CAPÍTULO 11. Acecho nocturno
Eran las ocho de la noche cuando Los Tres Investigadores se reunieron de nuevo en su cuartel general secreto para empezar a poner en práctica el plan de Júpiter.
—Perfectamente —dijo el jefe del grupo—. Jeremy irá con su padre a la sesión de grabación en la tienda. Yo me apostaré cerca de ella para poder observarlos. Pete vigilará en la Madriguera del Pirata Púrpura. Mis transceptores portátiles tienen un radio de acción de unos cinco kilómetros, pero hay más de ocho kilómetros desde la tienda vacía en la calle de la Viña hasta la Madriguera. Por tanto, Bob se situará a mitad de camino entre los dos puntos y pasará los mensajes de un puesto de vigilancia a otro. ¿Queda todo bien claro, muchachos?
Bob y Pete asintieron y todos fueron en busca de sus bicicletas y se dirigieron a los lugares que les habían sido asignados.
Casi había caído ya la noche cuando Pete recorrió la carretera secundaria hasta la Ensenada de los Piratas. Apagó las luces de su bicicleta poco antes de llegar allí y se agazapó entre los árboles que orillaban la carretera ante las puertas de la cerca de la Madriguera del Pirata Púrpura. Esperó unos momentos, hasta que sus ojos estuvieron totalmente acostumbrados a la oscuridad, y entonces escudriñó cuidadosamente los alrededores. Vio que el camión del Servicio Allen seguía aparcado entre los árboles, frente a la torre y al otro lado de la carretera. El súbito y breve destello de la brasa de un cigarrillo reveló que había alguien sentado detrás del volante, que seguía vigilando. Pete habló a media voz en su radioteléfono de mano.
—Archivos, comunica al Primero que Carl, el ayudante del mayor, sigue de guardia frente a la Madriguera.
* * *
A unos cuatro kilómetros de distancia, en un pequeño montículo junto a la misma carretera, Bob se inclinó sobre su radioteléfono portátil, en la noche ya totalmente oscura.
—¿Primero? Pete informa que Carl sigue vigilando el terreno del capitán Joy.
* * *
A casi tres kilómetros de Bob, Júpiter estaba acurrucado entre las matas tras las ventanas de la habitación posterior de la tienda en la calle de la Viña.
—Está bien. Archivos. Karnes, Hubert y el calvo están aquí, en la tienda, y de momento todavía no hacen nada. Dile al Segundo que no se pierda detalle.
Escondido entre las sombras de los árboles, Pete no necesitaba la advertencia de Júpiter, sobre todo teniendo en cuenta que Carl no estaba a más de un centenar de metros de él. Con la espalda apoyada en un árbol, Pete se había sentado de modo que podía ver toda la zona de aparcamiento, las puertas de la cerca, los dos pisos superiores de la torre de piedra y el camión del servicio forestal con su solitario ocupante.
En el momento en que el último resto de luz diurna se desvanecía sobre la ensenada, se encendió un farol junto a la entrada de la Madriguera. Después, Pete oyó que un vehículo se ponía en marcha dentro de ella y, al poco rato, la camioneta del capitán Joy con Jeremy a bordo cruzó la puerta de la cerca. Jeremy se apeó de un salto y cerró las puertas, volvió a subir y la camioneta se alejó. Pete miró hacia la lejana silueta del camión del servicio forestal. Éste no se movió. El invisible Carl seguía fumando tranquilamente en la cabina.
Pete comunicó:
—El capitán Joy y Jeremy acaban de salir de la Madriguera. Carl no se ha movido de aquí. Sigue vigilando.
Bob pasó el mensaje de Pete a Júpiter y, cuando acabó, volvió a vigilar la oscura carretera; unos minutos más tarde vio pasar la camioneta de la Madriguera del Pirata Púrpura camino de Rocky Beach.
Detrás de la tienda, Júpiter escuchó el mensaje de Bob sin dejar de vigilar a los tres hombres reunidos en la trastienda. Antes de que Bob acabara de hablar, Júpiter vio que el mayor consultaba su reloj, se levantaba y se dirigía hacia la puerta. El corpulento Hubert se levantó en el acto y siguió a Karnes. El hombre del bigotazo se quedó en la habitación posterior.
Inmediatamente, Júpiter gateó entre las matas, bordeando las tiendas, y atisbo lo que ocurría en el patio delantero. Karnes y Hubert salieron a buen paso de la tienda y subieron a la furgoneta que transportaba los sacos y las herramientas de cavar. El vehículo partió.
Júpiter pasó esta información a Bob y seguidamente regresó a su escondrijo en el patio posterior. El calvo estaba verificando la grabadora y poniendo una cinta en ella, y después dispuso dos sillas ante la mesa escritorio. Júpiter oyó que entraba un vehículo en el otro patio y al poco rato el capitán Joy y Jeremy entraron en la trastienda. Jeremy encogía los hombros como si tuviera mucho frío y cambió unas palabras con el hombre calvo, quien cerró de mala gana el acondicionador de aire y abrió la ventana. Mientras el calvo invitaba al capitán a sentarse ante la mesa, Jeremy se asomó a la ventana abierta y miró ansiosamente hacia el exterior. ¡Sus ojos buscaban a Júpiter!
Súbitamente, desde la abierta ventana pareció como si Jeremy se diera cuenta de que podía revelar el sistema de escucha, pues se volvió con rapidez y se acercó a la mesa y la grabadora.
—Señor Santos —dijo el capitán—. Me gustaría escuchar las cintas que ya tenemos grabadas.
—Lo siento mucho, capitán —dijo Santos—. Creo que el mayor se las ha llevado para entregarlas al laboratorio.
—¿Y por qué hace esto, Santos? —preguntó Jeremy.
—Es que tienen que hacer el montaje. Y ha de hacer copias para los directores de la sociedad ¿sabes? Bueno, ¿qué les parece si empezamos?
Santos hizo sentar a Jeremy frente a la mesa y oprimió el pulsador de grabación en el magnetófono. Después se retiró a un rincón junto a la puerta y se puso a leer un libro de historietas mientras el capitán empezaba a narrar sus historias.
El Primer Investigador siguió sentado en la oscuridad, entre las matas, observando al capitán y a Jeremy dentro de la pequeña habitación. ¿Dónde estaban el mayor Karnes y Hubert? Sabía que habían dejado a Carl vigilando la Madriguera del Pirata Púrpura, y habían dejado a Santos con el capitán y Jeremy mientras éstos dictaban historias de piratas a veinticinco dólares la hora. Este sistema de pago daba al capitán toda clase de motivos para prolongar sus relatos tanto como le fuese posible. ¿Por qué? Júpiter tenía una sólida idea acerca del porqué, y otra, todavía más sólida, del lugar al que se dirigían el mayor y Hubert...
La única luz fuera de la Madriguera iluminaba la taquilla y las cerradas puertas de madera. Bajo su mortecino resplandor, Pete no podía observar el menor movimiento en los desiertos aparcamientos de coches. Sólo se distinguía a intervalos el rojo punto luminoso en él interior de la cabina del camión del servicio forestal, donde Carl fumaba y vigilaba.
De vez en cuando pasaba un coche por la carretera, y en una ocasión despegó una avioneta desde la ensenada.
Después llegó lentamente, casi en silencio, una furgoneta procedente de Rocky Beach. Entró en el aparcamiento, se apagaron sus faros y se detuvo frente a las cerradas puertas de la valla de la Madriguera del Pirata Púrpura. Se abrió la puerta del vehículo de éste y se apearon el mayor Karnes y Hubert.
—¡Archivos! —susurró Pete en su transmisor—. ¡Acaban de llegar el mayor y Hubert!
Detrás de la tienda de la calle de la Viña, Júpiter escuchó atentamente a Bob cuando éste le pasó el informe de Pete. Sus ojos brillaban de excitación.
—¡Tal como yo suponía, Archivos! La sesión de grabación no es más que un ardid para alejar al capitán y a Jeremy de la Madriguera del Pirata Púrpura, a fin de que Karnes y su pandilla puedan excavar en busca de algo que saben, o creen saber, que hay allí.
Entre chasquidos, se oyó la voz de Bob, muy baja:
—Pete dice que Karnes se encuentra ahora ante las puertas de la valla. Ahora, Carl atraviesa el terreno de aparcamiento para reunirse con ellos. Al parecer, Carl está levantando el pestillo de las puertas. El mayor y Hubert han vuelto a subir a la furgoneta y ésta se dirige hacia el interior del recinto, con los faros apagados. Ya están dentro. Carl ha cerrado las puertas y regresa a su camión. Pete ya no puede ver a Karnes ni a su furgoneta.
Júpiter se mordió el labio.
—Archivos, dile a Pete que los siga. Es esencial que se meta en la Madriguera.
Entre la oscuridad de la arboleda, Pete meneó la cabeza.
—No hay manera de poder pasar la cerca. Carl vuelve a estar en la cabina del camión, y con toda seguridad me vería. Tampoco puedo saltar por encima de la cerca. Es demasiado lisa y alta, y seguro que Carl me vería igualmente.
—Jupe dice que debe de haber alguna manera de colarse dentro y ver lo que están haciendo —insistió Bob, pasando el mensaje.
Los ojos de Pete registraron el lugar en busca de algún modo que le permitiera meterse en la Madriguera del Pirata Púrpura sin ser visto por Carl.
—Tal vez —dijo tras una pausa— pueda efectuar un rodeo pasando por la factoría marisquera. La valla de la Madriguera llega hasta la parte lateral del edificio, pero, si voy hasta el otro extremo, tal vez pueda trepar al muelle y desde él nadar hasta la Madriguera. De esta manera, Carl no podría verme.
En el silencio de la noche, Pete esperó la respuesta del radioteléfono. Más allá de la cerca, al otro lado de la carretera, no se oía nada ni se veía ninguna luz.
—Segundo —transmitió la voz de Bob—, tal vez sea una buena idea. ¡Pero ten mucho cuidado!