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LENIN murió. Pero el leninismo no murió. El poder conquistado por Lenin no se escapó de las manos del Partido. Los camaradas de Lenin, sus colaboradores, sus compañeros de lucha y sus discípulos continuaron su obra.

… aquéllos en cuyas manos dejó el país

en un desbordamiento convulso

lo deben aprisionar en cemento.

A ellos no les dirás: Lenin ha muerto,

su muerte no les desalentó.

Siguieron cumpliendo su empresa,

con más tesón todavía…

La dictadura del Partido que Lenin había instaurado perduró después de su muerte al igual que perduraron los ejércitos, la milicia, la Cheká, las organizaciones para la liquidación del analfabetismo y las universidades obreras. A su muerte, dejó una obra de veintiocho volúmenes. ¿Cuál de sus compañeros de lucha sabrá, de manera más completa y profunda, expresar por su carácter su corazón, su cerebro la esencia verdadera del leninismo? ¿Quién recibirá la bandera de Lenin? ¿Quién la levantará? ¿Quién construirá el gran Estado fundado por Lenin? ¿Quién guiará de victoria en victoria a este partido de nuevo tipo? ¿Quién consolidará el nuevo orden sobre la tierra?

¿El brillante, el impetuoso, el magnífico Trotski? ¿El fascinante Bujarin, teórico dotado de un excepcional espíritu de síntesis? ¿Ríkov, el hombre con ojos de vaca, el político más próximo a los intereses del pueblo, a los campesinos y a los obreros? ¿Kámenev, capacitado para librar cualquier batalla, por complicada que fuese, ejercitado en la dirección del Estado, instruido y seguro de sí mismo? ¿Zinóviev, el mejor especialista del movimiento obrero internacional, el polemista-duelista de la clase internacional?

Cada uno de ellos, por carácter o por espíritu, estaba próximo, en consonancia con uno u otro rasgo, al carácter de Lenin. Pero resultó que aquellos rasgos no constituían la esencia del carácter de Lenin. No eran esos rasgos los que habían determinado la naturaleza del mundo que estaba naciendo.

Fatídicamente, todos los rasgos del carácter de Lenin que se hallaban en el casi genial Trotski, en Bujarin, Ríkov, Zinóviev, Kámenev resultaron ser rasgos de un espíritu sedicioso: llevaron a todos sus exponentes al paredón, a la perdición.

Aquellos rasgos, lejos de expresar la esencia del carácter de Lenin, revelaban su debilidad, su espíritu sedicioso, sus extravagancias.

Lunacharski se parecía a un cierto Lenin, al que escuchaba la Appassionata y se deleitaba con Guerra y paz. Pero no era a aquel pobre diablo de Lunacharski a quien le correspondería cumplir con severidad y rudeza la gran empresa del Partido de Lenin. No fue ni a Trotski ni a Bujarin, Ríkov, Kámenev y Zinóviev a quienes el destino asignó la tarea de expresar la verdadera naturaleza, la esencia secreta de Lenin.

El odio de Stalin hacia los líderes de la oposición era su odio hacia aquellos rasgos del carácter de Lenin que contradecían la esencia del propio Lenin.

Stalin ajustició a los amigos más íntimos y a los compañeros de armas de Lenin porque impedían, cada uno a su manera, que se realizara el verdadero leninismo.

Luchando contra ellos, ajusticiándolos, era como si también luchase contra Lenin, lo ajusticiase. Pero al mismo tiempo fue justamente él quien afirmó la victoria de Lenin y del leninismo, quien levantó y plantó en Rusia la bandera de Lenin.