—: Pero, desde luego, es mejor contar con un poco de suerte... Siempre ayuda.
—Y hablando de ayuda —dijo Pete—, ¿estás dispuesto a bajar de ahí, Primero?
—Por nada del mundo —contestó el jefe del trío— voy a bajar por este camino. No sé con exactitud cómo llegué hasta aquí, pero lo que sí sé es que, en lo que se refiere a bajar por esa pared, estoy dispuesto a quedarme a vivir aquí permanentemente. Diréis a tía Matilda y a tío Titus que me envíen mi cama y unos cuantos víveres.
—También podríamos mandarte un helicóptero —dijo Bob—, pero creo que con una buena cuerda bastará.
—¿Una cuerda? —gritó Júpiter—. ¿Crees que soy Tarzán?
—Te la ataremos a la cintura —explicó Bob—, y tú bajarás mientras nosotros sujetamos la cuerda para que no puedas caerte.
Júpiter miró la cuerda; después echó un vistazo al lado de la alta torre y se estremeció.
—Bien, supongo que es el único medio si no quiero quedarme a vivir aquí para siempre. ¡Atadme esa cuerda!
Bob y Pete ataron firmemente la cuerda alrededor de la cintura de Júpiter y después la sostuvieron con las máximas precauciones, bien afianzados los pies contra el bajo parapeto del tejado. Júpiter se arrodilló en el borde del mismo, de cara a ellos, y aspirando una gran bocanada de aire, hizo bajar precavidamente las piernas y empezó el descenso valiéndose de las piedras que le servían de punto de apoyo. Momentos después entraba por la ventana, ayudado por Joshua Evans, y Bob y Pete entraban tras él. Una vez dentro, todos descendieron apresuradamente a la planta baja.
—¿Tú crees que el Pirata Púrpura sólo pretendía ahuyentamos de la torre, Jupe? —preguntó Bob.
—Estoy convencido de ello, Archivos.
—¿Tienes alguna idea de quién pudiera ser, Júpiter? —Inquirió Evans.
—Pues bien, no era el mayor Karnes, ya que éste es muy bajo. Y su ayudante, Hubert, es demasiado alto. Le consideré a usted como una gran posibilidad, ya que era de la misma altura, pero usted estaba fuera de la torre, con Pete.
—Una suerte para mí —observó Evans, riéndose.
—Desde luego, esto le elimina como sospechoso —admitió Júpiter sin perder la seriedad—, así como a Karnes y Hubert. Pero el pirata podía ser cualquier otra persona, ya que con ese disfraz es muy difícil determinar con exactitud su corpulencia y altura.
—Y estáis seguros de que sólo pretendía asustaros para que os marcharais —continuó Evans—. ¿Por qué?
—Para registrar la torre en busca de algo que, según cree él, está oculto en alguna parte.
—¿Oculto, Jupe? —exclamó Bob—. Pensaba que estabas seguro de que Karnes y su pandilla estaban excavando en busca de un tesoro o algo por el estilo.
—Pues ahora estoy convencido de que lo que buscan, sea lo que sea, no está enterrado, sino simplemente escondido.
—Vaya, Júpiter —exclamó Pete—, entonces ¿por qué están excavando?
—Creo que si volvemos a bajar todos al sótano —repuso Júpiter—, os podré decir exactamente por qué hace excavaciones el mayor Karnes, ¡y dónde las hace!