Capítulo 21
Un Zig por un Zag
Todos corrieron hacia el caserón. El profesor Carswell y Skinny desaparecieron por el pasillo para telefonear a la Policía. Los demás, con la Condesa, penetraron en el salón, donde los veinte cuadros se hallaban alineados en las paredes.
—Los he colocado por orden de numeración, Jupe —explicó Hal.
—El número uno es el primero de la izquierda, y el veinte, el último de la derecha.
Todos contemplaron los veinte cuadros que representaban la casita. Cada cual tenía un estilo diferente, y en ellos todo era del mismo tamaño, excepto la casita. La Condesa, que jamás los había visto parpadeó asombrada.
—¡Vaya —exclamó—, parece como si la casita se encogiera! ¡Un efecto muy notable! ¡Realmente asombroso!
—Sí —asintió Jupiter—, por lo visto Joshua era un pintor excelente. Lograr este efecto no es fácil.
—Pero ¿qué nos dices de esto, Jupe? —Quiso saber Pete.
—Pues —comenzó a explicar el grueso jefe del trío—. Bob sugirió que tal vez haya algo en esos cuadros que siempre sea igual. Como un árbol, por ejemplo. ¿Nota alguien algo así?
Todos examinaron atentamente las pinturas. Uno a uno, fueron moviendo negativamente la cabeza. Todos, excepto la casita con su porche y su toldo a listas, un toldo muy remendado, tenía siempre el mismo tamaño, aunque nada seguía teniendo la misma forma, color o posición.
Hal tuvo una idea.
—Es como un microscopio o un telescopio, ¿eh? —observó, mirando fijamente los veinte cuadros de la casa encogida—. Quiero decir, como si alguien estuviese enfocando la casita con un telescopio.
—¿Enfocando? —repitió lentamente Jupiter.
—Ya entiendo —asintió Bob—. Se trata de concentrar la atención en la casita. El pintor quiso decir que la única parte importante de los cuadros es la casita.
De pronto, Jupiter abrió mucho los ojos. Parpadeó varias veces ante la serie de pinturas y rápidamente sacó del bolsillo el papel donde había anotado las últimas palabras del viejo Joshua. Estudió el papel y las pupilas se le iluminaron de excitación.
—«Di a Ma» —leyó—. Esto significa dile a Marechal. Estoy seguro. «Mis cuadros y maestra» significa que la pista del escondite de la obra maestra está en los veinte cuadros. «Zig cuando zag y camino equivocado», quieren decir, creo, que hay que buscar un error… que donde hay un zig debiera de haber un zag.
Jupiter dejó el papel sobre una mesita.
—En conjunto, el mensaje de Joshua significa esto: Decide a Marechal que la clave para hallar la obra maestra está en mis cuadros, en algo que está en zig cuando debiera estar en zag —los contempló a todos en triunfo—. ¡Y esto sólo deja fuera una palabra pronunciada también por Joshua!
Todos le miraban en silencio, aturdidos. Luego, Pete se inclinó sobre el papel y leyó todas las palabras contenidas en el mismo.
—«Mis telas» —leyó—, o sólo «telas». Hal no estaba seguro. ¿Qué significa eso, Jupe?
—¡Mira los veinte cuadros! —ordenó Jupiter.
Los miraron todos.
—¡En la casa! ¡En la casita encogida! —urgidle Jupiter—. La casita es tan pequeña en el último cuadro que casi únicamente podemos ver…
—¡El toldo del porche! —gritó Bob.
—¡Un toldo a rayas! —añadió Hal.
—¡Un toldo de lona! —exclamó Pete.
—Con unos parches, o remiendos —terminó Jupiter—. ¡Y uno de los parches está pintado con las rayas al revés!
—Una raya hace «zig» cuando debería hacer «zag», o sea que sube cuando debería bajar —proclamó Bob, entusiasmado ante el descubrimiento.
—¡Todo el mundo a la casita! —ordenó Jupiter.
Corrieron apresuradamente a través del parque, en dirección a la casita que en vida había ocupado el viejo Joshua. La Condesa iba detrás de todos. Jupiter, al llegar, estudió un gran remiendo que, aproximadamente, tenía el tamaño de los cuadros en clave… ¡un pedazo de lona que estaba cosido con las rayas al revés!
Pete y Hal fueron a buscar una escalera de mano al garaje. Pete trepé, sacó el cortaplumas del bolsillo, y primorosamente cortó el cosido del remiendo de la lona. El remiendo se solté por entero. Pete se lo arrojó a Jupiter, el cual lo enrollé distraídamente, mientras seguía mirando hacia arriba.
Debajo del remiendo, donde no hubiera debido de haber nada, o al menos sólo Otro pedazo de lona agujereada, había otro parche de lona. Cuidadosamente, con suma gentileza Pete cortó las cuatro puntadas que mantenían el pedazo de lona sujeto al resto del toldo. Cuando se solté, dejé al descubierto un espacio de lona sin el menor desperfecto.
—O sea, que aquí no hacía ninguna falta este parche —exclamé Pete.
—Bájalo y dale la vuelta —ordené Jupiter.
Pete descendió al suelo y volvió del revés el pedazo de lona. Todos lanzaron diversas exclamaciones de estupor. Los maravillosos colores resplandecían al sol. Todos contemplaron la montaña púrpura, los caballos azules, las palmeras amarillas y las personas rojas. ¡Habían encontrado la obra maestra perdida de Francois Fortunard!
—Llévala adentro —ordenó de nuevo Jupiter.
Pete y Bob llevaron el cuadro al interior de la casita. Todos entraron detrás y la Condesa tomé la tela con reverencia, cuando los dos muchachos la dejaron con mucho cuidado encima de la mesa.
—Debe de valer el rescate de un rey, chicos —exclamó la elegante dama—. ¿Cómo es posible que estuviera en poder de mi pobre hermano?
—Bueno, señora… —empezó a decir Jupe.
En aquel momento, llegaron el profesor y Skinny.
—La Policía viene hacia aquí. Hablé con el jefe Reynolds y… ¡oh, lo habéis encontrado! ¿Dónde estaba?
Rápidamente, los muchachos le contaron cómo Jupiter había hallado la solución al enigma.
—¡Buen trabajo, Jupe! —alabó el profesor—. ¿A quién se le habría ocurrido buscar un valioso cuadro debajo de un remiendo del toldo? Un sitio perfecto como escondite… a salvo de la lluvia, y muy cerca del viejo Joshua… Sin embargo, sugiero que ahora enrolléis la tela y la manejéis con sumo cuidado. Podría dañarse con facilidad.
Bob y Pete enrollaron cuidadosamente la tela y se la entregaron a Jupiter. Skinny parecía mohíno.
—Bien, Condesa —dijo sonriendo el profesor—, a menos que ese cuadro fuese robado, supongo que le pertenece a usted. ¡Una gran fortuna!
—¿Robado? —se indignó la Condesa—. ¿Cree que Joshua lo robó?
—No —intervino Jupiter—, yo no creo que fuese robado, sino…
De repente, una gran sombra pareció llenar el umbral del salón. ¡Una sombra con una pistola!
—¡Pero ahora si robaré yo esta tela! —rió una voz.
Marechal estaba en la puerta del salón con siniestra expresión, apuntando a todos con el arma. La Condesa miró fijamente al caballero del pelo plateado.
—¡Eres un ladrón despreciable! ¡Pero no te saldrás con la tuya!
—Lo intentaré —sonrió Marechal—. No Intente detenerme, mi querida Condesa, porque no vacilaré en utilizar la pistola.
El falso caballero miró ávidamente la tela enrollada en la mano de Jupiter.
—Te felicito, chico. Te has adelantado a mí en la solución del acertijo del viejo Joshua. Felizmente, os estaba vigilando estrechamente. Ahora…
El señor Marechal ladeó la cabeza. Todos oyeron las distantes sirenas de los coches de la policía que volaban hacia el cañón. Marechal blandió la pistola.
—¡Basta de charla!, ¡dame la tela, de prisa!
Jupiter vaciló, aferrando fuertemente la tela enrollada.
—¡Te lo advierto por última vez! ¡Voy a disparar! —gruñó el ladrón.
—Dásela, Jupiter —aconsejó el profesor.
—¡De prisa! —urgió Marechal.
Jupiter tragó saliva y tendió la tela enrollada. Marechal la cogió, movió la pistola amenazadoramente y corrió hacia la puerta. Tan pronto como hubo desaparecido, todos se precipitaron a las ventanas.
—¡Detenedle! —chilló la Condesa.
—No —objetó el profesor—, es demasiado peligroso. Que se vaya. Desesperadamente, todos vieron a Marechal correr por el parque y desaparecer detrás de unas matas, por la carretera. Un momento después, el «Mercedes» amarillo descendía cañón abajo. Las sirenas de la Policía sonaban más cerca.
—¡La Policía le detendrá! —suspiró el profesor Carswell.
—No —objetó Jupiter, meneando la cabeza—. Buscan un coche azul y no el «Mercedes» amarillo.
Como de costumbre, Jupiter tuvo razón. Cuando la Policía llegó un instante después, el «Mercedes» amarillo no se contaba entre los coches.
¡El falso caballero del cabello plateado acababa de huir con una fortuna en sus manos!