Capítulo 8
Una súbita sospecha
En la biblioteca, a la mañana siguiente, Bob se dirigió a la sección de hemeroteca. A muy pocas personas les permitían estar entre las estanterías de aquella sección, pero Bob estaba empleado a horas en la biblioteca. La bibliotecaria, la señorita Bennet, se limitó a sonreír cuando el joven pasó por su lado. El chico encontró los estantes donde se hallaban las revistas de arte… y empezó a buscar. ¡Casi todos los enormes volúmenes sobre pintura habían desaparecido! Cuando Bob salió de entre las estanterías la señorita Bennet levantó la mirada.
—¿Ocurre algo, Robert?
—Señorita Bennet, ¿dónde están las obras sobre arte?
—Un caballero las tiene en la sala de lectura. Ha venido cuando hemos abierto, y también vino ayer. ¿Deseas alguna en particular? Se las puedo pedir cuando termine.
—No, gracias —se apresuré Bob a negar—. Miraré otra cosa hasta que ese hombre termine.
Tan pronto estuvo lejos de la mirada de la señorita Bennet, Bob corrió hacia la sala de lectura. Se asomó con toda precaución. Divisó el alto montón de obras sobre arte encima de un pupitre y alguien oculto por ellas. En aquel momento, el consultante cogió otro libro del montón y Bob le vio el rostro con toda claridad: ¡era el profesor Carswell!
Bob retrocedió apresuradamente. El cerebro le daba mil vueltas vertiginosamente. ¡El profesor Carswell estaba examinando los libros referentes a obras artísticas! Muy excitado, Bob se situó quedamente en un lugar desde donde pudiese vigilar la puerta de la sala de lectura. No sabía si seguir al profesor. Mas cuando éste salió del salón, Bob ya había decidido que aquello era un asunto de la competencia de Jupiter. En realidad, podía localizar al profesor siempre que quisiera.
Por tanto, cuando el profesor devolvió los libros, Bob comenzó a examinarlos a su vez, buscando todo lo referente a Joshua Cameron.
Jupiter frunció el ceño.
—¿El profesor Carswell estudiaba esos libros?
—Seguro, Jupe —asintió Bob—. ¡todos los volúmenes tratan de arte!
—¡Diantre! —exclamó. Pete—. ¿Por qué está tan interesado en pintura?
Los tres amigos se hallaban escondidos en el remolque del «Patio Salvaje». Ya había pasado la hora del almuerzo, y Bob acababa de llegar con su informe. Jupiter estaba meditando la noticia sobre el profesor Carswell y la búsqueda de Bob en la biblioteca.
—De manera que no has encontrado absolutamente nada sobre Joshua Cameron en todos esos libros de consulta, ¿eh? —preguntó Jupiter lentamente.
—Ni una palabra —aseguró Bob—. Y dos de los volúmenes presentan una lista de todos los artistas del mundo entero. Al menos, de eso presumen.
—Es posible que su nombre figure en otra parte —decidió Jupiter—. Aunque esto todavía ensombrecería más el asunto.
—Entonces, ¿por qué desea tanto De Groot sus cuadros? —inquirió Pete.
—Tal vez no sean los cuadros lo que desea realmente —reflexionó Bob—. Quizás haya algo muy valioso entre las cosas que tenía el viejo Joshua Cameron, algo que ignoran la Condesa y el señor Marechal.
—Esto explicaría el misterio del intruso la semana pasada en casa del profesor —asintió Jupiter—. Tal vez quería llevarse algo de valor antes de que alguien se presentase a reclamar las cosas de Joshua. Pero el profesor lo vendió todo al tío Titus, y el intruso todavía tratará de encontrar lo que sea.
—¡Y esto es precisamente lo que está haciendo ese De Groot! —exclamó Pete.
—Entonces ¿por qué se halla tan interesado el profesor Carswell en las obras de arte? —preguntó súbitamente Bob.
Jupiter se rascó la nariz.
—Recordad que De Groot estaba interesado en un mensaje, quizás en las últimas palabras pronunciadas por Joshua. Ah, tal vez esas últimas palabras fueron un mensaje. Hal dijo que el viejo deliraba, que balbucía palabras incoherentes. Quizá pretendía transmitir un mensaje, y el profesor Carswell sepa algo que nosotros ignoramos.
—¡Y que también ignora la Condesa! —añadió Bob.
—Lo mejor será ir a casa del profesor —dijo Jupiter.
—No, chicos —negó Hal—, ignoro por qué papá está tan interesado en los libros sobre arte.
Los cuatro muchachos se hallaban en el sombreado jardín del caserón de Cañón Remuda.
—¿Dijo algo sobre sus cuadros el viejo Joshua? —indagó Jupiter.
—No mucho —respondió Hal—. Quería enseñarme a pintar, pero ni siquiera pudo trazar un mal dibujo. Recuerdo que en una ocasión dijo algo raro. Sí, dijo que él era el pintor más raro del mundo, aunque nadie lo sabía. Luego, se echó a reír. No sé por qué.
—Sí, no tiene mucho sentido —asintió Pete.
—No, ninguno —corroboró Jupiter.
—No entiendo lo que sucede, amigos —declaró Hal—. El viejo Joshua vivía aquí solo y jamás vino a verle nadie. Y ahora que ha muerto, todo el mundo está interesado en él. La Condesa y el señor Marechal están en casa hablando con papá.
—¡Tal vez han descubierto algo! —se excitó Pete.
—Ya lo veremos —decidió Jupiter.
En el salón del enorme caserón, el profesor Carswell estaba apoyado en la repisa de la chimenea de cara al señor Marechal y la Condesa. Ésta sonrió al ver a los muchachos.
—Ah, los jóvenes detectives… ¿Aún seguís buscando? Oh, lo hicisteis muy bien… —aprobó la elegante dama.
—Todavía no hemos localizado los cuadros, señora —se disculpó Jupiter—. ¿No le enseñó nunca su hermano Joshua sus cuadros, no le vendió ninguno?
—No, Jupiter. En realidad, era un simple aficionado. Aunque me gustaría guardar sus últimas obras. Supongo que continuaréis buscando y que las encontraréis.
—Oh, sí —aseguró Jupiter, añadiendo—: Si alguien no las encuentra antes que nosotros.
—¿Alguien? —repitió Marechal intrigado.
—Por ejemplo, un tipo llamado De Groot, que se autocalifica como marchante de arte —explicó Jupiter—. Les sigue a ustedes y quiere apoderarse de los cuadros del difunto.
El Primer Investigador pasó a relatar todo lo relacionado con De Groot, y cómo los muchachos habían logrado escapar de su encierro. La Condesa estaba horrorizada.
—¡Ah, esto es terrible! Muchachos, debéis de andar con mucho tiento. No entiendo tanto interés por mi hermano. ¿Qué quiere en realidad ese hombre?
—Aún no lo sé —confesó Jupiter—, pero el holandés no es el único interesado en esos cuadros. También el profesor Carswell estuvo examinando muchos libros sobre obras de arte.
Todos dirigieron sus miradas al aludido. Hal vio que su padre se mostraba inquieto. El señor Marechal fue hacia el profesor.
—¿Acaso sabe usted algo que nosotros ignoramos, Carswell? —le pregunté.
—No, Marechal. Estoy simplemente intrigado lo mismo que la Condesa —repuso el profesor—. Me preocupa este súbito interés por los cuadros de Joshua Cameron, de modo que estuve en la biblioteca local para ver si podía enterarme de algo. Pero no hallé nada. Lo cual me deja perplejo, ya que no entiendo el interés de ese holandés… y todos los demás, cualesquiera que sean, por el difunto Joshua. Por ejemplo, el intruso que estuvo aquí la semana pasada.
La Condesa se sobresaltó.
—¿Hubo aquí un intruso, profesor? ¿Antes de que llegásemos el señor Marechal y yo? ¿Alguien que deseaba robar las cosas de Joshua?
—Fue una semana antes de que usted llegase, Condesa —asintió Bob—, y aún no sabemos qué buscaba el ladrón.
—Ya —murmuré la Condesa, mirando a Marechal.
—Tal vez fuese De Groot —sugirió él—. Por lo visto, tiene un gran interés en Joshua, lo cual no comprendo.
—¡Vaya si tiene interés! —exclamé Pete.
—Profesor Carswell… Hal —comenzó Jupiter doctoralmente—: De Groot piensa sin duda que el viejo Joshua dejé un mensaje antes de morir. Ustedes nos contaron que el enfermo estuvo delirando y murmurando palabras incoherentes antes de expirar. ¿No estaría tratando de comunicar un mensaje? ¿Frases que para alguien podían tener sentido?
—Es muy posible, Jupiter. Se mostré muy insistente en seguir farfullando —admitió el profesor—. Pero no tengo idea de lo que quería decir. Sus palabras no tenían para mí ningún sentido. Decía constantemente algo respecto a «zig zag» y a «erróneo»… y a «telas»… También pronunció mucho la palabra «cuadro» y algo referente a «maestras»… Hal estuvo con él, hacia el final, mucho más que yo.
El muchacho asintió con tristeza.
—No recuerdo exactamente sus palabras, pero deliraba y murmuraba palabras como: «diles…» «zig… cuando zag»… «zag…» «camino…» «equivocado…» «maestra…» «mis cuadros…» «mis telas…» «equivocado…» «a zig zag…» «diama» «equivocado…». Y así, una y otra vez. Siempre, las mismas frases.
Todos se miraron consternados, esperando que uno de los presentes pudiese descifrar aquel acertijo. Mas ninguno lo logró. Hasta Jupiter parecía aturdido.
—No saco nada en claro de esto —confesó Marechal.
—Ni yo —añadió la Condesa—. Supongo que deliraba.
—Profesor —preguntó Jupiter—, ¿guardaba el señor Cameron todo lo que poseía en la casita?
—Creo que sí, Jupiter.
El Primer Investigador asintió.
—Bien, ahora será mejor que nos marchemos. Sigo pensando que ese Skinny Norris sabe quién tiene los cuadros.
—Tened cuidado, chicos —les previno la Condesa—. Estoy muy inquieta por vosotros. ¿Nos avisaréis si surge algún problema?
Los muchachos se lo prometieron. Ya fuera, montaron en sus bicicletas y se alejaron de la casa del profesor. Al pasar por delante del barranco, lejos de la vista de la casa, Jupiter giró repentinamente a la izquierda, en dirección al precipicio. Sobresaltados, Pete y Bob le siguieron.
—¿Qué vamos a hacer, Jupe? —Quiso saber Bob, confuso.
—Estoy convencido de que el viejo Joshua intentó dejar un mensaje y que no deliraba —declaró Jupiter—. Aunque todavía ignoro cuál era el mensaje. De todos modos, el viejo no abandonaba jamás la casita, por lo que, si escondió algo, tiene que estar allí. Seguidme. Escondieron las bicicletas y se abrieron paso por el barranco hasta la casita. Una vez dentro, miraron a su alrededor durante unos instantes, sin saber por dónde iniciar el registro. De repente, oyeron unos pasos fuera.
—¡De prisa! —susurró Jupiter—. Ocultémonos y veamos quién viene.
Vigilaron desde las sombras del dormitorio y vieron que Hal Carswell entraba en la casita por la puerta principal. El muchacho se dirigió rápidamente a un rincón del saloncito, levantó una tabla que al parecer estaba suelta y buscó algo debajo del suelo. Los investigadores irrumpieron en la habitación.
—¡De manera, Hal, que conoces el escondrijo del viejo Joshua! —proclamó Jupiter.
El acusado se enderezó, evidentemente asustado, escondiendo algo en una mano.