Capítulo 19

¡Atrapados!

Cuando los muchachos iban en bicicleta hacia el caserón del profesor Carswell, Pete les contó a sus amigos que el señor James se había dirigido a la Policía para comunicar el incidente de su estudio la noche anterior.

—El señor Norris ya había ido también a dar parte de la desaparición de su hijo —añadió Pete.

—Entonces, estarán buscando el coche azul de De Groot —decidió Jupiter—. Pero si nosotros solucionamos el enigma de las ultimas palabras y los cuadros del viejo Joshua, hallaremos a De Groot antes.

—¿Crees que el holandés ha solucionado el mensaje? —preguntó Bob.

—Al menos, está muy cerca de la solución. Por esto probablemente ha secuestrado a Skinny —repuso Jupiter—. Para impedir que el chico hablar con nadie antes de que halle la obra maestra.

Cuando llegaron al caserón del cañón, los muchachos divisaron al momento a Hal en el porche de la casita. El chico bajó corriendo a su encuentro. Estaba muy agitado.

—¡Esta mañana alguien ha estado aquí! —Les comunicó atropelladamente—. Y ese alguien registró toda la casita.

—¿Estaban ahí dentro los veinte cuadros? —preguntó Jupiter.

—No, los tenemos en la casa. Quisimos llamar a la Condesa, pero ella y el señor Marechal no estaban en el motel esta mañana —explicó Hal—. Papá fue hasta allí para hablar con la Condesa en persona, y comunicarle que tenemos ya los cuadros en nuestro poder, y que alguien todavía anda registrando la casita.

—¿Visteis a alguien por los alrededores? —preguntó Jupiter.

—Sí —afirmó Hal—. Cerca del garaje. Sólo un vistazo…; pero era un hombre. Corrió hacia el barranco y fue entonces cuando descubrimos que habían registrado la casita.

—Miremos en el garaje —propuso Jupiter.

—Tal vez ese hombre dejara caer algo —añadió Bob.

Fueron todos hacia el garaje, situado detrás del caserón, y se separaron para examinar el terreno. No hallaron nada. Decepcionados, se reunieron delante del garaje.

—Ciertamente, no hay el menor rastro —declaró Bob.

—No —concedió Jupiter—. Ni huellas, ni pisadas… Vámonos a la casita. Quiero ver si…

En aquel momento llegó hasta sus oídos un ruido muy extraño. Todos se contemplaron entre sí. Era un sonido muy raro, como el gruñido estrangulado de un animalito.

—¿Qué… qué es eso, compañeros? —preguntó Hal, tartamudeando.

—¡Chist…! —Les recomendó Jupiter silencio.

El extraño rumor era débil y como ahogado. Pero sonaba muy cerca. Como si alguien quisiera hablar con el rostro pegado al suelo. Un murmullo ininteligible. Luego, algo resonó dentro del garaje.

—¡Es en el garaje! —exclamó Bob.

—¡Hay alguien allí dentro! —agregó Pete.

Fue él quien corrió hacia la portalada y trató de abrirla. No lo consiguió.

—Esta puerta está bien cerrada —anunció Hal—. Vamos, entraremos por la puertecita lateral.

Echó a correr hacia allá y se detuvo sorprendido.

—¡Eh! —gritó.

Miró con extrañeza la portezuela, asegurada con un candado.

—¿Qué pasa, Hal? —inquirió Bob.

—Nosotros jamás cerramos esa puerta a menos que estemos fuera de casa algún tiempo. Y ahora…

El hijo del profesor sacó del bolsillo un llavero, eligió una llave y apresuradamente abrió el candado. Después, empujó la puerta. Al irrumpir dentro del garaje, los muchachos miraron a su alrededor. El garaje estaba vacío, aparte de unas herramientas y unas tablas amontonadas en un rincón.

¡Algo se movía en una esquina! Alguien estaba allí, maniatado y amordazado, con los ojos desorbitados. Y ese alguien balbuceaba unas palabras entre la mordaza.

—¡Es Skinny! —Le reconoció Bob.

Entre todos desataron al joven.

—¿Qué ha sucedido, Skinny? —le preguntó Pete.

Skinny Norris se puso de pie con gran trabajo. Tenía el rostro pálido y los ojos mostraban su enorme susto. Se froté las muñecas y los tobillos, enrojecidos por las cuerdas.

—Jamás pensé que me alegraría tanto de veros —confesó, atemorizado aún—. Caramba, siento haberos causado tantas molestias.

—Seguro —musité Pete.

Sabía que Skinny estaba temblando, muy asustado, pero tenía muy poca fe en el agradecimiento del muchacho, y pensaba que cuando se hubiera tranquilizado volvería a ser el mismo Skinny de siempre.

—Skinny, cuéntanos qué ha pasado —insistió Jupiter con impaciencia.

—¿Dónde has estado toda la noche? —preguntó Bob.

—Bueno —explicó el joven, nerviosamente—, cuando huí del estudio, nosotros vinimos aquí. Entonces, me agarró por detrás… y me até. Estuve a punto de caer al barranco. Oh, en la oscuridad no se ve, a menos que uno conozca bien estos andurriales. Él se echó a reír y dijo que, al menos una vez, todo el mundo se cae al barranco. Jupiter contemplaba fijamente al asustado muchacho.

—Sí, alguna vez todo el mundo se cae al barranco —corroboré lentamente.

—A primera hora de esta mañana, me encerró en el garaje. Y desde entonces he estado ahí. Temía hacer ruido… por si él estaba por aquí. Pero cuando oí vuestras voces.

—¡Tuviste suerte! —exclamó Pete.

—Jupe, ¿en qué piensas? —Quiso saber Bob de pronto. El grueso jefe del trío todavía seguía mirando fijamente a Skinny, como si en el rostro del joven tuviese algo asombroso.

—Skinny, ¿quién fue…? —preguntó luego, con voz temblorosa por la agitación.

La puerta lateral del garaje se cerró de repente, y los muchachos se sobresaltaron, alarmados. Luego, oyeron cómo alguien cerraba el candado. ¡Estaban encerrados en la oscuridad del garaje, que carecía de ventanas!

—¡Eh! —gritó Hal—. ¡Estamos aquí! No hubo respuesta.

—¡De prisa! —les urgió Jupiter—. ¡Miremos por las grietas y desconchaduras de las puertas, por todos los agujeros que encontremos en las paredes y las puertas!

Pete y Bob se agacharon a atisbar hacia fuera por entre las aberturas y grietas de la gran portalada principal. Jupiter halló un agujero en la pared de atrás. Hal se arrodilló delante de una grieta de la pared lateral.

—¡He visto a alguien! —proclamó Hal.

Los Tres Investigadores corrieron silenciosamente a su lado y miraron también por la grieta.

—¡Es De Groot! —susurró Pete.

El grueso holandés estaba mirando al garaje, frunciendo el ceño. Mientras los chicos le observaban, tendió la vista a su alrededor como buscando algo o a alguien.

—¡Déjenos salir de aquí, De Groot! —gritó Hal.

—¡Ya sabemos lo que busca usted! —añadió Bob.

De Groot volvió la vista hacia el garaje, frunciendo aún más el ceño.

—Ahí dentro estáis a salvo —replicó——. Quietos y…

El holandés dio media vuelta rápidamente, mirando hacía el caserón y después echó a correr hacia el chaparral que se extendía detrás del garaje, desapareciendo de la vista.

Durante un largo minuto nada se movió en el exterior.

Luego, los muchachos oyeron unas pisadas, y el señor Marechal entró dentro de su radio visual.

—¡Señor Marechal! —gritó Pete, aliviado—. ¡Tenga cuidado, que De Groot está por ahí!

El intendente de la Condesa miró hacia el garaje.

—Se internó por esa arboleda de atrás —le indicó Bob. El señor Marechal dio media vuelta para examinar con la vista el chaparral.

—Nos ha encerrado aquí. ¡Déjenos salir, señor —gritó!

El señor Marechal se aproximó al garaje.

—¿Está solo De Groot? —preguntó.

—Sí —repuso Pete—. ¡Skinny Norris está aquí con nosotros!

—¿Norris? —repitió Marechal—. Ya. Vigilad atentamente a ese chico, amigos. No os fiéis de él. ¡Os engañará en cuanto pueda!

El caballero del pelo plateado probó la puerta lateral.

—El candado está cerrado. ¿Y la puerta principal?

—Está cerrada, señor —le informó Hal—. Pero yo tengo la llave del candado. Se la pasaré por debajo de la puerta.

—¡Eh, Jupiter! —gritó Skinny.

—Calla, Skinny —le murmuró Jupiter al oído.

Hal sacó la llave del llavero y se agachó para deslizaría por debajo de la puerta lateral… y chocó fuertemente contra Jupiter. Hal perdió el equilibrio, cayendo al suelo. Se oyó un sonido metálico.

—¡La llave! —exclamó Hal—. La he perdido. ¡Mirad por el suelo!

—¿Qué ocurre, chicos? —preguntó el señor Marechal desde fuera.

—¡Se me ha caído la llave! —gimió Hal—. Y aquí dentro no se ve nada. ¡Ahora la estamos buscando por el suelo!

—De prisa, muchachos —urgió el señor Marechal.

Pete, Bob y Hal estaban agachados, buscando la llave por el piso de cemento, Skinny estaba sentado en un rincón, y Jupiter no se había movido desde su encontronazo con Hal.

—No la encuentro —dijo Pete.

—Ni yo —añadió Bob.

—¿Dónde estará? —gimió Hal, tanteando el suelo con las manos.

—Viene un coche, amigos —dijo Jupiter de repente. Todos corrieron hacia la puerta a mirar… todos, excepto Skinny, que siguió sentado en su rincón. De espaldas al sol, el señor Marechal estaba mirando al frente. Los muchachos oyeron cómo se detenía un coche en el senderito de la casa del profesor Carswell.

De pronto, el señor Marechal desapareció, corriendo hacia el chaparral, camino del barranco.

—¡Debe de haber visto a De Groot! —exclamó Hal.

—¡Oh, no! —objetó Pete—. ¡Mirad, amigos!

Todos vieron a De Groot que de repente surgió de la arboleda y echaba a correr en la misma dirección emprendida por el señor Marechal.

¡El grueso holandés empuñaba una pistola!