LOS PELIGROS DEL COSMOS - James H. Schmitz

EL sueño estaba recediendo.

Haddan sabía que así era porque había insistido hacia sí mismo en que era un sueño, una muy vivida experiencia; pero engañosa, una decepción que no habría intentado retener. Y estaba olvidándose del sueño conforme se despertaba. Quedaba aún un recuerdo final de una lluvia menuda, de algunos estampidos de un trueno lejano y después, al final de todo, el sonido de Auris llorando desconsoladamente muy cerca. Por un momento, Haddan caviló, esperando retornar a ella. Pero ella era parte del sueño...

Despertó totalmente.

Se hallaba sentado en una habitación junto a una mesa proyectada como un anaquel de la pared en blanco que tenía frente a él. Aquella pared estaba construida de algún material ligeramente resplandeciente, donde Haddan pudo ver su propia imagen reflejada, aunque sin detalle.

Su mente pareció recogerse por un instante en aquel punto, como si no quisiera aceptar la amarga idea de hallarse a bordo de una nave de los Amos del Espacio, de haberse convertido en un prisionero de aquellos cínicos envilecedores dueños y señores del género humano. Luego estaban Auris y los otros con él... detectados en el acto de violar la ley básica de los Amos del Espacio...

Pronto sabría qué penalidad le sería aplicada por ello. Parecía muy improbable que hubiese caído sencillamente en sueños y se hubiera dormido inmediatamente después de la captura; tuvo sin duda, que haber sido drogado. Ahora, los Amos del Espacio le habían despertado. Intentarían hacerle preguntas, por supuesto. Se había ya identificado a sí mismo como el dirigente del grupo, el hombre responsable para la construcción de la espacionave que había abandonado secretamente la Ciudad de Liot dos años antes. Era la verdad y su declaración podía hacer que las cosas fueran más fáciles para los otros.

Pero ¿por qué se hallaba sentado allí y solo? ¿Estaría siendo observado? La mesa en la que descansaban sus manos, aparecía totalmente desnuda de todo objeto y era del mismo material que el de la pared, satinado al tacto. Aparte de la mesa y la silla, la habitación estaba totalmente desprovista de todo ornamento. Tras él, tal vez a unos veinte pies de distancia, estaba la otra pared desnuda. Hacia la derecha e izquierda y aproximadamente a la misma distancia y allí donde las paredes comenzaban a curvarse suavemente una hacia otra, el espacio entre el techo y el suelo aparecía lleno de cortinas de un brillo irisado y ondulante a través del cual la luz y los colores parecían moverse constantemente en suaves rizos. Aquello daba la impresión de ser completamente insustancial, aunque Haddan comprobó que no podía ver nada en su interior. A despecho de la falta de ornamentación, la habitación daba la impresión de una fría elegancia. Todo estaba en silencio. No se oía el más leve murmullo, excepto el de su propia respiración.

Era muy posible que estuvieran comprobando su nervio, sus reacciones. Pero no ganaba absolutamente nada con seguir sentado allí.

Haddan intentó retirar la silla hacia atrás y encontró que era totalmente inmóvil. Intentó a renglón seguido levantarse de ella pero el cuerpo se negaba a moverse del lugar que ocupaba, como si le pesara toneladas. Sería algún truco de la gravedad... Se comprendía que ellos querían que continuase donde estaba. Volvió a retreparse en la silla, sintiendo entonces que su cuerpo volvía a su peso normal.

Quizás dos minutos más tarde, una ola de luz llegó a través de la sección que se hallaba frente a él en la pared, como deslizándose misteriosamente y tan repentinamente que le resultó desconcertante. Entonces, la pared se desvaneció en aquel punto. La mesa a la cual estaba sentado Haddan, se extendía sin soporte visible más allá de la partición como una plancha lisa y cuadrada de un material gris resplandeciente, al otro lado de la cual con los ojos puestos en Haddan, apareció sentado un hombre vestido con un uniforme verde y rojo.

Haddan le miró sin decir una palabra. En toda su vida, apenas si había visto a unas pocas docenas de Amos del Espacio; todos los demás allá en la Ciudad de Liot y en su mayoría en diversas ocasiones antes de hacerse un adulto. Todos mostraban una pronunciada similitud racial; fornidos, fuertes y corpulentos y con un rostro huesudo en donde resaltaban unos ojos grises ligeramente oblicuos. Aquel que tenía ante sí, cuyo nombre era Vinence, había hecho a Haddan una docena de preguntas en un tono totalmente desprovisto de toda emoción cuando habían sido capturados y llevados a bordo de la espacionave del Amo del Espacio. Haddan no pudo recordar lo que ocurrió después claramente; pero le pareció que no pasaron muchos minutos sin que cayera en un profundo sueño. Tampoco pudo recordar las preguntas que le habían hecho, ni lo que había respondido. No cabía la menor duda que el Amo del Espacio había utilizado alguna droga contra él.

Vinence, parecía no tener prisa alguna en hablar por el momento. Continuó estudiando a Haddan pensativamente. Haddan miró entonces a la otra parte de la sección abierta y que dividía en dos la gran estancia. Era casi la imagen duplicada en un espejo de la parte en que se hallaba; pero la pared del extremo lejano, aparecía alineada desde el suelo hasta el techo con lo que parecían ser vitrinas y la sección de la mesa ante la cual se hallaba el Amo del Espacio, estaba cubierta con hileras de pequeñas figuras geométricas y coloreadas.

La voz casi impersonal de Vinence, preguntó repentinamente:

—¿Con qué estuviste soñando, Haddan?

No había una inmediata razón para decir la verdad en detalle y Haddan sacudió la cabeza.

—No recuerdo ningún sueño.

—Creo que mientes —le dijo Vinence tras una pausa; pero como si diese a entender que le importaba poco que Haddan hubiese mentido o no. Los ojos grises mantenían su mirada de fría especulación—. Había ciertos registros en tu nave —continuó— que destruiste junto con otro material, cuando paralizamos la propulsión y detuvimos la astronave. Esos registros, me refiero ahora a los que trataban de los delitos de los Amos del Espacio, han sido restaurados, sin embargo. He encontrado muy interesante su lectura.

Haddan sintió que la sangre se retiraba de sus facciones. El ser capturado al querer escapar de los Amos del Espacio y salir fuera de las fronteras de sus dominios era una cosa. Pero el haber planeado, como él y Auris, el demostrar todo el mal que hacían los Amos del Espacio y trabajar por su destrucción, tal vez no en la duración de toda su vida, ni en un siglo o dos más, pero con el tiempo, era otra cosa muy distinta. Ignoraba si los Amos del Espacio eran capaces o no de restaurar cualquier material destruido; pero al menos le pareció algo posible. Sabían así, pues, muchas cosas que habían evitado que supieran sus súbditos. Vinence podría también haber adquirido el conocimiento de los registros que llevaba Auris, mientras hubiese permanecido drogado. Aquello sería el fin, sin lugar a dudas.

No contestó nada. Observó la mano tostada por las radiaciones del espacio de Vinence que se movía apenas por encima de la mesa y hacia la derecha, viendo un rectángulo de luz pálida aparecer en la superficie de la mesa con aquel solo movimiento. Vinence retuvo la mirada unos instantes en la zona iluminada. Haddan tuvo la clara impresión de que el Amo del Espacio estaba leyendo. Entonces, Vinence, se volvió hacia él.

—¿Por ventura sabes cuándo fue construida la Ciudad de Liot y estacionada en órbita alrededor del Sol de Liot?

—No —repuso Haddan—. No hay registros disponibles de ese período.

—Los registros deben estar aún en la ciudad, aunque seria bastante difícil dar con ellos por ahora. Liot fue construida hace casi tres mil años. Fue destruida en parte, en cierto número de ocasiones por guerras entre ciudades; pero su estructura permanece esencialmente intacta hasta nuestros días... Liot es una de las mayores ciudades que jamás se hayan construido para ser puestas en el espacio.

Haddan pensó que los habitantes de la Ciudad de Liot no lo habían pasado tan bien con el paso del tiempo, como su ciudad. Y por lo que respectaba a los Amos del Espacio, para qué hablar...

—El tratado entre los Amos del Espacio y las Ochenta y Dos Ciudades —continuó Vinence, casi como si hubiera captado los pensamientos de Haddan—, entró en vigor hace ya siglos. Bajo sus cláusulas, las ciudades se comprometían a no construir naves espaciales, tanto para la guerra como para la paz, y a destruir además, las que poseían. Los Amos del Espacio, se comprometieron a su vez a asumir la responsabilidad de proveer de medios de tránsito y de comercio entre las ciudades, según sus necesidades.

—He visto una copia de ese tratado —dijo Haddan secamente—. No parece que las ciudades lo firmaran muy gustosamente.

Vinence hizo un gesto aprobatorio.

—Los Amos del Espacio encontraron una muy considerable oposición hacia los términos contratados durante las primeras décadas de su puesta en vigor. Sin embargo, los términos se reforzaron y eventualmente la oposición desapareció prácticamente. Aunque no del todo. De tanto en tanto, durante las próximas generaciones un grupo u otro intentaba volver a obtener los medios de poseer un espacio independiente para sus viajes, bien de una forma abierta o furtivamente. Entonces se adoptaron las medidas necesarias y el intento falló al fin por completo.

»A partir de entonces, todo ha permanecido en paz. Con anterioridad al caso que nos ocupa, el vuestro, hubo otro caso hará unos ciento cincuenta años en que se inició la construcción de una astronave en la Ciudad de Liot. En aquella ocasión también se trató de una acción secreta y en parte tuvo éxito. Se completó una pequeña astronave y fue lanzada desde la Ciudad, sin ser observada, llevando en ella a dos miembros de la conspiración. Poseían viejos mapas estelares, que sirvieron para guiarles hacia el único mundo en esta sección de la galaxia del que se tenían informes que disponía de condiciones naturales para vivir la vida humana sin las elaboradas precauciones de construir refugios ni cúpulas. Se supone, de hecho, que esos refugiados han vivido allí en tal forma durante un cierto período del distante pasado.

»A pesar de su falta de experiencia, los dos viajeros tuvieron éxito en alcanzar su objetivo. Volvieron a la Ciudad de Liot años más tarde con la noticia de que existía tal planeta y que en él todavía existían seres humanos, aunque su número era muy escaso y que habían retrocedido a una condición casi inconcebible de primitivo salvajismo.

»Los conspiradores... varios centenares en número... entonces se dieron prisa para llevar adelante sus planes de construir una gran astronave que les llevara a ellos y a un equipo suficiente, para dar comienzo a un núcleo de una nueva civilización en aquel mundo. Pero en esto fracasaron. Los Amos del Espacio conocieron el asunto y todo el grupo se suicidó al levantar barricadas en el edificio aislado en que se albergaban, haciendo detonar una enorme bomba que desintegró todo el complejo. Se asumió falsamente por aquel tiempo, que la astronave que habían estado construyendo y el material que habían acumulado fue destrozado con ellos en la misma explosión. La astronave y otros artículos y equipo fueron escondidos en otra sección de la ciudad y permanecieron escondidos sin que nadie los descubriese hasta hace pocos años.

»Lo cual nos trae ahora hacia ti, Haddan... La forma en que llegaste a descubrir la existencia de esa astronave y su propósito original, no importa gran cosa por el momento. Te pusiste a la cabeza de un grupo de descontentos y secretamente terminasteis la construcción de la astronave y eventualmente comenzasteis el viaje que tus predecesores habían fracasado en hacer. Y fuisteis detenidos dos años más tarde mientras preparabais el aterrizaje en ese planeta.

Vinence se tomó una pausa, miró de nuevo al rectángulo resplandeciente que tenía sobre la mesa y con la mano hizo un vago gesto hacia él. Al apagarse su luz, continuó:

—Esto, según creo, es esencialmente la historia presentada por este caso, ¿no estás de acuerdo? —Su voz y su expresión continuaban impasibles.

Haddan permaneció silencioso durante unos momentos. En su garganta se apretaba un nudo de rabia, que le hacía imposible casi pronunciar una palabra. En sus detalles de hecho, el relato de Vinence era correcto. Pero estaba muy lejos de ser completo y verdadero del todo. Fue la cínica omisión del Amo del Espacio sobre las circunstancias que habían propulsado a dos grupos de personas hacía siglo y medio ya, a hacer el mismo esfuerzo desesperado de escapar de Liot, lo que le pareció repulsivo. Vinence y los de su clase, estaban perfectamente advertidos de lo que se había hecho en las ciudades. Había sido una cosa deliberada, y completamente planeada.

Hacía tiempo, los Amos del Espacio tuvieron que haber sospechado una competencia para el poder en Liot y sus hermanas gigantes en aquella zona del espacio. Primero fueron aisladas las grandes ciudades una de otra y después, se procedió a abatirlas individualmente. En Liot, el Amo del Espacio había asumido el control paso a paso, en algunas décadas, de todas las grandes funciones de la gran ciudad. En la vida de Haddan, el proceso hacía ya algún tiempo que había quedado completado. Sólo los Amos del Espacio tenían alguna comprensión entonces de la complejidad de la vasta máquina que suministraba energía a la ciudad de Liot y que la sostenía y sólo él tenía acceso a las secciones de la ciudad donde la máquina se hallaba instalada. Cuando se comenzaba a mirar y a comprobar, como Haddan había hecho, se hacía claro que ni incluso una sombra de autogobierno habían quedado en pie.

Pero aquel no era el verdadero crimen. El crimen había sido cometido de una forma más inmediata contra los habitantes de la ciudad; pero tan solapadamente y en silencio que sólo se había hecho ostensible cuando se había obtenido, como Haddan de nuevo había hecho, una comprensión de las diferencias entre la población actual y la de cinco o seis generaciones anteriores.

Se lo dijo a Vinence, procurando no alterar demasiado el tono de su voz.

—No puedo estar de acuerdo en absoluto en el hecho de que haya presentado usted la parte significante de lo sucedido.

—¿No? —repuso Vinence—. ¿Crees que debe recargarse el énfasis sobre las fechorías de los Amos del Espacio?

Haddan le miró sintiendo que en su garganta el nudo de rabia se hacía mayor aún y que sus manos estaban hambrientas de poder haber estrangulado a aquel monstruo a través de la mesa. ¡Fechorías! Cuando en una ciudad, que podía calcularse haber sido construida para contener quince millones de personas, quedaban sólo veinte mil —veinte mil cuando mucho, ya que la cifra precisa, simplemente había dejado de ser disponible. Y cuando la duración de la vida por término medio en Liot aparecía siendo sólo de dieciocho años... Cuando sólo dos o tres de los descendientes de los que construyeron la ciudad, se les veía pasar con la mandíbula inferior colgando y temblona, con caras de idiotas y los ojos vacíos de toda expresión...

¿De qué específica «fechoría» había sido culpable allí el Amo del Espacio? Por su parte no había estado en condiciones de descubrirlo, ni tampoco Auris, mucho mejor informada en tales materias que el propio Haddan. Ellos habían deseado conocer y saber, para completar el registro del caso de aquel crimen contra la humanidad a cargo del Amo del Espacio. Pero demasiados pocos otros habían estado en condiciones de proporcionarle cualquier asistencia. Campos enteros y ramas del conocimiento y del saber, se habían borrado ya de la mente de los hombres, y en cualquier caso, tal zona de conocimiento era siempre un secreto del Amo del Espacio. No había habido tiempo suficiente para estar seguro. Pero la condición de la gente de Liot mostraba en sí misma que una enormidad de alguna especie se había llevado a cabo contra ellos. Haddan y Auris habían corroborado la evidencia de su certidumbre.

La voz de Vinence llegó de nuevo a los oídos de Haddan.

—Estaba refiriéndome al hecho de que los registros restaurados contienen un número de interesantes especulaciones respecto al Amo del Espacio y a sus actividades. ¿Esos registros fueron recopilados, según creo, por ti mismo?

—Lo fueron.

—Y fueron elaborados para ser llevados eventualmente a la atención de la humanidad galáctica ¿no es cierto?

Haddan vaciló un instante; pero después afirmó:

—Sí, tal era el propósito.

Los ojos oblicuos de su oponente le consideraron por un instante.

—Me gustaría —continuó Vinence— escuchar, mediante qué razonamiento llegaste a vuestras conclusiones. Puedo asegurarte al decirte ahora mismo, que nada de cuanto me digas puede afectar por ningún motivo a las medidas que se tomarán con respecto a ti y a tus compañeros. Esto es una cosa perfectamente aclarada.. —Se detuvo un instante, se encogió de hombros y añadió casi de forma casual—: Algunos de vosotros, perderéis la memoria del pasado. Otros vivirán el resto de sus vidas sin despertar por completo de un sueño no demasiado desagradable. Para que veas, no somos inhumanos. Hacemos simplemente lo que es necesario. Como lo son las medidas que hay que adoptar, llegado el caso.

Haddan le miró desamparado. Sintió frío. Había esperado la muerte para sí mismo, aunque tal vez no para los otros compañeros. Él había sido, después de todo, el cabecilla. Sin él, ninguno de ellos hubiese abandonado la Ciudad de Liot. Trató de no pensar en Auris.

Pero allí estaba la forma de conducirse de un Amo del Espacio. No aplicando una muerte inmediata, sino arruinando la mente del individuo, provocando el lento e inexorable proceso de destrucción del cuerpo. Como lo habían hecho, en una forma parecida, en Liot, aunque ligeramente distinta.

—Supongo que tendrás que hacer algunas observaciones —dijo Vinence—. O quizás lo haga el Dr. Auris...

Haddan, de repente, se encontró a sí mismo, hablando. Las palabras surgían de su boca lentamente, de una forma glacial, aunque tras ellas estaba la furia. Era, por supuesto, completamente inútil. Vinence sabía lo que había ocurrido y no era un hombre como para ser afectado sensiblemente por las acusaciones de una víctima. Pero quedaba aún cierta satisfacción en hacer saber que el Amo del Espacio no había tenido todo el éxito que había creído tener, ocultando el hecho de que estaba comprometido en una sistemática destrucción genética.

Algo vino a sospecharlo, aunque para ese tiempo ya había muy poco que hacer, excepto el evitar para sí mismos las trampas que el maravilloso Centro Médico de los Amos del Espacio comenzó a instalar, con ramificaciones en toda la ciudad...

Vinence le interrumpió irritadamente:

—Hace casi doscientos años, el número de médicos humanos capacitados, descendió a un número tal que tales instalaciones se hicieron necesarias, Haddan. Era uno solo de los muchos pasos tomados durante el período del tratado para mantener la vida en las ciudades, en tanto como fuera posible.

Sólo uno de los muchos pasos dados, sin duda, convino Haddan. Pero difícilmente creíble que fuera con el propósito de mantener la vida. Entonces, incluso ya era difícil hallar registros adecuados de lo sucedido; pero existía alguna razón para especular si no habrían hecho sucumbir a los más fuertes e inteligentes en aquellos centros de los Amos del Espacio...

—¿Crees que fueron asesinados allí? —preguntó Vinence.

—O sacados fuera de la ciudad.

—Para debilitar más tarde su capacidad... sí, ya veo —dijo Vinence pensativamente, como si ésta fuera una posibilidad que tuviese que considerar por primera vez—. ¿Cómo has sabido de estas cosas que pasaron hace ya tanto tiempo, Haddan?

—De un mensaje dejado por uno de los diseñadores originales de la nave que utilizamos —repuso Haddan.

—¿Y descubristeis el mensaje en esa forma?

—No, fue por accidente —dijo Haddan—. El que lo escribió se suicidó con los otros para que el Amo del Espacio no supiera que la nave no había sido destruida. Yo soy un descendiente por línea directa de ese hombre. Se las arregló para que la información respecto a la astronave fuese otra vez disponible dado que ese mensaje llegase eventualmente a manos de alguien que pudiese entenderlo. La suposición era que tal persona pudiera, además, ser capaz de actuar con dicha información.

—¿El mensaje estaba codificado?

—Por supuesto.

—Lo encuentro curioso —dijo Vinence—. Sí, es curioso que no hayas llamado nuestra atención antes sobre eso.

Haddan se encogió de hombros.

—Mis más inmediatos antepasados siguieron la tradición familiar de permanecer alejados de los centros médicos. Supongo que ésa es la razón de por qué el esfuerzo ha sido continuado en nosotros... y otra, de no tomar como pasaje para salir de Liot ninguna nave de los Amos del Espacio.

—¿Crees que ésa ha sido otra de nuestras trampas?

—No he descubierto la evidencia, tengo que reconocerlo —dijo Haddan— de que cualquiera que presentase las exigencias requeridas para el vuelo en el espacio y fuese aceptado como pasaje, volviese más tarde a Liot.

—Ya veo. Según eso, aparece que estuviste notablemente ocupado en un número de zonas distintas durante los años anteriores a tu escapada de la ciudad. Y supongo que te pusiste en contacto con el doctor Auris con objeto de confirmar que las sospechas de tus antepasados respecto a nuestros procedimientos en los Centros Médicos, eran ciertas...

Haddan había esperado evitar el interés del Amo del Espacio en la persona del Dr. Auris; pero la evidencia revelaba claramente el papel que ella había jugado.

—Sí, obtuve alguna información adicional de esa forma.

Vinence hizo un gesto de aprobación.

—Ella es otro miembro fuera de lo corriente de tu generación. Solicitó entrenamiento médico desde que era una chiquilla estudiante... la primera persona voluntaria que apareció en los Centros para tal propósito en una década. Ella quería ayudar a la ciudad... pero ésa es cosa que ya la sabes. Se le dio toda clase de instrucción...

—Una instrucción cuidadosamente limitada.

—Sí, cuidadosamente limitada. Hicimos un estudio del Dr. Auris. Parece que bajo tu instigación, ella comenzó a estudiarnos sistemáticamente. Cuando ella desapareció, se presumió que habría muerto en alguna parte de la ciudad. Haddan, tú nos estás acusando de la destrucción genética del espacio de civilización de las Ochenta y Dos ciudades. ¿Qué provecho piensas que se deriva de semejante acto en favor de los Amos del Espacio?

Aquella era una pregunta que el propio Haddan se había hecho con frecuencia a sí mismo, creyendo que conocía la respuesta. Pero existía siempre una duda indefinida en su mente y entonces dijo:

—Las ciudades estaban amenazando con disputar el espacio dominado por ustedes. Por la época en que se vieron forzadas a aceptar sus términos en el Tratado, seguramente que no estarían muy lejos para ser iguales a ustedes. Pero ustedes todavía conservaban ciertas ventajas tecnológicas, y así lo primero que hicieron fue hundirlas, anulándolas. Después, no sintiéndose lo bastante fuertes para controlarlas indefinidamente por el solo hecho de prohibirles los vuelos en el espacio, decidieron seguir con un programa de una deliberada y gradual exterminación.

—¿Y por qué seguir ese lento y casi interminable método? —dijo entonces Vinence—. La solución más fácil y de menos esfuerzo a tal problema habría sido abrir el espacio totalmente a las ciudades.

—No habría sido una solución segura para los Amos del Espacio —argumentó Haddan—, si el género humano de la galaxia conocía el ultraje inferido. —Haddan vaciló, con la sensación de ser más fuerte en él la intranquilidad mental que venía sufriendo al respecto. Por un momento, le pareció hallarse al borde mismo de alguna cosa que había recordado y después olvidado, sintiendo que las palmas de sus manos se cubrían de sudor. Tales sensaciones se desvanecieron pronto. Vinence continuaba observándole, con su expresión totalmente inalterada, y Haddan continuó de una forma incierta e insegura—: Ustedes prefirieron asesinar a las ciudades en una forma que pudiese, en caso necesario, ser atribuida a un proceso natural... algo de lo que ustedes no sintieran ni apareciesen como responsables. Ustedes...

No vio a Vinence que hiciera ningún movimiento, pero repentinamente todo quedó inmerso en la más completa oscuridad. El Amo del Espacio y todo lo demás se había desvanecido. Haddan intentó automáticamente levantarse de la silla en que estaba sentado, pero el peso intolerable de su cuerpo lo hizo imposible y tuvo que renunciar a moverse. Esperó respirando con dificultad, mientras que la pesadez fue desvaneciéndose de nuevo.

Entonces habló Vinence, y su voz se oyó como procedente de algún punto por encima de la oscuridad que rodeaba a Haddan, tal vez a veinte pies de distancia y un poco a su derecha.

—La nave está en movimiento, Haddan. Estamos volviendo al planeta de cuya ruta os interceptamos...

Y repentinamente se hizo la luz.

No era la luz que previamente había existido en la habitación, sino la rica y brillante propia de un mundo que gira alrededor de un sol. Todas las paredes de aquella doble habitación, el techo y el suelo, parecían formar una simple y continua ventana a través de la cual se filtraba el resplandor.

Haddan no pudo ver a Vinence, pero existía una zona algo borrosa y gris hacia la derecha que podía ser un bloque de energía tras el cual estuviese sentado el Amo del Espacio. Y aquello, pensó Haddan, muy bien podría ser —no se le había ocurrido antes— la sala de control de la astronave.

La nave permanecía estacionaria en la atmósfera, a escasa altura del suelo. Aquella forma de llegar casi instantáneamente al planeta resultó fantástica para Haddan. Semejante maniobra hubiera sido imposible para la astronave que con tanto trabajo había construido allá en Liot. Haddan pudo ver con sus propios ojos, allá abajo, las colinas recubiertas de bosques y abultamientos de un verde oscuro, de donde tres anchos ríos se apartaban curvándose y unas nubes cargadas de lluvia cerníanse sobre ellos. En la lejanía, y hacia su izquierda, aparecía la vasta expansión de un mar. La zona parecía corresponder a la zona tropical del planeta, muy similar en aspecto a la que Auris y él habían explorado en un bote auxiliar para decidir en dónde debería tomar contacto su astronave. Como entonces, la escena le puso un nudo en la garganta, una sensación de llegar a un hogar largamente deseado y que por un instante borró de su mente todo lo demás.

—Bastante distinto de los parques de la Ciudad de Liot —comentó la voz de Vinence—. Pero hay algo más de lo que vosotros sabíais, Haddan. Nuestros ensayos y comprobaciones de lo que teníais a bordo demostraron que la mayoría no hubiese podido vivir por mucho tiempo en un mundo abierto sin cúpulas. Tú y el doctor Auris sois afortunados en tal respecto. Muchos de los otros también han tenido la fortuna de que el Amo del Espacio los encontrara antes de que hubiesen sido gravemente atacados por las infecciones que vosotros llevasteis de vuelta a la nave...

No tan afortunados, pensó Haddan; de otra forma, sin embargo, aquella declaración podría ser cierta. Era uno de los incalculables riesgos que todos y cada uno de los componentes del grupo habían tomado voluntariamente, a conciencia de saberlo y desearlo. No estaban en condiciones de predecir cuál pudiese haber sido el impacto del vuelo por el espacio sobre cuerpos genéticamente debilitados. Nueve hombres y cuatro mujeres de los ochenta y cinco miembros del grupo que escapó de Liot habían muerto durante el primer cuarto de aquel viaje de dos años. La ironía era que habían corrido tales riesgos sin saber que el Amo del Espacio consideraba el mundo hacia el cual se dirigían como otra de sus posesiones. De haber podido aterrizar en él, y sobrevivido lo suficiente, habría sido inverosímil poder haber escapado a una detención que evidentemente hubiera echado por tierra todos sus planes.

—Bien, ahora miraremos, a través de los instrumentos, a los que pudieron haber sido vuestros vecinos aquí —continuó la voz de Vinence—. Una pandilla excepcionalmente grande permanece aquí en esa zona inmediata. Sí, allí en la curva del río norte... ¿Puedes ver el enjambre de chispas doradas que hay por encima de los árboles, Haddan? Su densidad indica la presencia de la pandilla, en la cual cada chispa representa un ser humano individualmente.

La mirada de Haddan recorrió el más ancho de los ríos que se deslizaban en aquella zona del planeta. Se detuvo en aquel racimo de luciérnagas diminutas, como brillantes luces en el aire a ambos lados de una de las curvas del curso del río. Por supuesto habrían sido totalmente invisibles a simple vista, lo que representaba un método conveniente para que los Amos del Espacio tuvieran una forma de comprobar lo necesario respecto a los esparcidos habitantes de aquel planeta y, de desearlo, incluso poder contarlos. No, pensó Haddan: ni él ni sus compañeros habrían permanecido mucho tiempo sin ser descubiertos.

Aquella especie de gusanos de luz desapareció; después la escena existente en el exterior de la astronave se oscureció repentinamente, convirtiéndose en una neblina de verde y oro. Al ir aclarándose la neblina confusa y borrosa, Haddan vio que los dispositivos con los que Vinence estaba operando habían producido una vista casi al mismo ras del suelo en la zona del río y a unos cincuenta o sesenta metros de la «pandilla» humana. Era una convincente ilusión, tanto que parecía como si hubieran podido tomar asiento entre ellos, y algo más que una vista. Sus oídos percibieron un murmullo de agudos chillidos y llamadas procedente de un grupo de chiquillos al borde del agua; dos mujeres les gritaban desde la otra orilla. Tras algunos segundos, Haddan comprobó que existían incluso sensaciones táctiles... y una sensación también de calor del aire en movimiento, y muy sutilmente los olores de la vegetación y del agua.

Su mirada se dirigió al grupo viviente de aquellas criaturas. No eran gentes notablemente hermosas de aspecto, aunque existía ciertamente una gran variación de tipos entre ellas. Todos, incluso los niños que estaban bañándose, parecían sucios y casi todos desnudos. Parecían principalmente enfrascados en la tarea de escarbar alrededor de las cañas y matojos en busca de algo comestible, ya fuese vegetal o animal. Sólo unos cuantos de los rostros más próximos le dieron la impresión de poseer una inteligencia calculadora. Pero había, con pocas excepciones, un aire de viveza y de robusta energía en ellos que ningún grupo del tamaño correspondiente en Liot pudiera haber sugerido. Y el número de ancianos y niños del grupo resultaba sorprendente. Nunca había existido gente vieja saludable en Liot.

Era un grupo a quien se hubiera podido volver a enseñar muchas cosas, largamente olvidadas en aquel planeta, pensó Haddan, y que las hubieran aprendido rápidamente. El plan no hubiera sido sin esperanza al respecto; la posibilidad de desarrollar una nueva civilización en aquel mundo existía de una forma evidente, o al menos había existido. Lo que hacía más extraño el problema era que no existiera ciertamente una verdadera civilización, aunque poco desarrollada, y que los descendientes de los antiguos colonizadores hubiesen retrocedido a aquella manera de vivir... casi exactamente, aparte de una rústica destreza en utilizar trozos de piedra y de madera en su variada forma de obtener sus alimentos, como un rebaño animal. Vinence podía haber usado el término con cierto desprecio, pero lo cierto es que tenía razón, a pesar de lo dolorosa que tal evidencia pudiera resultar.

¿Sería otra hazaña del Amo del Espacio? Podría serlo fácilmente, decidió Haddan, y probablemente lo era. ¿Por qué, si no había tan pocas personas en un mundo que obviamente podría sostener a una población infinitamente más densa? Incluso a una población que hubiese perdido toda traza del conocimiento tecnológico. Sí, era obra del Amo del Espacio, casi con toda certidumbre. Allí existía una forma de degradación en cierta forma diferente, tal vez llevada a cabo por algún propósito totalmente distinto. Pero tenía que haber sido hecho deliberadamente...

—La humanidad galáctica —dijo entonces la voz de Vinence por encima de Haddan—. Estás mirando a una parte de ella en ese mundo, ya lo ves, Haddan. Así es cómo la hubieras encontrado en cualquier parte de ese planeta. Bien, y ahora que lo estudias tan de cerca, ¿crees realmente que al Amo del Espacio le hubiera importado lo más mínimo que hubieras dicho cuanto hubieras querido? Hubiera resultado de lo más interesante observarte tratando de describir lo que es la ciudad de Liot a esa gente animal con el vocabulario de gruñidos que suele utilizar para expresar sus más elementales instintos.

»Pero, por supuesto, creo que esto ya lo sabías. Sabías eso seguramente y ahora creo estar seguro de que has comprendido que se habría llevado generaciones y generaciones para establecer algún cambio progresivo de interés contigo solo y tus compañeros para iniciar ese proceso. Pero esto es sólo una ramita perdida en la vorágine de una cascada caída del gran árbol del género humano. Planeabas correr la noticia a los otros. El número de los que hay así te resultaría aterrador. Hace sólo catorce mil años el género humano estaba únicamente confinado a vivir en un simple planeta no muy diferente de ése que estás viendo. Pero un día comenzó a extenderse por la Galaxia y estableció grandes civilizaciones en mil nuevos mundos esparcidos y gigantescas ciudades autosuficientes a través del espacio. Eso es lo que los Amos del Espacio hubieran podido temer, de saber lo que hicimos con las Ochenta y Dos ciudades, ¿no es cierto?

—O si se supiera qué es lo que hicieron con este mundo. Eso sólo les condenaría, y al final se hará. No escaparán ustedes para siempre al juicio de la raza humana.

Se produjo un denso silencio por algunos instantes. Incluso la actividad de la gente que había junto al río dejó de percibirse. Entonces Vinence volvió a hablar.

—Aquí hay un hecho curioso, Haddan. Tú..., y estás lejos de ser el único en esto, te has hipnotizado a ti mismo al creer ciertos hechos en relación con los Amos del Espacio. Al hacerlo te ha sido imposible estar en condiciones de hallar otra posible explicación por la forma en que las cosas han ido en Liot, aunque hay indicios de que nunca han estado lejos totalmente de tu comprensión. Tal vez no se te puede reprochar por esa continua decepción en ti mismo, pero ahora va a terminar. Y creo que es esencial que quieras conocer la verdadera razón de lo que sucederá contigo, el doctor Auris y tus amigos.

Aquellas palabras parecían no tener sentido para Haddan. Un extraño y agudo pánico comenzó a surgir en la mente de Haddan. Se sintió a sí mismo decir:

—¿De qué está usted hablando?

No hubo respuesta. En su lugar, una completa oscuridad se cerró sobre él de nuevo. Haddan esperó, con la mente dándole vueltas y sumido en el temor y la angustia, como borracho y sin saber qué podría sobrevenirle. ¿Qué había dicho Vinence? Le pareció imposible recordarlo con claridad. ¿Qué era aquello de haber sufrido una continua decepción?

Se dio cuenta de que Vinence le estaba hablando de nuevo.

—Se llevó dos años en cubrir la distancia que hay entre Liot y el mundo que acabamos de dejar —dijo la voz—. Pero no se nos llama Amos del Espacio por capricho; por lo tanto no te sorprendas ahora de nada. Lo que verás es tan real como lo ven tus propios ojos.

La espesa oscuridad comenzó a desvanecerse de la doble habitación mientras hablaba, y a través de la ventana sin fin que era todo el contorno circular de la astronave, incluido el techo y el suelo, las estrellas brillaron en el espacio por todas partes. A la izquierda de Haddan estaba el resplandor blanco amarillento de un sol próximo y delante, en la distancia, reflejando el brillo como una joya tallada en mil facetas, aparecieron las murallas de la Ciudad de Liot. Reconoció a la ciudad instantáneamente, sin la menor vacilación, aunque sólo la había visto desde el exterior un instante cuando partió de ella en la astronave que había sido capturada por el Amo del Espacio. La propulsión les había empujado lejos del sol de Liot casi a la velocidad de la luz.

La ciudad, entonces un tanto borrosa, se aclaró como cobrando su verdadera forma, ya mucho más cerca. La nave del Amo del Espacio se deslizaba como una flecha en dirección a una gigantesca entrada, como una escotilla de enormes dimensiones. Otro oscurecimiento y quedó suspendida momentáneamente en la boca de la entrada.

—¿Qué ves, Haddan?

Se quedó mirando fijamente a la escotilla brillantemente iluminada. Al extremo lejano, como a una milla de distancia, aparecía otro vasto círculo. Más allá, más luz...

La idea le asaltó súbitamente como una sentencia de muerte.

—¡La ciudad está vacía!

Haddan no sabía casi ni lo que había dicho. Pero oyó la voz de Vinence replicarle:

—Sí, vacía..., abierta al espacio. Liot fue la última de las Ochenta y Dos Ciudades. Se halla sin vida desde hace casi un año. Y ahora —la voz era inalterable y sin expresión como siempre— iremos a los mundos y ciudades de la humanidad galáctica en los cuales basabas tus esperanzas. Creo que has comenzado a comprender conscientemente qué es lo que encontraremos allí.

Y al instante estuvieron.

* * *

Quizá sólo unas horas más tarde Haddan se hallaba de pie junto a una ventana de la gran estructura globular que flotaba a menos de media milla por encima de la superficie de un mundo llamado Clell. Una sensación de pesado y casi paralizante choque físico no le había abandonado todavía, sintiéndolo en todo su cuerpo; pero sus ideas se hallaban perfectamente claras.

Había visto ya los mundos muertos, las ciudades muertas del espacio, de la humanidad galáctica..., bastantes de ellas, demasiadas. Clell aún vivía a su manera. Los techos cristalinos de los edificios amplios que se extendían hacia el horizonte y a través de la hermosa llanura bajo Haddan cobijaban aún ochenta mil seres humanos..., la mayor parte de lo que quedaba de las orgullosas especies del Hombre. Clell era el último mundo que vería mientras aún retuviese el conocimiento de quién y qué era él.

Los planes de los Amos del Espacio por su futuro personal en sí mismos no eran acongojantes. Le suprimirían sus recuerdos, pero podría vivir en el mundo verde lejos de Clell, donde existían el trueno y la lluvia, tal vez como un miembro de la banda de seres bestiales que había observado moverse junto a la orilla del río, no la más hermosa clase de gente en el conjunto, y en cierta forma sucio y desharrapado, pero no del todo infeliz. En palabras de Vinence, se convertiría en un hombre neoprimitivo, como factor diminuto, temporal y útil elemento en los planes gigantescos del Amo del Espacio, de siglos de duración para obtener la supervivencia de la raza humana. Y Auris estaría allí con él, aunque Haddan no estuviese en condiciones de reconocerla como antes, ni a ella ni a él. Recordó sus sensaciones cuando había mirado a aquel mundo y durante las pocas horas que había paseado en su superficie, y supo entonces que el otro Haddan estaría contento con su nueva existencia. Prefería, sin vacilación, aquella perspectiva a la confortante fantasía producto de las drogas, que sería la final experiencia vital de la mayoría que todavía quedaba en Clell..., la mayoría que no podía ser empleada en el grandioso plan.

Pero no era todo lo que deseaba. La inmediata cuestión era saber hasta qué extremo podía ser creído el Amo del Espacio.

Haddan miró a la mesa que había tras él. Se hallaba literalmente cubierta de mapas, cartas estelares, masas de todo tipo de información, material computable e instrumentos, la mayor parte de lo cual le resultaba totalmente incomprensible. Pero añadido a lo que había visto y se le había mostrado desde la increíble astronave del Amo del Espacio, había comprendido bastante de la historia del colapso genético del Hombre... o de la versión que el Amo del Espacio le había dado de ella.

No era del todo improbable. La semilla de la muerte de los genes anormales en ingentes multitudes había sido implantada en la raza antes de salir fuera al espacio y explorar y habitar la Galaxia, y con su expansión la escala de su desarrollo se había aumentado mucho más. Durante mucho tiempo las técnicas médicas, diestramente desarrolladas, mantuvieron la apariencia de un cierto equilibrio; se había hecho mucho menos fácil morir para el hombre civilizado incluso bajo el gravamen de su herencia genética. Pero puesto que había continuado esquivando la audaz tarea emprendida por algunos gobiernos para intentar la regulación de las uniones matrimoniales, dejando a un lado las preferencias de la pareja humana, aquel gravamen continuó creciendo.

Pero llegó el momento en que la ciencia médica, grandiosa como lo era, se encontró súbitamente incapaz de llevar a cabo la restauración necesaria para conservar alguna específica civilización en pie. Los genes letales, las innumerables mutaciones casi imperceptibles y otros factores fatales en el mismo proceso, habían establecido al fin una población subnormal, crónicamente enferma y que comenzaba rápidamente a decrecer en número. Las estadísticas de los Amos del Espacio indicaban que este período, una vez comenzado, no se prolongaba mucho. Cuando simplemente no había bastantes mentes sanas y cuerpos fuertes para atender a los requerimientos de la existencia, el descenso final se precipitaba catastróficamente con enorme rapidez, siendo, por lo demás, algo irreversible. En Liot, Haddan había estado viviendo a través de los últimos años de tal período, modificado sólo por la intervención de los Amos del Espacio. Los Amos del Espacio, con sus supermáquinas y su superciencia, habían surgido a la existencia pública como una organización casi demasiado tardía para actuar con la debida eficacia. En menos de quince siglos la raza había ido por todas partes, desde el pináculo de sus logros más ambiciosos y su expansión, hasta la casi total extinción. Los Amos del Espacio creían que aún podía ser rehecha a partir de sus remanentes, pero tal reconstrucción requería una intervención quirúrgica inmisericorde de una altísima tecnología médica y una continuada y larga supervisión.

Aquélla era la historia que Haddan había escuchado de Vinence... ¿Por qué se habrían tenido que molestar en mentirle a él? Sin embargo, había ciertos aspectos confusos, como piezas sueltas de un rompecabezas, y preguntas aún sin contestar. ¿Qué era un Amo del Espacio? ¿Algún tipo superior genético que había sabido desterrar la carga que soportaban los demás y que poseía una autodisciplina y una visión del porvenir para eliminar cualquier amenazante debilidad en sus filas y permanecer aparte de los grupos ya deteriorados? Entonces... ¿por qué tendrían que haber emprendido aquella formidable tarea de intentar recrear la raza humana a partir de los supervivientes de las civilizaciones ya hundidas en el colapso final? Ellos por sí solos, con tan incomparable tesoro de conocimientos y elevada tecnología, eran, de hecho, la nueva humanidad.

Aquella reflexión había hecho surgir en la mente de Haddan posibilidades irreales. Existía el hecho de encontrar algo imposible, el de sentirse a gusto en presencia de Vinence. Algo extraño en la apariencia del Amo del Espacio, la manera en que se movía, enviando constantes señales de alerta al cerebro de Haddan... Sí, existía una diferencia misteriosa, no demasiado evidente, pero profundamente perturbadora. Era como si sus sentidos no aceptasen que Vinence fuese otro ser humano, y llegó hasta pensar que tal vez proviniese de alguna raza de robots procedente de un mundo moribundo a los que se les hubiera asignado la tarea de salvar la raza humana y que Vinence y sus compañeros estaban aún intentando llevar a cabo la tarea con una mecánica perseverancia, y la mecánica falta de interés y casi, de hecho, sin demasiada inteligencia.

Porque el plan del Amo del Espacio..., o por lo menos mucho de lo que Haddan pudo comprender y que se le había permitido que supiera, contenía obvios elementos de una futilidad profunda, extraña y sin sentido...

O tal vez Vinence podría ser, si no un robot, un miembro de una genuina especie extraterrestre, como una máscara de un ser humano y con muy diferentes designios para los supervivientes de la humanidad de como se le había dicho a Haddan. Estaba el planeta Tayun, al cual él, Auris y otros del grupo de Liot iban a ser destinados y no retenidos en Clell. Debería ser tal vez el último grupo que los Amos del Espacio podrían añadir a la generación dispersa y escasa de Tayun. Había conservado la ciudad de Liot funcionando durante un año tras la partida de Haddan. Después era obvio que ya no habría más nacimientos en la ciudad y que la última gota de utilidad genética había sido agotada de la población extinguida. Los supervivientes fueron transferidos a Liot y la ciudad abierta al espacio, pero intacta..., porque eventualmente los seres humanos podrían retornar y necesitarla de nuevo.

* * *

Aquello, según palabras de Vinence, era el propósito de los Amos del Espacio. Durante siglos habían retirado a aquellos que todavía parecían suficientemente sanos fuera de los grupos subnormales bajo su atención y llevados a Tayun, que de todos los mundos conocidos estaba como más próximo a proporcionar casi idénticas condiciones de la lejana Tierra para los seres humanos.

No era un mundo demasiado fácil para los seres humanos, al tener que vivir sin las herramientas y útiles y comodidades de una verdadera civilización, pero tampoco demasiado difícil. Como si fuese exactamente lo que convenía a los propósitos de los Amos del Espacio. Tayun era el laboratorio en el cual, en el transcurso de las generaciones, cualquier debilidad escondida y heredada sería estudiada y erradicada para que no continuase influyendo malignamente en los nuevos seres por venir. A través del largo período de experiencias tendrían que enfrentarse de una forma natural con los problemas que se encontrasen. Ésta era la razón de que al transferir a personas adultas no se les permitiese retener los recuerdos de su vida anterior. Haddan, Auris y los demás serían dejados en la vecindad de algún grupo que no les recibiese hostilmente ni con ninguna actitud inamistosa. Puesto que todos ellos eran física y mentalmente superiores al nivel medio presente en Tayun, no les llevaría mucho tiempo el vencer sus desventajas iniciales entre los miembros de aquellos grupos. Si sus recuerdos se les dejasen intactos les resultaría absolutamente imposible evitar la tentación de introducir aunque sólo fuesen pequeñas innovaciones para hacer la vida más fácil para sí mismos y para los demás.

—No se tiene la intención de que la vida sea demasiado fácil por unos cuantos siglos —había dicho Vinence—, excepto cuando mejore su natural capacidad en los individuos para conocer las condiciones del entorno vital.

Haddan pensó por un buen rato que parecía como si el experimento del Amo del Espacio en Tayun fuese demasiado drástico y que fracasaría. Las enfermedades, las variaciones del clima, los animales enemigos y su propio y latente riesgo genético parecía que matarían a los «neoprimitivos» mucho más rápidamente de lo que pareciese a primera vista. Pero durante los últimos sesenta años su número se había estabilizado primero, y después había comenzado a incrementarse de una forma claramente ostensible. La primera crisis había terminado.

Hasta allí las cosas parecían completamente lógicas. Haddan sabía poco de genética en la forma en que lo entendía el Amo del Espacio; se hallaba entre las ciencias perdidas de Liot. Quería aceptar que no había más fácil alternativa que dejar una especie a que se desarrollase por sí sola en un ancho mundo lleno de recursos naturales y con individuos que estaban faltos de las esenciales calificaciones para sobrevivir. Y habiendo visto los neoprimitivos de Tayun por sí mismo, no se había sorprendido grandemente por las explicaciones de Vinence.

Pero los futuros pasos del plan del Amo del Espacio eran, al detenerse a examinarlos cuidadosamente, completa e increíblemente faltos de cordura...

Oyendo una puerta abrirse y cerrarse tras él, Haddan se volvió y vio a Vinence atravesar la estancia. Se quedó en pie observando aquel macizo y fuerte ejemplar, y su mirada impasible con sus ojos grises ligeramente oblicuos. Todos los Amos del Espacio que había visto hasta entonces se parecían muchísimo a Vinence. ¿Qué había de misterioso en ellos? No pudo decirlo exactamente. Tal vez fuese una cierta forma de moverse lo que le sugería una marioneta propulsada a distancia por unas manos expertas que manejaban unos hilos invisibles. Aquellas suaves facciones y los ojos fríos y calculadores... ¿eran un robot? Haddan sintió una especie de aversión, un oculto sentimiento de horror y un escalofrío por la espina dorsal.

Vinence se detuvo al otro lado de la mesa, echando un vistazo al material esparcido por ella. Tomó una silla y se sentó.

—¿Ha aprendido mucho de todo esto? —preguntó a Haddan.

—No demasiado.

—Es un problema difícil y extenso —reconoció Vinence. Se quedó mirando fijamente a Haddan y continuó—: Nuestros asuntos en Clell han terminado. Además del doctor Auris y tú, cuatro de tu grupo eligieron ir a Tayun. Los otros se quedarán aquí.

—¿Sólo cuatro han elegido Tayun? —preguntó Haddan no dando crédito a sus oídos.

Vinence se encogió de hombros.

—Pues es un promedio alto, Haddan. No esperaba tantos. En las generaciones terminales de una cultura como la de Liot no queda casi nada como motivación para la supervivencia de la especie. Había tres de vosotros de quienes estábamos casi seguros. Pero la mayoría de vuestro grupo eran intelectuales rebeldes que se encararon con el riesgo de dejar Liot sin el menor escrúpulo porque siempre han estado un poco despegados de las realidades vivientes. Para ellos no habría compensación alguna en comenzar de nuevo una vida como un salvaje de menos recuerdos. Los sueños falsos de Clell les producen un mayor interés.

Hizo una pausa y continuó:

—Hubo un tiempo en que los Amos del Espacio pudieron haber tomado otra docena de cualquier grupo particular de humanos para Tayun sin su consentimiento, previos los ensayos corrientes. Pero ninguna combinación de análisis muestra todo lo esencial. Aprendimos que cuando lo hicimos sólo por ellos, y a juzgar por nuestro propio juicio sin nada más, terminábamos casi invariablemente por haber debilitado el esfuerzo vital de Tayun.

—¿Y qué van ustedes a conseguir finalmente al reforzarlo? —preguntó Haddan.

Algo brilló por un instante en los ojos del Amo del Espacio. Entonces su expresión cambió lentamente, se hizo burlona, tal vez amenazadora, observadora, y la certidumbre creció en Haddan en el sentido de que la pregunta no había sido ninguna sorpresa para Vinence.

—Es una curiosa pregunta hecha en estos últimos momentos —repuso el Amo del Espacio. E hizo un gesto de aprobación a la mesa ante él—. ¿Estás en desacuerdo con alguna de las conclusiones que encontraste allí?

Haddan le miró. ¿Para qué discutir realmente? No iría a cambiar los planes del Amo del Espacio..., excepto tal vez desfavorablemente por lo que a él respectaba. La actitud expectante de Vinence le sugirió que se hallaba al borde de comenzar una trampa ya preparada. Su reacción hacia la información permitida hacia Haddan, sin aparente razón hasta entonces, podía ser el factor que determinase qué haría en aquel caso. Y era muy posible que prefiriese excluir el hacer preguntas sobre la nueva pauta genética de los hombres.

¿Por qué no aceptar ir a Tayun? Para él, como entidad, existía ciertamente compensación al llegar a ser absorbido por el esfuerzo racial de vivir. En último extremo, siempre sería mejor que gastar el resto de sus días en los estériles salones de los sueños de Clell...

—Era una pregunta lógica —dijo Haddan al fin—. Las cartas y estadísticas demuestran lo que usted me ha dicho. Eventualmente al Hombre de Tayun se le permite desarrollar su propia civilización. Durante el período que transcurra será algo más duro físicamente, y algo más mentalmente competente, que las especies eran quizás hace veinte mil años. Desaparecerán algunos graves defectos genéticos, aunque en lo esencial será la misma especie. Los Amos del Espacio proveerán a la especie de un nuevo comienzo, una nueva vida. Eso es lo que cuenta, ¿no es cierto?

Vinence hizo un gesto aprobatorio.

—Muy aproximadamente.

—Vuestra ayuda va algo más lejos, por supuesto —dijo Haddan—. El desarrollo de la civilización, cuando comience, no se dejará al azar. El Hombre marchará hacia adelante automáticamente a través de una preparada información en alguna forma secreta hasta el momento en que pueda hacer el mejor uso de ella. Así, esta segunda vez, podría avanzar mucho más rápidamente. Pero ¿habrá alguna superorganización como la de los Amos del Espacio todavía en control del Hombre para entonces?

—Difícilmente —repuso Vinence—. Y no, en absoluto, tras que hayan comenzado los hombres de nuevo a extenderse por toda la Galaxia. Eso no sólo sería indeseable, sino imposible. Aprendimos mucho al respecto.

—Entonces —dijo Haddan a su vez— lo que los Amos del Espacio están cometiendo es más bien un acto de locura intermitente. Si sólo va a existir un nuevo comienzo, la totalidad del ciclo se repetiría en sí mismo a pocos miles de años de este momento y todo sería igual. Cometerían los mismos errores y nuevamente se encontrarían en el nuevo proceso de autodestrucción. No hay razón para esperar otra cosa distinta... y, por supuesto, usted tiene que estar advertido del peligro. Pero a menos que usted sepa ya cómo poder evitarlo...

Vinence sacudió la cabeza negativamente.

—Lo ignoramos. —Pareció vacilar por un instante—. Existe una enorme diferencia entre restaurar la salud de las especies e intentar cambiar sus naturales actitudes de alguna manera significativa. Esto último es un proceso enormemente complejo que en sí contiene mucha mayor probabilidad de hacer el mal en vez del bien, de que actúe hacia lo malo que hacia lo bueno.

»Yo mismo, como uno de los Amos del Espacio, estoy comprometido en investigaciones de posibles medios para evitar que se renueve un suicidio racial, y lo llevo estando desde hace mucho tiempo. No estamos absolutamente ciertos de que incluso pueda encontrarse una solución teórica. —El tono de su voz era suave y sus ojos grises miraban fijos, sin pestañear, a Haddan.

Este último insistió con tenacidad.

—Tiene que hallarse una solución, o el plan es algo casi sin significado alguno. Y hasta que se encuentre, los Amos del Espacio perderán inútilmente a personas como yo o como la doctora Auris en Tayun..., y a cualquiera capaz de tener pensamientos abstractos independientes, lo cual no es ciertamente un requisito vital en Tayun para el Hombre en el presente. Ese esfuerzo puede continuar adelante sin gentes como nosotros por mucho tiempo. Creo que usted debería poner toda mente que funcione con inteligencia a utilizar el talento que posee para buscar las respuestas que ustedes aún no tienen a la mano. Ésa debería ser nuestra designación en el plan de los Amos del Espacio. Cualquier otra cosa es indefendible.

Vinence se quedó silencioso por unos momentos. Se encogió de hombros ligeramente después y dijo:

—Hay una cosa equivocada en esa presunción, Haddan. Mencioné antes que existen complejidades en tal proyecto. Y son mucho mayores de lo que tú puedes suponer por ahora. Ciertamente que ni tú ni la doctora Auris sois personas estúpidas, pero vuestra vida actual sólo tiene una probable duración de unos cincuenta años. Tú deberás estar ya muerto antes de poder aprender la mitad de lo que necesitas saber para comenzar a sernos útil a nosotros en este trabajo gigantesco y de tan larga duración. Es, sencillamente, que es demasiado para ser comprendido.

Haddan le miró fijamente.

—¿Pero usted es capaz de comprenderlo? ¿Y lo ha sabido?

—Sí, así es.

—Entonces, ¿qué...?

La voz de Haddan se hizo un nudo en su garganta. Vinence había levantado sus manos hacia la cara, metiendo las mejillas en el hueco de las manos y presionando con los dedos a lo largo de las mejillas. Las manos parecieron hacer un ligero movimiento de torsión; a poco levantaron la cabeza del Amo del Espacio de la pesada estructura de su cuello y la colocaron sin prisa de pie sobre la mesa, un poco hacia un lado.

* * *

Haddan se sintió incapaz de respirar ni de moverse. Se quedó mirando con fascinación y repugnancia a la cabeza, a los ojos..., todavía fijos en él..., y a la gris y brillante superficie del cuello, que tenía un cierto aspecto de medusa al ser seccionado de la cabeza. Entonces la boca comenzó a moverse en aquella cabeza separada de su tronco.

—El cuerpo de un Amo del Espacio —decía la voz de Vinence— es una interesante máquina biológica, Haddan. En realidad representa una solución parcial del problema que hemos estado discutiendo, aunque no la realmente satisfactoria. Existen pronunciadas desventajas. Este cuerpo mío, por ejemplo, no puede existir unos minutos si se expone al aire libre incluso en un mundo tan delicioso como Clell. Si se hubiera dado el caso de que me hubieras tocado, habría muerto casi al instante. Y si no hubieras estado encerrado en un campo energético que hubiera impedido filtrarse las energías desde el instante en que nos encontramos, el resultado habría sido igualmente lamentable. Los «Amos del Espacio» que habéis visto en la Ciudad de Liot eran robots manipulados, exhibidos ocasionalmente para producir un específico efecto sobre la población. El cuerpo de un Amo del Espacio puede tolerar muy pocas cosas en relación con las realidades de la vida, tal y como vosotros las conocéis. Sus experiencias son casi todas a través de instrumentos, como si dijéramos, de segunda mano. No utiliza alimento, no puede dormir ni puede reproducir su especie.

»Pero somos humanos, y hemos tenido cuerpos humanos en su totalidad. Lo que tú ves ahora es el resultado de la fusión con algo que está próximo, aunque no del todo, con otra forma de vida y con la instrumentación no viviente que nos permite movernos, ver, soportar la gravedad normal y, como te habrás dado cuenta, hablar en parlamentos considerables del lenguaje. Sin embargo, nosotros recordamos que las realidades humanas eran parecidas y a veces las echamos de menos desesperadamente. Nosotros experimentamos el remordimiento, la frustración, el sentido del fracaso y con frecuencia nos sentimos vividamente conscientes de las artificiales monstruosidades en que hemos llegado a convertirnos. Como he dicho, hay desventajas para esta forma de vivir.

»El otro aspecto de la cuestión es que el Amo del Espacio vive con su cuerpo, tal y como es, muchísimo tiempo, aunque eventualmente se desgasta con su componente humano. De esta forma hay mucho tiempo disponible para aprender y comprender algunos de esos muy complicados problemas que es preciso que sepamos al objeto de hacer lo que es necesario.., y que es lo que los Amos del Espacio han estado haciendo desde los dos mil últimos años.

—¿Cuánto tiempo hace que usted...?

—No ese período por completo. Hace sólo aproximadamente unos novecientos años que me encaré con la misma elección con que tú te has enfrentado hoy. Yo ya estoy un poco deslucido ahora, aunque no te lo parezca a simple vista.

Las manos de Vinence se dirigieron a la cabeza, la levantaron, la volvió a colocar sobre su cuello, hizo un diestro movimiento, rápido y eficiente, quedando perfectamente encajada en su lugar como lo había estado antes.

—Esto puede que te parezca una demostración más bien algo dramática —continuó diciendo el Amo del Espacio—, pero tiene sus ventajas y su utilidad. Más de un candidato ha perdido todo su interés en seguir la discusión alrededor de este punto.

Haddan respiró profundamente y le preguntó:

—¿Está usted ofreciéndome un cuerpo de esa especie?

—¿Por qué, si no, habríamos estado discutiendo al respecto?

Algo se estremeció en el fondo de la mente de Haddan, una suave confusión de luz y color, como una lluvia murmurante, en la que se encontraba la inteligente cara de Auris. Después todo se desvaneció.

—Bien, acepto desde luego.

—Lo esperaba, por supuesto —repuso Vinence—. Sabía que casi no habría discusión al respecto. Pero hemos aprendido a esperar hasta que un reclutamiento potencial vea la necesidad de contar con más miembros y lo demande, como es correcto, antes de revelar las condiciones. En el pasado, muchísimos que fueron persuadidos de hacerse Amos del Espacio sobre la base de nuestro juicio de sus calificaciones encontraron que ello les representaba una carga demasiado pesada para aceptarlo. Y es tan fácil para cualquiera de nosotros salir a uno de esos agradables planetas, respirar su aire y morir...

»Pero tú has hecho ya tu elección. No queremos perderte con lo que vales para el propósito común. Tampoco tenemos miedo de perder a la doctora Auris, que ya hizo también su elección unas cuantas horas antes que tú.

A despecho de todo aquello, a Haddan le produjo un fuerte impacto. Tras unos momentos, Haddan preguntó:

—Entonces... ¿cuándo empezamos?

—No hay formalidades especiales. Seréis inoculados inmediatamente. Habrá después algunos meses de situación poco confortable hasta que la fusión se haya hecho completa. Pero después... nosotros construiremos mejores cuerpos que este mío. Tú dispondrás, y Auris también, de una vida futura de mil doscientos años por delante para trabajar en los grandes problemas de los Amos del Espacio, y en el del Hombre, como el gran objetivo. Y... ¿quién sabe? Ése puede ser el período en que la respuesta sea finalmente hallada.

1 ASOV. Sigla de las palabras inglesas Automatic Stellar Observation Vehicle, es decir: Vehículo automático de observación estelar. (N. del T.)

2 Nuestro Sol, pertenece a la clase espectral G, es una enana amarilla y tiene una temperatura supeficial de 6.000° C. (N. del T.)

3 El cero absoluto es en Física el producido a 273 grados bajo cero, allí donde cesa todo movimiento molecular. (N. del T.)