Capítulo 12
¡Fracaso!
El Motel Cliff House era un lugar elegante de la costa del océano Pacífico, a dos kilómetros al sur de Rocky Beach. Pete y Jupiter dejaron las bicicletas junto a una cerca y penetraron en el reluciente vestíbulo. Un individuo alto y de aspecto severo, sentado en la conserjería, les contempló suspicazmente.
—¿Puedo preguntaros qué os trae por aquí, chicos? —preguntó.
Pete estaba nervioso, pero Jupiter no se dejaba intimidar fácilmente. El obeso muchacho se irguió en toda su estatura y cuando habló lo hizo con un acento inglés muy señorial.
—Buen hombre, anúncienos a la Condesa —ordenó, apuntando su gruesa nariz al empleado—. Jupiter Jones Cuarto, y el señor Peter Crenshaw. También puede comunicarle al señor Marechal que estamos aquí.
Pete apenas consiguió disimular la risa. Ya había presenciado otras veces cómo se comportaba Jupiter en tales ocasiones, mas no así el conserje. Éste vaciló con incertidumbre, ya que Jupiter hablaba como un auténtico noble.
—Pensándolo bien —rectificó el muchacho—, si es usted tan amable que nos indique el número de la habitación de Armand, bueno, me refiero, al señor Marechal, mi buen amigo, nos presentaremos a él personalmente.
—Eh… —volvió a vacilar el conserje—, el señor Marechal está en el pabellón número diez. Un botones…
—No se moleste, buen hombre —le detuvo Jupiter con grandilocuencia—. Supongo que lo encontraremos. Vamos, Pete. Todavía con gestos ampulosos, Jupiter atravesó majestuosamente el vestíbulo y salió por la puerta lateral hacia el bellísimo jardín del elegante motel.
Una vez fuera, Jupiter recuperó sus modales de siempre y se echó a reír.
—Según este cartel indicador, Pete, el pabellón diez está a la izquierda.
—Tus fingidos modales nos pondrán algún día en un apuro —observó Pete, congestionado por la risa. Luego, ya más calmado, agregó—: Al menos, te valdrán un buen puñetazo en la nariz.
—No lo creo. Los empleados de esos sitios tan caros se dejan asustar fácilmente. Han de tener mucho cuidado para no ofender a las personas que pueden ser importantes —replicó Jupiter.
Siguieron un estrecho sendero a través de arbustos de camelias e hibiscos. Oían a los huéspedes del hotel nadando en la piscina y riendo o conversando en la terraza. Los pabellones, solitarios y diseminados por el jardín, así como los más grandes, divididos en varias habitaciones menos caras, quedaban medio escondidos entre los árboles y las plantas del lugar.
—Aquél es el pabellón nueve —señaló Jupiter—, lo que significa que el diez está detrás de aquella palmera.
Los muchachos dieron la vuelta a la gruesa palmera… y se detuvieron en seco. ¡Alguien, parado delante de la ventana del pabellón diez, estaba mirando hacia el interior! Aquel individuo, de pronto, se dirigió hacia la puerta del pabellón y trató de forzar la entrada.
—¡Jupe! —murmuró Pete—. Es…
La voz de Pete, pese a ser murmurada con el aliento, asustó al intruso, el cual se volvió hacia los dos amigos.
—¡Skinny Norris! —exclamó finalmente Jupiter.
La boca de su enemigo se abrió un momento, como un espantajo sorprendido. Luego, cuando los dos amigos corrieron hacia él, Skinny dio media vuelta y se hundió por entre la espesa vegetación del parque.
—¡Vamos tras él, Segundo! —gritó Jupiter.
Pete echó a correr tras el delgado fugitivo, por entre los grupos de palmeras e hibiscos. Jupiter comprendió que, por su parte, jamás conseguiría alcanzar a Skinny, analizó la situación y vio que éste tenía que dar la vuelta por el extremo más alejado de la piscina si quería escapar por la puerta principal del motel. Con Pete detrás, Skinny tenía que dar aquella vuelta. Por tanto, Jupiter corrió directamente hacia la piscina.
Llegó a la terraza, y cruzó el piso de cemento en dirección a la piscina. Estaba atento a percibir a Skinny o a Pete, que aparecerían de un momento a otro, y por esto no vio al señor Marechal hasta que prácticamente lo tuvo encima.
—¡Aaaahhh! —gritó el muchacho, deteniéndose a tiempo justo de no chocar con el elegante caballero del pelo plateado.
—Jupiter, ¿qué diablos haces aquí? —gruñó aquél—. ¿Es éste tu método detectivesco? ¿Chocar con todo el mundo?
—Señor —jadeó el muchacho—, acabamos de descubrir a Skinny Norris pretendiendo entrar en su pabellón. Pete le está dando caza ahora, y yo intento interceptarle el paso.
—¿Es el muchacho que tiene uno de los cuadros del difunto Joshua? —El mismo. Si Pete logra atraparlo…
En aquel momento, el nombrado apareció muy desanimado, viniendo de la puerta principal del establecimiento.
—Ha huido —anunció—. Lo siento, señor Marechal.
—Lástima —frunció el ceño el caballero—. ¿Qué demontre hacia en mi pabellón?
—¿Está allí todo lo que recuperamos nosotros para la Condesa, señor? —Quiso saber Jupiter, agregando—: Las cosas del señor Joshua Cameron.
—Sí, ¿mas para qué las querrá ese chico? Un búho disecado… unos prismáticos… ¿Qué diantre…? El señor Marechal se interrumpió. Estaba mirando a la terraza. —Creo que la Condesa nos llama. Está muy preocupada por todo este asunto.
Los muchachos divisaron a la Condesa sentada a una mesa de la terraza. Siguieron al señor Marechal hacia allí. Efectivamente, la dama parecía muy inquieta.
—¿Os pasa algo, chicos?
El señor Marechal le explicó rápidamente lo referente al espionaje de Skinny Norris, y les indicó a los dos investigadores que se sentasen.
—Pero vosotros no vinisteis aquí para perseguir a ese Skinny, ¿eh? —añadió—. Supongo que teníais otra razón…
—Deseamos, señor, que nos permita continuar con el caso —manifestó Pete—. Nosotros…
—Nos gustaría, chicos, pero…
—Hemos conseguido varias deducciones interesantes, señor —explicó Jupiter precipitadamente.
A continuación procedió a relatar todas las conclusiones extraídas de las últimas palabras pronunciadas en su delirio por el difunto Joshua Cameron, según las cuales éste poseía algo de mucho valor, que alguien también lo sabía, que los cuadros perdidos estaban mezclados en el caso, y que las últimas palabras del anciano eran parte de un mensaje.
—Estamos convencidos de que sólo hay dos explicaciones posibles —agregó después—. Primera, que quizás, al fin y al cabo, el viejo Joshua era un buen pintor y sus cuadros valen mucho, y que De Groot lo sabe. Y, segunda, que Joshua formaba parte, secretamente, de una banda, y había escondido un botín o algún tesoro de mucho valor.
—¿Una banda? —repitió el intendente de la Condesa—. ¿De criminales? ¿El hermano de la Condesa? ¡Esto es imposible, muchachos!
—Sin embargo —la Condesa murmuró lentamente—, ese De Groot parece querer algo, y ese hombre me da muy mala espina.
—Joshua pudo ser un bribón disfrazado de buena persona —opinó Jupiter.
—Hum… —gruñó el señor Marechal, mirando a la Condesa—. El viejo Joshua era un excéntrico. Chicos, es posible que hayáis dado en el clavo. En cuyo caso, este asunto resultaría más peligroso que antes, y habrá que avisar a la Policía.
—¡Pero, señor Marechal —protestó Jupe—, nosotros podemos ayudar!
—Esto está absolutamente fuera de cuestión, muchachos —replicó Marechal autoritariamente—. Lo siento. Y adiós, amiguitos.
Lentamente, Jupiter y Pete se pusieron de pie y abandonaron la terraza. ¡Ahora sí que todo había terminado! ¡Los Tres Investigadores habían fracasado por primera vez!