Capítulo 20

Un criminal desenmascarado

Desvalidamente, los muchachos miraban a través de las grietas de la pared posterior del garaje. De Groot y el señor Marechal ya habían desaparecido. Unos segundos más tarde, el profesor Carswell y la Condesa entraron en el radio visual de los chicos.

—¡Papá! —chilló Hal.

El profesor Carswell dio media vuelta.

—Hal, ¿dónde estás?

—En el garaje, ¡papá! ¡Estamos encerrados!

El profesor y la Condesa corrieron hacia el garaje. El padre de Hal abrió el candado con su propia llave y entró en el garaje. Todos los chicos se agruparon en torno al profesor y la Condesa.

—¿Cómo demontres os habéis quedado encerrados, chicos? —preguntó el profesor.

—Fue De Groot quien nos encerró —explicó Pete, añadiendo.

El señor Marechal nos habría hecho salir, pero Hal perdió su llave por el suelo y no logramos encontrarla. ¡Y ahora De Groot está persiguiendo al señor Marechal con una pistola!

—¿Armand está aquí? —inquirió la Condesa—. ¿Y también De Groot?

—¿No sabía que el señor Marechal estaba aquí, Condesa? —preguntó súbitamente Jupiter, con gran interés—. ¿Está sorprendida?

—Sí, lo estoy —admitió la Condesa—. Como ya le he dicho al profesor Carswell, desde ayer por la noche el señor Marechal no se ha presentado por el motel. Ha estado fuera toda la noche. No sé dónde ni por qué. No me dijo que se iba.

—La Condesa asegura —intervino el profesor— que anoche el coche azul de De Groot estuvo estacionado delante del motel.

—¡Y de Groot ahora persigue al señor Marechal con una pistola! —repitió Pete, asustado.

—Si no hubiera perdido la llave —declaró Hal—, y el señor Marechal nos hubiera dejado huir, De Groot no se hubiese atrevido a abandonar su escondite. ¡Tenemos que ayudar al señor Marechal!

—Oh, no —objetó Jupiter—. No tenemos que ayudar al señor Marechal, ni se ha perdido la llave.

El obeso jefe de Los Tres Investigadores movió el pie. Se agachó y recogió la llave que había estado debajo de aquel pie todo el tiempo. Todos le contemplaron estupefactos, al verle con la llave en la mano.

—Jupe —exclamó Bob sorprendido—. ¿Por qué…?

—¿Tú tenias la llave debajo del pie? —se extrañó Pete.

Jupiter volvióse hacia Skinny Norris, que continuaba en el rincón.

—Ahora ya estés a salvo, Skinny —le dijo Jupiter—. Puedes decirnos quién te secuestró y te encerró aquí. Puedes decirnos quién es la persona para quien trabajas.

—¡Para De Groot, naturalmente! —intervino Hal.

—No, en absoluto —negó Jupiter.

Skinny se humedeció los labios nerviosamente.

—Tienes razón, Jupiter. Fue el señor Marechal quien me contrató. Fue a yerme al día siguiente de llevaros yo el cuadro que le quité al señor James. Me contrató para que le pasara los cuadros a través del ventanal del estudio para ver si había algo escondido debajo de las veinte pinturas. Yo estaba furioso por haberme despedido el señor James y me ofrecí a ayudar al señor Marechal.

—¿Estabas trabajando para el señor Marechal? —repitió Bob, aturdido.

—Ya os dije que ninguno de vosotros sabía lo que pasaba —sonrió Skinny, con la misma expresión aviesa de otras veces.

Ahora que se encontraba a salvo volvía a sentir celos de los investigadores.

—Sí, entonces debí comprender a qué te referías —asintió tristemente Jupiter—. Amigos, Marechal no nos hubiera dejado salir del garaje. Probablemente, planeaba atarnos a todos igual que a Skinny. ¡O algo peor! Por eso yo pisé la llave. Encerrados aquí, estábamos a salvo de Marechal.

Pete se estremeció.

—¡Dios mío, cómo me engañó el señor Marechal! —exclamó.

—Y a mí —asintió la Condesa—. ¿Estás seguro de lo que dices, Jupiter?

—Sí, Condesa —afirmó el aludido, con firmeza—. La historia de Skinny demuestra que Marechal es un tipo peligroso. Y sabiéndolo, muchos detalles tienen ahora más sentido. Por ejemplo, que la Policía todavía no haya aparecido en este caso. Marechal nos dijo en el hotel que llamaría a la Policía cuando nos despidió. Pero no la llamó.

—No, supongo que no —concedió la Condesa.

—Naturalmente, la Policía le habría malogrado el plan —asintió Jupiter—. No nos despidió a causa del peligro que corríamos en este caso, sino para quitarnos de en medio. Ya tenía consigo a Skinny y necesitaba librarse de nosotros.

Jupiter hizo una pausa, contemplando a Skinny Norris.

—Ahora ya sabemos qué hacía Skinny ayer por la mañana en el motel —prosiguió el jefe de los investigadores—. Estaba simplemente buscando a Marechal. Y huyó para evitar tener que hablar con nosotros. Pero nosotros interpretamos mal su huida, y sus acciones, pensando que había intentado penetrar en el pabellón de Marechal con intenciones malvadas.

—Vaya, resulta que no sois tan listos como parece —se burló Skinny.

Jupiter le ignoró y continuó con su relato.

—Supongo, Condesa, que el señor Marechal ni siquiera estuvo visitando a la mujer que adquirió la estatua del viejo Joshua, para recuperarla, ¿verdad?

—No, que yo sepa, Jupiter —replicó la Condesa.

—Supongo que no —asintió Jupiter—. Siempre se mostró mucho más interesado en los cuadros desaparecidos que en los demás objetos. Y cuando oyó las palabras del moribundo, de labios de Hal, comprendió que los cuadros eran la clave.

—¿La clave, Jupiter? —La Condesa frunció el ceño—. ¿La clave de qué?

—Para saber dónde escondió su hermano Joshua la obra maestra de Francois Fortunard, Condesa —explicó Jupiter—. Un cuadro supuestamente destruido que el señor James asegura que vale una gran fortuna.

—Pero, Jupiter —objetó el profesor Carswell—, ¿cómo podía saber el señor Marechal que el viejo Joshua poseía ese cuadro? La Condesa no lo sabía. Y con toda seguridad, sabía más cosas de su propio hermano que el señor Marechal.

—No, señor —replicó Jupiter, firmemente—. Temo que el señor Marechal también engañó a la señora Condesa. Mientras hemos estado encerrados en el garaje he hecho algunas deducciones. Ahora estoy seguro de que no fue De Groot el que nos encerró en la cabaña de adobe hace dos días, ni quien la registró tan frenéticamente. Tampoco fue De Groot el misterioso intruso del primer día en la casita, cuando tío Titus le compró al profesor todos los objetos del viejo Joshua. ¡Fue Marechal! Estaba enterado de lo referente a la obra maestra de Fortunard. Y vino aquí en secreto, antes de venir ostentosamente con la Condesa, para apoderarse del cuadro.

—¿Cómo sabía que Joshua tenía esa pintura? —Quiso saber la Condesa.

—Lo supo siempre, Condesa —respondió Jupiter—. ¿Recuerda que el viejo Joshua murmuró las palabras «diles y diama»? Bien, yo pensé que quería decir Diana. No, no era esto. En realidad, quiso decir: «di a Ma»… Seguramente, le falló la voz, pero se refería a Marechal. ¿Lo entienden? Dile a Marechal… ¡Porque Marechal era el antiguo compinche de Joshua!

—¿Compinche? —Se asombró la Condesa—. ¿Compinche de qué? ¿De algo criminal?

—Exactamente, Condesa. De algo criminal relacionado con la obra maestra de Fortunard. Todavía no conozco con exactitud todos los detalles, pero sé que se trata de algo criminal.

—¡Me estás dejando aturdida, Jupiter! —exclamé la Condesa, con gran dignidad—. Si es así, tenemos que llamar a la Policía ahora mismo para que cojan a Armand… antes de que haga más daño.

—Y no olvides que De Groot todavía debe de estar por ahí fuera —añadió Bob—. Y que está mezclado en el caso.

—Yo mismo iré a avisar a la Policía —se ofreció el profesor Carswell—. Skinny, ven conmigo.

—Iré yo también —decidió Jupiter—. Quiero volver a estudiar los cuadros. Tenemos que descifrar la clave del lugar donde está escondida la obra maestra de Fortunard antes que lo hagan Marechal o De Groot… ¡o la Policía llegará demasiado tarde para atraparles!