7. EL AMERICANO
Hoy es el día más feliz de mi vida. Incluso mejor que el día en que Vince Young lideró a Texas en una carrera de cincuenta y seis yardas hasta lograr un touchdown contra USC en los minutos finales del partido, dándoles a los Longhorns la mayor victoria en la Rose Bowl.
Por fin me voy a la India. Tierra de marajás y curry de cordero. Hogar de elefantes y canguros. Y de la chica más hermosa del mundo. Sapna Singh, que se convertirá en mi esposa dentro de dos semanas.
La verdad es que me encantan las bodas indias. El otro día alquilé La boda del monzón. Me gusta la manera de bailar de las chicas indias, y esa música salvaje simplemente me vuelve loco.
Mi madre tiene una gran fe en el matrimonio. Ya se ha casado cuatro veces. Pero no estaba muy entusiasmada con que me casara con una india. «¡Son sucios, huelen mal, y hablan mal inglés!», fue su veredicto, hasta que le enseñé fotos de Sapna.
Desde entonces ha estado divulgando por toda la ciudad que su hijo está a punto de casarse con Miss Universo.
Mamá y yo estamos más unidos que las garrapatas de un perro. Y llevamos así desde que papá se largó, dejándonos a mamá y a mí tristes y solos, y tan pobres que no teníamos ni orinal en el que mear. Cuando desapareció tuvimos que vender el rancho y todo el ganado y mudarnos a una caravana vieja y destartalada, donde vivimos seis años, hasta que mamá se casó con ese hombre tan simpático que trabaja en la Seguridad Social y nos mudamos a su casa de Cedar Drive. La verdad es que no pienso mucho en mi padre. No le mearía encima ni que se estuviera quemando vivo. Pero no tiene sentido disgustarse por eso. No el día en que finalmente voy a reunirme con Sapna.
Cómo conocí a la chica de mis sueños es una historia que merece la pena contar. Estoy convencido de que todos los matrimonios se celebran en el cielo. Y de que es Dios quien decide quién se casa con quién, y cuándo. De manera que crea a algunos tipos, como mi antiguo compañero de colegio Randy Earl, que no tienen ningún problema a la hora de acostarse con chicas. Y luego a otros que, como yo, bueno, tienen que esperar, porque son tímidos y todo eso. Supongo que nací así. No es que sea feo ni nada, como Johnny Scarface, mi capataz. Su madre probablemente tuvo que atarle una chuleta de cordero al cuello para que el perro jugara con él. Yo soy un tipo de lo más normal. El señor Joe Cualquiera. Mido uno setenta, y Sandy, mi sobrina de diez años, dice que si tuviera la cara un poco más redonda, la nariz un poco más pequeña, el pelo un poco más oscuro, y pesara veinticinco kilos menos, ¡sería igual que Michael J. Fox! Pero no hay que preocuparse, trabajo para mejorar el peso y la altura. Estoy utilizando el KIMI, el dispositivo científicamente concebido del doctor Kawata para aumentar la estatura, que promete que en seis meses seré siete centímetros más alto, y tomo regularmente el Polvo Adelgazante Milagroso Chino que compré por correspondencia.
De todos modos, mamá estaba muy preocupada porque había cumplido veintiocho años y seguía soltero, y ya comenzaba a pensar que pudiera ser gay, hasta que los muchachos de International PenPals lo solucionaron. A cambio de una tarifa de socio de 39,99 dólares (que se puede pagar en cuatro plazos de 9,99 dólares), me mandaron las direcciones de siete hermosas muchachas que querían trabar amistad conmigo. Bueno, eso es lo que yo llamo exceso de abundancia. Me refiero a intentar hacer malabarismos con siete novias a la vez. Las muchachas eran de todo el mundo, incluyendo lugares que yo ni siquiera sabía que existían. Por orden alfabético, estaban Alifa de Afganistán, Florese de Timor Oriental, Jennifer de Fiji, Laila de Irán, Lolita de Letonia, Raghad de Kosovo y Sapna de la India. Les escribí a todas, contándoles quién era y pidiéndoles que me contestaran. Y me contestaron, todas y cada una de ellas. Sin embargo había un problema. Tres no sabían inglés bien. Me refiero a que es difícil llevar una conversación potable cuando recibes una carta que dice: «Quirido Larry: te encomando a ti un hola grande. Mi gimigino que michusimo gastaure. Amerika un lugor bono para vivir. Recordos.» Algunas cartas eran, bueno, desconcertantes. Las chicas de Afganistán, Timor Oriental e Irán sólo hablaban de los problemas políticos de sus países. Y la de Fiji me pidió el número de la tarjeta de crédito en la primera carta. Bueno, eso me pareció un poco descarado. La de Letonia fue más modesta. «Hola, Larry», me escribió. «Soy Lolita. Tengo dieciséis años. Quiero ser amiga tuya. Llámame al 011-371-7521111.» Me parece un poco joven para mí, pero nunca sabes lo profundo que es un pozo hasta que mides la longitud de la manivela de la bomba. Así que llamé a Lolita. Creo que debía de padecer asma, porque sólo oí una respiración fuerte durante unos cinco minutos, y aluciné cuando vi la factura del teléfono y me di cuenta de que la llamada me había costado 57,49 dólares. Ése fue el final de mi amistad con Lolita. Con el tiempo sólo me quedó la chica de la India, Sapna Singh. Me escribió una carta maravillosa, hablándome de su valerosa lucha contra la crueldad y la opresión. Era tan pobre que no tenía ni teléfono. Me hizo llorar, y me recordó mi lucha por convertirme en el mejor conductor de carretilla elevadora de Texas. Le contesté, ella me contestó. Dos meses después intercambiamos nuestras fotos. Hasta entonces había considerado a Tina Gabaldon, Miss Hooters International 2003, la jaca más guapa del universo. Pero me bastó con echar un vistazo a la foto de Sapna para comprender que estaba equivocado. Era la chica más guapa del mundo y me enamoré como un bobo de ella.
Con todo el valor que pude reunir, le propuse que se casara conmigo en junio de este año. Para mi sorpresa, aceptó, y me hizo más feliz que un gallo en un gallinero. Empecé a aprender hindi. Ella comenzó a aprender a hacer bizcocho de chocolate con nueces, mi postre preferido. Fijamos una fecha para la boda en la India. Me pidió cinco mil dólares para hacer los preparativos. Yo estaba más arruinado que un ratón de iglesia, pero mendigué, escatimé, ahorré y le mandé el dinero. Hace tres semanas me mandó nuestra invitación de boda. Y ahora me voy a Nueva Delhi a casarme con la mujer de mis sueños.
—¡Hola a todos! ¡Qué tal! —Saludé a las dos guapas azafatas que me dieron la bienvenida en el avión de la United Airlines que me llevaba a la India. El avión era enorme, casi tan grande como él cine Starplex de Waco. Otra azafata alta me acompañó a mi asiento, el 116B. Era uno de los mejores asientos del avión, justo al fondo, y muy bien situado, al ladito del retrete.
Coloqué mi bolsa bajo los pies y me apoltroné. Parecía que aquél era mi día de suerte. Estaba en el asiento del medio, flanqueado por una rubia sentada junto a la ventanilla y un tipo de piel oscura y aspecto indio que llevaba una camiseta roja de Hilfiger y una gorra de béisbol de los Dodgers.
La rubia leía una revista llamada Time.
—Perdone, señora. —Me quité el sombrero y le di un golpecito en el brazo—. ¿Adónde se dirige?
Apartó el brazo como si yo tuviera la viruela y me lanzó una mirada que habría hecho que un puercoespín pareciera un peluche. Me volví hacia el joven de la izquierda, que parecía más amistoso.
—¿Cómo está su madre y la familia? —le pregunté.
Me miró como un ternero cuando llega a un establo nuevo.
—Perdone, ¿qué ha dicho?
Estaba claro que el tipo no era de Texas.
—Aap kehse hain? —pregunté en mi mejor hindi.
—Estoy bien —me contestó en inglés.
—Kya aap bhi India jaa rahe hain?
—Eh, tío, ¿por qué me hablas en esta jerga tan extraña? Yo no hablo hindi.
—¡Pero… pero eres indio! —le solté.
—Te equivocas, chaval. Soy americano —dijo, y sacó un pasaporte azul del bolsillo de la chaqueta—. ¿Ves el águila calva que hay en la portada? Es el pasaporte americano, tío.
—¡Oh! —dije, y me quedé callado.
Antes de que el avión despegara, la azafata hizo algunos ejercicios con las manos y nos hizo ver un vídeo de seguridad. Yo intenté memorizar las instrucciones que había en el folleto colocado en la bolsa del asiento de delante, pero ninguno de los otros pasajeros parecía preocupado por lo que les pasaría si el avión caía al agua. Y antes de que me diera cuenta, estábamos volando.
La azafata regresó al cabo de un rato, empujando un carrito metálico cargado de botellas y latas.
—¿Le gustaría beber algo, señor? —me preguntó con una voz dulce.
—Una Coca-Cola, por favor —le dije.
—Lo siento, señor. Se nos ha acabado la Coca-Cola. ¿Le va bien una Pepsi?
—Claro —asentí—. Eso también es una cola. ¿Cuánto es?
—Es gratis, señor —dijo, y sonrió.
El indio me miró con curiosidad.
—¿Es la primera vez que vuelas? —preguntó.
—Sí —contesté, y le tendí la mano—. Nos hemos saludado, pero todavía no nos hemos presentado. Qué tal, soy Larry Page.
—¿Larry Page? —Pareció impresionado—. ¿Sabes que el inventor de Google se llama igual?
—Sí, es algo que todo el mundo me dice. ¿Google no es algo que tiene que ver con los ordenadores?
—Sí, es un buscador de Internet.
—Johnny Scarface, mi capataz, siempre está con el ordenador. Pero yo sé tan poco de Internet como un cerdo de tocar el piano.
—No es preocupante —dijo, y me estrechó la mano—. Encantado de conocerte, Larry. Yo me llamo Lalatendu Bidyadhar Prasad Mohapatra, Biddy para abreviar.
—¿Cómo estás, Biddy? Tienes pinta de ir a la universidad.
—Sí, estoy en segundo en la Universidad de Illinois, donde tengo pensado estudiar microelectrónica y nanotecnología. Y tú, ¿a qué te dedicas?
—Conduzco una carretilla elevadora en el centro comercial Walmart de Round Rock, Texas. Eso está en la I-35, salida 251. Si alguna vez pasas por allí, párate y dame un toque. Estaré encantado. Incluso puede que te haga un cinco por ciento de descuento.
Eso rompió el hielo. Diez segundos después estábamos charlando como viejos colegas en una reunión de antiguos alumnos. Biddy comenzó a contarme un proyecto que estaba haciendo con una cosa que se llamaban conductores superenfriados. Antes de darme cuenta, yo le estaba contando todo lo relacionado con mi viaje a la India y con Sapna.
—Tu novia parece una chica india realmente guapa —dijo.
—¿Te gustaría ver una foto suya? —le pregunté.
—Sí. Claro.
Saqué mi bolsa y con mucho cuidado extraje la carpeta marrón llena de grandes fotos en color de Sapna con muchos vestidos diferentes. Observé la cara de Biddy mientras pasaba las fotos. Tal como me esperaba, los ojos parecieron salírsele de las órbitas.
—¿Ésta es Sapna Singh, dices? —me preguntó al cabo de unos minutos.
—Sí.
—¿La has conocido personalmente?
—No. Pero me espera en el aeropuerto de Nueva Delhi.
—¿Y te pidió cinco mil dólares para la boda?
—Sí. Eran necesarios. Su familia no es rica.
—¿Y crees que vas a casarte con esta chica?
—Naturalmente. Dentro de dos semanas, el 15 de octubre. Está todo preparado, ¡incluso habrá un bonito caballo blanco! No me puedo creer la suerte que tengo, Biddy.
Torció el gesto.
—Siento tener que decírtelo, tío, pero te han tomado el pelo.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que esta chica de las fotos que me has enseñado no es Sapna Singh, y no puede serlo.
—Pero ¿por qué? —pregunté perplejo—. ¿Es que la conoces?
—Todo el mundo en la India la conoce. La mujer de estas fotos es la famosa actriz Shabnam Saxena. Incluso tengo un póster suyo en mi dormitorio.
—No, no. Ésta es mi novia. La que tú dices, Shabnam, probablemente se parece a Sapna.
Biddy me puso la misma cara que me pone Johnny Scarface cuando le pido un aumento.
—Debe… debe de haber algún error —dije otra vez.
—No hay ningún error —dijo Biddy terminante—. Estas fotos son de Shabnam Saxena. De hecho, estoy seguro de que una de las fotos es de International Moll, uno de los grandes éxitos de Shabnam. No te tomes a mal que utilice uno de nuestros proverbios indios, Larry, pero como decimos nosotros: Nai na dekhunu langala. Nunca te metas en el agua antes de ver el río.
De repente tuve la sensación de que el avión caía en picado a tierra. Me entró un mareo y me agarré con fuerza a los reposabrazos.
Le arranqué la carpeta a Biddy.
—Lo que me has dicho no son más que bobadas. ¡Estás más lleno de mierda que un elefante estreñido! —exclamé, y no volví a hablarle durante el resto del vuelo.
En lo más profundo de mí, tenía ganas de llorar.